“La religión no tiene nada que decirme sobre mi trabajo”

En 1964, Robert Wilson y Arno Penzias, dos ingenieros de la compañía Bell Labs, andaban ocupados construyendo una nueva antena de comunicaciones. Durante su trabajo, detectaron un ruido de fondo que no eran capaces de eliminar y que no sabían de dónde procedía. Finalmente, aquella radiación fue identificada como el fondo cósmico de microondas, una radiación fósil que era como una especie de eco del Big Bang. El descubrimiento, que mereció el premio Nobel, daba la razón a los científicos que habían defendido la idea de que el universo comenzó en un pequeño punto extremadamente caliente y denso desde el que se expandió.

James Peebles (Winnipeg, Canadá, 1935) fue uno de los científicos que había predicho la existencia de aquella radiación de fondo. Poco antes del hallazgo de los ingenieros de Bell, había planeado su búsqueda junto a otros investigadores de la Universidad de Princeton (EE UU). Según el físico canadiense, ni él ni sus compañeros expresaron decepción alguna por haber sido adelantados en una carrera con el Nobel de fondo. “Lo que existía era emoción ante los datos sobre el origen del universo que estaban allí para ser medidos y analizados”, aseguraba en un artículo que recordaba el 50 aniversario del hallazgo.

La inflación podría resultar errónea y no me sorprendería»

Ayer ofreció una conferencia en la sede de la Fundación BBVA en Madrid titulada El descubrimiento y la expansión del universo. En una conversación unas horas antes de su intervención confiaba en que aquella excitación que sintió tras el descubrimiento de la evidencia del Big Bang sea compartida por mucha gente y muy diversa. “Mucha gente en EE UU o en Europa está fascinada con nuestros descubrimientos; puede que vayan a charlas como la que doy hoy, y después vayan a misa y no tengan problema con eso”.

Pregunta. ¿Ha cambiado mucho nuestro conocimiento sobre el universo desde que usted comenzó a investigar?

Respuesta. Ha cambiado increíblemente. Cuando comenzamos, hace cincuenta años, se hablaba del Big Bang, pero era un concepto muy especulativo. Había muy poca evidencia de que hubiese sucedido. El descubrimiento de esta radiación fósil hace cincuenta años y los estudios posteriores, realizados con un detalle espectacular, han permitido consolidar la idea de que el universo se expandió desde un estado denso y caliente. Es un avance extraordinario.

P. Pese al avance que menciona, da la sensación de que en cosmología, al menos desde el punto de vista de los no especialistas, no ha habido descubrimientos del impacto cultural del Big Bang

R. Las ciencias naturales dependen de las observaciones. Las ideas están bien, pero son tan buenas como las pruebas que las sustentan. La noción de un universo que se expande ya no es revolucionaria, pero las pruebas de que es algo que realmente sucede son el gran avance. También tenemos importantes avances teóricos, como el planteamiento de la materia oscura y la energía oscura. Tenemos pruebas convincentes de que estos conceptos son reales, pero no puedo decirle lo que son o si hay alguna alternativa mejor.

Si un creyente quiere nadar, es mejor que lo haga igual que un no creyente»

P. ¿Hay algún descubrimiento que le habría parecido especialmente sorprendente hace medio siglo?

R. Habría sido una serie de sorpresas. La ciencia ha avanzado de una forma más o menos progresiva durante los últimos cincuenta años. Ha habido muchos descubrimientos importantes, pero el efecto acumulativo es mayor que cada uno individualmente. A veces se realizan observaciones clave que tiene una gran importancia, pero con mucha mayor frecuencia es la acumulación de pequeños avances, que se suman unos a otros, lo que nos da una ciencia desarrollada. En cualquier caso, si me hubiesen dicho hace cincuenta años cómo se iba a producir este proceso, no me lo habría creído.

P. Desde fuera, puede parecer que los grandes descubrimientos vienen de la nada, de momentos de inspiración.

R. Hay descubrimientos impresionantes que sorprenden a todo el mundo, pero son raros. Lo más normal son estos avances progresivos que después es posible que aparezcan de repente en los medios como un gran hallazgo. El descubrimiento del fondo cósmico de microondas fue transformador. La mera existencia de esta radiación fue una gran vergüenza para la teoría competidora de hace 50 años de la teoría del estado estacionario [defendían un cosmos estático, que siempre fue y siempre será, en el que la materia se crea lenta y constantemente].

Recientemente, hubo una gran excitación con el descubrimiento de BICEP2 de una polarización que podría haberse debido a ondas gravitacionales producidas durante la inflación. Eso habría completado uno de los puntos incompletos de nuestra teoría, porque no podemos asegurar qué pasó antes de que el universo comenzase a expandirse. La mejor apuesta que tenemos es la inflación, pero las evidencias que lo apoyan son escasas. Si el hallazgo de BICEP2 se hubiese confirmado, me habría dado más confianza en que la inflación es la respuesta adecuada y eso habría sido de verdad otro experimento transformador. Pero al final no se confirmó.

No encuentro interesantes las predicciones sobre el futuro del universo»

P. ¿Le sorprendería que la idea de la inflación se descartase por los resultados de otros experimentos?

R. No. La inflación podría resultar errónea y no me sorprendería. Si aparecen evidencias de que el universo no se expande, algo que creo que no sucederá, sí estaría sorprendido de verdad. Diría que las posibilidades son cero, pero no debería decir cero. No creo que haya una teoría que sea absolutamente correcta.

Por poner un ejemplo, respecto a la conservación de la energía, en EE UU tú no puedes patentar una máquina de movimiento eterno. Hay una buena razón para eso. Los experimentos han mostrado muchas veces que la energía se conserva y, sin embargo, en la teoría de la relatividad general, la energía no se conserva. Pero las máquinas de movimiento eterno son extremadamente improbables. No podemos asegurar que no existen, porque no podemos llegar a la última verdad. Eso es cierto incluso en las matemáticas. En ciencia solo tenemos aproximaciones excelentes.

Noticias del origen del universo

«El Big Bang es parecido a un agujero negro pero al revés»
El Big Bang cumple 50 años
El papa Francisco: “El Big Bang no contradice a Dios, lo exige”
Japón estudia el origen del universo debajo de una montaña

P. Pero sus descubrimientos, pese a parecer más limitados que las certezas que puede ofrecer la religión, influyen mucho en la ideología de la gente, en cómo se mira al mundo.

R. Espero que tenga razón, pero por ejemplo en EE UU tenemos unos políticos bastante curiosos, gente en niveles muy elevados que considera la noción de un universo que se expande como una abominación, porque no está escrito en la biblia. Si me pregunta cuál es la influencia de la religión en mi trabajo, yo diría que la religión no tiene nada que decirnos. Pero también diría que nosotros no tenemos nada que decirle a la religión. Son ámbitos diferentes y mucha gente se siente cómoda con eso.

P. De hecho George Lemaître, uno de los padres de la idea del Big Bang, era un sacerdote católico. ¿Lo conoció?

R. Cuando él estaba empezando a retirarse yo empezaba a subir. No lo conocí en persona, pero conocí su trabajo y lo admiro. En los años treinta entendió muy bien la teoría de la relatividad de Einstein, era un individuo excepcional. Por supuesto, era muy religioso, pero no tenía problema reconciliando los dos ámbitos. Él dijo una cosa que me gusta mucho. Si un creyente quiere nadar, es mejor que lo haga igual que un no creyente. Y lo mismo sucede con las ciencias naturales, si un creyente trabaja en ellas debe hacerlo como un no creyente.

P. Además de ayudar a conocer el pasado del universo, la física hace predicciones sobre cuál será su destino final. ¿Hay alguna que le parece más interesante?

R. No encuentro muy interesantes estas predicciones. El pasado se entiende mucho mejor que el futuro porque hay fósiles. El futuro es fascinante. Podemos decir que el mundo acabará. Pero nuestra ciencia tiene muchas dificultades para entender el futuro, porque no entendemos bien la energía oscura, que está afectando el ritmo de expansión del universo ahora, y puede tener un efecto muy grande en el futuro o no, dependiendo de la naturaleza de la energía oscura, que desconocemos. ¿Seguirá expandiéndose el universo o se contraerá de nuevo hasta producir un Big Crunch? Para mí es una pregunta poco interesante porque no hay forma de poner a prueba las respuestas.

Las abejas prefieren néctar con pesticidas

El genocidio de las abejas es todo un rompecabezas para la ciencia. Entre sus posibles culpables están hongos, virus y parásitos de los propios insectos polinizadores, la menor diversidad de flores de la agricultura moderna, el calentamiento global o pesticidas modernos como los neonicotinoides. Ahora, un doble estudio ha encontrado nuevas pruebas contra éstos últimos: las abejas prefieren el néctar con dos de los neonicotinoides más usados. Y, con el otro, los abejorros no crean nuevas colmenas.

Los neonicotinoides son toda una maravilla de la química moderna (ver apoyo). Basados en una compleja reformulación de la nicotina, por su mecanismo de acción, su inocuidad para los mamíferos o su aparente capacidad para discriminar entre insectos malos y buenos para la planta, se habían convertido en la gran promesa de la agricultura prolífica pero sostenible. Sin embargo, la acumulación de estudios llevó a la Unión Europea a prohibirlos en 2013, moratoria que tiene que revisar a final de año. Este plazo ha hecho que los investigadores se afanen en estudiar cómo afectan estos pesticidas a los polinizadores.

Las abejas y abejorros alimentados con sacarosa y pesticida tienden a comer menos

Esta semana, la revista Nature ofrece nuevos argumentos para que la moratoria pase de temporal a definitiva. Dos estudios, uno de campo y el otro en laboratorio, muestran la conflictiva relación entre neonicotinoides y abejas. Los resultados del segundo son los más impactantes: como los humanos con el tabaco, las abejas y abejorros prefieren el néctar que contiene estos pesticidas tan sofisticados, y eso que no le sacan sabor.

«La nicotina afecta a ciertos receptores neuronales del cerebro humano, y este es uno de los mecanismos que la hace adictiva para los fumadores», recuerda la coautora de este estudio, Geraldine Wright. «La diana molecular de los neonicotinoides en los insectos son esos mismo receptores. Sabemos que están distribuidos por todo el sistema nervioso del insecto», añade esta profesora de neuroetiología de los insectos de la Universidad de Newcastle (Reino Unido).

