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La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que una de cada ocho muertes que se produjo en el mundo en 2012 estuvo causada por la contaminación atmosférica, principalmente por la alta concentración de partículas en suspensión en el aire, un contaminante procedente, en su mayoría, del tráfico rodado y marítimo, la industria y el polvo de obras. Por este motivo, siete instituciones científicas europeas, entre ellas el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), han recomendado a la Comisión Europea y a diversas Administraciones estatales y regionales del sur del continente que creen zonas de baja emisión en las que se prohíba la circulación de vehículos viejos que funcionan con gasoil y “favorecer” la entrada de coches eléctricos.
Para ilustrar esta recomendación, los científicos recuerdan las medidas tomadas en los países del norte de Europa. En concreto, el estudio pone como ejemplo a Alemania, donde desde 2008 se han decretado una sesentena de zonas de baja emisión, en las que solo pueden circular los vehículos que emitan menos cantidades de partículas (PM2.5 y PM10). Según los científicos, el país germánico es de los pocos en los que esta medida ha sido “efectiva”.
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Las recomendaciones de los científicos son el resultado del proyecto Airuse Life+, financiado por la Unión Europea y realizado durante tres años en Atenas, Oporto, Barcelona, Florencia y Milán, para estudiar el origen y la efectividad de las medidas para reducir la polución de este contaminante, que es causante de enfermedades respiratorias, infartos de miocardio y varios tipos de cáncer. En su lista de 70 riesgos para la salud, la OMS sitúa a la contaminación como la novena y la primera causa ambiental.
El estudio se ha centrado en los países del sur de Europa, donde, según Xavier Querol, investigador del CSIC en el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA) y coordinador del proyecto Airuse Life+, la contaminación por partículas en suspensión tiene condiciones y fuentes de emisión particulares, más relevantes que en el norte del continente. “El hecho de que la lluvia sea menos abundante en las ciudades del sur hace que la atmósfera no se limpie y las partículas estén continuamente en suspensión”, asegura Querol.
El estudio revela también que durante los últimos años han aumentado las emisiones de otros focos: las estufas y calderas de biomasa. El consumo de este combustible se ha disparado; en 2012 se quemaron 15 millones de toneladas de pellets en el mundo, y se prevé que en cinco años esta cantidad se multiplique por cuatro o cinco, según las previsiones del operador forestal global Ekman.
Aunque en los países del norte de Europa ya se había generalizado su uso, a raíz del aumento del precio de otras fuentes de energía como la electricidad y los combustibles fósiles, este tipo de instalaciones se ha multiplicado en el sur del continente. Este crecimiento, sin embargo, no ha ido acompañado de una certificación que regule la calidad del combustible. “Es clave su regulación ya que algunos de los pellets que se están utilizando, como los de madera reciclada, arrojan niveles muy importantes de contaminantes y actualmente no hay ninguna certificación en los países del sur de Europa”, explica Querol.
El genocidio de las abejas es todo un rompecabezas para la ciencia. Entre sus posibles culpables están hongos, virus y parásitos de los propios insectos polinizadores, la menor diversidad de flores de la agricultura moderna, el calentamiento global o pesticidas modernos como los neonicotinoides. Ahora, un doble estudio ha encontrado nuevas pruebas contra éstos últimos: las abejas prefieren el néctar con dos de los neonicotinoides más usados. Y, con el otro, los abejorros no crean nuevas colmenas.
Los neonicotinoides son toda una maravilla de la química moderna (ver apoyo). Basados en una compleja reformulación de la nicotina, por su mecanismo de acción, su inocuidad para los mamíferos o su aparente capacidad para discriminar entre insectos malos y buenos para la planta, se habían convertido en la gran promesa de la agricultura prolífica pero sostenible. Sin embargo, la acumulación de estudios llevó a la Unión Europea a prohibirlos en 2013, moratoria que tiene que revisar a final de año. Este plazo ha hecho que los investigadores se afanen en estudiar cómo afectan estos pesticidas a los polinizadores.
Las abejas y abejorros alimentados con sacarosa y pesticida tienden a comer menos
Esta semana, la revista Nature ofrece nuevos argumentos para que la moratoria pase de temporal a definitiva. Dos estudios, uno de campo y el otro en laboratorio, muestran la conflictiva relación entre neonicotinoides y abejas. Los resultados del segundo son los más impactantes: como los humanos con el tabaco, las abejas y abejorros prefieren el néctar que contiene estos pesticidas tan sofisticados, y eso que no le sacan sabor.
