Mikel Landa contradice a sus piernas al no querer ser el nuevo Froome del pelotón

Muchos ciclistas jóvenes nacidos en el País Vasco y alrededores deben sentir envidia hacia aquellos más mayores que ellos que sabían que el Euskaltel Euskadi iba a estar ahí para acogerlos cuando empezaran a destacar. Ahora, una vez desaparecido el mítico equipo naranja, el futuro del pelotón vasco es más complicado. Uno de los últimos en disfrutar esa etapa fue Mikel Landa. Tiempo después, pasada una etapa de maduración en bicicleta, que no en bodega, el de Murguía se encuentra en una disyuntiva que no es nueva en el ciclismo, pero que se repita las veces que se repita sigue siendo extraña a la par que hermosa: la situación Froome-Wiggins.

En el podio de los Campos Elíseos no todo eran las naturales sonrisas que endulzan el ambiente en una celebración festiva. Arriba del todo, en el escalón más alto de esa escalera trifásica que sube y baja, había un inglés que nació en Gante vestido de amarillo y alegre, pero a la vez melancólico. Lo primero lo sentía porque era antinatural no rezumar un mínimo de alegría al ser el primer británico en ganar el Tour de Francia (en una edición especial del mismo, por cierto, muy cortés con todo lo que con el Reino Unido tenía que ver); lo segundo lo sentía porque sabía que el compañero que estaba a su derecha, un tal Chris Froome, no ganó porque su equipo no le dejó hacerlo. El que estaba en todo lo alto era Bradley Wiggins.

Fue un Tour extraño aquel de 2012. Las dos mayores atracciones de aquel entonces en el ciclismo planetario eran Andy Schleck y Alberto Contador y ninguno de los dos tomó la salida en Lieja. Desde un inicio las etapas se fueron sucediendo y los velocistas se las repartieron, permitiendo a Cancellara mantener el jaune durante una larga semana, hasta que un día, Froome decidió tomar las riendas de la carrera y empezar a ordenar la clasificación. El Sky se guisó y se comió aquel Giro con glotonería y tuvo hasta la posibilidad de decidir, literalmente, el ganador. Fue el equipo el que frenó a Froome en las grandes etapas de montaña, el que evitó que le comiera el poco terreno de diferencia que le llevaba su líder Wiggins. Y fue aquello lo que detonó una bomba entre ambos de la que aún hoy hay graves heridas de metralla.

El dominio territorial de Astana en el Giro 2015 no está siendo ni de lejos tan absolutista como lo fue el de Sky en esa Grande Boucle, pero tiene ante sí una situación no menos similar a lo que sucedió a los dos corredores más completos de aquella plantilla. El que lleva el primer dorsal de la formación en Astana es Fabio Aru, líder indiscutible de los kazajos y principal baza para luchar por el rosa con Contador. Pero por detrás fue apareciendo sigilosamente un corredor alavés llamado Mikel Landa que, de repente, donde se forjaron los grandes, en Madonna di Campiglio, explotó con un estruendo celestial para hacer dudar a cualquiera.

A Mikel Landa no se le esperaba en este Giro. Los que le conocen dicen que es el futuro del ciclismo español, pero hasta que no ha dado un golpe sobre la mesa, nadie le tenía en gran consideración dentro de la corsa rosa. Cuando acumuló varias etapas en el podio de la general se le consideraba un invitado de excepción al fabuloso duelo que se estaba viviendo entre Aru y Contador, Contador y Aru. De esa dualidad debía nacer el ganador de la competición. Y así será, porque a Milán llegará de rosa Contador a no ser que haya un cataclismo. La cosa es que ese cataclismo bien puede llamarse Landa.

El que sí sabía de su potencial es Beppe Martinelli, el director de Astana que lo llevó a Italia como segundo por detrás de Aru. “Acabarán Aru y él segundo y tercero en el Giro, que era nuestro objetivo”, decía el italiano a El País, quién sabe si ya se imaginaba que Richie Porte iba a irse con más pena que gloria. Martinelli sabe que Landa está en un momento de forma soberbio, fresco, ligero y con una ambición propia de un chaval que hace poco que salió de los sub-23. “Lo daré todo por mi líder”, dijo el propio Landa en la jornada de descanso de este lunes. Nadie lo duda, así lo ha hecho hasta ahora, trabajando como un gregario más del Astana, siempre vigilante del devenir de Aru en contraste con la soledad insufrible de Contador, dejado de la mano del Tinkoff-Saxo.

Pero a lo largo de esta última y meteórica semana de carrera, al corredor vasco le surgirá una duda que ya resolvió de manera excelsa la primera vez que le vino a la mente: si me encuentro bien, con mucha fuerza, ¿tengo que aguantarme para ayudar a mi jefe de filas o me atrevo y ataco a Contador? 4:46 es demasiado terreno para recuperar, sobre todo con un Contador que está deseoso de demostrar al planeta que puede ganar Giro, Tour y lo que se le ponga por delante. Sin embargo, Mikel Landa tiene ante sí la oportunidad de empezar a escribir su nombre con letras de oro en el ciclismo… y ya que está, de obtener un gran contrato, puesto que el suyo con Astana se acaba. Se habla de Sky, el equipo de Froome y de Wiggins… Qué poético.

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