Wright y sus colegas realizaron una serie de experimentos con abejorros y abejas melíferas que desmontan algunas de las virtudes de los neonicotinoides. Varios estudios han sostenido que estos insectos evitan el néctar y polen de plantas tratadas con estos pesticidas. En sus ensayos, colocaron a los abejorros y las abejas en cajas durante 24 horas. Cada caja tenía tres tubos. Uno llevaba a una solución a base de agua. Otro a una basada en sacarosa, como ingrediente básico del polen y del néctar. En el otro tubo probaron diferentes dosis de los tres neonicotinoides más usados: clotianidina, tiametoxam e imidacloprid.

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La ‘Osmia bicornis’ es una abeja solitaria que, en los campos de colza tratada con pesticida, cuida menos las celdas y tiene menos crías. / Morgan Boch

Salvo en el caso de las soluciones con clotianidina, en el resto, los insectos preferían libar de las que contenían los otros dos neonicotinoides en vez de hartarse de sacarosa. Y eso que ajustaron la dosis de pesticida a las observadas en entornos reales. Más sorprendente aún fue comprobar que, comparados con los de las cajas de control (que solo tenían o agua o azúcares), los insectos con pesticida a su alcance tendían a comer mucho menos, como si les saciara más el pesticida.

En una segunda fase, los investigadores se centraron en la química de este fenómeno. Querían saber si las soluciones con pesticida les gustaban más a las abejas y los abejorros. En realidad lo que buscaban era si los insectos, como estudios anteriores han sugerido para otras especies, evitan los neonicotinoides. Los animales con probóscide detectan los nutrientes gracias a unas neuronas gustativas que tienen en este apéndice, la mayoría de las veces extensible y retráctil, que les permite llegar a lo más escondido de la flor. Comprobaron que, en presencia de pesticidas, la probóscide no se retraía. También vieron que sus neuronas gustativas se excitaban ante la solución con alguno de los tres neonicotinoides.

Nuestros datos sugieren que la comida con neonicotinoides es más gratificante para las abejas», dice la autora de uno de los estudios.

«Nuestros datos sugieren que la comida con neonicotinoides es más gratificante para las abejas. Tiene el potencial de ser adictivo pero no lo hemos estudiado formalmente todavía», aclara Wright. La comparación con el efecto de la nicotina del tabaco en humanos es inevitable.

Sin embargo, los defensores de los neonicotinoides o, al menos, de la necesidad de más investigación, siempre han argumentado que los experimentos en laboratorio tienden a usar dosis de pesticidas mayores que en entornos reales. También aseguran que, en el campo, la mayor diversidad de fuentes de comida, mitiga el impacto real de estos insecticidas.

Todo sobre las abejas y su misteriosa desaparición

La UE relaciona los pesticidas con la muerte masiva de las abejas
La Comisión Europea prohibirá temporalmente los pesticidas que matan a las abejas
La desaparición de las abejas amenaza el 70% de cultivos para consumo humano
El errático vuelo de las abejas
La reducción de variedades de flores está matando a las abejas

Para comprobar estas debilidades, otro grupo de investigadores, cuyo trabajo también publica Nature, ha realizado uno de los mayores experimentos en entornos reales hechos hasta ahora. Seleccionaron 16 fincas del sur de Suecia, todas cultivadas con colza. En ocho de ellas, las semillas habían sido tratadas previamente con un pesticida a base de clotianidina y un fungicida no sistémico (una de las ventajas de los neonicotinoides es que aplicado en la semilla permanece y se extiende por toda la planta a medida que crece). En los otros ocho campos, la colza solo fue tratada con el fungicida.

En el entorno de las fincas estudiaron cuatro especies de insectos polinizadores: un abejorro, la abeja solitaria Osmia bicornis, colonias de abeja silvestre y, por último, colmenas de abeja europea o melífera. Las controlaron durante un año, en especial, en la floración de la colza. Encontraron cuatro fenómenos destacados.

En primer lugar, vieron que la densidad de población de abejorros y abejas salvajes era menor en las zonas cercanas a los campos de soja tratadas con el neonicotinoide. De hecho, esta densidad aumentaba a medida que se alejaban de la finca. En cuanto a la abeja solitaria, vieron un comportamiento muy diferente entre las nacidas en zona de pesticida y las que se habían criado libre de su influjo: en seis de las últimas fincas, las abejas construyeron sus propias colmenas por ninguna en los otros campos.

Algo similar comprobaron con los abejorros (Bombus terrestris). Estos insectos sociales también tienen una reina que se apoya en decenas o centenares de trabajadores. Cada año, las nuevas reinas deben emigrar y crear su propia colmena. Los investigadores colocaron seis colmenas comerciales (de las que se usa para polinizar) en cada campo. Al acabar la temporada de floración vieron que en los campos de soja con clotianidina el número de nuevas colmenas era muy inferior. No solo eso, sus colmenas originales no habían ganado peso, un indicador directo de que o habían recolectado menos polen y néctar o el número de trabajadores se había reducido. Ambos datos reflejarían una peor salud de la colmena.

Sin embargo, los investigadores no encontraron que las abejas melíferas se vieran perjudicadas por la clotianidina. A diferencia de los abejorros o la abeja silvestre, el número de ejemplares adultos en las colmenas no era muy diferente entre las instaladas en unos campos u otros. Esta buena noticia para la Apis mellifera tendría que ser investigada más a fondo. En todo caso, los autores de la investigación creen que este resultado aconseja no usar estas abejas como modelo para los estudios sobre el impacto de los futuros plaguicidas neonicotinoides.

«En este punto, ya no es creíble sostener que el uso agrícola de los neonicotinoides no daña a las abejas silvestres», dice el entomólogo Dave Goulson, uno de los mayores expertos en insectos polinizadores, que no ha participado en ninguno de estos dos estudios. En cuanto a las abejas melíferas, Goulson opina que deben contar con una ventaja que las haga más resistentes, quizá su mayor número por colmena.

Preguntada por la moratoria sobre el uso de los neonicotinoides en Europa, la bióloga británica Geraldine Wright cree necesario hacer un balance entre los costes y beneficios de su prohibición: «Si valoramos a nuestras abejas y los otros polinizadores, deberíamos prohibir el uso de estas sustancias en los cultivos con flores donde estos polinizadores estén en peligro de entrar en contacto con ellas».

En esta noticia

Documento: ‘Seed coating with a neonicotinoid insecticide negatively affects wild bees’

Un 1% de la recaudación por 'crowdfunding' en España fue para la ciencia en 2014

Durante 2014, los proyectos de crowdfunding recaudaron un total de 62 millones de euros, según datos de un estudio de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) en colaboración con la Asociación Española de Crowdfunding. De ellos, apenas 800.000 euros se destinaron a donaciones para la ciencia.

«El objetivo es aumentar el porcentaje de donaciones de ciudadanos a la ciencia a través de crowdfunding hasta el 30% del total, tal como sucede en el resto de Europa”, declaró el director general de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), José Ignacio Fernández Vera, durante la II Jornada de Financiación de la Ciencia e Innovación Social (FCIS 2015).

De los 8.400 millones que las fundaciones privadas invirtieron en obra social, tan solo 100 se destinaron a la investigación y la ciencia

Por su parte, Pere Gascón, presidente del Comité Organizador del Congreso dijo que la sociedad, «pese a que cada vez más se está percibiendo la importancia del trabajo de nuestros científicos y su valor para el progreso, aún no ha visto la necesidad de colaborar activamente con estas iniciativas de financiación colectiva, aunque ya hay diversas plataformas especializadas y experiencias consolidadas de crowdfunding, sobre todo en el ámbito cultural”.

Esta jornada, que reúne a unos 150 expertos de todo el Estado en financiación de proyectos científicos, tiene como principal objetivo, “aportar conocimiento, potenciar ideas, crear sinergia y estimular la creatividad a la hora de plantear proyectos científicos para su financiación, más allá de los recursos públicos”, apuntó Carme Carmona, presidenta del Comité organizador.

Donaciones con la misma fiscalidad que las de cultura u obra social

Asimismo, el director de la FECYT señaló que de los 8.400 millones que las fundaciones privadas invirtieron en obra social, tan solo 100 se destinaron a la investigación y la ciencia. “Es necesario –añadió– mayor concienciación social en la sociedad para la ciencia y hacerla más atractiva fiscalmente para aumentar el porcentaje de inversión”.

En este sentido, una inminente disposición de Ley equiparará las desgravaciones fiscales de la cultura u obra social a la Ciencia (75% a las donaciones que no superen los 150€).

Geoingeniería: un modo de paliar el cambio climático, pero no sus causas

Algunos científicos estudian métodos para manipular el clima de la Tierra como si fuera un termostato, con la idea de que se podría revertir el calentamiento global con una reducción artificial de la temperatura del planeta. Ese es el controvertido objetivo de la geoingeniería, que estudia cómo enfriar el planeta con métodos como generar cierto tipo de nubes que reflejen más la luz solar o arrojar partículas de sulfato en la estratosfera para bloquear los rayos solares.

Mientras que algunas voces piden tener en cuenta esta tecnología, otras advierten de que la geoingeniería nunca se ha probado, puede tener resultados imprevisibles y distrae de la verdadera solución al cambio climático: reducir los gases de efecto invernadero. Según los críticos, es como un medicamento que reduciría los síntomas, pero no las causas, de la fiebre que acalora al planeta.

Estos métodos se basan en la manipulación humana del clima, como generar cierto tipo de nubes de hielo -cirros- para que reflejen más la luz solar o usar aviones para que rocíen aerosoles de sulfato en la estratosfera. Este último ejemplo está inspirado en la reducción de las temperaturas globales durante meses, alrededor de medio grado centígrado, tras la erupción en 1991 del volcán Pinatubo (Filipinas), que arrojó a la atmósfera toneladas de gases.

«El mundo es más complicado que los modelos informáticos»

Ken Caldeira, de la universidad de Stanford (EE.UU.), es uno de los pioneros mundiales en geoingeniería, y aunque en sus muchos estudios dedicados a la materia concluye que estos métodos enfriarían el planeta, es absolutamente contrario a emplearlos.

Caldeira espera que nunca se apliquen los modelos que estudia y los ve únicamente como opciones de urgencia ante una potencial situación catastrófica, explica a Efe en Viena durante la reunión de la Unión Europea de Geociencias, que concluye mañana. «Está claro que los riesgos son elevados, el mundo real es más complicado que los modelos climáticos que manejamos, y no podemos estar seguros de lo que pasaría», sostiene.

