Oro cae porque el sesgo agresivo de los bancos centrales le resta atractivo. Si tienes alguna inquietud recuerda contactarnos a
“Cuando en la Fórmula 1 no haces algo bien, a la mínima que falla un detalle estás fuera de tu posición”. Carlos Sainz hablaba recientemente en El Confidencial de la brutal exigencia y competitividad de este deporte. El Gran Premio de Mónaco se lo ha recordado nuevamente, en especial cuando arranque este domingo desde la salida de la calle de boxes.
Sensación agridulce. Un error de Sainz al margen de su actuación en la pista ha condicionado su carrera y dejado pista libre a Max Verstappen en ese particular y apasionante duelo que están protagonizando los dos pilotos de Toro Rosso. Porque en medio de los halagos de la prensa internacional ante su magnífica actuación del jueves, a la hora de la verdad, Sainz volvió a derrotar a Verstappen el sábado.
En su primera aparición en el trazado monegasco, el benjamín de Toro Rosso terminó en una soberbia segunda posición, más extraordinaria si cabe para un piloto en su segundo año en monoplazas. Con el viernes libre y sin acción en pista, diferentes medios de la prensa internacional dedicaron parte de sus espacios a ensalzar al piloto holandés y su extraordinaria proyección.
Verstappen se había convertido en la sensación del Gran Premio. Pero, a la hora de la verdad, en la crono, Sainz le ganó una vez más la partida. En estos días en particular, y en términos de imagen, para el español significaba una magnífica victoria moral cuando el holandés estaba recibiendo sus mayores halagos. De momento, todos los parciales de la temporada siguen favoreciendo a Sainz. El madrileño volvía a terminar entre los cinco primeros en la primera sesión de libres. En entrenamientos cronometrados, Sainz gana por cuatro a dos a su compañero de equipo.
Pero, efectivamente, la labor ha de ser completa. Y todo el trabajo al volante se puede ir al traste por detalles secundarios. Como no ver una llamada luminosa para pasar por el pesaje cuando se entra en boxes, poco importaba que el piloto estuviera pendiente de apretar el limitador de velocidad y la luz estuviera situada en un posición difícil de ver.
Tras examinar las evidencias después de los entrenamientos, los comisarios no tuvieron otra opción. “El piloto no paró para el pesaje cuando así se le señaló en la Q1 a través de la luz roja, el coche no volvió al garaje de la FIA y se llevó a cabo el trabajo (en el monoplaza). Según el artículo 26.1 del Reglamento deportivo, el piloto ha de arrancar (en carrera) desde el ‘pit lane’”, rezaba el comunicado de los comisarios. Lo peor de todo es que no hubo paliativos.
El pesaje es un control fundamental para verificar la legalidad de los monoplazas. El mismo artículo da un margen a piloto y equipo con un ‘toque’ oficial sin mayores repercusiones en caso de que el coche vuelva inmediatamente al pesaje sin ninguna actuación sobre la máquina. Pero ni el piloto ni el equipo se apercibieron de la omisión, ni tampoco los comisarios avisaron a los responsables de Toro Rosso de que su piloto no había visto la señal luminosa, por lo que Sainz paró en boxes y no tuvo ya escapatoria para la sanción cuando cambió los neumáticos.
Evidentemente, el reglamento parte de la presunción de que no pasar por el pesaje y sí por boxes abre la posibilidad a cualquier acción antirreglamentaria en el mismo. «¡Bueno! ¡No esperaba esto! De empezar mi primer GP de Mónaco en P8 a tener que salir desde el pit por no ver una luz, en la Q1 con rueda dura”, tuiteaba Sainz tras conocer la sanción, dejando ver tácitamente que ni siquiera era el momento para haber intentando cualquier maniobra supuestamente ventajista.
La omisión del piloto español fue contra la letra y el espíritu de la ley y, sin margen de escapatoria, pagará el alto precio de salir último. Contrastaba su sanción con la ausencia del mismo rigor que los comisarios han mostrado en otras carreras de la temporada al sancionar a pilotos que obstaculizan en pista. “El peor tráfico que nunca ha habido”, se quejaba Jenson Button tras la clasificación. “Parece extraño que no haya habido más investigaciones en marcha”, denunciaba Fernando Alonso, “en los libres fue ridículo, en la tercera sesión no había reglas”.