«La nicotina afecta a ciertos receptores neuronales del cerebro humano, y este es uno de los mecanismos que la hace adictiva para los fumadores», recuerda la coautora de este estudio, Geraldine Wright. «La diana molecular de los neonicotinoides en los insectos son esos mismo receptores. Sabemos que están distribuidos por todo el sistema nervioso del insecto», añade esta profesora de neuroetiología de los insectos de la Universidad de Newcastle (Reino Unido).
Wright y sus colegas realizaron una serie de experimentos con abejorros y abejas melíferas que desmontan algunas de las virtudes de los neonicotinoides. Varios estudios han sostenido que estos insectos evitan el néctar y polen de plantas tratadas con estos pesticidas. En sus ensayos, colocaron a los abejorros y las abejas en cajas durante 24 horas. Cada caja tenía tres tubos. Uno llevaba a una solución a base de agua. Otro a una basada en sacarosa, como ingrediente básico del polen y del néctar. En el otro tubo probaron diferentes dosis de los tres neonicotinoides más usados: clotianidina, tiametoxam e imidacloprid.
Salvo en el caso de las soluciones con clotianidina, en el resto, los insectos preferían libar de las que contenían los otros dos neonicotinoides en vez de hartarse de sacarosa. Y eso que ajustaron la dosis de pesticida a las observadas en entornos reales. Más sorprendente aún fue comprobar que, comparados con los de las cajas de control (que solo tenían o agua o azúcares), los insectos con pesticida a su alcance tendían a comer mucho menos, como si les saciara más el pesticida.
En una segunda fase, los investigadores se centraron en la química de este fenómeno. Querían saber si las soluciones con pesticida les gustaban más a las abejas y los abejorros. En realidad lo que buscaban era si los insectos, como estudios anteriores han sugerido para otras especies, evitan los neonicotinoides. Los animales con probóscide detectan los nutrientes gracias a unas neuronas gustativas que tienen en este apéndice, la mayoría de las veces extensible y retráctil, que les permite llegar a lo más escondido de la flor. Comprobaron que, en presencia de pesticidas, la probóscide no se retraía. También vieron que sus neuronas gustativas se excitaban ante la solución con alguno de los tres neonicotinoides.
Nuestros datos sugieren que la comida con neonicotinoides es más gratificante para las abejas», dice la autora de uno de los estudios.
«Nuestros datos sugieren que la comida con neonicotinoides es más gratificante para las abejas. Tiene el potencial de ser adictivo pero no lo hemos estudiado formalmente todavía», aclara Wright. La comparación con el efecto de la nicotina del tabaco en humanos es inevitable.
Sin embargo, los defensores de los neonicotinoides o, al menos, de la necesidad de más investigación, siempre han argumentado que los experimentos en laboratorio tienden a usar dosis de pesticidas mayores que en entornos reales. También aseguran que, en el campo, la mayor diversidad de fuentes de comida, mitiga el impacto real de estos insecticidas.
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Para comprobar estas debilidades, otro grupo de investigadores, cuyo trabajo también publica Nature, ha realizado uno de los mayores experimentos en entornos reales hechos hasta ahora. Seleccionaron 16 fincas del sur de Suecia, todas cultivadas con colza. En ocho de ellas, las semillas habían sido tratadas previamente con un pesticida a base de clotianidina y un fungicida no sistémico (una de las ventajas de los neonicotinoides es que aplicado en la semilla permanece y se extiende por toda la planta a medida que crece). En los otros ocho campos, la colza solo fue tratada con el fungicida.
En el entorno de las fincas estudiaron cuatro especies de insectos polinizadores: un abejorro, la abeja solitaria Osmia bicornis, colonias de abeja silvestre y, por último, colmenas de abeja europea o melífera. Las controlaron durante un año, en especial, en la floración de la colza. Encontraron cuatro fenómenos destacados.