Ken Caldeira, Departamento de Ecología Global de la Universidad de Stanford

Para él, la única forma de luchar contra el cambio climático es reducir los gases de efecto invernadero, pero en caso de que el mundo se enfrentase a una situación límite, el método más rápido de enfriar el planeta sería emitir aerosoles a la estratosfera. «Cambiar de sistema energético lleva alrededor de medio siglo, e incluso entonces no enfriaría el planeta sino que evitaría que siguiera calentándose», recuerda.

«Si llegado el caso -añade- hubiera alguna presión para enfriar el planeta de forma rápida, lo único que un político podría hacer es poner en marcha uno de estos sistemas de geoingeniería solar. Y si el líder de un país tiene a millones de personas a punto de morir de hambre y cree que puede hacer algo para salvar sus vidas, me resulta difícil de imaginar que no lo usara», razona.

«En algún momento en el futuro podría tener sentido utilizarlo, pero espero que no lleguemos a esa situación», confía.

«Los riesgos son demasiado altos»

Caldeira recuerda que otros científicos abogan por utilizar ya estas tecnologías en lugar de esperar a una situación de crisis. «Dicen: ¿por qué esperar a que surja una crisis? ¿por qué no usarlo antes? Para mí los riesgos son demasiado altos», expone.

¿Por qué tiene tan mala prensa la geoingeniería? «Es sensato ser muy escéptico sobre las intenciones de interferir en ciertos procesos de escala planetaria», responde, aunque matiza que es partidario de seguir estudiándola pero de no usarla. El uso de esta tecnología es además tan barato que cualquier país tendría acceso, expone Caldeira, y recuerda que su efecto es global.

‘Es sensato ser muy escéptico sobre las intenciones de interferir en ciertos procesos de escala planetaria’

Según sus estudios, aunque la temperatura de la Tierra en conjunto bajaría, en algunas regiones se podrían trastocar ciertos ciclos, como en los trópicos, con reducción de las precipitaciones.

Otros estudios

La geoingeniería es objeto de un intenso debate, con numerosos estudios apuntando a que se desconocen sus efectos profundos.

Una investigación presentada en este encuentro en Viena advierte de las «incertidumbres» que generaría utilizar esos aerosoles, ya que llevarían «a un estado climático completamente nuevo».

Así, según Hannele Korhonen, del Instituto de Meteorología de Finlandia, si se produjese una gran erupción volcánica mientras esa técnica de geoingeniería estuviese activa es «probable» que en amplias partes de Europa, América del Norte y la Antártica aumentara la temperatura en hasta 1,5 grados centígrados.

«Existen grandes incertidumbres sobre la viabilidad y el impacto climático» de la geoingeniería, resumió Korhonen a los periodistas.

La megaerupción del volcán que parió a Frankenstein puede repetirse

El verano de 1816 no existió. La escritora londinense Mary Shelley y su compatriota poeta Lord Byron se refugiaron de la lluvia y los cielos tenebrosos en una mansión a la orilla del lago Lemán, al norte de los Alpes. Y ante el fuego de la chimenea, en aquel verano que nunca fue, a Shelley se le ocurrió el personaje de Frankenstein y Lord Byron escribió el poema Oscuridad, que arrancaba: “Tuve un sueño, que no era del todo un sueño. El brillante sol se apagaba…”.

Ellos no lo sabían, pero el origen de la oscuridad y el frío que los encerraron en casa aquel segundo invierno se encontraba a miles de kilómetros de allí. El volcán Tambora, en la actual Indonesia, había empezado a vomitar sus entrañas más de un año antes, llegando a su culmen entre el 10 y el 11 de abril de 1815. Su megaerupción, la más devastadora de los últimos 750 años, se llevó por delante la vida de más de 60.000 personas, en su mayoría víctimas de la hambruna.

Los gases con azufre que expulsó Tambora eclipsaron la luz del Sol, sepultando el siguiente verano en buena parte del hemisferio Norte y arruinando las cosechas. Miles de personas tuvieron que lanzarse a comer gatos y ratas, según recuerda el vulcanólogo Stephen Self, de la Universidad de California en Berkeley (EE UU).

El mal tiempo provocado por la erupción del Tambora inspiró a Mary Shelley para escribir Frankenstein

Dos siglos después de la tragedia del Tambora, Self es uno de los expertos que alertan de que la humanidad no está preparada para la siguiente megaerupción. Incluso un país como Japón desconoce al menos el 40% de las grandes erupciones de sus volcanes en el pasado.

“Ha llegado la hora de explorar sistemáticamente todos los registros disponibles de erupciones […] para que tengamos más oportunidades de comprender los futuros peligros potenciales”, clama hoy Self, junto a su colega Ralf Gertisser, de la Universidad de Keele (Reino Unido), en la revista científica Nature Geoscience.

Los autores creen que el 200 aniversario de la erupción que parió a Frankenstein debería servir como un recordatorio de la amenaza volcánica. En enero, un informe técnico, elaborado por la red de vulcanólogos Global Volcano Model y por la Asociación Internacional de Vulcanología y de Química del Interior de la Tierra, advertía de que hay un 33% de probabilidades de que se produzca una erupción como la de Tambora a lo largo del siglo XXI.

El informe concentra el 90% del riesgo en cinco países: Indonesia, Filipinas, Japón, México y Etiopía. Para Self, “Indonesia es la mayor preocupación, debido a la densidad de la población y al número de volcanes. La próxima erupción puede ser incluso de un volcán sin erupciones conocidas”, advierte. En 1883, la erupción del volcán Krakatau, en la parte occidental del archipiélago indonesio, provocó la muerte de 34.000 personas.

La mayor erupción conocida fue hace 74.000 años en la isla de Sumatra y dejó un agujero de 100 kilómetros

No muy lejos, en la isla de Sumatra, se produjo la mayor erupción conocida por el ser humano. Fue hace 74.000 años. La explosión del volcán Toba creó un agujero de 100 kilómetros de largo por 60 de ancho, hoy ocupado por un lago. “Fuera de Indonesia me preocupa el volcán Taal, en Filipinas, cercano a una región densamente poblada, la de Manila [más de 25 millones de personas], y con un historial difícil de precisar”, añade Self.

El vulcanólogo, que también trabaja para el organismo que regula las centrales nucleares en EEUU, cree que disponer de un registro detallado de las megaerupciones de los últimos miles de años ayudaría a predecir futuras catástrofes. “Tendríamos una idea mucho más aproximada de la frecuencia, aunque obviamente todavía existirían patrones que no entenderíamos, ya que los volcanes están muy extendidos por el planeta y reaccionan a diferentes fuerzas. Algunos acontecimientos son debidos al azar, e incluso algunos vulcanólogos sostienen que las erupciones son esencialmente impredecibles”, explica a Materia.

Erupción del volcán filipino Pinatubo en 1991. / USGS

Self y su colega recuerdan que la nube de cenizas expulsada en la erupción del volcán islandés Eyjafjallajökull en 2010 obligó a cancelar miles de vuelos en Europa, pese a tratarse de un evento ridículo comparado con la explosión del Tambora hace 200 años. El volcán indonesio escupió unos 40 kilómetros cúbicos de material. Una de las erupciones más violentas del siglo XX, la del filipino Pinatubo en 1991, apenas expulsó cinco kilómetros cúbicos.

Las erupciones volcánicas son imposibles de predecir», opina el vulcanólogo Juan Carlos Carracedo

Para Self, “hay muchas cosas que podemos hacer” para blindarnos ante una futurible megaerupción, como “tomar precauciones para proteger los aviones, modificar los planes de vuelo y planear diferentes cultivos” en algunas regiones. “Pero no las haremos a menos que la probabilidad de una futura gran erupción sea alta o, dicho de otra forma, que la amenaza sea real”, sentencia.

El veterano vulcanólogo español Juan Carlos Carracedo es más escéptico. Este experto, profesor emérito en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, cree que, por ejemplo, no tiene sentido recordar la megaerupción que hubo hace 640.000 años en la zona del Parque Nacional Yellowstone (EE UU) como si fuera algo que va a repetirse próximamente. “Hacer estas especulaciones solo sirve para intranquilizar a la gente”, opina. Aquella gigantesca explosión cubrió de ceniza gran parte de Norteamérica.

“Hay muy pocas erupciones como para poder hacer un análisis estadístico. En Canarias hemos tenido 16 en los últimos 500 años, unas separadas por 20 años y otras, por 237 años. Las erupciones volcánicas son imposibles de predecir, solo podemos conseguir una detección temprana cuando ya han empezado. Si hay una supererupción, nos enteraremos todos los del planeta cuando ocurra”, zanja.

Documento:

‘Tying down eruption risk’

‘Little Foot’, la nueva protagonista de la evolución humana

Hasta ahora, la película que cuenta los orígenes de la humanidad tenía un primer protagonista clarísimo. Antes de que hubiese humanos sobre la faz de la tierra, existieron los australopitecos, monos con cerebro de chimpancé que andaban erguidos y apenas superaban el metro de estatura. Entre todos ellos destaca Lucy, la australopiteca que vivió hace entre tres y cuatro millones de años en Etiopía y que es el supuesto ancestro de todos los miembros del género humano, incluidos los Homo sapiens.

Este protagonismo de Lucy (y el tronco del árbol genealógico de la humanidad) acaban de tambalearse debido a la nueva datación de los fósiles de Little Foot. Se trata de otra especie de mono erguido que vivió en Sudáfrica y que, según sus descubridores, tiene unos 3,6 millones de años, es decir, fue coetánea de Lucy y candidata a ser el primer ancestro conocido de todos los humanos.

Little Foot era una australopiteca, como Lucy, pero de una especie más grande y alta (medía algo menos de metro y medio). Tenía los hombros muy fuertes, los brazos largos y, aunque bípeda, sus pies aún estaban diseñados para colgarse de los árboles. Su nombre científico es Australopithecus prometheus.

Un mal día, Little Foot cayó en una sima y murió en lo que hoy es Sterkfontein, a 40 kilómetros de Johannesburgo. Sus restos no se localizaron hasta 1997, en la oscuridad de una cueva a más de 20 metros de profundidad y sepultados en roca. Ron Clarke, uno de sus descubridores, explica que su equipo tardó 13 años en separar los huesos del mineral y poder subirlos a la superficie, aún sepultados en un ataúd de sedimentos. Desde entonces han pasado tres años limpiando los fósiles y reconstruyéndolos, aunque todo ha merecido la pena: ha resultado ser el esqueleto más completo de un australopiteco. Está casi entero y, además de un brazo y una mano en articulación y los pequeños huesos del pie de los que recibe su apodo (pie pequeño en inglés), destaca su espectacular cráneo.

