Decía Hegel que la historia es el ámbito donde se despliega la razón. Bien, pues el fútbol es el espacio donde se cruzan o tienden a cruzarse los destinos deportivos con los intereses comerciales, tecnológicos y comunicativos. El sorteo de semifinales de la Champions League (la Sampionlí en la jerga peculiar de Jesús Gil) ha deparado un Barcelona-Bayern (en adelante, BB) y un Juventus-Real Madrid. El desequilibrio de la segunda semifinal es manifiesto (así lo decidió el azar), así que la probabilidad de que el Real Madrid juegue la final (Berlín, 6 de junio) es elevada; en la semifinal BB, a duras penas puede arriesgarse un favorito, pero, en fin, el Bayern de Pep y su pantalón roto o descosido parece aquejado de episódicos raptos de debilidad (véase el primer encuentro de la eliminatoria anterior en Oporto) que levantan recelos entre los apostadores. A lo peor no es nada, porque el Bayern despachó al Barça el año pasado sin despeinarse, pero la probabilidad combinada de que la final de Berlín la jueguen los almogávares y los vikingos está por encima del 50%.
Y qué pasaría entonces? Pues que el interés comercial que obsesiona a la UEFA disminuiría, el partido atraería menos a los internautas europeos (desde luego, a los alemanes) y la publicidad podría sufrir de hipotensión. Apenas pudieron taparse las quejas en la final del ejercicio pasado (Atlético de Madrid-Real Madrid); si se repite en 2015 una final española, es probable que la UEFA proponga un sorteo teledirigido para la final de 2016 y que el entrenador de uno de los finalistas sea siempre Mourinho. A grandes males, grandes remedios.
El fútbol se aproxima velozmente a varias encrucijadas. En una de ellas, tendrá que escoger si opta por el carril deportivo, con sus aficionados de siempre y un entorno semicerrado, o acomodarse de una vez a la presión de la publicidad, los horarios y las visitas en Internet; en otra, tendrá que decidir si es útil mantener la ficción igualitaria (una Liga en la que se enfrentan pesos pesados como el Barça o el Real Madrid con pesos pluma como el Córboba o el Levante), y en una tercera (aunque no acaban aquí), entre pagar a las estrellas o a Hacienda. Aunque en este caso la decisión ya es conocida.