En primer lugar, vieron que la densidad de población de abejorros y abejas salvajes era menor en las zonas cercanas a los campos de soja tratadas con el neonicotinoide. De hecho, esta densidad aumentaba a medida que se alejaban de la finca. En cuanto a la abeja solitaria, vieron un comportamiento muy diferente entre las nacidas en zona de pesticida y las que se habían criado libre de su influjo: en seis de las últimas fincas, las abejas construyeron sus propias colmenas por ninguna en los otros campos.
Algo similar comprobaron con los abejorros (Bombus terrestris). Estos insectos sociales también tienen una reina que se apoya en decenas o centenares de trabajadores. Cada año, las nuevas reinas deben emigrar y crear su propia colmena. Los investigadores colocaron seis colmenas comerciales (de las que se usa para polinizar) en cada campo. Al acabar la temporada de floración vieron que en los campos de soja con clotianidina el número de nuevas colmenas era muy inferior. No solo eso, sus colmenas originales no habían ganado peso, un indicador directo de que o habían recolectado menos polen y néctar o el número de trabajadores se había reducido. Ambos datos reflejarían una peor salud de la colmena.
Sin embargo, los investigadores no encontraron que las abejas melíferas se vieran perjudicadas por la clotianidina. A diferencia de los abejorros o la abeja silvestre, el número de ejemplares adultos en las colmenas no era muy diferente entre las instaladas en unos campos u otros. Esta buena noticia para la Apis mellifera tendría que ser investigada más a fondo. En todo caso, los autores de la investigación creen que este resultado aconseja no usar estas abejas como modelo para los estudios sobre el impacto de los futuros plaguicidas neonicotinoides.
«En este punto, ya no es creíble sostener que el uso agrícola de los neonicotinoides no daña a las abejas silvestres», dice el entomólogo Dave Goulson, uno de los mayores expertos en insectos polinizadores, que no ha participado en ninguno de estos dos estudios. En cuanto a las abejas melíferas, Goulson opina que deben contar con una ventaja que las haga más resistentes, quizá su mayor número por colmena.
Preguntada por la moratoria sobre el uso de los neonicotinoides en Europa, la bióloga británica Geraldine Wright cree necesario hacer un balance entre los costes y beneficios de su prohibición: «Si valoramos a nuestras abejas y los otros polinizadores, deberíamos prohibir el uso de estas sustancias en los cultivos con flores donde estos polinizadores estén en peligro de entrar en contacto con ellas».
Documento: ‘Seed coating with a neonicotinoid insecticide negatively affects wild bees’
Mucha gente sospecha que su sangre tiene un bouquet muy especial para los mosquitos porque amanecen cubiertos de picaduras mientras a sus compañeros de habitación ni les tocan. Para estas personas, la buena noticia es que los científicos están un paso más cerca de saber por qué sufren tantos picotazos; la mala, que sus hijos herederán este calvario. Porque según un estudio que se conoce hoy, nuestra genética sería el factor determinante en la elección de menú de los mosquitos. La importancia de este asunto, en un mundo en el que millones de personas mueren por enfermedades transmitidas por estos insectos, va mucho más allá del martirio de molestas noches de verano.
Los científicos especulan si algunas personas están desarrollando en sus genes una defensa natural frente a las picaduras
La clave para el hallazgo han sido casi cuarenta parejas de gemelas a las que se ha expuesto a la picadura de los mosquitos. De estas, 18 eran gemelas idénticas —que comparten el 100% de sus genes— y 19 mellizas, para comprobar si su genética determinaba el comportamiendo de los mosquitos. Los mosquitos sí mostraron preferencia entre alguna de las mellizas, mientras que elegían con el mismo interés a las gemelas idénticas, lo cual indica que ahí podría estar la clave. La conclusión es muy clara, según los científicos de las universidades de Londres, Florida y Nottingham que han realizado el estudio: «Nuestros resultados demuestran un componente genético subyacente al tipo de olor humano, una diferencia genética que es detectable por los mosquitos a través de nuestro olor y que se utiliza durante la selección de la persona».