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Reconstrucción del ‘A. prometheus’ / Laurent Bruxelles

Reconstrucción del ‘A. prometheus’

La gran pega para aceptar a Little Foot como protagonista de los primeros compases de la evolución humana es su controvertida antigüedad. El terreno de la cueva se ha removido y cambiado mucho, tanto por fenómenos geológicos como por la dinamita de los mineros que sacaron de la roca esquirlas de hueso que ayudaron, un siglo después, a que Clarke encontrara el esqueleto. Su equipo y el de otros especialistas han hecho diferentes dataciones. Las más favorables apuntan a que podría tener hasta cuatro millones de años. Otros grupos le dan poco más de dos millones de años, es decir, posterior a la aparición de los primeros humanos.

En 2014 se publicó una nueva datación de sedimentos supuestamente de la fecha de su muerte que indicaba una edad de al menos tres millones de años. Ahora, el equipo de Clarke recurre a la última técnica de datación que quedaba disponible: la cosmogénica. Se basa en el tipo de átomos de aluminio y berilio contenidos en el cuarzo que encapsula el fósil. Esos elementos cambian por el bombardeo de los rayos cósmicos llegados del espacio y los convierte en una especie de reloj dentro de la piedra. Los resultados, publicados hoy en Nature, concretan una antigüedad de 3,67 millones de años con un margen de error de 160.000 años, todo un embrollo científico, según Clarke.

“Hasta ahora la gente consideraba que los australopitecos más antiguos que se conocen [como Lucy] eran los ancestros directos de todo lo que vino después”, explica a Materia el paleoantropólogo de la Universidad del Witwatersrand (Suráfrica). “Ahora podemos demostrar que no eran las únicas especies que vivían hace 3,5 millones de años y la verdad es que no podemos saber cuál de ellas es nuestro ancestro directo”, recalca.

Caras poco humanas

Los rasgos físicos tampoco parecen ayudar demasiado. “Lucy es mucho más pequeña que Little Foot y menos parecida a un gorila, pero ninguno de los dos tiene rasgos humanos en su cara, es imposible decir cuál de ellas está más cerca de nosotros”, añade.

“Es posible que nuestro verdadero ancestro no sea ninguno de los australopitecos que conocemos”

Así las cosas, el origen de los humanos antes de ser humanos se bifurca. Pudo empezar con Lucy en Etiopía hace entre tres y cuatro millones de años y luego desembocar en los primeros miembros del género Homo, una opción reforzada por el reciente hallazgo allí del humano más antiguo, hace 2,8 millones de años. Por otro lado, la nueva datación en Sudáfrica “mete a Little Foot de nuevo en la carrera” y podría ser este australopiteco que vivió en una zona reconocida por la Unesco como la Cuna de la Humanidad el que diese lugar a “Homo habilis, nuestro ancestro”, explica Laurent Bruxelles, coautor del presente estudio.

Expertos independientes reconocen la importancia del trabajo, pero recalcan que lo mejor está aún por llegar. “Este estudio casi cierra definitivamente la polémica de la datación”, opina Carlos Lorenzo, arqueólogo de Atapuerca e investigador del IPHES. El verdadero plato fuerte llegará, dice, cuando el equipo de Clarke desvele el estudio completo de todo el esqueleto de Little Foot, en especial de su cráneo y sus dientes que contienen rasgos claves para saber cómo de parecido era a los humanos que surgirían después y si se le puede considerar nuestro ancestro.

Clarke espera publicar las primeras descripciones de este excepcional espécimen el próximo año, aunque se la coge con papel de fumar desde ya: “Es posible que nuestro verdadero ancestro no sea ninguno de los australopitecos que conocemos”.

Los bebés aprenden de lo inesperado

Pocas cosas estimulan más a un científico que un hecho inesperado, porque los datos que no encajan en la teoría vigente suelen señalar el camino hacia una teoría mejor. Así progresa la ciencia. Y también así es como aprenden los bebés, según un bello y eficaz experimento de las psicólogas Aimee Stahl y Lisa Feigenson, de la Universidad Johns Hopkins en Baltimore (EE UU). Los niños de 11 meses se aburren con los objetos que se comportan de forma predecible, como una pelota que rebota en la pared, y centran su atención en los que violan las expectativas, como una pelota que atraviesa la pared. En cierto modo, los bebés reproducen la historia de la ciencia.

El paralelismo con la ciencia no se agota ahí, porque los bebés no solo utilizan lo inesperado para enfocar su atención, sino también para diseñar los siguientes experimentos. Cuando ve que una pelota parece atravesar la pared, el bebé toma la pelota y empieza a golpearla, como para comprobar si es un objeto sólido. Dar golpes a una pelota puede parecer un experimento un poco grueso, pero esperen a ver la siguiente prueba.

Para los niños pequeños, el mundo es un lugar increíblemente complejo y lleno de estímulos dinámicos»

En esta segunda prueba, la pelota –siempre según los trucos que han perpetrado las psicólogas— no atraviesa la pared, sino que va moviéndose por un carril que tiene un gran agujero en el centro. Lo esperable es que la pelota caiga por el agujero, y cuando eso ocurre los bebés no se interesan por el fenómeno. Solo se fijan en él si la pelota no cae por el agujero y, como en el caso anterior, eso les lleva a experimentar con la pelota. Pero esta vez no le dan golpes, sino que la toman en sus manos y la dejan caer al suelo: lo que quieren comprobar ahora no es si se trata de un objeto sólido, sino si está sometido a la gravedad. El trabajo de Stahl y Feigenson, que han repetido estos y otros experimentos con 110 bebés de 11 meses, se presenta en Science.

Todas estas pelotas que atraviesan paredes o violan la ley de la gravedad no son más que trucos, lo que puede parecer una crueldad con los pobres bebés, que ni siquiera se han podido presentar como voluntarios para el estudio. Pero la psicología experimental suele consistir precisamente en eso: en tomar el pelo a los sujetos de estudio para aprender algo sobre los mecanismos normales de la mente humana. Los sujetos suelen ser estudiantes universitarios que se ganan unos créditos a cambio de someterse a todas esas perrerías. A los bebés, ni créditos.

Los misterios del cerebro

148 personas que han visto el mundo al revés
El hombre que aprendió de los cerebros reventados en la Guerra Civil
El cerebro calcificado de Lenin
Los cerebros malditos del nazismo

Pero ¿en qué se basa el modelo del mundo de un bebé de 11 meses? ¿De dónde han sacado ese conocimiento cuya violación parece despertar su instinto experimental? La interpretación de las autoras es que se trata de un conocimiento que viene puesto de serie, lo que los científicos cognitivos llaman una “física innata”, y que compartimos con el resto de los animales. Cuando un perro coge con la boca la pelota que le has tirado, está exhibiendo su conocimiento instintivo de las leyes de Newton: tiene que calcular la parábola que va a describir el proyectil, y lo hace sin calculadora, y sin siquiera tiempo para usar una.

En cierto modo, los bebés reproducen la historia de la ciencia

“Para los niños pequeños”, dice Feigenson, “el mundo es un lugar increíblemente complejo y lleno de estímulos dinámicos. ¿Cómo saben los aprendices en qué centrarse, sobre qué merece la pena aprender más, y qué ignorar? Nuestra investigación indica que los niños usan lo que ya saben sobre el mundo para generar predicciones. Cuando esas predicciones resultan incorrectas, los niños usan esa discordancia como una oportunidad especial para aprender”. Justo como los científicos.

Feigenson deduce también que la motivación última de los bebés no es meramente aprender algo más sobre los objetos que violan sus expectativas, sino llegar a entenderlos. De ahí que los experimentos que hace el bebé con la pelota parezcan diseñados específicamente para la violación concreta de su modelo interno del mundo que la pelota ha parecido ejecutar, como atravesar la pared o desafiar a la gravedad.

En fin, ya ven que la vida de un bebé de 11 meses es mucho más dura de lo que parece a primera vista. Sobre todo si tienen la mala suerte de dar con dos psicólogas de Baltimore.

Documento

‘Observing the unexpected enhances infants’ learning and exploration’

El ‘Boyhood’ de las estrellas

En una de las películas más aclamadas de la última temporada, la estadounidense Boyhood, el director Richard Linklater seguía al niño protagonista durante 12 años, mostrando su brutal viaje desde la infancia hasta la adolescencia. Ahora, un equipo encabezado por el astrofísico español Carlos Carrasco ha repetido el rodaje pero, en lugar de enfocar sus cámaras a una familia normal de clase media, ha dirigido su objetivo hacia las estrellas.

Los investigadores han observado por primera vez en tiempo real la metamorfosis de una joven estrella masiva, 300 veces más luminosa que nuestro Sol. La estrella, a una distancia de 4.200 años luz de la Tierra, fue retratada por primera vez en 1996. Entonces, “era como un aspersor, emitía materia en todas direcciones”, según Guillem Anglada, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía (CSIC) y coautor del estudio.

Transcurridos 18 años, los científicos volvieron a poner sus ojos en la estrella, mediante el radiotelescopio Karl G. Jansky, localizado en las secas Llanuras de San Agustín, en Nuevo México (EE UU). Como el niño de Boyhood, la estrella se había transformado. “Ahora era como el chorro de una manguera focalizado”, resume Anglada.

El hallazgo, que se publica hoy en la revista Science, ilumina una etapa clave para entender el universo: el nacimiento de las estrellas masivas, algunas de las cuales llegan a ser un millón de veces más luminosas que el Sol. En su muerte, estas megaestrellas explotan, formando supernovas que dispersan elementos pesados, como el hierro, y otros ingredientes fundamentales de los planetas. El hierro de las lentejas es el mismo que escupen estos fenómenos estelares.

El hallazgo ilumina una etapa clave para entender el universo: el nacimiento de las estrellas masivas

La joven estrella, bautizada W75N(B)-VLA 2, parece ahora el sable de luz de doble hoja de Darth Maul, el personaje de la saga cinematográfica Star Wars. “Es su manera de desprenderse del exceso de masa y bajar su velocidad de rotación. Nuestro Sol rota sobre sí mismo una vez cada 27 días. Si no hubiera perdido masa de joven, giraría una vez por segundo”, explica Anglada. Sin este proceso de limpieza interior, las estrellas no llegarían a formarse. Su endiablada velocidad las despedazaría.

