Vittorio 'Gorila' Brambilla, el piloto que celebró la victoria con un buen 'piñazo'

“Hay que volver a los verdaderos hombres pilotando de verdad, no jóvenes jugando sólo con los botones al volante”. Niki Lauda pedía recientemente la vuelta a monoplazas más exigentes y pilotos con el carácter para coger a sus coches por los cuernos. Quizás el austríaco miraba hacia su época. Y en ella, compartió parrilla con un quien era considerado uno de los epítomes del macho al volante. Se llamaba Vittorio Brambilla, alias ‘El Gorila de Monza’. Con su famoso apodo estaba todo dicho. Para rematar el perfil, había nacido junto al famoso circuito.

Vittorio ‘Gorila’ Brambilla, el piloto que celebró la victoria con un buen ‘piñazo’

Al margen de su singular personalidad, ‘El Gorila Brambilla’ protagonizó una de las anécdotas más curiosas de la Fórmula 1. Sólo ganó una carrera, pero lo celebró a su manera y como ningún otro. Fue en el Gran Premio de Austria de 1975.

“La gente no le hacía caso porque era mecánico”

Temperamental y todo ‘cuore’, Brambilla personificaba ese arquetipo en el que la testosterona encuentra su mejor terreno de juego en las carreras. Empezó en las dos ruedas para pasarse luego a los monoplazas; los títulos en la Fórmula 3 italiana y los resultados cosechados le permitieron seguir subiendo escalones hacia la F1. Por el camino también ejercía de mecánico ya que ayudaba en el taller de su padre y preparaba los coches de su hermano Tino, también piloto. Su destino estaba irremediablemente escrito desde el primer día. Correr era su pasión.

Y con esa vida paralela, el mecánico llegó a la Fórmula 1 apoyado una famosa marca de herramientas italiana, Beta Utensili, que le fue fiel durante casi toda su carrera. La simbiosis perfecta de marketing. Con un March privado y su decoración naranja resultaba inconfundible en cualquier parrilla. El temperamental pilotaje del ‘Gorila’ Brambilla ponía el resto al acumular una buena ristra de chasis a sus espaldas.

“Nunca fue valorado y no podía entenderlo”, decía de él Robin Heard, el diseñador de March: “La gente no le hacía caso porque era mecánico”. Pero el estigma también era una virtud porque “su comprensión de un coche de carreras le hacía alguien fantástico para trabajar; fue uno de los mejores probadores que hemos tenido”. Y claro, la testosterona del ‘Gorila’ también jugaba su papel. “No tenía el menor temor y a veces corría demasiados riesgos en carrera, pero era realmente bueno. Tenía un control del coche fantástico, se confirmó cuando llovía”. Como en aquel Gran Premio de Austria de 1975. “Qué momento, un momento para siempre…”, recordaría el propio Heard.

Diez segundos en dos vueltas

Aquel 17 de agosto se abrieron los cielos sobre el Osterreichring. Niki Lauda consiguió la pole por delante de James Hunt y Emerson Fittipaldi. Brambilla salía octavo. Aquella mañana, durante el ‘warm up’ Mark Donohue sufrió un grave accidente tras el que fallecería un par de días después.

En medio de una carrera plagada de incidentes, allá iba ese March 751 naranja, casi un Fórmula 2 que parecía flotar sobre las aguas. En la vuelta 25 ya era líder, con veinte segundos de ventaja sobre Hunt, al que sacó diez en sólo dos vueltas y batía la vuelta rápida de la carrera. Lauda había tirado la toalla y era quinto. La visibilidad disminuía y la cortina de agua arreciaba. El ‘aquaplanning’ en la recta desplazaba lateralmente a los monoplazas tres o cuatro metros. Eran tales las condiciones que la dirección de carrera anticipó el banderazo final a la vuelta 29. Inesperadamente, Brambilla se encontró con la bandera a cuadros, pero nadie le había regalado nada. Su temperamento latino explotó con la euforia.

Una inmensa cruzada que acabó contra los raíles

Al cruzar bajo la bandera a cuadros levantó un brazo para celebrarlo, se dice que fueron los dos. El propio Brambilla justificaría después que al levantar el pie del acelerador al entrar en meta se había quedado bloqueado y se caló el motor. El caso es que el piloto italiano se marcó una inmensa cruzada de centenares de metros en plena recta para sacudirse contra los raíles de la parte derecha de la pista. Involuntaria o no, como dirían los británicos, fue una celebración ‘in style’. Sus mecánicos, su hermano y todos se volvieron locos de alegría.

Brambilla dio su vuelta de honor con una singular estampa y el enorme morro del March totalmente descolgado y roto. Parecía un piloto derrotado por la lluvia, pero en realidad era lo contrario: había logrado la única victoria de su vida. Al terminar la carrera, ‘Il Capo’, como era conocido en su familia, cogió aquel enorme frontal y se lo llevó a su oficina donde permaneció toda su vida. Tenía 37 años cuando ganó, era el piloto más veterano de la parrilla.

Una rueda en la cabeza

A finales 1973, Enzo Ferrari le había llamado a su despacho para negociar un posible salto a la ‘Scudería’. Llegó a casa convencido de que ‘Il Commendatore’ le iba a dar uno de sus monoplazas y así se lo aseguró a su mujer. Al final el puesto fue para Lauda; fue un golpe muy duro. Tras su victoria en Austria, siguió en activo siempre como privado. Pero en 1978 tuvo la mala fortuna de que en el accidente múltiple del Gran Premio de Monza -que acabó con la vida de Ronnie Peterson-, un neumático suelto le golpeó en el casco. Le falto poco: entró en coma y tardó casi un año en recuperarse. En 1979, Alfa Romeo le llamó para su equipo oficial, pero comprendió que ya no era el mismo y al año siguiente se retiró. En 74 grandes premios, había logrado una victoria, una pole y una vuelta rápida.

El 26 de mayo de 2001, ‘El Gorila’ tenía un volante en las manos. Era el de su cortadora de césped. De repente, su motor se paró para siempre. Tenía 63 años. Hoy, ese enorme alerón roto de aquel March ganador ocupa un lugar de honor en la sede de Beta Utensili. Y una avenida en Monza lleva su nombre para siempre.

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