No contento con sus andanzas en Europa, el Sevilla muestra una ambición incontenible también en la Liga. El equipo de Emery es una máquina casi perfecta, que tiene aprendida la lección y en la que todos sus engranajes funcionan con precisión suiza. Lo mismo rinde Vitolo que Denis Suárez. Lo mismo Kolo que el lesionado Pareja. Da igual que juegue Reyes o lo haga Aleix Vidal. Gameiro o Bacca.
El Sevilla responde siempre. En especial en Nervión, donde acumula ya la friolera de 34 partidos sin perder. El conjunto andaluz resalta por su pegada, descomunal, y su fiabilidad. En espera de lo que haga el Valencia hoy ante el Granada en Mestalla, recupera la cuarta plaza.
Vino a ayudarle un Rayo de muy buenas maneras y pocas maneras defensivas. Algo de sobra conocido en el grupo que dirige Paco Jémez, que muere con sus ideas. Incluso no alinear a Bueno. Además, tuvo la mala suerte de que se le lesionara Amaya a los 13 minutos, fundido ante la primera carrera del rápido Gameiro. La adelantada defensa del Rayo fue una invitación a las carreras del francés, un bólido sin precisión, atento siempre a los pases filtrados de Reyes y Banega. No marcó Gameiro, pero tuvo hasta tres claras ocasiones para hacerlo. Se encontró con Toño, soberbio.
Tras un fantástico primer tiempo, Emery se permitió el lujo de acabar el partido con jugadores como Aspas y Deulofeu, que apenas han contado en los últimos éxitos del equipo. El Sevilla fue una apisonadora en el primer tiempo y luego se relajó, lo que permitió que el Rayo, al que a veces da gusto jugar, gozara de muchas ocasiones para marcar al menos un gol. La cuestión es que el encuentro se convirtió en un auténtico correcalles. El Sevilla llegó a plantarse hasta en tres ocasiones en oleadas frente a Toño, que se hartó de hacer paradas para evitar una goleada de escándalo. Por ejemplo, ante Reyes, Gameiro, Denis Suárez o Deulofeu, que se plantaron en sus narices con el balón controlado y en carrera.
Mientras hubo partido, el Sevilla mostró su capacidad en jugadas como la del primer gol. Un pase al hueco de Reyes para aprovechar la irrupción de Diogo. El centro atrás del portugués lo metió en la portería Iborra, sabiamente reconvertido ya a delantero. Curioso el caso del valenciano, irrelevante en el pivote, majestuoso en la mediapunta, donde sorprende por su técnica y visión de juego. Mientras Toño amargaba a Gameiro, el Sevilla acabó con el choque en el minuto 42. Otra buena combinación y centro al área de Denis Suárez que remató Carriço con precisión. Alcanzado el objetivo, el Sevilla se relajó.
Resultó increíble que no hubiera goles en la segunda mitad. El Rayo atacó con un descaro casi suicida y el equipo andaluz aprovechó para intentar aumentar su ventaja al contragolpe. Lo mismo fallaba goles increíbles Kakuta que Toño seguía con su exhibición. Un partido loco, sin mando, ya decidido, donde Emery se encontró con la enésima buena noticia para sus intereses: Sergio Rico se está haciendo un gran portero.
El Barça perdió sensibilidad y ha ganado dureza y, sobre todo, tiene una admirable capacidad de supervivencia, expresada en circunstancias tan sorprendentes como la de marcar un gol en el primer minuto y el otro en el último, superior en las áreas y desbordado en la divisoria, ayer tomada por el Valencia. Hubo un momento en que pareció que al Barcelona le sobraba el balón, la cancha y el partido, y se abandonaba a la fortuna propia y a la desdicha ajena, tanto da, como quedó constancia en el penalti fallado por Parejo o parado por Bravo. El Barcelona se parece más que nunca a Luis Enrique.
El asturiano siempre fue un jugador extremadamente competitivo e indetectable para los defensas y hoy es un ciudadano aficionado a las pruebas extremas y un entrenador seguro de sí mismo, hasta cierto punto desafiante, dispuesto a desmentir a los que filosofan con el fútbol, siempre directo, resultadista a mucha honra, para nada ruborizado sobre el qué dirán sobre su equipo, si ya no seduce y solo gana, si es más guerrero que artista, si la bola puede ir de área a área y no de pie a pie, todos a una, como hace hoy por ejemplo el Valencia, abatido cruelmente por la puntera Luis Suárez y la bota de Messi.
