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Todos los nuevos vehículos en circulación en Europa, a partir del 31 de marzo de 2018, tendrán que incorporar de un dispositivo eCall, que avisa automáticamente a un centro de emergencia (112) de que se ha producido un accidente y le envía un paquete de datos básicos sobre lo ocurrido. Así los servicios ganarán un tiempo precioso para la asistencia de urgencia y el rescate de los heridos. El sistema también permitirá que el 112 conecte de inmediato con el interior de los vehículos para que los técnicos de emergencias evalúen la situación de los pasajeros conscientes.
Así funciona el sistema automático de llamadas al 112. / EUROPARLTV.EU
El Parlamento Europeo, que ha aprobado esta mañana la medida, calcula que podrán salvarse unas 2.500 vidas al año —en 2014, 25.700 personas fallecieron por esta causa en Europa—y también reducir la gravedad de los heridos en los minutos posteriores, cruciales, tras un accidente.
El Parlamento Europeo calcula que podrán salvarse unas 2.500 vidas al año
Los costes de instalación, de unos 100 euros por vehículo, recaerán en los fabricantes y la adaptación de los servicios de emergencia de cada país será responsabilidad de la Administración. En el caso de España, las comunidades autónomas.
La posición y el momento preciso en que se ha producido el accidente, la dirección que llevaba el vehículo justo antes del accidente, el tipo de combustible que emplea, el número de pasajeros y el número de bastidor son los datos que remitirán estos dispositivos a los servicios de emergencia.
El sistema también permitirá que el 112 conecte de inmediato con el interior de los vehículos para evaluar la situación de los pasajeros conscientes
Para Enrique Zapico, responsable del Departamento de electromecánica de CEVISMAP, «el tipo de combustible es esencial para alertar por riesgos de explosión y la dirección lo es, en especial, en el caso de autopistas, porque permite saber de antemano que el vehículo ha caído en una mediana de difícil acceso, por ejemplo». El sistema eCall también permite que sea el conductor o los pasajeros quienes avisen manualmente al 112.
Una de las características más útiles del sistema estriba en que da prioridad a estos avisos sobre otros recibidos por el 112, que sabrá de manera automática que se trata de un aviso por accidente de tráfico.
La aprobación de la medida se ha visto obstaculizada por algunos países y fabricantes de vehículos, aunque en los debates han abundado los posibles conflictos por el uso y privacidad de los datos. La resolución del Parlamento Europeo establece que los sitemas borrarán gradualmente los datos de posición no utilizados.
En el trasfondo de la discusión, según Zapico, pueden estar las grandes diferencias de implantación y calidad de los servicios de emergencia en cada país. «España cuenta con uno de los mejores, en parte por la necesidad de respuesta rápida a los atentados terroristas que sufría el país. Reino Unido y Francia, por el número de su parque de vehículos y las extensión del territorio, han sido de los más reticentes».
A la adopción de esta medida se han sumado también tres países del Espacio Común Europeo: Islandia, Noruega y Suiza.
Algunos vehículos ya incorporan sistemas similares de serie —es el caso de la mayoría de nuevos vehículos de Peugeot y Citröen—, que avisan a un centro de llamadas del fabricante que, a su vez, determina si es preciso avisar a los servicios de emergencia. En otros vehículos es posible implantar un sistema parecido, con un coste aproximado de 200 euros anuales.
Aunque el sistema puede incorporarse a cualquier vehículo, incluido las motos, solo será obligatorio en los denominados M1 (para transporte de pasajeros y que no contenga más de 8 asientos además del asiento del conductor) y N1 (para transporte de carga y con un peso máximo que no exceda las 3,5 toneladas).
“Antes nuestra vida acababa con la puesta de sol. A partir de ese momento apenas podíamos hacer nada. Teníamos que utilizar velas para alumbrarnos, y éramos conscientes del peligro que eso entrañaba. Así que íbamos a dormir pronto y nos levantábamos un poco antes del amanecer para ordeñar a las vacas”. Sin embargo, ahora la existencia de la familia de Zolzaya Bandgait ha dado un vuelco. “Desde hace algo más de un año somos más felices. Podemos cenar más tarde, disfrutar jugando a las cartas, comunicarnos con amigos y familiares, y ver lo que pasa en el mundo”. La diferencia radica en la tecnología. Porque los Zolzaya son nómadas, viven en el desierto del Gobi, y han decidido invertir gran parte de sus ahorros en la instalación de varios aparatos que han reducido notablemente la brecha que los separaba de la calidad de vida de la población urbana.
