Chicharito, el optimista del gol

Este mexicano con apodo de guisante es algo más que un goleador espasmódico, que es lo que único que le han dejado ser hasta el pasado miércoles en el Real Madrid. Su optimismo, no solo ante el gol, ha resultado contagioso para los suyos. Con el vestuario en vilo por las lesiones y el Atlético y la Liga a la vista, Chicharito, desde el cuarto oscuro en el que ha vivido ocho meses en Chamartín, ha salido al rescate de todos, con rezos, sonrisas y lágrimas. Su conmovedora abnegación le ha mantenido a flote cuando se le daba por más que caducado. Llegadas las urgencias, cabía pensar que Chicharito solo era un recurso por descarte del resto, que aparecería un jugador deprimido, pasado de peso, sin las botas afiladas y con el colmillo justo para ser un parche de emergencia y regresar a Manchester para discutir con el agrio Van Gaal.

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Para deleite madridista, antes de golear, transmitió un entusiasmo juvenil, como el de un chico con botas nuevas. Todo jovialidad, aliento, euforia. De repente, la bandera blanca de Chicharito no era la de la rendición, lo que nadie hubiera podido reprocharle. Era la enseña que colorea su escudo actual, el que lleva de paso al estar cedido por el United. Nadie remató y empujó más en el derbi madrileño de la Champions, hasta que tuvo su premio. Un gol de mucho valor, pero de ejecución nada extraordinaria. El tanto del oportunista. Esa era la etiqueta de este mexicano, aunque rebajada desde que se fue difuminando en Old Trafford. Hoy, el promedio goleador de su carrera es de 0,38, por debajo del 0,47 de Benzema, por ejemplo. Un día de gloria para el héroe inesperado, para el muchacho desconsolado en el banquillo, para el alumno al que por fin se agarraba Ancelotti, colgado de su cuello salvador. El madridismo buceó para encontrar referentes de iluminados por un día. Un Morales, aquel jugador de los 90 que ganó al Atlético y se le acabó la fiesta en el Real.

Mientras Chicharito regaba portadas con clavos ardiendo, llegó la cita de Vigo. El efecto Chicharito quizá permitiera que el mexicano cazara algún rebote de gol, algún rechace o una pillería. Si ante el Atlético se vio al goleador puntual, en Balaídos irrumpió otro Chicharito, el Chicharito jugador. Si su medio natural era el área y fuera un patoso, resulta que tiró un par de paredes estupendas con James y acabó con un gol de jugada. Luego, asistió en carrera a Cristiano en una contra y puso el broche con una pinchada propia de Zidane. Su oportuno y picante desmarque lo entendió Ramos. La pelota le llegó al vuelo, con la carga de un defensa adversario. Una pérdida de tiempo ante un supuesto empujador de goles. Otro desmentido. El azteca calmó la pelota como el que acuna a un bebé, enfiló al portero Sergio y obró como el que lleva el gol en el tuétano. Dos Chicharitos: el goleador y el más desconocido, el jugador.

Lo de Vigo fue una demostración de que lo suyo puede no ser episódico si ahora que ya es innegociable y tendrá precio este verano para ser presentado con pompas, Ancelotti y el club le alistan no como un Morales, sino como un Larsson. Aquel sueco que hizo carrera en Barcelona con goles y dando buenos turnos a los titulares. Con ello, muy profesional, se ganó el apego de la hinchada, como ya sucede con Chicharito. A estos futbolistas no se les pide más de lo que dan. La gente también adora a esos titulares entre los suplentes siempre optimistas y con la puesta a punto.

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