En todo caso, y a pesar de la magnífica actuación de los pilotos de Toro Rosso durante todos los entrenamientos libres, en el equipo italiano sobrevolaba cierta decepción, lo que confirmaba las grandes expectativas depositadas para los clasificatorios. “En el caso de Max, estamos ligeramente decepcionados, porque pensamos que había más potencial en el coche y no hemos conseguido extraerlo totalmente hoy”, explicaba al final de la sesión Ben Waterhouse, uno de los responsables técnicos del equipo italiano
“Teniendo en cuenta dónde estábamos en las tres sesiones de libres, un octavo en la sesión de clasificación podría parecer decepcionante, pero el objetivo era entrar en la Q3 para lograr puntos” explicaba Sainz al término de la jornada, ya consciente de su sanción. «Pero la decisión de los comisarios para que empiece desde el ‘pit lane’ por no detenerme en el puente de pesaje en la Q1 es muy decepcionante. Serán 78 vueltas complicadas y en Mónaco es muy difícil adelantar, pero voy a dar todo de mí”.
Si la fortuna no le ilumina a Sainz en la carrera y Verstappen acaba dentro de los puntos en Mónaco, los focos y el protagonismo recaerán de nuevo y merecidamente en el holandés. Su principal rival se quitó involuntariamente de en medio antes de empezar la carrera. Carlos Sainz necesitará ahora una de esas carreras locas en las que el Gran Premio de Mónaco se convierte de vez en cuando. Y quién sabe si, con la gran duración de los compuestos de Pirelli en Mónaco, parando en la primera vuelta…
Carlo Ancelotti se ampara en sus rasgos circulares de paisano paciente, en su venerable melena plateada, en sus ojos glaucos, para sugerir la imagen de osito polar de peluche que conviene al gusto del pueblo e inspira confianza en los cuadros directivos. Solo de vez en cuando, en esas largas jornadas que le descubren demasiado cansado, o demasiado aburrido, deja entrever entre la pelambre de inofensivo muñeco la piel dura de elefante, y hasta los colmillos, largos y mellados, de viejo trashumante de las praderas.
Al entrenador del Madrid lo rodeaban los muchachos de la prensa, curiosos, después del partido contra el Almería, en la noche del miércoles, cuando uno le preguntó por lo que significaría para él ganar la Liga española, después de haber conquistado la Liga en Italia, Francia e Inglaterra, hasta sumar 32 títulos como técnico y como jugador.
Mi vitrina ya está llena de títulos. Yo solo quiero ganar para el club, la afición y los jugadores»
“No estoy seguro de que el Barça vaya a perder puntos en esta Liga”, dijo, señalando al líder que le saca dos puntos a falta de cuatro jornadas. “De lo que sí estoy convencido es de que nosotros podemos ganar los cuatro partidos que nos quedan. Como he dicho, yo no tengo ninguna ambición personal. Porque mi vitrina ya está llena. Solo quiero ganar títulos para el Real Madrid, para la afición, para el club y para mis jugadores”.
Después de haber tenido al frente de su organigrama de comunicación y propaganda a José Mourinho, el entrenador más oportunista que existe a la hora de colgarse medallas y ufanarse de su particular colección de copas, el Madrid se ha puesto en manos de un hombre que da la impresión de no preocuparse en lo más mínimo de su persona. A sus 55 años, Ancelotti no solo procura hacer lo que le mandan, aunque se trate de indicaciones aparentemente disparatadas, sino que le confiere a todos sus actos un marchamo de desprendimiento que acaba por encandilar, si no a los directivos, al menos a los futbolistas. Y en este negocio, a pesar de que los dirigentes se esfuercen por influir cada día más, todo depende de los futbolistas.