En el descubrimiento ha intervenido el factor suerte. Las estrellas se forman en el interior de nubes de gas y polvo a partir de objetos más densos que colapsan por su propia gravedad. El proceso dura centenares de miles de años, pero los astrofísicos han conseguido capturar la evolución de W75N(B)-VLA 2 en tan solo 18 años.

El equipo de Anglada ya observó en 2001 un estrella masiva muy joven que expulsaba materia en todas las direcciones. Parecía protegida por una esfera perfecta, algo que no cuadraba con los modelos teóricos, que pronosticaban que estas estrellas deberían expulsar la materia en chorros en una misma dirección, no como un aspersor. El Boyhood estelar muestra ahora que la eyección esférica es solo una primera etapa, hasta que se forman los chorros por efecto de la interacción con el medio externo, una especie de rosquilla de gas y polvo más densa que el resto de la nube. El campo magnético también puede desempeñar un papel, según los autores.

Anglada dirigió en el CSIC la tesis doctoral de Carlos Carrasco, hoy en el Centro de Radioastronomia y Astrofisica de la Universidad Nacional Autónoma de México. “Es una de esas leyendas urbanas”, explica Anglada, en referencia a las declaraciones del presidente del CSIC, Emilio Lora-Tamayo, que calificó en diciembre la fuga de cerebros de “leyenda urbana”. Desde entonces, la Asociación para el Avance de la Ciencia y la Tecnología en España ha publicado fotografías de 440 científicos españoles en el extranjero.

Ciencia en Español

Aceite de pescado: un complemento, no una medicina

En la actualidad, el aceite de pescado es el tercer complemento dietético más consumido en Estados Unidos después de las vitaminas y los minerales, según un informe reciente de los Institutos Nacionales de Salud. Al menos un 10% de los estadounidenses toma aceite de pescado con regularidad, y en su mayoría creen que los ácidos grasos omega-3 de los complementos protegen su salud cardiovascular.

Pero existe un gran problema: buena parte de los ensayos clínicos realizados con aceite de pescado no han hallado pruebas de que reduzca el peligro de infarto y embolia.

A excepción de dos, todos los estudios descubrieron que, en comparación con el placebo, el aceite de pescado no mostraba beneficio alguno

Entre 2005 y 2012, importantes revistas de medicina publicaron al menos 25 estudios rigurosos sobre el aceite de pescado, la mayoría de los cuales investigaban si dicho producto podía impedir accidentes cardiovasculares en poblaciones de alto riesgo. Se trataba de personas con un historial de cardiopatía o factores marcados de riesgo, como un colesterol alto, hipertensión o diabetes tipo 2.

A excepción de dos, todos los estudios descubrieron que, en comparación con el placebo, el aceite de pescado no mostraba beneficio alguno.

Sin embargo, durante esos años, las ventas de aceite de pescado ascendieron a más del doble, no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, señala Andrew Grey, catedrático adjunto de medicina en la Universidad de Auckland, en Nueva Zelanda, y autor de un estudio sobre el producto publicado en 2014 en JAMA Internal Medicine.

“Existe una importante desconexión”, afirma Grey. “Las ventas están aumentando pese a la progresiva acumulación de ensayos que no muestran ningún efecto”.

Existen buenos motivos, al menos en teoría, por los que el aceite de pescado debería mejorar la salud cardiovascular. La mayoría de los complementos de aceite de pescado son ricos en dos ácidos grasos omega-3 –el ácido eicosapentaenoico (EPA) y el docosahexaenoico (DHA)– que pueden fluidificar la sangre, como la aspirina, que tiene la capacidad de reducir la posibilidad de trombos. Los omega-3 también pueden mitigar inflamaciones, que influyen en la ateroesclerosis. Y la Administración de Alimentos y Medicamentos ha aprobado al menos tres tipos de fármacos de aceite de pescado -Vascepa, Lovaza y una versión genérica- para el tratamiento de triglicéridos muy elevados, un factor de riesgo en cardiopatías.

Pero estas propiedades de los ácidos grasos omega-3 no se han traducido en beneficios notables en la mayoría de los ensayos clínicos.

Las ventas están aumentando pese a la progresiva acumulación de ensayos que no muestran ningún efecto”

Parte del entusiasmo inicial por el aceite de pescado se remonta a estudios realizados en los años setenta por los científicos daneses Hans Olaf Bang y Jorn Dyerberg, que determinaron que los esquimales que vivían en el norte de Groenlandia presentaban unos índices considerablemente más bajos de enfermedades cardiovasculares, cosa que atribuyeron a una dieta rica en omega 3 que consistía principalmente en pescado, foca y grasa de ballena. George Fodor, cardiólogo de la Universidad de Ottawa, destacaba los errores de muchos de estos primeros estudios, y llegó a la conclusión de que el índice de cardiopatías entre los esquimales había sido enormemente infravalorado. Pero el aura de los aceites de pescado persiste.

Los argumentos a favor del aceite de pescado recibieron un espaldarazo gracias a varios estudios llevados a cabo en los años noventa, entre ellos un ensayo italiano que descubrió que los supervivientes de infartos que fueron tratados con un gramo diario de aceite de pescado presentaban índices más bajos de mortalidad que aquellos que tomaron vitamina E. Dichos hallazgos llevaron a grupos como la Asociación Estadounidense de Cardiología a recomendar el aceite de pescado hace aproximadamente una década, ya que era una manera de que los pacientes introdujeran más omega 3 en su dieta.

“Pero desde entonces ha habido un aluvión de estudios según los cuales no presentan ningún beneficio”, señala James Stein, director de cardiología preventiva en los Hospitales y Clínicas de la Universidad de Wisconsin. Entre ellos hubo un ensayo clínico con 12.000 personas, publicado en The New England Journal of Medicine en 2013, que descubrió que un gramo de aceite de pescado diario no disminuía la tasa de mortalidad por infarto y embolia en gente con síntomas de ateroesclerosis.

“Creo que, ahora mismo, podemos dar por terminada la era del aceite de pescado como medicación”, afirma el principal autor del estudio, Gianni Tognoni, del Instituto de Investigación Farmacológica de Milán.

Según Stein, los primeros estudios sobre el aceite de pescado se realizaron en una época en que las enfermedades cardiovasculares se trataban de manera muy distinta a hoy en día y se utilizaban muchas menos estatinas, beta bloqueadores, anticoagulantes y otros tratamientos intensivos. Por tanto, dice, aunque el efecto del aceite de pescado fuese menor, debía de ser más perceptible.

Creo que, ahora mismo, podemos dar por terminada la era del aceite de pescado como medicación”

“En la actualidad, el nivel de atención es tan bueno que añadir algo tan pequeño como una cápsula de aceite de pescado no supone ninguna diferencia”, afirma. “Es difícil mejorarlo con una intervención que no sea muy fuerte”.

Asimismo, Stein advierte de que el aceite de pescado puede ser peligroso cuando se combina con aspirina u otros anticoagulantes. “Con mucha frecuencia, vemos a gente que toma aspirina o una superaspirina’en combinación con aceite de pescado, y les salen moratones y sufren hemorragias nasales con suma facilidad”, señala. “Y cuando interrumpimos el consumo de aceite de pescado, mejoran”.

Como muchos cardiólogos, Stein anima a sus pacientes a evitar los complementos de aceite de pescado y a consumir pescados grasos al menos dos veces por semana, siguiendo las directrices federales sobre una ingesta segura de pescado, ya que contiene varios nutrientes saludables y no solo EPA y DHA. “No recomendamos el aceite a menos que la persona no incluya absolutamente nada de pescado en su dieta”, remacha Stein.

Contra más enfermedades

Pero algunos expertos dicen que la defensa del aceite de pescado sigue abierta. JoAnn Manson, jefa de medicina preventiva en el Hospital Brigham and Women’s de Boston, asegura que los grandes ensayos clínicos sobre el aceite de pescado se centraron solo en personas que ya padecían cardiopatías o corrían un riesgo muy alto de sufrirlas. También se ha promocionado el aceite de pescado para la prevención de otras enfermedades, entre ellas el cáncer, el alzhéimer y la depresión.

Manson está dirigiendo un ensayo clínico de cinco años conocido como estudio Vital, en el que participan 26.000 personas más representativas de la población general. Dicho ensayo, cuya finalización está prevista para el año que viene, determinará si el aceite de pescado y la vitamina D, por separado o combinados, tienen algún efecto en la prevención a largo plazo de la cardiopatía, la diabetes tipo 2 y otras afecciones en personas que no presentan muchos factores de riesgo relevantes.

Aunque Manson primero recomienda comer pescado graso, no suele impedir que la gente consuma el aceite, en parte porque no parece tener grandes efectos secundarios en personas en general sanas.

“Pero creo que la gente debería darse cuenta de que todavía no hay consenso”, precisa, “y de que es posible que esté gastando mucho dinero en esos complementos sin obtener ningún beneficio”.

© 2015 New York Times Service.

Traducción de News Clips.

La terrible vida de un tiranosaurio canibalizado

Es difícil imaginar el terrible daño que podía infligir la dentellada del Daspletosaurus, uno de los más temibles depredadores, de la familia del tiranosaurio rex. Pero gracias a las marcas que dejaron podemos saber más de cómo era la vida de estos peligrosos animales que habitaron Norteamérica hace 75 millones de años. Y las evidencias muestran un día a día extraordinariamente violento en el que el rival más débil tenía mucho que perder. Un nuevo análisis de los restos de uno de estos animales muestra innumerables dentelladas por toda la cabeza sufridas —y curadas— en vida y, lo que es más llamativo, algunos mordiscos recibidos después de muerto, lo que consolida la idea de que los tiranosaúridos recurrían al canibalismo cuando el hambre apretaba.