Estudios previos habían mostrado que esencialmente es el olor corporal el elemento clave que atrae a los mosquitos hacia las personas. También se sabía que este atractivo puede variar en función de otros factores: por ejemplo, beber cerveza parece atraer más las picaduras. Estos insectos también se sienten atraídos por la temperatura corporal, el sudor, la emisión de CO2, la ropa de colores oscuros, las bacterias de la piel y las embarazadas, por ejemplo, según han mostrado otros trabajos científicos. Sin embargo, si los mosquitos se encontraran a dos personas tomando cerveza en una terraza, en las mismas condiciones, seguirían teniendo preferencia por una de las dos. Ahora tenemos una buena prueba de que es un regalo de sus padres, vía genes, lo que provoca que algunos se tengan que rascar más.
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De los 400 tipos de compuestos que exudan las personas, el 85% tienen un origen genético, pero identificar la combinación que atrae a los mosquitos es una tarea muy complicada. «El siguiente paso es seguir trabajando para determinar los genes implicados en el control del olor corporal que manipula el comportamiento del mosquito», explica James Logan, líder de este estudio que se publica hoy en PLoS ONE. La sangre es un elemento esencial en el ciclo vital de la mayoría de las especies de mosquitos ya que proporcionan a las hembras las proteínas necesarias para producir huevos.
Los investigadores sugieren en su trabajo que quizá la diferencia no se deba tanto a que algunas personas atraen más a estos insectos por reacciones metabólicas sino que, al contrario, algunas estarían desarrollando en sus genes una estrategia de defensa natural que las protege frente a las picaduras, que han sido un notorio vector de transmisión de enfermedades desde hace millones de años.
Podríamos desarrollar un fármaco que aumente la producción natural de repelentes en el cuerpo», asegura el investigador
Todas las gemelas voluntarias escogidas para el estudio habían superado la menopausia, para evitar que factores como el ciclo menstrual influyera en los mosquitos, y se les pidió que no tomaran cerveza, ajo y cebolla para que no surgieran olores específicos que modificaran su comportamiento. Aun así, la muestra es pequeña para dar los resultados como definitivos. La correlación entre las gemelas idénticas es tan alta, sin embargo, que implicaría que la atracción ejercida sobre los mosquitos es tan hereditaria como la altura, uno de los rasgos genéticos más marcados.
«La información de este estudio nos dice más acerca de cómo los mosquitos interactúan con nosotros», asegura Logan, director del Centro de Pruebas para el Control de Artrópodos de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. «Cuando identifiquemos los genes implicados seremos capaces de examinar a las personas para determinar su nivel de riesgo ante las picaduras de mosquitos y podríamos desarrollar un fármaco que aumente la producción natural de repelentes en el cuerpo y, por lo tanto, minimizar la necesidad de usar repelentes sobre la piel», afirma. Los mosquitos contagian cada año a millones de personas enfermedades como la malaria y el dengue en todo el mundo, especialmente en países en los que el acceso a cuidados médicos es más problemático.
Heritability of Attractiveness to Mosquitoes – DOI:10.1371/journal.pone.0122716
«Casi cualquier estadounidense estaría de acuerdo en que la función principal de la NASA es la de explorar el espacio. Es lo que inspira a los niños y las niñas de todo el país. Me preocupa que la NASA deje de centrar la atención en su misión principal», señaló el senador republicano Ted Cruz durante la reciente vista para revisar el presupuesto solicitado por la NASA. A Cruz le parece que la agencia espacial gasta demasiado en estudiar la situación de la Tierra, ya que esa no es su función. Frente a él, el administrador de la NASA, Charles Bolden, le respondió: «Es absolutamente fundamental que comprendamos la situación de la Tierra, porque este es el único lugar que tenemos para vivir». Y añadió: «No podremos ir a ninguna parte si el Centro Espacial Kennedy [desde donde se lanzan las misiones espaciales] queda sumergido bajo las aguas».
El presidente del comité de Medio Ambiente del Senado niega el cambio climático con una bola de nieve en febrero
Este rifirrafe ejemplifica muy bien la situación en la que ha quedado la supervisión de la ciencia tras las elecciones legislativas del año pasado en las que el partido republicano consiguió el control de las dos cámaras del Congreso. La presidencia de todos los comités y subcomités han quedado no solo en manos de los conservadores, sino de los más duros en su rechazo a la ciencia que muestra las causas del cambio climático, la evolución o la creación de la Tierra. En este contexto, el lanzamiento de la carrera presidencial augura que esta postura se fortalecerá, por ejemplo, con la candidatura que acaba de presentar Ted Cruz.