“Primero instalamos el aerogenerador y las placas solares. Eso nos permitió tener luz dentro del ger —la yurta tradicional mongola con la que esta familia se mueve hasta ocho veces al año en busca de los mejores pastos—. También compramos una batería a la que hemos conectado el teléfono por satélite —subvencionado por un programa del Banco Mundial— y un televisor en blanco y negro. Gracias a una antena parabólica recibimos algunos canales de televisión”, cuenta Zolzaya. Su hija, Azzaya Soyol, ya no se pierde ni un episodio de sus series surcoreanas favoritas, que llegan con multitud de interferencias, pero llegan. “La televisión también nos ayuda a tener entretenidos a los niños y nos permite hacer algo de tiempo para nosotros”, comenta entre risas ella, que, a sus 25 años, tiene dos hijos con Bot Amgalan, un joven de su misma edad.
No obstante, la mejoría va mucho más allá del ocio. Por un lado está la reducción del riesgo de incendio que, como es lógico en una vivienda de tela, con el uso de velas era muy elevado. Además, la llegada del teléfono por satélite a una zona sin cobertura de móvil permite dar cuenta de emergencias y pedir ayuda, así como conocer el precio que se paga por el ganado, la lana, o los productos lácteos. Eso dificulta que los intermediarios que los compran les engañen, “algo que antes sucedía a menudo”, y que puedan decidir cuál es el mejor momento para venderlos. También gracias a la televisión, Zolzaya tiene acceso a previsiones meteorológicas que le permiten determinar con más exactitud la zona más adecuada para llevar el ganado. “En el desierto no es fácil cuidar de 600 ovejas como tenemos nosotros. Elegir el lugar en el que crece más vegetación puede marcar la diferencia entre que vivan o que mueran”.
Pero uno de los efectos más importantes que tiene la adopción de la tecnología por parte de los nómadas que habitan el país con menor densidad de población —tres millones en una superficie de 1,5 millones de kilómetros cuadrados, equivalente a tres veces la de Francia—, es la propia supervivencia de una forma de vida que se remonta a los tiempos de Gengis Kan. “La juventud no quiere vivir en el campo, quiere mudarse a la ciudad. En gran parte es así porque no solo percibe que allí hay más posibilidades de crecer en el terreno profesional, también porque en un ger las opciones de ocio y de acceso a la información son muy limitadas. Es duro y es aburrido”, explica Damb Batnasan, otro ganadero que instala su yurta a unos mil kilómetros de distancia, en la estepa del centro del país. “Si queremos que el nomadismo no muera con la gente de nuestra generación tenemos que hacerlo más atractivo para los jóvenes. No nos podemos oponer a los avances que llegan, lo mismo que tenemos que asegurarnos de que las nuevas generaciones vayan a la escuela”, explica.
De hecho, su ger está lleno de niños y de adolescentes. Porque, además de las dos hijas del matrimonio, cuatro de sus amigos han decidido pasar las vacaciones escolares del Año Nuevo Lunar con la familia. Y después de haber disfrutado al galope de las interminables llanuras congeladas durante el día, por la noche se turnan para jugar con los dos teléfonos móviles inteligentes que posee la familia, que también sirven para capturar momentos que antes se perdían para siempre. “Para hacernos una foto teníamos que ir al pueblo que está a 40 kilómetros de distancia”, ríe Damb mientras se hace un selfie con la hija menor. Mientras tanto, la madre, Batsuren Tsetsegmaa, disfruta de la película que reproduce en un lector de DVD. “Algunos nómadas creen que la tecnología distancia a las familias porque cada uno está a lo suyo, pero yo creo que es al revés”, sentencia el padre, que ya está pensando en cómo instalar una conexión a Internet.
Delgerma tiene 16 años y está de acuerdo con Damb. Es una de los 300.000 nómadas que todavía no tienen electricidad, y, a su edad, la vida en el campo ya no le satisface. Se siente incomunicada y aburrida. Sus padres, habitantes también de la estepa, dan la espalda a todo lo que tenga cables, y con ellos no tiene la confianza suficiente como para hablar de temas propios de la adolescencia. “El único contacto que tengo con el mundo exterior es a través de la radio de mi padre. Y casi siempre está sin pilas. No puedo comunicarme con los pocos amigos que tengo, y sin luz no hay nada que hacer por la noche”. Así no es de extrañar que esté pensando en hacer las maletas y labrarse un futuro mejor en la capital, Ulán Bator, a unos 350 kilómetros de distancia. “Quiero conocer gente y llevar una vida normal. Aquí terminarán casándome con alguien que les interese para que siga llevando la misma vida”, se lamenta. Como ella, muchos otros jóvenes apuestan por la vida sedentaria, y cada año entre 30.000 y 40.000 mongoles, sobre todo jóvenes, abandonan el campo para echar raíces sobre el asfalto.