El ejemplar atacado era joven, bastante más pequeño que los adultos, y también fue mordisqueado después de muerto

La paleontología es capaz de describir a partir de un puñado de huesos la dureza en la que vivió y murió un animal hace 75 millones de años. En este caso, las marcas del cráneo y la mandíbula de un Daspletosaurus joven indican que su vida estuvo cerca del tormento. Aunque este cráneo fue descubierto en 1994 en Canadá, un nuevo trabajo sobre las heridas que conserva indican que sufrió innumerables ataques de semejantes, de otros animales de su género, hasta 14 grupos de marcas en el cráneo y la mandíbula de varios centímetros que debieron llenar su cabeza de espeluznantes cicatrices. Una, especialmente seria, en la parte posterior de la cabeza rompió parte del cráneo y dejó de una hendidura circular en forma de diente a través del hueso.

El análisis de estas heridas indica que fueron otros Daspletosaurus los que le dieron estas brutales dentelladas al animal estudiado. Este ejemplar era más pequeño de lo normal en un ejemplar adulto y todo sugiere que se trataba de un adolescente: 6 metros de largo, frente a los 8 o 9 nueve que llegaban a alcanzar, y 500 kilos, frente a las dos o tres toneladas que terminaban pesando.

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Recreación artística de un combate entre dos tiranosaúridos. / Luis Rey

¿Abusaban de este animal por su tamaño? «Es posible», explica Dave Hone, uno de los científicos que han estudiado los restos del dinosaurio. Hone, de la Universidad de Londres, admite que no se puede decir mucho sobre las heridas cicatrizadas, ya que es difícil decir cuánto tiempo antes de su muerte ocurrieron. «Podría deberse a cualquier número de razones: peleas entre hermanos, combates por comida, etc», señala. «Dudo que todas estas lesiones sucedieran de una vez, pero no podemos decir si las causó un animal o muchos». Algunos autores señalan que quizá hacían vida en grupo y no en solitario, como muestran algunas pistas encontradas también en Tyrannosaurus, o tal vez fueron encontronazos por defender un territorio.

Al margen de lo que este tiranosaúrido sufriera en vida, hay dos o tres marcas especialmente interesantes, porque consolidan la hipótesis de que usaban a sus congéneres como carroña. «Las mordeduras post mortem fueron probablemente provocadas por un único animal», asegura Hone. «El canibalismo es conocido en otros dinosaurios, incluyendo al Tyrannosaurus. La mayoría de los carnívoros tenderán a alimentarse con todo lo que puedan y, si bien tiende a ser raro, esto es, al menos en parte, debido a los grandes carnívoros son raros: solo hay uno por cada cientos de herbívoros, asi que no se encontraban entre sí muy a menudo», explica.

La lectura de los hechos coincide con la opinión del paleontólogo Nick Longrich, que no ha participado en este estudio, pero que ha investigado sobre el canibalismo en esta familia de dinosaurios. «Se ajusta a lo que hemos visto», señala Longrich. «Los tiranosaurios se alimentan con frecuencia de otro tiranosaurio. Se han hallado dos tiranosaurios en este conjunto por lo que esta interacción puede ser o bien el canibalismo de otro Daspletosaurus o realizada por otra especie de la misma familia, como el Albertosaurus«, indica el investigador de la Universida de Bath.

La importancia de las marcas producidas en el entorno de la mandíbula después de que el dinosaurio hubiera muerto radica en los tiempos, según defiende Hone. Algunos predadores pueden matar y luego alimentarse de la víctima durante días o incluso semanas y esto da un patrón característico de consumo, que no es el caso. Es muy diferente al hallazgo de un cadáver semanas después y devorarlo. «En ambos casos, las mordeduras y los patrones serán similares a pesar de que uno lo ha matado y el otro no. Aquí, debido a la evidencia de descomposición antes del mordisco post mortem, parece ser que usaron como carroña un cuerpo en putrefacción», afirma.

Documentos

‘Pre- and postmortem tyrannosaurid bite marks on the remains of Daspletosaurus (Tyrannosaurinae: Theropoda) from Dinosaur Provincial Park, Alberta, Canada’
‘Cannibalism in Tyrannosaurus rex’

Las dos Américas se unieron hace unos 13 millones de años

Las dos Américas se convirtieron en una mucho antes de lo que se creía. La unión por lo que hoy es Panamá se produjo hace unos 13 millones de años y no 3,5 millones como daba por hecho la comunidad científica. Una investigación de geólogos colombianos ha datado rocas encontradas en los Andes en esa fecha que, aseguran, solo pueden proceder del istmo ya emergido. De confirmarse este retraso, los libros de ciencia tendrán que reescribir lo que se sabe sobre la primera glaciación de la era actual o la gran emigración de especies que se produjo entre ambas Américas.

La teoría más aceptada sobre la fecha en que los dos continentes americanos se unieron sostiene que un proceso iniciado unos 20 millones de años atrás se completó hace unos 3,5 millones. El juego de tronos entre la placa del Caribe, la Sudamericana y la Norteamericana fue salpicando el mar que separaba ambas Américas de un mosaico de islas. La partida culminó con la emergencia de una lengua de tierra que separó para siempre las aguas del Pacífico y el Atlántico.

La unión americana explica muchas cosas que pasaron desde entonces. Como atestigua el registro fósil, es desde esa fecha cuando se produce lo que llaman el Gran Intercambio Americano: muchas especies de vertebrados migraron de un continente a otro. Varias investigaciones muestran, además, que a partir de entonces, las especies y sedimentos marinos de los actuales Pacífico y Caribe empiezan a diferenciarse. Hay quienes, incluso, señalan que la actual era de glaciaciones se inicia al separar los mares. La emergencia del istmo habría intensificado la circulación oceánica en el Atlántico y el Pacífico que, en un complejo proceso, hace que los hielos se expandan o retiren del hemisferio norte de forma periódica. La última de esas retiradas permitió la expansión del hombre moderno.

El mineral circón encontrado en los Andes colombianos tiene una relación de uranio y plomo similar a las muestras obtenidas en Panamá

«Es una hipótesis muy elegante pero si el cierre se produjo mucho antes, debería ser revisada», dice el profesor de la Universidad de los Andes (Colombia), Camilo Montes. Este paleogeógrafo, junto a investigadores de otras universidades colombianas, ha encontrado pruebas que les permiten retrasar el cierre unos 10 millones de años más atrás, a la época geológica conocida como Mioceno Medio. «Sabemos que va a haber mucho debate y que nos van a dar palos por muchos lados», reconoce un Montes que, sin embargo, cree en la fortaleza de su hallazgo.

Estos geólogos colombianos aprovecharon las obras de ampliación del Canal de Panamá para buscar en los estratos más antiguos una piedra, el circón. Este mineral metálico tiene dos particularidades. Por un lado, es muy resistente a la meteorización, así que su erosión es muy lenta. Además, se presenta con pequeñas cantidades de uranio. El proceso por el que uranio decae (de un isótopo radiactivo a otro) hasta convertirse en uno estable de plomo es conocido y es una de las bases de la geocronología.

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En el valle del Cauca (Colombia) se han hallado sedimentos procedentes del arco de Panamá (al fondo) de hace unos 15 millones de años. / Carlos Armando Rosero

Tal y como muestran en la revista Science, desde el canal fueron yendo cada vez más al sur, realizando perforaciones y catas hasta llegar al flanco occidental de la Cordillera Central colombiana, donde acaban los Andes. Encontraron muestras de circón que no podían ser originarias de esa zona y «en capas de hace unos 15 millones de años y no en las de 3,5 millones de años», comenta Montes. «Lo más probable, casi seguro, es que procedan de Panamá», añade.

De hecho, tras someter las distintas muestras a su desintegración por láser y su análisis por un espectrómetro de masas, la relación de isótopos de uranio y plomo entre las obtenidas en Panamá y las colombianas concluye que el circón de ambas tiene el mismo origen. Para los investigadores, este mineral llegó hasta Colombia arrastrado por antiguos ríos en un largo proceso de erosión. Y claro, para que haya un río antes debe de haber una tierra por el que discurra y esa tierra no puede ser otra que el istmo de Panamá.

La gran migración animal

De confirmarse este retraso de al menos 10 millones de años en la unión de las dos Américas, la nueva fecha cuestiona mucho de lo que la ciencia daba por cierto hasta ahora. La hipótesis elegante de los 3,5 millones de años y su conexión con la gran migración de especies entre ambos continentes se debilita. También lo hace su relación con el cambio climático que trajo las glaciaciones por el cierre del istmo. Si se produjo mucho antes, ¿porqué los animales esperaron millones de años a atravesar Panamá?

«La respuesta es muy sencilla, el cierre del canal marítimo no jugó ningún papel en el cambio climático», asegura el profesor de geología de la Universidad de Colorado en Boulder (EE UU), Peter Molnar. Aunque hubo especies de vertebrados como camélidos, parientes de los pecaríes o grandes felinos que fueron del norte al sur y antecesores del perezoso e incluso plantas que emigraron al norte antes de los 3,5 millones de años, la gran migración se produjo después de esa fecha.

El intercambio de especies de hace 3,5 millones de años estaría relacionada con una glaciación y no con la unión de los dos continentes

Para Molnar, la unión de las dos Américas fue un requisito necesario pero no suficiente. En realidad, pudo ser el frío de la glaciación que se inició en aquel tiempo lo que produjo la estampida. «El Gran Intercambio Americano es enteramente consecuencia del cambio climático. Durante las edades de hielo, los trópicos se enfrían y secan. Los animales que cruzaron vivían en sabanas. Ellos debían cruzar lo que hoy es Panamá. Cruzaron porque el clima había cambiado la vegetación y la barrera climática cambió por completo», explica. Y el ciclo de glaciaciones del Cuaternario (periodo actual) coincide con la explosión de registros fósiles, no con el cierre del canal marítimo.

De una tacada, Montes y sus colegas desmontan tres de las bases de la historia geológica. Sin embargo, los defensores de la teoría original se muestran muy escépticos con sus conclusiones. Uno de guardianes de la fecha de los 3,5 millones de años es el estadounidense Anthony Coates, investigador del Instituto Smithsonian de Investigación Tropical. Coates ha dedicado buena parte de su vida a investigar la unión entre los continentes americanos y no le convencen los argumentos de Montes.

«Incluso aunque el circón se transfiriera como ellos dicen, y hay serias dudas sobre la historia de que proceda de un protopanamá, se trata de una región relativamente pequeña de Colombia y esto no descarta que el resto de cientos de kilómetros del istmo tuviera vías marinas como sucede en el arco indonesio actual, que nosotros creemos que es una buena comparación con la América Central de hace 10 o 15 millones de años», dice Coates en un correo. Es decir, sin negar que pudiera haber ya entonces alguna conexión, sería más en forma de archipiélago que de una gran lengua de tierra.