El partido lo perdió el Valencia; no lo ganó el Camp Nou, un estadio de mosaicos más que de tambores, de cánticos y pancartas, siempre expectante, más crítico con el árbitro que intimidador con el contrario, por más que mediara la invocación de Luis Enrique. El técnico pidió que temblara el campo y llevara en volandas a sus jugadores y al final hubo muchos aficionados que ni siquiera vieron los goles porque acostumbran a llegar tarde y a retirarse antes de hora para evitar atascos en Barcelona. Así que el mérito de cuanto pasó para bien y para mal, de los tramos buenos y malos de costumbre, fue del Barça y de Luis Enrique.
El Barcelona, duro, desafiante y competitivo, se parece más que nunca a Luis Enrique
El Valencia tiene la ideología, y también las costuras del mejor Barcelona, sobre todo por la valentía con la que afronta los partidos, la autoridad con que gobierna el juego, y más si el escenario es de la talla del Camp Nou. El equipo de Nuno nunca miró al marcador sino que se fijó en la pelota y en la portería de Bravo. Y si el resultado se puso de parte del Barça a los 55 segundos fue porque Luis Suárez acabó la jugada que había iniciado Parejo: Piqué se interpuso ante el centro del volante y armó un contragolpe vertical, muy bien conducido por la velocidad de Messi y rematado por el 9.
No sabían jugar los azulgrana con ventaja, seguramente porque se han olvidado de descansar con el balón, pendientes de ser más intensos que precisos, sometidos por la excelente presión del Valencia. El Barça solo ganó un duelo de los planteados: Messi le pudo a Orban en la acción del 1-0. No tenía más futbolista el Barça que al 10, asistente al inicio, después aglutinador del juego, siempre bien puesto en la cancha, tanto cuando daba salida al cuero desde la cancha propia como en el momento en que enfrentaba a la zaga comandaba por Otamendi y Mustafi. El fútbol y las oportunidades eran del Valencia. Bravo le paró un penalti a Parejo después que Piqué tirara a Rodrigo a la salida de un fuera de banda, Paco Alcácer remató a la base del palo y el portero le sacó dos balones de la bota al 9 de Nunes. Atrevido, armónico y bien armado, el Valencia fue el único protagonista hasta el descanso, cuando la hinchada salió disparada en busca de un buen trago para reponerse del susto, sorprendido por la vulnerabilidad del Barça, por la exuberancia del Valencia y por el arbitraje crispante de González González, incapaz de atender tanta tralla y de entender a Messi.
Atrevido, armónico y bien armado, el Valencia fue el único protagonista hasta el descanso
El 10 descifró las pocas jugadas que dibujó el Barça y marró también el 2-0 en un remate con la derecha ante Diego Alves. Los azulgrana solo sobrevivieron en las porterías, faltos de pausa y de control, desbordados por los dos costados, el de Alves y el de Adriano, confundido en la medular por la presencia de Busquets como interior y de Mascherano, igual que ya ocurrió en Mestalla. Apremiado por un calendario agotador y exigente, Luis Enrique cambió a un futbolista por línea y el Barça quedó a merced del Valencia. Mal organizado, perdía la pelota continuamente, no tenía salía desde su cancha y concedía ocasiones continuamente.
El Valencia acentuó su determinación con el cambio de un lateral defensivo por uno de ataque (Gayà-Orban) mientras el Barça se corrigió estructuralmente: dejó en la caseta a Adriano para que entrara Rakitic y Mathieu pasó al costado izquierdo de la defensa, como ya pasó en el Bernabéu. Apareció Xavi y el equipo se entregó a posesiones muy largas, dispuesto a calmar la contienda y a domar al Valencia. Ocurre que no todos los futbolistas tienen la misma concepción del juego: unos aceleran, otros retienen, los hay que pasan y también quienes regatean, los diez pendientes del decisivo Messi.
No tenía más futbolista el Barça que a Messi, asistente al inicio y después aglutinador del juego
Mejoró la mecánica del Barça. Jugaban al menos centrocampistas en el centro del campo y se estabilizó el juego para desdicha del Valencia, que desfalleció poco a poco, reventado y desengañado, contrariado porque se le negó el gol durante el meneo que ofició en el primer tiempo mientras los azulgrana acabaron cantando dos en tres remates, el último de Messi en un mano a mano con el portero después de lanzar una falta a la cruceta de Diego Alves. El 10 metió el gol 400, el 46 de la temporada, y Luis Suárez, el 19º, 12 en los últimos 12 partidos, algunos decisivos como los de París.
La efectividad azulgrana fue tan rotunda como la esterilidad del Valencia, un señor equipo, 10 partidos invicto hasta ayer, más consistente que el Barça, de nuevo ganador sin discusión: 2-0. Palabra de Luis Enrique. A ver quién le lleva la contraria.
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