Afortunadamente, cada vez son más los que apuestan por la incorporación de placas solares y de aparatos electrónicos en sus vidas. De hecho, el Proyecto para el Acceso a Energías Renovables y Electricidad en Zonas Rurales, implementado por el Gobierno desde el año 2000 en colaboración con el Banco Mundial, ha conseguido que más de 100.000 familias nómadas, en torno a medio millón de personas en total, cuenten con esta fuente de energía limpia que, a su vez, ha permitido incrementar sustancialmente el acceso a un teléfono, cuya tasa el año 2005 era la más baja del mundo —un 1% en el campo—. En 2006 solo 1,2 millones de minutos de conversación telefónica tuvieron su origen fuera de la capital, pero en 2013 esa variable aumentó hasta los 56,5 millones. El objetivo es que para 2020 toda la población tenga acceso a la electricidad, y un 70% pueda comunicarse por vía telefónica.
Mineihan Hadis, otro nómada del desierto, reclama también ayudas para adquirir vehículos de motor. “Una moto como la que yo tengo, por ejemplo, tiene muchas ventajas sobre los caballos y los camellos que hemos utilizado tradicionalmente: nos permite llegar a la zona en la que tenemos el ganado mucho más rápido, y podemos desplazarnos a la ciudad si hay una emergencia. Porque hasta aquí no llegan las ambulancias, se pierden por el camino”, explica. Es fácil entender por qué: el desierto y la estepa son dos infinitas alfombras en tonos ocres y verdes, en las que no hay carreteras ni forma sencilla de orientarse. De ahí que el GPS también esté ganando adeptos. “Nosotros sabemos llegar a los lugares cercanos gracias a las montañas o a particularidades del terreno, pero para el resto resulta casi imposible localizarnos. El uso de coordenadas es una buena solución”, comenta. “En cualquier caso, lo importante es utilizar la tecnología a nuestro favor. Para que la vida nómada pueda seguir existiendo con dignidad”, sentencia Damb.
El 6 de noviembre de 2013 Federico Bastiani festejó su cumpleaños en el bar de la esquina de su casa con 50 desconocidos. Dos meses antes, este italiano graduado en Economía que vive en Bolonia había creado un grupo cerrado de Facebook a través del cual convocaba a sus vecinos: quería conocerlos, conversar con ellos, descubrir qué tenían en común, cómo se podían ayudar si fuera necesario. “Vivía desde hacía tres años en una calle histórica de Bolonia, via Fondazza, donde residió el pintor Giorgio Morandi, y no conocía a nadie”, cuenta Federico, 37 años, casado con una sudafricana y padre de Matteo, de tres. “Crecí en un pueblo pequeño de la provincia de Lucca y en mi manzana conocía a todo el mundo. Si faltaba la sal no era un problema bajar las escaleras y tocarle el timbre al vecino. Hace 10 años, me mudé a Bolonia y me di cuenta de que el mecanismo de relaciones humanas era diferente. Había mucha desconfianza, a veces hasta indiferencia”.
“Tu app debe ser rápida, sencilla y que despierte confianza”
Facebook Messenger se abre al comercio electrónico
¿Qué esperar de la conferencia de Facebook?
La primera semana de septiembre de 2013 Federico creó el grupo cerrado Residentes de via Fondazza, estampó carteles y los pegó en su manzana. En dos semanas los inscritos eran ya 93. Nació así lo que Bastiani bautizó como Social Street (calle social), un modo simple y económico de reconstruir el sentido de comunidad en la ciudad, socializando con los propios vecinos. Aperitivos, intercambio de consejos y favores, salidas deportivas, encuentros culturales en la biblioteca, conciertos en la iglesia de la esquina y veladas con los vecinos más antiguos de la calle para que cuenten cómo era el barrio hace años. “El objetivo de la Social Street es instaurar relaciones de vecindad, recrear un sentido de comunidad en una calle, trabajar sobre los vínculos, crear confianza entre las personas, sentirse parte del lugar donde se vive”, enumera Bastiani. “La fuerza de la Social Street está justamente en la informalidad de este movimiento donde no circula dinero y donde los mecanismos de funcionamiento se basan en la economía del donar. La potencia está en volver a saludarse, a hablarse, a mirarse a los ojos. Así es como se crea el capital social”.
El movimiento arrancó en Bolonia, donde el grupo sumó en 15 días a 93 personas
La Social Street de via Fondazza se multiplicó en toda Italia y es un modelo que ha germinado, por ahora, también en Francia, Portugal, Nueva Zelanda, Croacia y Brasil. “Para pasar del virtual de Facebook al real de la calle bastó poco, apenas bajar las escaleras”, dice Bastiani. “Tuve la simple idea de usar una red social para reconstruir un sentido de comunidad, y se convirtió en viral”. Hoy hay unas 365 Social Street en todo el mundo que involucran a unas 20.000 personas que apuestan por la sociabilidad con sus vecinos sin nada a cambio. “Lo que me conmueve es el entusiasmo de las personas en el intento por mejorar el ambiente donde viven partiendo de pequeños proyectos que tienen como fin último reconstruir el capital social de una ciudad”, sostiene.