El Madrid gana al Almería con un golazo de James y nada más
Cristiano se desespera sin su gol
FOTOGALERÍA Las mejores imágenes del Madrid-Almería
El partido contra el Almería fue un verdadero bodrio. Ganó el Madrid 3-0 haciendo lo mínimo indispensable frente a un equipo con lagunas de toda clase. La gente se irritó. Los pitos arreciaron contra los futbolistas propios. Pero, a diferencia de Mourinho, proclive a emplear las conferencias de prensa para bombardear su propio cuartel, Ancelotti se presentó como un escudo. “Ha sido un partido de transición”, justificó, comprensivo y paternal con sus pupilos. “No hemos jugado ni con mucha intensidad ni con mucha calidad. Es natural después de una semana en la que el desgaste físico y mental ha sido muy alto. Nos henos tomado un respiro pero siempre controlando el marcador”.
El técnico advirtió de que observa disfunciones en su centro del campo, manifiestas en Vigo y contra el Almería, pero se mostró confiado en que esto cambie. Si no tiene fe, lo parece. El próximo sábado le espera el Sevilla en el Sánchez Pizjuán en la difícil antesala antes de viajar a Turín a disputar la ida de las semifinales de la Champions con el Juventus.
“Hay partidos en los que no defendemos tan bien”, admitió, lanzando un mensaje de confianza en sus futbolistas. “Pero yo sé que cuando el equipo está concentrado defiende muy bien, incluso poniendo en la alineación a muchos jugadores creativos. Lo hicimos el año pasado en las semifinales contra el Bayern y contra el Barcelona. Yo sé que cuando este equipo tiene que defender, defiende. No siempre tenemos esta actitud. De vez en cuando nos descolocamos un poco. Contra el Almería en la primera parte no hemos presionado muy bien. En la segunda mejoramos”.
A veces nos falta actitud. Pero yo sé que cuando este equipo tenga que defender, defenderá»
Frente al Celta y el Almería se hizo evidente que Illarramendi padece una crisis de algún tipo, sea futbolística o existencial. Descartado contra el Atlético en los cuartos de la Champions, el vasco será más que probablemente borrado de la alineación contra el Sevilla, en donde puede que regrese Bale para jugar en punta, acompañando a Cristiano en un 4-4-2.
“No me preocupa Illarramendi”, dijo Ancelotti, lanzando una agradable cortina de humo. “Él jugó a un buen nivel en Vigo. Puede ser que contra el Almería su nivel no haya sido tan alto pero tiene mi total confianza”.
Martin Odegaard, el niño prodigio de Noruega, se quedó sin debutar, y sin convertirse así en el jugador más joven de la historia en enfundarse la camiseta del Madrid en un partido oficial. Este hito, sueño de algunos directivos, se frustró cuando Ancelotti cambió a Jesé por Nacho con el 3-0 en el marcador. “Odegaard tiene que trabajar, tiene que entrenarse y acostumbrarse”, advirtió el italiano, poniéndole un timbre de hierro al tono, normalmente algodonoso, de su discurso. “Es muy joven. Hoy se ha concentrado con el equipo y ha ido al banquillo por primera vez. En el futuro tendrá mucho tiempo para debutar”.
Los clásicos viven de lugares comunes. La tensión, la presión, la ambición, la mentalización, la obligación,… los partidos que gusta jugar, el partido que hay que ganar… Pero al final es el más difícil de ganar. Tanto empeño obliga a un desempeño ejemplar y en el exceso de energía, a veces al Athletic y a la Real se les va la luz. Son partidos engañosos en los que en ocasiones el que parece que hace menos resulta que hace más y viceversa. Son detalles habituales, protocolos y diplomacias. Luego llega la hora de la verdad y ciando se abre el telón hay dos opciones: fijarse en la orquesta o en el solista. Aún no había llegado el telón a su techo, cuando Aduriz ya le hizo cosquillas a Mikel González en una jugada aparentemente conflictiva. Fue un aperitivo de lo que vendría después.