La semana pasada, el candidato Cruz aseguró en una entrevista que los defensores del cambio climático de origen humano son como inquisidores medievales: «El conocimiento científico aseguraba que la Tierra es plana, y este hereje llamado Galileo fue calificado de negacionista». Cruz no solo se ponía en el lugar del científico —Galileo— y a la comunidad científica en el papel de la Inquisición; además, confundía el célebre caso del astrónomo italiano, que fue perseguido por defender que el Sol no giraba alrededor de la Tierra. La cuestión del planeta esférico la habían zanjado Magallanes y Elcano 42 años antes de que Galileo naciera.
Ted Cruz se siente como Galileo y dibuja a la comunidad científica como «defensores de que la Tierra es plana»
Cruz, que no cree que estudiar los cambios en su planeta pertenezca a la misión central de la NASA, está equivocado: el primer objetivo que establecía la ley que la fundó fue «la expansión del conocimiento humano de los fenómenos en la atmósfera y el espacio«. Desde la perspectiva del senador texano, que no cree en el origen humano del cambio climático, las «ciencias de la tierra» no son «ciencias duras». Cruz asegura que no es verdad que la Tierra se haya calentado en los últimos 15 años, frente a los datos que muestran que, por ejemplo, 2014 fue el más cálido desde que se tienen registros. Su opinión importa porque preside el subcomité del Senado que supervisa las actividades de la NASA y, aunque no tiene capacidad ejecutiva sobre la agencia, puede torpedear con requerimientos y leyes su labor científica.
No es el único representante que parece dispuesto a ponerle palos en las ruedas a la ciencia en EE UU, en lo que el astrónomo y divulgador Phil Plait considera «probablemente, el grupo de políticos más anticientífico que este país ha visto en décadas». Marco Rubio —»no creo que la actividad humana esté causando estos cambios dramáticos en nuestro clima de la forma en que los científicos lo están retratando»— está al frente del subcomité del Senado que supervisa al otro gran organismo de investigación del clima: la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA). Mientras los republicanos piden que sea la NOAA y no la NASA la que investigue el clima, los propios republicanos promovieron una iniciativa para la NOAA gaste menos en el estudio del clima y más en las predicciones meteorológicas.
La diferencia entre clima y tiempo es clara para el reparto presupuestario, pero fue convenientemente olvidada por Jim Inhofe, senador de Oklahoma, al tirar una bola de nieve dentro de la cámara en febrero mientras decía: «Seguimos escuchando que 2014 ha sido el año más cálido registrado, ¿y saben lo que es esto? Es una bola de nieve. Y es de aquí fuera. Porque fuera hace mucho, mucho frío». Inhofe, conocido negacionista del cambio climático, publicó en 2012 un libro en el que lo denominaba El mayor bulo (The Greatest Hoax). En él, aseguraba que la Biblia explica en el Génesis que siempre habrá estaciones, calor y frío, y que pensar que los humanos podían cambiar eso es muy arrogante por parte de los científicos.
Neil DeGrasse Tyson cree, en cambio, que lo importante es «el dinero», no «lo que pienses o lo que digas»
Hace dos semanas, el rotativo británico the Guardian revelaba en portada que Inhofe había financiado su campaña con dinero del entorno de la petrolera BP. Paradójicamente, Inhofe ha sido elegido para presidir el comité de Medio Ambiente del Senado, responsable de estudiar y proponer medidas contra el cambio climático. Desde ahí lleva tres meses torpedeando todos los planes del presidente Barack Obama en materia medioambiental, como por ejemplo los referidos a la reducción de emisiones, o en otros capítulos, al oponerse al envío de ayuda a los países afectados por el ébola. También obstaculiza el trabajo de la Agencia de Protección Ambiental (EPA), una de las instituciones menos apreciadas por los republicanos: solo un 36% de sus votantes aprueba su labor, frente al 80% de los demócratas.