Montes replica que las muestras del occidente colombiano que han analizado proceden de varias zonas del arco panameño: «la única forma de explicar esto es tener un rio troncal que conectara una buena parte del istmo».

En esta noticia

Documento: ‘Middle Miocene closure of the Central American Seaway’

El alucinante hombre de Altamura

Sólo un puñado de personas en todo el mundo ha tenido el privilegio de mirarle cara a cara. En 1993, un equipo de espeleólogos buscaba nuevas cuevas cerca de Altamura, una ciudad de unos 70.000 habitantes en el sur de Italia, muy cerca del tacón de la bota que forma la península. Tras bajar por una chimenea vertical de unos 15 metros encontraron tres pasillos. El del centro tenía unos 20 metros de largo. Cuando entraron, las lámparas de carburo iluminaron las paredes cubiertas de huesos de animales atrapados entre estalactitas y estalagmitas. Al final del pasillo había una pequeña cámara donde, desde una columna de material calcáreo, los exploradores descubrieron la alucinante calavera del hombre de Altamura, uno de los fósiles humanos más espectaculares del mundo.

Los científicos que bajaron a la cueva siguiendo a los espeleólogos tomaron algunas fotografías, vídeos y describieron sucintamente el hallazgo. Probablemente, dijeron, se trataba de un hombre adulto que cayó a un pozo en el que había multitud de animales muertos. Sobrevivió a la caída, pero quedó paralizado y acabó muriéndose de hambre. No sabían de qué especie era ni tampoco cuándo vivió. Sí comprobaron que bajo el cráneo, también sepultados en una tumba de mineral, había muchos otros huesos del mismo individuo, imposibles de sacar sin dañar el extrañísimo conjunto.

Creemos que es el esqueleto más completo y antiguo de un neandertal

Poco después el hombre de Altamura se convirtió en un “monumento intocable”. Las autoridades locales y regionales decidieron restringir la entrada a la cueva de Lamalunga y el excepcional hallazgo cayó en el más injusto de los olvidos, recuerda Giorgio Manzi, investigador de la Universidad de Roma La Sapienza. Ahora, más de 20 años después del descubrimiento, este paleoantropólogo italiano lidera un nuevo proyecto científico para intentar averiguar quién era el hombre de Altamura.

Manzi y otros investigadores han vuelto a bajar a la cueva y, con la ayuda de un brazo robótico, han extraído un pequeño fragmento del omóplato del homínido. David Caramelli, experto en genética de la Universidad de Florencia y colaborador de Manzi, perforó el hueso con un taladro y envió un poco de polvo a su amigo Carles Lalueza-Fox. Este paleoantropólogo español había sido uno de los expertos capaces de secuenciar el genoma del neandertal y ahora debía intentar extraer algo de ADN de este fósil. Era un más difícil todavía pues, a juzgar por las pocas fotos y vídeos grabados del cráneo, este humano podía tener hasta 400.000 años, una eternidad que suele aniquilar todo rastro de material genético. Mientras, otro equipo de Australia analizó una de las pequeñas formaciones calcáreas que había encima del hueso para intentar datarlo.

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Extracción del fragmento de omóplato / Ministero dei beni e delle attività culturali e del turismo-Soprintendenza Archeologia della Puglia

Los resultados, publicados recientemente en el Journal of Human Evolution, arrojan unos resultados espectaculares. El hombre de Altamura vivió hace entre 130.000 y 172.000 años y su ADN demuestra que sin duda era un neandertal. “Creemos que es el esqueleto más completo y antiguo de un neandertal y además se trata del ADN más antiguo de esta especie que se ha obtenido nunca”, resalta Caramelli. La cueva ha actuado como una cápsula del tiempo, aunque aún no se sabe si podrá rescatarse suficiente ADN como para responder todas las preguntas que quedan abiertas.

La resurrección científica del hombre de Altamura también ha removido la cuestión de qué hacer con este tipo de hallazgos. Un océano de tiempo y el goteo lento del agua han cubierto parte del cráneo y el resto del esqueleto con pequeñas formaciones calcáreas en forma de coral hasta convertirlo en un ejemplar único. Los científicos creen que si se sacan los restos pueden responder muchas más preguntas sobre los neandertales, una especie tan cercana a la nuestra que llegamos a tener hijos fértiles con ellos antes de que se extinguieran, hace unos 30.000 años. Pero para hacerlo deben destruir parte del conjunto.

Un caso complejo

Manzi reconoce que hay políticos regionales y locales y también parte de la sociedad que siguen viendo al hombre de Altamura como un monumento y apoyan dejarlo tal y como está. A su equipo le interesa sobre todo el cráneo, que, por su antigüedad y conservación, es único en Europa. Pero para estudiarlo habría que extraerlo de la gran columna de calcita en la que está sepultado y después eliminar los bultos que lo recubren con un vibroincisor, un martillo hidráulico en miniatura que hay que manejar con destreza para no dañar el fósil y que no limpia del todo las impurezas, explica Antonio Rosas, experto en neandertales del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC). Para este experto, que también ha participado en el rescate de fósiles de neandertales asturianos para la secuenciación del genoma neandertal, “si se saca este fósil dejará de ser único” para convertirse en “un neandertal más”.

Los coordinadores científicos del proyecto no tienen dudas. “El único modo de conocer bien los restos es estudiarlos y para hacerlo hay que sacarlos”, resume Manzi. “Es posible extraer los huesos sin destruirlos, si no nos arriesgamos a pasar otros 20 años sin que la comunidad científica pueda estudiar estos restos y, peor aún, la cueva podría quedar cerrada por movimientos de tierra y los perderíamos para siempre”, expone Caramelli. La opción de convertir el yacimiento en un museo es imposible, dada su inaccesibilidad, por eso quieren sacar parte de los huesos y exhibirlos en un centro especializado en la misma Altamura.

Manzi y Caramelli ya tienen un plan detallado para estudiar el estado de conservación y microclima de la cueva y después extraer parte de los fósiles, siempre con el permiso de las autoridades locales y de la región de Puglia. No será antes de un año y quizás se tarden dos o más, pero es viable, dice Manzi. Al fin y al cabo, señala, el trabajo no es tan difícil como el que ya se ha hecho en Sudáfrica para rescatar a Little Foot, un fósil engastado en roca más dura que hace apenas unas semanas puso patas arriba el árbol genealógico de todos los humanos.

El futuro es una pantalla curva

Al despertar, todas las paredes de la habitación forradas de un nuevo material emiten imágenes de las cataratas de Iguazú con música de Mozart. Al coger la taza del café mañanero, esta, dotada de la misma tecnología, avisa cambiando de color de que aún está demasiado caliente. El periódico es una lámina en la que las noticias reproducen vídeos de última hora. Y ya en el coche, de camino al trabajo, un mapa sobreimpresionado en el parabrisas informa de la ruta con menos atascos. Todos tienen en común un material revolucionario conocido como OLED (las siglas en inglés de Diodo Orgánico Emisor de Luz).

Es el mundo futuro del Internet de las cosas, un porvenir de objetos inteligentes y para el que es esencial la electrónica flexible, un campo que en 2015 está dando los primeros avisos de la revolución. Apple patenta un móvil que puede doblarse por la mitad. LG apuesta por una línea de televisores de calidad visual sin precedentes. Y una empresa gestada en la Universidad de Cambridge, Plastic Logic (rebautizada como FlexEnable), anuncia que está preparada para comercializar a finales de este año objetos inteligentes basados en esta tecnología. El pasado miércoles, la compañía anunciaba a uno de sus primeros socios, el gigante farmacéutico alemán Merck.

Que este mercado esté ahora en ebullición es algo que no sorprende a Vladimir Bulovic, líder del One Lab del MIT dedicado a la nanoelectrónica orgánica: “Una de las reglas básicas para la tecnología es que se necesita al menos una década desde la etapa de investigación a la aplicación comercial. La primera demostración de esta tecnología fue en 1999, hace 16 años. Simplemente, lleva su tiempo. Y me alegra ver que no ha pasado en balde y que empezamos a tener productos que redefinirán qué es y qué puede ser la electrónica”.

El sándwich milagroso

Comprender un OLED se parece a fusionar mentalmente un sándwich con una pila. Los polos positivos y negativos (el grafeno juega aquí un papel como un ánodo, el menos de la pila, excelente) actuarían como el pan de dicho sándwich, provocando la circulación de los electrones. En el centro, el quid de la cuestión, el material orgánico sobre el que se imprimen los circuitos y que es capaz de emitir luz. Protegiendo este conjunto estaría la servilleta del encapsulado, materiales que deben escudar al OLED de su mayor talón de Aquiles: “Como es orgánico, se degrada al operar al aire en presencia de humedad u oxígeno. Por eso el encapsulado es la clave para su conservación”, explica Ángel Luis Álvarez Castillo, cofundador e investigador del Grupo de Optoelectrónica Orgánica de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.

Los OLED destacan por el contraste, color y velocidad de sus imágenes. Su capacidad de emitir luz, según académicos como Castillo, hace que su aplicación en televisores suponga un abismo respecto a la tecnología actual: «La pantalla de cristal líquido es un dispositivo muy complejo, de cinco o seis capas. Hace falta una iluminación trasera y cada capa es un filtro de color. Así que como mínimo te hacen falta tres filtros más toda la electrónica. Pierdes luz y pierdes color y contraste. El OLED, al emitir él la luz, no tiene ninguno de estos problemas. Consigue blancos y negros perfectos y colores mucho más reales». LG estima que la gama cromática de estos televisores, que usan cuatro colores por píxel —los rojo, verde y azul convencionales más el blanco—, es un 120% superior a la tecnología convencional led.

Este poder de imagen no solo promete disfrute desde el sofá. Tiene también la potencialidad de cambiar la iluminación en arquitectura. «Hablamos de iluminación 2D. Forrar una superficie con un material capaz de emitir una luz cálida y óptima con el mismo ahorro energético que un led convencional”, explica Castillo. Su compañera de investigación, Coya, apostilla: “Y se trata de una luz mucho más agradable que la de los led convencionales. El blanco que es capaz de dar el OLED es el de la luz del Sol”. De momento, compañías como Osram, LG o Phillips han explorado esta luz bidimensional en pequeños paneles.