Mientras tanto, la Real, comenzó a funcionar como una orquesta. No tenía mucha alma, ni afinaba con delicadeza, pero sonaba bien. Le faltaba el solista, el que desata los aplausos. Y Aduriz lanzó su primer solo en el minuto 13 (número mágico) con un salto de esos que le suspenden en el aire como si estuviera agarrado a una nube. Su cabezazo lo repelió Rulli con un instinto superdesarrollado. Y la Real siguió jugando, sin amenazar, porque Chory Castro tiende a acelerarse y a Vela, como nueve le faltan metros y referencias.
El Athletic se atascó, porque moría en medio campo y el joven Aketxe era incapaz de hilvanar las líneas. Quizás no es fácil hilvanar las líneas que no existen. Demasiado trabajo para quien aún está en periodo de aprendizaje.
Al Athletic le vino bien que la superioridad fuera más teórica que práctica. Se veía el viejo aforismo: cuando parece que hay más jugadores de un equipo que de otro, es que están mejor colocados. Pero el equipo de Moyes, hiperactivo, apenas obtuvo un pequeño interés en un disparo lejano de Vela. Todo fue atrezo. El del Athletic y el de la Real, partitura sin altibajos, un tanto monocorde, con bastante compás en la Real, bien sostenida por Bergara, y conducida por Pardo, y algunas corcheas del Athletic, un tanto desafinadas, a veces fuera de lugar.
Pero no hay orquestas sin solistas. Siempre hay lugar para los que se la juegan cara al público. Y quién, si no Aduriz para ejercer de trompetista, de violinista o lo que se quiera cuando nadie se lo espera. Porque era imposible que le ganase la porfía a Rulli en un centro bombeadísimo de San José. Lección para Rulli: con Aduriz nunca te confíes. La acción acabó en penalti (dudosísimo) de Mikel González y en expulsión del central guipuzcoano. Aduriz se cobró cuatro víctimas en una: a Rulli, a Mikel González, un penalti y, por ello, un gol, con paradinha semiPanenka.
Nacía otro concierto, porque una de las orquestas se quedó con un músico menos. Y ahí surgió la Real heroica, la de la actitud indestructible, la que incluso quiso ganar el partido en inferioridad numérica, la que no se veía hace tiempo ni en Anoeta ni en los desplazamientos. Era otra Real, rabiosa, ambiciosa, con Vela salivando cada vez que sobrepasaba el medio campo. Y obtuvo premio en un buen pase de Rubén Pardo que De la Bella convirtió en un do mayor con un disparo precioso al segundo palo. Una rosa poderosa, convencida que dejó muy lejos la yema de los dedos de Iraizoz.
Fue un mazazo para el Athletic que fue moviendo piezas más con el corazón que cabeza. La Real entendió el mensaje de la inferioridad y decidió que era tiempo de resistir más que de atacar. Y prescindió Moyes de Vela en favor de Canales, como antes había prescindido de Chory Castro en favor de Elustondo (para tener dos centrales, como mandan los cánones).
Y el partido se enredó en un ir y volver a ir del Athletic a carreteras sin salida. A la sucesión de centros sin remate, a la búsqueda de caminos aéreos ya que por tierra no había carreteras de salida. Y el empate se iba engordando en una sucesión de fútbol tradicional que acabó con un tradicional empate, habitual en los clásicos vascos entre dos equipos que se sobreponen en partidos como este. El solista del Athletic al final encontró al tenor de la Real, y entre Aduriz y De la Bella se repartieron los aplausos del graderío.
“La historia del equipo para salir del agujero inspira confianza para el futuro”. Hace dos años, con el ‘hierro’ del MP/28 entre manos, Martin Withmarsh apelaba al espíritu y capacidad que ha caracterizado a McLaren para evolucionar y progresar en el arco de una temporada. La que tanto hace falta en el presente.
“Estamos todos unidos, comprometidos y dedicados a este proyecto, nadie ha entrado en pánico en estos duros momentos y el pánico puede ser muy fácil en una situación tan dura”. Evitemos leer entre líneas, pero McLaren/ Honda se encuentra en uno de los «agujeros» más grandes de su historia y necesitará algo más que ese espíritu para darle la vuelta a la tortilla. Pero son otros tiempos y hoy el equipo británico no solo depende de sí mismo.