Inhofe, Rubio y Cruz podrán tomar ejemplo de Lamar Smith, compañero de partido y presidente del comité de Ciencia de la Cámara de Representantes desde 2013, donde ha mostrado cómo aprovechar sus atribuciones para perjudicar el trabajo de instituciones como la Fundación Nacional para la Ciencia (NSF, el mayor organismo de financiación científica de EE UU) y la propia EPA. Junto a sus pegas al cambio climático, se suma su fijación con las ciencias sociales y el sentido utilitarista de la investigación. Así, viene poniendo innumerables pegas a la NSF y menospreciando públicamente aquellos trabajos —industria textil de Islandia desde los vikingos, las razones por las que visten velo las turcas o la polarización política de Twitter— que no le parecen dignos de apoyo público.
El comité de Ciencia, Espacio y Tecnología, presidido por Lamar Smith, cuenta con otros miembros como Paul Broun, que asegura que la Tierra fue creada en seis días hace 9.000 años, y Todd Akin, que se oponía al aborto porque el cuerpo de la mujer «tiene mecanismos» para no quedarse embarazada en caso de «violación legítima». En ese comité se encuentra el único físico de entre los 435 miembros del Congreso: el demócrata Bill Foster.
El pasado enero, aprovechando la ley que permitiría la construcción del oleoducto Keystone (vetado por Obama), la minoría coló una enmienda para que los republicanos se tuvieran que retratar sobre el cambio climático. La enmienda se limitaba a señalar que el calentamiento es real y no un bulo (hoax). Aunque incluía la misma expresión que su libro, hasta el senador Inhofe voto a favor de esa enmienda: 98 senadores sí creen que es real y solo uno voto en contra. Roger Wicker, senador por Misisipi, pasaba oficialmente a la historia como el único senador que cree que el cambio es un engaño.
Los miembros del comité de Ciencia de la Cámara creen que la Tierra tiene 9.000 años y que la mujer puede evitar un embarazo cuando la violan
Wicker preside el subcomité del Senado encargado del empleo verde y la nueva economía que surja de «la inversión en tecnologías y prácticas que reduzcan la huella de carbono o de la emisión de otros contaminantes, incluidas las que mejoren la eficiencia energética, la conservación, o fuentes de energía renovables». Además, la presidenta del comité de Energía y Recursos Naturales cree que el cambio climático es real, pero que lo están causando los volcanes. El físico y divulgador Michio Kaku ha definido toda esta situación como «poner al zorro a cuidar del gallinero».
Después de que Mitt Romney haya decidido no presentarse a las presidenciales, solo queda un candidatable en el partido republicano, Lindsey Graham, que haya defendido en público la idea de que las actividades humanas han contribuido al calentamiento global.
La semana pasada, la revista Science dedicaba un duro editorial a las injerencias de la política en la ciencia de EE UU y ponía varios ejemplos, como las presiones para no relacionar la sismicidad de Oklahoma con el fracking, o la instrucción que obligaba a no usar la expresión «cambio climático» en los documentos elaborados por los empleados del Departamento de Medio Ambiente de Florida. En respuesta a este episodio, el astrónomo y divulgador Neil DeGrasse Tyson ha sentenciado: «La ciencia no es política. Esto es como derogar la ley de la gravedad por haber ganado unos kilos la semana pasada». Aunque el propio DeGrasse Tyson insistía en que lo importante no son las apariencias, sino las políticas reales, y recordaba que la Administración Bush aumentó el presupuesto en ciencia, mientras la de Clinton disminuyó el de la NASA: «Lo que importa en el Congreso es el dinero. (…) No me interesa lo que digas o lo que pienses. Me interesan las leyes y las políticas».
Un grupo de científicos ha descubierto tres nuevas especies de lagartos con forma de dragón en los Andes de Perú y Ecuador. Las especies descubiertas difieren de sus parientes más próximos en el color, el tamaño y el ADN, según una investigación que se publica hoy en la revista ZooKeys.
Omar Torres-Carvajal, investigador del Museo de Zoología QCAZ (Ecuador), Pablo J. Venegas (CORBIDI, Peru), y Kevin de Queiroz (Museo Nacional de Historia Natural Smithsonian, EE UU) han realizado su descubrimiento en los Andes tropicales y, según aseguran, es un «hecho llamativo, teniendo en cuenta que estas nuevas especies están entre los lagartos más grandes y llamativos de los bosques de Sudamérica».
Los lagartos del género Enyalioides, al que pertenecen estas tres especies, son diurnos y viven en las selvas tropicales, como el Chocó, así como los bosques a ambos lados de los Andes. Estas nuevas especies incrementan el número de lagartos Enyalioides a 15. En 2006 sólo se conocían siete.