Mientras los sociólogos debatían sobre si estábamos ante un nuevo movimiento social o era solo un fenómeno emergente y pasajero, Bastiani elaboró un manifiesto al que ya se han adherido voces prestigiosas como el sociólogo Anthony Giddens, el antropólogo Marc Augé y Rob Hopkins, el fundador de la Transition Town, entre otros intelectuales. “No sé qué futuro tendrá Social Street. Hay quienes piensan que todo terminará. Pero aun en este caso muchas personas podrán decir que han conocido a sus vecinos, que han vivido una bella aventura y que les han quedado lindos recuerdos. O bien Social Street podrá continuar y tener vida propia, aunque sea solo a nivel virtual”.
Alicia Ann Lynch, una joven estadounidense de 22 años, colgó en Twitter una fotografía en donde aparecía disfrazada para una fiesta de Halloween. El disfraz era una simpleza que tendría insondables consecuencias; aparecía en chándal, con la cara y los miembros embadurnados de pintura roja, como si hubiera sangrado profusamente, y un título que muy pronto le granjearía un linchamiento en las redes sociales: “Víctima del maratón de Boston”. El referente de aquel gracejo era la bomba que, en abril de 2013, interrumpió violentamente aquella famosa carrera, causando tres muertos, 282 personas heridas y la huella indeleble de un atentado terrorista en la ciudad. La inconsciencia y el mal gusto de Lynch y la torpeza que entrañaba publicar esa fotografía dispararon el morbo de sus escasos seguidores en Twitter y los retuits de estos consiguieron que en unas horas la joven recibiera miles de insultos y mensajes de una dureza que no admitía ninguna réplica, como este que le envío una víctima del trágico maratón: “Deberías estar avergonzada. Mi madre perdió las dos piernas y yo casi muero”.
El linchamiento virtual pronto ganó consistencia real y la joven tuvo que recluirse en su casa, y unos días más tarde el jefe de la oficina en la que trabajaba, abrumado por la presión de las redes sociales, la despidió. Disfrazarse así no tiene ninguna gracia y publicar la fotografía constituye un gesto deleznable, pero ¿qué hubiera pasado con Alicia Ann Lynch si hubiera hecho la misma broma, con la misma foto, en 1970, antes de la Red? La foto la habrían visto solo sus amigos y su jefe difícilmente la hubiera despedido por esa broma de mal gusto pero de alcance exclusivamente doméstico. El caso es interesante porque evidencia cómo las redes sociales magnifican episodios que, sin esa difusión masiva, hubieran sido mucho menos importantes.
En la fotografía que colgó Alicia Ann Lynch en Twitter, habría que separar el hecho de su difusión masiva
En 1932 fue secuestrado el bebé de Charles Lindbergh, el célebre piloto que cruzó por primera vez en avión, en 1927, el océano Atlántico. Lindbergh era un héroe nacional y el secuestro de su hijo tuvo en vilo, durante dos meses, a la sociedad estadounidense; hasta que un día trágico fue descubierto el cadáver del niño. Unos meses más tarde, cuando el bebé Lindbergh seguía siendo un tema recurrente, el pintor Salvador Dalí, que había inaugurado con mucho éxito una exposición en Nueva York, fue invitado a una fiesta de disfraces a la que acudió la crema y nata de Manhattan. Dalí y Gala, su mujer, asistieron disfrazados, para escándalo de los invitados, del bebé Lindbergh y de su secuestrador. Aquella broma violenta no pasó de alterar a los invitados y a algunos lectores de los periódicos que consignaron la última excentricidad del pintor. En la biografía de Dalí el incidente de la fiesta de disfraces es un episodio menor, una broma de mal gusto que se parece a la ocurrencia de la joven que se disfrazó de víctima del maratón de Boston, salvo porque en la época de Dalí no había ni redes sociales ni televisión para magnificar su imprudencia y su broma quedó en eso, en una boutade; pero si esto hubiera ocurrido en este siglo, Dalí probablemente se hubiera quedado sin galeristas, hubiera sufrido un gravoso boicoteo y habría tenido que maniobrar para que no se hundiera su carrera.
En la fotografía que colgó Alicia Ann Lynch en Twitter, habría que separar el hecho de su difusión masiva, de su multiplicación exponencial en la Red. Pero esto, de momento, es complicado, porque a los internautas les encanta el linchamiento y, sobre esta penosa pulsión tan propia del siglo XXI, nadie ha tenido tiempo de legislar.