La electrónica flexible permite explorar aplicaciones como integrar circuitos en una tela o en tu piel»

Carmen Coya, investigadora de la Universidad Rey Juan Carlos

Las aplicaciones de esta tecnología no apuntan a una sustitución del silicio, porque, comparativamente con él en velocidad de transmisión de información, está a años luz… por detrás. “Cuando damos las charlas en la escuela para los alumnos, tenemos una diapositiva que explica esto muy claramente: en una vemos a unos velocistas corriendo de pista de atletismo y al lado el camino de cabras de una maratón. La primera es el silicio y la segunda es la electrónica orgánica”, comenta, con humor, Castillo. Por ello su compañera y líder del grupo de investigación de la Universidad Rey Juan Carlos, Carmen Coya Párraga, opina que hay que pensar en ella de una manera diferente: «No se trata de competir con la electrónica tradicional. El estudio de estos materiales revela que se pueden hacer muchas cosas que no se pueden lograr con la electrónica flexible: integrarlo en una tela, un dispositivo que lleves en tu piel, células solares en toda la ventana… Abarcas aplicaciones que serían impensables desde el punto de vista de la electrónica tradicional».

Alimentar el Internet de las cosas

“Tocamos tantos objetos en nuestra vida… Así que ¿por qué no hacer que esos objetos que tocamos sientan nuestro roce y respondan de una manera significativa?”. Para Vladimir Bulović, investigador del MIT, el Internet de las cosas es una de las grandes revoluciones que ofrecerá la electrónica flexible. Las cuatro palabras de moda en el mundo techie encuentran en los OLED su mejor aliado. “Permite explorar aplicaciones como integrar circuitos en una tela o en tu piel, forrar una ventana con células solares o lograr unas paredes luminosas”, explica Carmen Coya, profesora de la Universidad Rey Juan Carlos.

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Un reloj OLED desarrollado por la empresa ‘spin-off’ de la Universidad de Cambridge FlexEnable. / FlexEnable

2015 promete ser el primer año en el que estos productos lleguen al mercado. Plastic Logic, una spin-off de la Universidad de Cambridge rebautizada como FlexEnable, ha prometido que están preparados para lanzar al mercado productos OLED a finales de este año. 10 años y 88 millones de euros después, esta empresa nacida en el Laboratorio Cavendish anuncia tarjetas de crédito flexibles capaces de reconocer la huella dactilar de su dueño, prendas de ropa smart con mapas integrados en su muñeca, dispositivos portátiles para realizar una radiografía de rayos X y el primer reloj completamente OLED, es decir, que es todo él una pantalla. «Y no hay solo que pensar en ropa o productos de consumo. Esta tecnología nos permite también hacer dispositivos que se puedan pegar directamente al cuerpo, porque son muy, muy flexibles. Por ejemplo, para monitorizar cómo vas de salud continuamente», explica Paul Cain, director estratégico de FlexEnable.

Cain cree también que el papel que jugará la electrónica flexible en el Internet de las cosas es esencial: «Su importancia será enorme. El Internet de las cosas va de que los objetos manden información a la nube de forma autónoma. Y eso significa que el motor de todo serán los sensores que recojan la información. De todo tipo: temperatura, datos biométricos, lo que sea… Para eso necesitas integrarlo en cualquier superficie, por ejemplo, el volante de tu coche. Y eso implica que la electrónica tiene que ser flexible», asegura Cain.

Desde el MIT, el profesor Bulović concuerda con el papel esencial de los circuitos capaces de doblarse en esta revolución tecnológica. Pero plantea un interrogante: ¿de dónde viene la energía? “Ya gastamos mucha energía en computación en la nube. Unos números rápidos. Hace cinco años, se estimaba que dedicábamos un 1,3% del consumo eléctrico mundial a la computación en la nube. Para 2020 se estima que necesitaremos 1.000 veces esa cantidad. Eso es 13 veces el consumo eléctrico mundial. Así que, tenemos un problema [ríe]».

La solución que él y su equipo de investigadores propone es apostar por delgadas células solares ultraligeras y transparentes que se puedan adherir a cualquier superficie: «Imagina que lo pegas a un periódico o a tu ventana. Y no tendrías que hacerla más opaca porque en vez de radiación visible absorbe radiación infrarroja. Podrías tener un ebook o cualquier otro objeto que se cargue con el Sol». En 2011 su laboratorio ya logró integrar una célula solar sobre una hoja de papel. Y se atreve a dar fechas de para cuándo podemos esperar estos objetos. La compañía Ubiquitous energy, de la que es co-fundador, ya está construyendo sus instalaciones para empezar a producir estos objetos que son en sí mismos células solares. «En cinco o 10 años podrás comprar uno».

La revolución del Sol

Nadie las esperaba. De sorpresa, cuando se pensaba que la electrónica flexible había tocado techo en término de eficiencia energética aplicada a células solares, las perovskitas han dinamitado este campo. En cinco años han pasado de un 5% de efectividad a un 20,5%, prácticamente a la par de la efectividad de las células solares convencionales de silicio (sobre el 21%); y muy por encima de la efectividad que se había logrado anteriormente con otros materiales en dispositivos orgánicos (entre un 9% y un 12% en laboratorio.

“Es un material híbrido, a medio camino entre lo orgánico y lo inorgánico. Y esta combinación consigue unas propiedades espectaculares para las células solares. No solo por la eficiencia sino porque su fabricación se hace a temperatura ambiente, lo que abarata muchísimo los costes”, afirma Juan Bisquert, profesor de la Universidad Jaume I de Castellón y líder del Grupo de Dispositivos Fotovoltaicos y Optoelectrónicos que investiga estos materiales y es una de las principales voces a nivel mundial en la materia. Además, Bisquert considera que se puede esperar mucho más de la eficiencia futura de las perovskitas: «Tiene aún un enorme potencial de mejora. No sabemos lo que puede haber ahí. La comunidad científica no se explica estas propiedades y ahora estamos teniendo unas enormes discusiones sobre el material. Conque llegara al 25% ya sobraría». Sobre cuán estables son estas células solares, Bisquert afirma que ya se ha comprobado a nivel industrial su estabilidad con 1.000 horas de funcionamiento.

Si consigo una célula solar que pueda llevarse a lomos de un burro estoy llevando luz donde no la hay

Vladimir Bulovic, investigador del MIT

Vladimir Bulovic, líder del One Lab del MIT, coincide en que las perovskitas son «extremadamente prometedoras». Pero matiza que es una «tecnología aún muy joven de la que tenemos que aprender mucho». Y va más allá al criticar el enfoque general que se está teniendo al investigar cómo mejorar las células solares: «La eficiencia es muy importante. Pero en muchos casos la propiedad esencial es la ligereza». Cree además que esta visión de centrarse en la eficiencia es un efecto secundario de que Occidente se mira al ombligo y se olvida de un hecho fundamental: «Hay más de 2.000 millones de personas que no tienen acceso a la electricidad. La única fuente a la que pueden aspirar es la energía solar. Y las células solares son más caras de instalar que de producir. Así que si consigo una célula que puedo llevar a lomos de un burro o de la espalda de una persona, haciéndola 30 veces más ligera, e instalándola en los techos de un poblado, estoy consiguiendo llevar la luz a donde no la hay».

Caracoles como musas para mejorar las baterías del móvil

El caracol no es precisamente el símbolo de la velocidad. Pero la casa que lleva a cuestas, su concha en espiral, esconde un ingrediente encargado de controlar su crecimiento que puede ayudar nada menos que al movimiento de los electrones en las baterías para móviles. Tal ingrediente es un péptido, una molécula inorgánica formada por los mismos ladrillos que constituyen las proteínas, los aminoácidos. Científicos de la Universidad de Maryland (EE UU) la han usado como cemento a escala nanométrica para mejorar las propiedades eléctricas de un cátodo (el polo positivo de una pila). Hoy presentarán sus resultados durante la 59ª reunión anual de la Sociedad Biofísica que se celebra en Baltimore (Maryland).

El antes y después de la actuación del péptido sobre el óxido de litio, níquel y manganesio y los nanotubos del cátodo desarrollado para la investigación.

«Es verdad que el título de nuestra investigación habla de los caracoles. Pero no son solo ellos. También las cáscaras de los moluscos tienen este péptido. Incluso también nuestros huesos o dientes contienen una cierta cantidad de péptidos similares», matiza Evgenia Barannikova, estudiante e investigadora del laboratorio de la Universidad de Maryland que ha realizado este estudio. Lo conseguido por el momento por Barannikova y sus compañeros no supone la construcción de una batería completa, sino solo de su cátodo (el polo positivo que recibe los electrones). Los resultados, según Barannikova, reflejan que un cátodo con el péptido integrado mejora sus propiedades eléctricas frente a uno convencional.

Este éxito se basa en una ordenación interna de los compuestos químicos de una batería de litio. Barannikova ha trabajado a escala nanométrica para encontrar una manera de ordenar dos componentes que de por sí van por su lado: los nanotubos de carbono y el óxido de níckel, manganeso y litio. Al añadir el péptido, el panorama cambia completamente por la capacidad de esta molécula de producir enlaces tanto con elementos orgánicos (los nanotubos) como los inorgánicos (el óxido de litio). «Creamos un nanopuente compuesto por este péptido de unión con afinidad dual para ambos materiales», explica Barannikova.

Creo que deberíamos fijarnos más en la naturaleza para resolver problemas tecnológicos

Encontrar al péptido adecuado no es una tarea automática. La investigación empleó un método conocido como Phage display, un kit de mil millones de péptidos desarrollado por New England Biolabs que permite encontrar el elemento adecuado mediante prueba y error. El material del que se quiere conseguir la afinidad (en este caso el óxido de litio, níquel y manganeso) se somete al contacto con estos innumerables candidatos durante una hora a temperatura ambiente. Al terminar, se eliminan las uniones más débiles y se repite el proceso tres o cuatro veces más, hasta que solo los enlaces más fuertes sobreviven.

Para Barannikova, esta investigación demuestra la importancia de usar la naturaleza como modelo: «Siempre nos muestra el camino más corto para solventar un problema. Creo que deberíamos fijarnos más en ella para encontrar las soluciones a los problemas tecnológicos que debemos resolver». De momento, ella seguirá trabajando en este péptido como argamasa de la batería del futuro. Su objetivo a medio plazo, presentar una batería funcional como punto final a su tesis que pretende ser más ligera, potente y duradera que las actuales.