«El hecho de que más de la mitad de estos reptiles se hayan descubierto en los últimos años debería ser tenido en cuenta por las personas que están al cargo de las agencias de conservación», ha dicho en una nota el doctor Torres-Carvajal.
Tienen forma de culebra, de máquina de chucherías, de barco de juguete, de aspiradora, patas de burro, tracción de tanque y capacidades de submarino. Se podría decir que quedan pocas cosas en el mercado de la robótica que no se estén usando en los lúgubres sótanos de Fukushima, donde las lentas labores de desmantelamiento avanzan a un ritmo de décadas. Los operarios no pueden trabajar —ni siquiera acercarse— en el interior de los tres reactores accidentados, donde ya se ha confirmado que se han fundido los núcleos de combustible atómico, que emiten una radiación que acabaría con la vida de los héroes de Fukushima. Esta semana, Tepco ha colado por primera vez dos robots cilíndricos capaces de cambiar de forma para que repten por el interior del reactor, en su mismo corazón, que ahora emite letal radiación en lugar de producir energía.
Los rayos cósmicos confirman que se fundió el corazón de Fukushima
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Japón aprueba reactivar los primeros reactores tras Fukushima
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El primero de los robots tubulares articulados —puede moverse en forma de I, de L y de U— se perdió tras cinco horas de trabajo en el interior de la vasija del reactor, atrapado en una estrechez entre una tubería y una rejilla tras cambiar de ruta por encontrarse numerosos escombros inesperados, según explica la operadora Tepco en una nota, después de haber ensayado su viaje por el reactor en una maqueta a escala real. A pesar del contratiempo, ofreció valiosas indicaciones como su capacidad de resistencia a los elevados niveles de radiación del núcleo. Hoy, los responsables de Fukushima han enviado un segundo robot, también equipado con sensores y cámaras, para completar las tareas de inspección de ese punto clave. En las últimas semanas, se han usado detectores de rayos cósmicos para confirmar que el corazón de los reactores se ha fundido, pero para conocer su situación exacta habrá que usar nuevas versiones anfibias de estos robots articulados que puedan sumergirse en los sótanos inundados.
Es la aventura más arriesgada hasta ahora, pero ni de lejos la primera: desde el momento del accidente, la empresa y las autoridades han volcado la responsabilidad de las tareas más delicadas en la robótica. Es el apartado estrella del departamento de innovación y desarrollo de tecnologías —en el que participan organizaciones y empresas multinacionales— que se enfrenta al desafío imposible de resolver una situación a la que nadie se ha enfrentado antes. En los primeros momentos tras el accidente se usó un dron, el T-Hawk, para observar desde el aire el estado de los edificios siniestrados. Para entrar por primera vez en ellos, más adelante utilizaron robots de los que se emplean en delicadas operaciones en amenazas de bomba, como el PackBot, con un brazo articulado para interactuar y abrirse paso, diseñado por iRobot, una compañía estadounidense que triunfa con las aspiradoras inteligentes.
Desde entonces, se han puesto en práctica los robots-burro de Toshiba, con cuatro patas articuladas capaces de caminar sobre superficies irregulares; una especie de periscopio con ruedas pensado para tomar imágenes de lugares elevados; potentes aspiradoras para recoger el polvo radiactivo; un robot de ruedas magnéticas capaz de sellar grietas; y unos gigantones retro destinados a la limpieza criogénica. Además, por las incesantes inundaciones que sufre el complejo de Fukushima, se han desarrollado máquinas anfibias y acuáticas, como un barco de Hitachi capaz de navegar en las aguas contaminadas o este escarabajo submarino.
Estos aparatos no se usan de uno en uno, sino que se han puesto a trabajar en equipo en varias ocasiones. Operados desde una sala de control, se usó el FRIGO-MA (de Mitsubishi), capaz de subir y bajar escaleras sin problemas, para tomar imágenes y mediciones de los gases del edificio 3. Para iluminar la estancia y mejorar la película, le apoyaba con su luz el PackBot. Junto a ellos, estaba en todo momento el Quince 2 (desarrollado por organismos públicos), para dar apoyo en caso de que se desconectara el cable del robot protagonista.