A unas horas de que el Bernabéu sea lo que siempre ha sido en estas ocasiones, es decir, una bombona de butano hasta las trancas de presión, hay un atlético que piensa más que ninguno en el partido que tiene que jugar. A mitad de camino entre un guerrero otomano y un señor de Bayrampaşa, Arda Turan lleva grabado este partido como un toro lleva en su costado lo más parecido a un número de serie. Un hierro incandescente se posó en su corazón en el momento en que, tumbado sobre el césped del Camp Nou, se dio cuenta de que no iba a poder ayudar a su equipo a ganar ni la Liga ni la Champions League. Su temporada había acabado. Pero el destino le puso delante la oportunidad de olvidar el peor recuerdo de su carrera.
Perderse una final siendo un jugador básico en un equipo es doloroso y es un sentimiento de tristeza que un deportista que haya sufrido jamás podrá borrar de su memoria. Pero Pau Gasol, por ejemplo, no estuvo en la final de Japón, pero fue él quien, por error, levantó el primero la Copa del Mundo de baloncesto, y entonces el desasosiego fue infinitamente menor. Pero la culpa que se le queda al que no la pudo jugar y tampoco así ganar es enorme. Pavel Nedved viov en la grada de Old Trafford cómo su Juve y el Milan aburrían hasta a las piedras y que al final era Maldini y no Del Piero el que levantaba la Copa de Europa. Lo mismo le pasó a Arda en Lisboa.
El Atlético de Madrid murió poco a poco en Da Luz. El gol de Godín fue el único aliento que les permitió respirar hasta el minuto 92:48. Ramos los mató definitivamente cuando los latidos ya no eran más que débiles susurros. Cuando Isco, Marcelo y Di María levantaron al Madrid y aprisionaron a la defensa atlética en torno a Courtois, Diego Pablo Simeone necesitaba a ese 10 que se lleva el balón a la esquina contraria, y que con el culo prieto defienda hasta el último instante la posesión del balón y evitase los ataques masivos del rival. Lo intentaron Adrián, Villa y Sosa, pero todos ellos carecen del arte en esta disciplina que hace único en el mundo a Arda Turan.
Con el turco en el campo, el Atleti habría tenido millones de opciones más de ganar. Las ocasiones fueron escasas, casi ausentes durante la mayor parte de la final. No hubo ni la pausa ni la calma del hombre de hielo de sangre caliente. No hubo en el campo alguien que asumiese el liderazgo, como siempre hace Arda en las ocasiones más especiales. Y aun así, la felicidad de los rojiblancos estuvo a pocos segundos de hacerse perenne como las hojas del madroño. Ese es el mérito del Atleti.
Él quería jugar aquel partido, y hoy en día sigue queriendo. Lo más cercano que va a tener a lo que él tanto habría deseado es este Real Madrid-Atlético de Madrid en el Santiago Bernabéu. Un triunfo, ni siquiera eso, un empate con goles, tendría un sabor muy dulce, similar aunque no tan agradable como la Orejona, evidentemente. Este es su partido, el que lleva esperando once meses con ansiedad, con una voluntad inquebrantable de olvidar de una vez por todas ese recuerdo que le corroe tanto a él como a todos los aficionados del Atlético de Madrid. Quién sabe si es el último derbi que juega (porque ya se quiso ir), y si se tiene que despedir, lo quiere hacer metiendo a su segundo equipo (el primero, cómo no, es el Galatasaray) entre los mejores cuatro de Europa.
El año pasado, tanto él como sus compañeros llegaron al último partido del año con la lengua fuera. Arda directamente ni llegó a ese encuentro. Es por ello que esta vez está intentando evitar lo máximo posible que se repita esa falta de fuerzas en los momentos decisivos. Arda lleva bastantes partidos evitando jugar al máximo de sus posibilidades, no quiso que ningún percance fortuito le pudiera hacer perderse este derbi. Jugó también a gran nivel en la ida, pero no al 100%, como él sabe, como lleva años haciendo en el Atleti y como hará en el Bernabéu.