Hubo momentos en los que, literalmente, McLaren hubo de tirar su monoplaza a la basura. La historia es ya ampliamente conocida y tiene ciertas reminiscencias con el presente. “Necesitábamos un gran salto adelante, porque Ferrari había presentado en 2002 un gran coche”, recordaba Adrian Newey respecto a aquella temporada 2003, en la que el tiro salió por la culata con su MP4/18 .
Sus problemas aerodinámicos eran críticos. “Nos guardamos el coche”. Pero McLaren había iniciado un programa paralelo con el MP4-17D, el monoplaza del 2002. David Coulthard ganó la primera carrera y Kimi Raikkonen luchó con Michael Schumacher hasta la última prueba por el título de 2003. En el presente, la “agresividad” del MP4-30 persigue, se nos ha dicho, recortar y alcanzar a Mercedes con soluciones técnicas audaces.
En 2009, Brawn dejó fuera de juego a sus rivales con los dobles difusores. Cuando Hamilton probó su monoplaza en febrero, el coche era “horrible, saltaba como un conejito y se quedaba en tres ruedas”. Aún con escasas opciones de conseguir el título, el equipo británico no tiró la toalla. De nuevo, confirmó su capacidad de evolución y ganó tres de las ocho últimas carreras de la temporada. El MP4/25 fue el monoplaza de mayor progresión aquel año.
En 2011 la situación fue también dramática. McLaren arriesgó con el MP4/26 y su radical sistema de escapes “octopus”, de gran potencial teórico pero de desastrosos rendimientos en la práctica. El coche era poco manejable y menos fiable. Fiasco total y pánico en febrero. Hubo de tomarse una decisión radical: fuera escapes. En la primera carrera de Australia se llevó un sistema más convencional ni siquiera probado, y el monoplaza ganó dos segundos de una tacada. McLaren consiguió ocho podios y cuatro victorias aquella temporada.
Sin embargo, el presente tiene otro paisaje. Hoy no se trata solo de entrar a machete en el terreno de la aerodinámica. Honda ha pegado un gran gatillazo. Algunas fuentes solventes hablan a El Confidencial de un déficit en torno a los 120 cv. Dos tercios, recuperables fácilmente a corto plazo. El resto… Porque no se trata solo de máxima potencia, sino sostenerla con fiabilidad para estar a la altura de Mercedes y, ahora, también de Ferrari.
Honda afronta con la tecnología híbrida una experiencia radicalmente nueva. Y cuando se recuerda el exitoso matrimonio anglonipón de los ochenta, también cabe refrescar que el invencible motor turbo de 1988 comenzó a desarrollarse en 1983 en el modesto equipo Spirit, cabeza de turco de unos desastrosos inicios. Al año siguiente, Honda entregó sus propulsores a Williams, quien a su vez los perdió en el cénit de su rendimiento frente a McLaren, en 1988.
Hoy el equipo británico hace de conejillo de indias para Honda como Spirit en 1983. En una época, además, con el desarrollo en pista reducido a algunas sesiones de pretemporada y fines de semanas de Gran Premio. Ante un Jenson Button de brazos cruzados en Bahrein, no resulta fácil imaginar la situación cuando Alonso habla de “momentos duros”.
Y mientras Honda no consiga llevar sus motores a su mejor evolución, el chasis del MP4/30 no podrá ser exprimido. Porque es solo al llevar a su límite de carga aerodinámica cuando se puede conocer el comportamiento, rendimiento y posibilidades de un monoplaza. El de Alonso llega, como mínimo, 15 Km/h más lento en cualquier curva que el de Hamilton. Curvas que ahora se pasan a fondo no lo serían con 100 o 120CV más. En este aspecto, McLaren puede tener las manos atadas. Por tanto, el chasis todavía es una incógnita.