Recientemente han aparecido en inglés dos ensayos sobre este inquietante tema, que es otra de esas zonas oscuras que tiene ese invento luminoso que es Internet: So you’ve been publicly shamed (Has sido avergonzado públicamente), de Jon Ronson, e Is shame necessary? New uses for an old tool (¿Es necesaria la vergüenza?, los nuevos usos de una vieja herramienta), de Jennifer Jacquet. Los dos ensayos tratan de la dimensión contemporánea de la vergüenza, del desprestigio y del escarnio, que se salen de proporción cuando se amplifican en las redes sociales; cualquier descuido, desliz o tontería, que hace cuarenta años hubiera producido un rato de incomodidad o un momento de rubor, hoy, esa misma tontería magnificada por Twitter o por Facebook puede generar un linchamiento que le arruine la vida al tonto.
Los casos de linchamiento virtual, de vergüenza pública masiva abundan; todo el tiempo los internautas linchan a políticos, cantantes, futbolistas y banqueros, personajes que están expuestos permanentemente al ojo público y que, por tanto, están habituados a lidiar con el odio y el desprecio de la masa tuitera; pero el asunto cambia cuando el linchamiento va dirigido a una persona normal, que se vuelve súbitamente famosa como la joven que se disfrazó de víctima del maratón de Boston, o como el caso de Justine Sacco, un episodio emblemático que Jon Ronson desmenuza en su libro. Sacco se fue de viaje a Sudáfrica a visitar a unos familiares y, mientras abordaba el avión en Nueva York, dio rienda suelta a su locuacidad tuitera y comenzó a lanzar mensajes, algunos muy ofensivos, para su modesta parroquia de 170 seguidores. En su escala en Londres lanzó un mensaje desgraciado que iba a cambiarle la vida: “Voy a África. Espero no coger el sida. Es broma. Soy blanca”.
Sacco pasó las siguientes once horas volando hacia su destino y, cuando aterrizó en Ciudad del Cabo y conectó su móvil, se encontró con un diluvio de mensajes, de insultos y también de condolencias que le escribían sus conocidos; mientras trataba de asimilar lo que sucedía, recibió una llamada de su mejor amiga que le decía que su mensaje sobre el sida era trending topic mundial, es decir, el mensaje más reproducido en Twitter en las últimas horas. Inmediatamente después llamó su jefe que, presionado por el escándalo que había en las redes sociales, sobre esa mujer ejecutiva que acababa de demostrar su ignorancia y su racismo al mundo, no tenía más remedio que despedirla de la dirección que ocupaba en una importante firma de comunicación de Nueva York. Mientras Sacco volaba hacia Cape Town, una etiqueta, un hashtag, sobrevolaba Twitter: #yaaterrizójustine? Decenas de miles de personas esperaban el momento en que Justine, que tenía solo 170 seguidores cuando despegó de Londres, aterrizara en Sudáfrica y viera el lío en que se había metido. Un espontáneo fue al aeropuerto, fotografió a Sacco, con unas aparatosas gafas, pasmada, mirando la pantalla de su teléfono y la tuiteó con el siguiente mensaje: “Sí, de hecho Justine ha aterrizado en el aeropuerto de Ciudad del Cabo. Ha decidido disfrazarse con unas gafas oscuras”.
La vida de Justine Sacco quedó hecha trizas. Jon Ronson cuenta en su libro, a partir de una serie de conversaciones que tuvo con ella a su regreso a Nueva York, los detalles de su descenso a los infiernos. Sacco publicó un comentario racista e idiota, pero la penalización que se le impuso desde las redes sociales parece excesiva. Quizá, para empezar a establecer un marco civilizado de convivencia en Internet, habría que desterrar la idea de que eso que sucede en el ciberespacio es realidad virtual, y que, a pesar de su naturaleza intangible, debe ser considerada, tratada y legislada de la misma forma en que se hace con la dura, y muy tangible, realidad.
En el corazón de la favela más poblada de São Paulo, donde cerca de 200.000 habitantes no son dueños ni de sus propias casas, Mark Zuckerberg acaba de plantar una semilla que puede rendirle millonarios beneficios. Facebook ha inaugurado en una callejuela de Heliópolis, a ocho kilómetros del centro de la ciudad, un laboratorio con 15 ordenadores donde instruirá a los vecinos a usar con responsabilidad la Red, pero, sobre todo, enseñará a los 5.000 pequeños emprendedores de la comunidad a crear páginas para sus negocios, alimentarlas con contenido y promocionarlas con la publicidad del propio Facebook, anuncios que desde un real (30 céntimos de euro) prometen alcanzar los muros de miles de potenciales clientes.
Por primera vez en sus 11 años de vida, Facebook invierte en una favela, un gigantesco y creciente mercado ignorado por muchos, pero en el que ya han entrado marcas como Coca-Cola y Ambev, la mayor cervecera de Brasil.
