El fútbol según Shakespeare

En secreto, todos los futbolistas temen a las jugadas inofensivas. Son las más peligrosas. Cuando parece que no ocurre nada interesante, y los mediocentros marean el balón como si diesen vueltas a un guiso, de pronto se escucha un crack en una rodilla, reducida a migas de pan. Esa onomatopeya anuncia la bancarrota en forma de larga lesión, pues hay futuros que dependen de que no se despeine un músculo. Sergio Asenjo, el portero del Villarreal, va por su tercera rotura, algo que lo convierte en un caballero irreductible al que la tormenta hostiga todo el tiempo, pero nunca derrota.

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Un futbolista lesionado siempre sale a flote. En cierto sentido, te evoca a aquel vecino de Ourense al que hace 80 años subieron a una camioneta y condujeron al bosque. Allí le descerrajaron tres tiros. Nada grave, aunque lo dieron por muerto. El joven se arrastró hasta la carretera. Alguien lo recogió y lo llevó al hospital. Días después, tan pronto sus ejecutores se enteraron, partieron hacia la clínica y lo arrojaron por la ventana, desde un tercero. Mal podían imaginar, al huir por una puerta trasera, que el chico no se había roto un solo hueso. Esos son los futbolistas que me gustan. Ni siquiera hace falta que jueguen al fútbol.

Cuando un muchacho se va al hospital en una jugada de trámite, se repone. Lentamente, se hace a la idea de que los huesos despedazados son pelusilla en los hombros, que se sacude sin más. No importa si caes hasta el fondo, ni si el dolor te estremece, ni si cojeas. Todos sabemos que cojo se juega mejor, del mismo modo que un equipo diezmado, según Helenio Herrera, se volvía imbatible. Tal vez la lesión sea una de las primeras adversidades a las que deba someterse un futbolista para ponerse a prueba y descartar que no prefiere ser radiólogo o detective privado.

Cuando nada importante está en juego, y el día te sonríe, adviene la bancarrota

La lesión es lo que pasa mientras no pasa nada. Luka Modric se rompió hace un mes por disputar el dominio de una piedra que confundió con un balón de reglamento. ¿Pudo evitarse? No. Al croata le gusta demasiado el fútbol como para menospreciar los lances estériles, que sólo te conducirán a la ruina. Además es tan buen jugador que no necesita el balón. Puede darte un pase de gol con una lata de Fanta. “Lukita, inventa”, le dice un amigo al comienzo de cada partido. El encuentro contra el Málaga iba a ser un picnic, y se derrumbaron Modric y Bale. Cuando nada importante está en juego, y el día te sonríe, adviene la bancarrota. Shakespeare, que reflexionó mucho sobre fútbol, aunque antes de que se inventase, ya nos alertó en El rey Lear, por boca de Edgar: “El cambio que nos desmantela nos llega siempre cuando estamos instalados en lo mejor”.

La salud se vuelve sospechosa. Carlos Castilho, exguardameta del Fluminense, sufrió su quinta rotura en el meñique izquierdo en el momento que el equipo acariciaba el título. El médico le explicó que con una operación sencilla, y dos meses de reposo, estaría a punto para el comienzo de la siguiente temporada. Castilho lo miró desencajado, y preguntó si no habría manera de acortar la convalecencia. “Por supuesto que sí”, dijo el doctor entre risas. ¿Cómo? “Amputando”. Dos semanas después, Castilho ya defendía la portería con nueve dedos, que se bastan y sobran. Los futbolistas que no cuentan hasta diez para hacer las cosas, viven para siempre en nuestra memoria.

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