Pero cabe también analizar el contexto actual de la empresa. Ante la imagen que ofrece el monoplaza británico y el enorme caudal de patrocinadores perdidos durante estos años, ¿es el potencial económico y técnico del equipo británico el mismo de los años de Newey, o de los casos anteriormente citados? McLaren contaba años atrás con un equipo de test y simulación muy potente, con grandes ingenieros y hasta varios pilotos de gran nivel y un potente uso del simulador. Incluso uno de sus líderes técnicos de estos años, Paddy Lowe dirige hoy…Mercedes.
De momento, paso a paso. “En Barcelona veremos un avance enorme…”, “las tres próximas carreras serán muy interesantes para nosotros”, “los pasos que hemos dado desde Melbourne van en la dirección correcta…”, nos dice Alonso estos días. “Nos miraremos unos a otros a los ojos en un par de meses cuando estemos en los puntos o en el podio, y nos diremos que fue un viaje emocionante, y que lo hemos hecho juntos…”. Ojalá lo clave Alonso y McLaren honre una vez más aquello de que “la historia del equipo para salir del agujero inspira confianza para el futuro”.
Hay cosas que pasan y algunas en el filo de una aguja. Por ejemplo el penalti de Velázquez (que le costó la expulsión) a Viguera y supuso el gol de Aduriz. La raya del área tiene dos ventanas, una da a la calle, y entonces es falta, y otra da a la calle, y entonces es penalti. Mateu Lahoz vio la pierna de Velazquez como el vecino ve la sábana descolgada en el tendedero propio y pitó penalti. Igual tuvo razón (más acá de los adelantos tecnológicos que él no posee) o igual no. Pero algo tenía que hacer con aquella jugada, al borde del vestuario como destino, al límite horario de que el entrenador te diga lo que tienes que hacer de ahora en adelante. Porque hasta entonces no había pasado mas que el tren, que generalmente pasa a la misa hora por loas mismas estaciones. Del Getafe había, en el buzón de Iraizoz las mismas cartas que u coronel al que no les escribe nadie. Del Athletic, en el buzón de Guaita, apenas llegaron una invitación a estirarse en una carta telegrafiada de Aduriz y un par de telegramas de Ibai Gómez o Beñat. El Athletic funcionaba con palomas mensajeras y el Getafe con el expreso varado en la via. Diego Castro y Sarabia no se veían, ni siquiera se intuían, y por detrás no escribía nadie. Sin ideas, nadie escribe, sin imaginación no hay gracia. En el Athletic tampoco prevalecía el ingenio, precisamente, por más que Beñat por momentos reinventase a Ander Herrera -el recordado-, y Aduriz se empeñase en convertir el área en un juego de tronos en el que él se aposenta con comodidad.
Y en esto, sin que nada hubiera sucedido, llegó el penalti con olor a ducha y gel. Y Aduriz, que volvía tras su última sanción, dijo que era cosa suya, que los duelos exigen poderío. Y lo lanzo él. Y lo lanzó a su manera, fuerte, a vuelo raso, rabioso, con el ánimo del regresado. Y al Getafe fue como si le clavaran un pincho en la costilla. La peor forma de perder, de penalti y quedándote con uno menos. En cierto modo, son como dos goles, como cometer dos erratas en la misma palabra.
Pero la venganza no tiene límites. Funciona sola. Y a lo dos minutos de reanudarse el partido, cuando aún las consignas del entrenador rezuman frescura, armó el Athletic un contragolpe que, para desgracia del Getafe cayó en las botas de Iraola para que habilitase a Aduriz que es cualquier cosa menos pálido. Vio el centro, lo cazó y lo embocó. Ahí se rindió el Getafe, vio el cielo nublado, los nubarrones que le proponía Beñat con su discurso entre líneas, Iraola con sus monólogos por la banda derecha. Y todo sin paraguas. Y llegó el gol de Ibai, en un centro manso de Susaeta. Y llegó el gol de Susaeta, tras un centro de Iraola. Y para el Getafe la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Y para el Athletic con el ardor de luchar por Europa, por la séptima plaza que le daría las tarjetas de embarque. Y todo con el comandante Aduriz.