Heliópolis, donde el tráfico de drogas continúa siendo un poder paralelo en la comunidad, es para la compañía un “excelente terreno de pruebas”. El país, que ha asimilado la red social como parte de su cultura, se presenta además como un impresionante laboratorio: el tiempo que pasan los brasileños navegando en Facebook supera el tiempo que argentinos y mexicanos juntos pasan conectados a Internet, según un estudio de la medidora de audiencias ComScore. En Heliópolis, aunque el 90% de los vecinos tiene un perfil, según cálculos de Facebook, solo el 14% de los pequeños emprendedores posee una página para su negocio —la mayoría promociona sus productos en sus páginas personales—.
Eder Camargo, de 32 años, es uno de los clientes ideales para el experimento de Facebook. Este peluquero, desterrado a los 16 años por su familia evangélica por ser gay, llegó a la favela después de años viviendo las penurias de la calle y cumplió aquí su sueño de montar su propio negocio. “Facebook es una máquina que me ayudó mucho a promocionar el salón, tengo clientes de otros barrios que vienen aquí gracias al perfil, pero yo no sé utilizar una página profesional”.
A cuatro calles de la peluquería, Fernanda Bianca, de 24 años, enseña la página que creó para promocionar el trabajo de su madre, Marlene: limpiadora por horas y ayudante de barbacoas. A la señora, que aún se niega a unirse a la red social, le llueven las ofertas y sus jefas escriben comentarios para alabar su trabajo.
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Si el experimento funciona y pequeños empresarios como Camargo o Marlene comienzan a usar y pagar por los servicios de la red social para promocionar sus negocios, la empresa de Silicon Valley pretende llevarlo a otras comunidades pobres en otras economías emergentes. “Es el proyecto más importante de este año en América Latina”, mantiene Patrick Hruby, líder de los programas para pequeñas empresas en la región. “Es un piloto de algo que puede convertirse en viral, una posibilidad que hasta ahora no estaba en nuestro radar y que puede crear riqueza en la comunidad”, completa Hruby.
La idea de conquistar este nicho de mercado no surgió de prestigiosos publicitarios, sino de un comerciante de la favela más poblada de Brasil, la Rocinha, en Río de Janeiro. André Martins, dueño de un bar de bocadillos, atiende los pedidos a domicilio de sus clientes por el chat de Facebook y afirma que la red social catapultó su negocio. La historia de Martins inspiró a la compañía. Hoy Facebook invierte en las favelas.
Aunque la inmensa mayoría de los españoles tienen un teléfono móvil y pagan por un acceso a Internet móvil de banda ancha, la velocidad real de su conexión es la peor de entre los países desarrollados. Un estudio global con cinco millones de mediciones muestra que los países nórdicos y varios del este de Asia disfrutan de velocidades que doblan y, en algún caso, quintuplican, la media de la existente en España.
Tres operadores concentran el 90% de la telefonía y banda ancha
Internet móvil aporta 12.000 millones de euros al año a la economía española
España se sitúa a la vanguardia de Internet móvil y despega en fibra
España, enganchada al ‘smartphone’
Los grandes datos parecían buenos. 2014 acabó con un parque de líneas móviles de más de 50 millones, según el último informe de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. Hace tiempo que dejó de ser noticia que haya más teléfonos que personas en España. Además, casi el 75% de los españoles tenían a mediados del año pasado una conexión de banda ancha móvil, cifra que ha debido mejorar en este tiempo. En los últimos meses, las compañías de telecomunicaciones no han dejado de publicitar sus redes 4G, hasta 10 veces más rápidas que el 3G.
Pero ¿cuál es la calidad real de esa banda ancha móvil? La velocidad media de la conexión móvil en España es de 4,6 megabits por segundo (Mbps), según un análisis realizado con una muestra de más de 200.000 usuarios en todo el mundo por expertos de la Universidad Aalto de Finlandia y la Internet Society. La cifra por sí sola apenas dice nada. Pero, si se la compara con las obtenidas en el resto de países, se entiende mejor: los ciudadanos de otras 29 naciones disfrutan de mayores velocidades que los españoles.
Entre los 10 primeros países con mejor conexión móvil (siempre en sentido descarga) aparecen, casi sin excepción, los que ya disfrutan del mejor acceso a Internet fijo. En la lista, encabezada por Dinamarca con unos envidiables 22,3 Mbps, están el resto de países nórdicos, Suiza y Bélgica. Además de Canadá, completan el grupo las naciones asiáticas más avanzadas, como Singapur (segundo de la clasificación), Corea o Japón. Todas ellas doblan al menos la velocidad en España.
España ocupa el trigésimo lugar en velocidad real de banda ancha móvil con una velocidad media de 4,6 Mbps
«Varios factores explican porqué los usuarios de móviles logran diferentes velocidades en los distintos países», dice el ingeniero electrónico y coautor del estudio, el profesor de la Universidad Aalto, Jukka Manner. Entre esos factores puede estar desde el modelo de móvil hasta el plan de datos contratado. Pero lo que más influye es, según este experto en redes, «la congestión en la red, que haya pocas estaciones base cubriendo áreas muy pobladas, o la disponibilidad de la red, cuántas estaciones base hay a tu alrededor a las que te puedes conectar».
Manner, que participa en la elaboración de los estándares de redes desde 1999, no sabe de la realidad española ni la política de despliegue de las operadoras españolas. Él solo conoce los datos que arroja Netradar, la aplicación para móviles que creó junto a su equipo para medir la velocidad real de la conexión. Una vez instalada, permite al usuario saber que velocidad media y máxima obtiene con su conexión, a qué tipo de redes se conecta o la cobertura disponible en su zona geográfica. También, y de forma anónima y agregada, envía los resultados al laboratorio de Manner.
Otro elemento que mide Netradar es la latencia, un aspecto clave en el rendimiento de una conexión y que expresa el retardo en el envío/recepción de un paquete de datos. En el caso español, una serie de bits enviados desde un móvil hasta los servidores usados en el estudio tardaba de media 254 milisegundos (ms). No parece mucho retraso, pero «esto es lo más importante para los servicios interactivos, como Voz sobre IP o las comunicaciones bidireccionales por vídeo», recuerda Manner. Para hacerse una idea, la latencia media en Suiza es de 119 ms y la de Irán de casi un segundo.
Buceando para EL PAÍS entre los resultados obtenidos por la aplicación, Manner también ofrece los datos desagregados por tecnología de radio (en particular 4G) de España y, para comparar, Finlandia. Netradar muestra que durante 2014, el porcentaje de conexiones de cuarta generación en España fue del 10% del total, por debajo de la media mundial. Sin embargo, y con datos de hasta ayer mismo, las conexiones 4G ya suponen el 22% en lo que va de año. La cifra dobla la del ejercicio anterior pero aún está muy lejos de la cobertura 4G que dicen ofrecer los operadores y que alcanzaría al 70% de la población española. Aquí hay que tener en cuenta que no todos los móviles son todavía compatibles con esta tecnología.
Netradar/Aalto University’);»> ampliar foto
El 4G, sin embargo, no asegura un mejor puesto a España en la clasificación. La velocidad media de la conexión de los españoles con esta tecnología fue, en 2014, de 17,6 Mbps. Es cuatro veces más que la media de toda la banda ancha móvil española, pero aún lejos de los 29,4 Mbps de Finlandia, por ejemplo. Y es que esto de la conexión a Internet no es una foto fija. Cuando uno cree haber llegado a donde estaban los otros, éstos ya se han vuelto a adelantar.
Los resultados para España se basan en una muestra de 6.324 usuarios de Netradar, cifra que podría no ser representativa. «Por supuesto, cuantos más mejor, pero incluso con estas muestras, se representa bastante bien la escala nacional», asegura un Manner que invita a todo el mundo a instalarse su aplicación para comprobar cómo de buena es su conexión y, de paso, afinar los resultados para el año que viene.
Máximo Cavazzani, creador de ‘Apalabrados’ y ‘Preguntados’..
Villa Urquiza no es Silicon Valley. Es un barrio de Buenos Aires con casas de dos plantas donde viven familias de clase media. Nada de oficinas con ventanales espejados. Entre las viviendas se erige una planta textil de ladrillos gastados y vidrios esmerilados. Ningún cartel indica su nombre en la puerta de la calle Capdevila, pero se llama CD Way. Tampoco nada indica que la primera planta de la fábrica está alquilada a Etermax, la empresa argentina de videojuegos que creó Apalabrados, la aplicación más descargada en España durante dos meses de 2012; y Preguntados, que desde hace semanas también es la número uno allí y cuya versión en inglés, Trivia Crack, batió este año la marca histórica de 66 días como la app más descargada en EE UU.
Cavazzani: “Los juegos son el motor que mueve las tecnologías”
El creador de ‘Apalabrados’ se vuelve preguntón
Adictos a las palabras
Scrabble intenta parar el éxito de Apalabrados
Son las cuatro de la tarde y Máximo Cavazzani, el ingeniero en sistemas de 29 años propietario de Etermax, toca el timbre de la fábrica. Una secretaria le abre y sube a saltos por la escalera hasta su oficina. Delgado, con barba, vestido con camiseta como casi todos los 85 empleados que allí trabajan, Cavazzani rehusó trabajar en la CD Way, la empresa textil de su padre, pero le alquiló el espacio para las oficinas. Primero usó una pequeña sala con un escritorio en la que, con dos compañeros de la facultad, comenzó a idear en 2009 su primera aplicación para comprar y vender acciones, iStockManager. El operador bursátil en línea norteamericano Ameritrade contrató la app.
“Las ideas son mías, pero lo difícil es llevarlas a cabo”, explica Cavazzani, que empezó a los 23 años con su empresa. “Hacíamos cosas equivocadas, aprendimos las nuevas tecnologías y hoy podemos resolver los problemas de sistemas más complejos del mundo”, cuenta en un salón de reuniones en el que a un costado se amontonan revistas con entrevistas suyas.
En 2011 Cavazzani apostó por primera vez al desarrollo de una aplicación de un juego. Buscaba un producto más masivo que el financiero. Y así fue cómo creó su versión del Scrabble para teléfonos inteligentes, Apalabrados. Ni en Argentina ni en el resto de Latinoamérica esos equipos estaban entonces muy expandidos en el mercado, pero sí en España. Este joven de hablar rápido aún no era profeta en su tierra. Quería serlo y lo logró con Preguntados, el juego de preguntas y respuestas que se le ocurrió en julio de 2013. “Buscábamos un juego con la dinámica de la red social, que no demandara que todos los jugadores se conectaran a la vez. Los juegos de preguntas y respuestas son muy exitosos en el mundo, pero no estaban bien llevados a los móviles”, recuerda Cavazzani. Entonces concibió un sistema por el que los jugadores proponen un millón de preguntas diarias, que son seleccionadas de forma automática y calificadas por otros participantes.
Hacíamos cosas equivocadas, aprendimos las nuevas tecnologías y hoy podemos resolver los problemas de sistemas más complejos del mundo
Preguntados arrasó desde principios de 2014 en Latinoamérica, luego en EE UU y Canadá y ahora también en España. En diciembre, Cavazzani no se despegaba del ordenador mirando cómo su aplicación subía en el ranking de las más bajadas en el mercado más competitivo del mundo, el norteamericano. Ahora, Etermax suma 20 millones de usuarios diarios, de los cuales 19 millones son de Preguntados, Trivia Crack y sus versiones en otros idiomas, como catalán, ruso, holandés, japonés o alemán.
A Cavazzani no le sorprende que en Villa Urquiza haya nacido un fenómeno que superó en popularidad a juegos como Draw Something o Candy Crush. Argentina exporta más software y servicios informáticos que carne vacuna, leche o piel. Supera a cualquier otro país latinoamericano. El último reconocimiento le llegó esta misma semana al ser nominado al premio a mejor juego de aplicación en móviles en el Mobile World Congress de Barcelona, al que Cavazzani acude este jueves.
RapidShare, el sitio web con sede en Suiza de almacenamiento de archivos y descargas directas, ha anunciado que el próximo 31 de marzo echará el cierre. En un comunicado publicado en su web, recomienda a sus usuarios (187.637 en las últimas 24 horas, según sus propias cifras) que aseguren sus archivos, porque a partir del 31 de marzo sus cuentas no serán accesibles y serán automáticamente borradas. No ofrece explicaciones de por qué cierra.
El cierre de RapidShare supone casi la puntilla a las webs de descargas directas que alojan los contenidos en servidores propios, a diferencia de los sistemas de compartición como el peer to peer (p2p), que se alojan en los ordenadores de millones de usuarios como sucede en el EMule o los archivos Torrent. Megaupload abrió la veda de la caza de los denominados cyberlocker, a la que luego se sumaron otros sitios muy famosos de descargas como FileServe o FileSonic.
Multa de 150.000 euros a RapidShare
RapidShare despide al 75% de la plantilla
Rapidshare quiere frenar la descarga de archivos protegidos
RapidShare ha tenido que enfrentarse a numerosas batallas legales con empresas detentadoras de contenidos con copyright, como la que presentó en 2011 la firma de videojuegos Atari. La compañía destinó 500.000 euros para cambiar la imagen del sitio y desvincularse las descargas directas, para conseguir convencer a las empresas de que se tomaban muy en serio la protección de los derechos de autor.
Pero la restricción de contenidos conllevó una reducción de tráfico y de usuarios. En 2013 despidió al 75% de su plantilla, después de que el Gobierno de Estados Unidos lo calificara como un sitio de almacenamiento de contenidos ilegales, al igual que Megaupload.
RapidShare nació en 2006 como servicio para facilitar la transferencia de archivos entre los internautas. Disponía de un servicio gratuito, que limitaba la velocidad y el número de archivos a descargar, y otro de pago o premium, sin límites. Ahora cierra sus descargas. «Gracias por tantos años de confianza», concluye el texto que firma el equipo de RapidShare en su página.