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Los clásicos viven de lugares comunes. La tensión, la presión, la ambición, la mentalización, la obligación,… los partidos que gusta jugar, el partido que hay que ganar… Pero al final es el más difícil de ganar. Tanto empeño obliga a un desempeño ejemplar y en el exceso de energía, a veces al Athletic y a la Real se les va la luz. Son partidos engañosos en los que en ocasiones el que parece que hace menos resulta que hace más y viceversa. Son detalles habituales, protocolos y diplomacias. Luego llega la hora de la verdad y ciando se abre el telón hay dos opciones: fijarse en la orquesta o en el solista. Aún no había llegado el telón a su techo, cuando Aduriz ya le hizo cosquillas a Mikel González en una jugada aparentemente conflictiva. Fue un aperitivo de lo que vendría después.
Mientras tanto, la Real, comenzó a funcionar como una orquesta. No tenía mucha alma, ni afinaba con delicadeza, pero sonaba bien. Le faltaba el solista, el que desata los aplausos. Y Aduriz lanzó su primer solo en el minuto 13 (número mágico) con un salto de esos que le suspenden en el aire como si estuviera agarrado a una nube. Su cabezazo lo repelió Rulli con un instinto superdesarrollado. Y la Real siguió jugando, sin amenazar, porque Chory Castro tiende a acelerarse y a Vela, como nueve le faltan metros y referencias.
El Athletic se atascó, porque moría en medio campo y el joven Aketxe era incapaz de hilvanar las líneas. Quizás no es fácil hilvanar las líneas que no existen. Demasiado trabajo para quien aún está en periodo de aprendizaje.
Al Athletic le vino bien que la superioridad fuera más teórica que práctica. Se veía el viejo aforismo: cuando parece que hay más jugadores de un equipo que de otro, es que están mejor colocados. Pero el equipo de Moyes, hiperactivo, apenas obtuvo un pequeño interés en un disparo lejano de Vela. Todo fue atrezo. El del Athletic y el de la Real, partitura sin altibajos, un tanto monocorde, con bastante compás en la Real, bien sostenida por Bergara, y conducida por Pardo, y algunas corcheas del Athletic, un tanto desafinadas, a veces fuera de lugar.
Pero no hay orquestas sin solistas. Siempre hay lugar para los que se la juegan cara al público. Y quién, si no Aduriz para ejercer de trompetista, de violinista o lo que se quiera cuando nadie se lo espera. Porque era imposible que le ganase la porfía a Rulli en un centro bombeadísimo de San José. Lección para Rulli: con Aduriz nunca te confíes. La acción acabó en penalti (dudosísimo) de Mikel González y en expulsión del central guipuzcoano. Aduriz se cobró cuatro víctimas en una: a Rulli, a Mikel González, un penalti y, por ello, un gol, con paradinha semiPanenka.
Nacía otro concierto, porque una de las orquestas se quedó con un músico menos. Y ahí surgió la Real heroica, la de la actitud indestructible, la que incluso quiso ganar el partido en inferioridad numérica, la que no se veía hace tiempo ni en Anoeta ni en los desplazamientos. Era otra Real, rabiosa, ambiciosa, con Vela salivando cada vez que sobrepasaba el medio campo. Y obtuvo premio en un buen pase de Rubén Pardo que De la Bella convirtió en un do mayor con un disparo precioso al segundo palo. Una rosa poderosa, convencida que dejó muy lejos la yema de los dedos de Iraizoz.
Fue un mazazo para el Athletic que fue moviendo piezas más con el corazón que cabeza. La Real entendió el mensaje de la inferioridad y decidió que era tiempo de resistir más que de atacar. Y prescindió Moyes de Vela en favor de Canales, como antes había prescindido de Chory Castro en favor de Elustondo (para tener dos centrales, como mandan los cánones).
Y el partido se enredó en un ir y volver a ir del Athletic a carreteras sin salida. A la sucesión de centros sin remate, a la búsqueda de caminos aéreos ya que por tierra no había carreteras de salida. Y el empate se iba engordando en una sucesión de fútbol tradicional que acabó con un tradicional empate, habitual en los clásicos vascos entre dos equipos que se sobreponen en partidos como este. El solista del Athletic al final encontró al tenor de la Real, y entre Aduriz y De la Bella se repartieron los aplausos del graderío.
Si al fútbol le quitas la tensión es como si a la ópera le quitas la música. En ambos casos, es otra cosa. Y la Real sufre una bajada de tensión prolongada que le saca de los partidos y apenas funciona con pequeñas dosis de adrenalina. El Villarreal se maneja con pulsaciones normales, aunque a veces también le entran ganas de relajarse en su objetivo de defender su plaza en la Liga Europa, apenas amenazada. Por eso el partido de Anoeta tenía aires de pretemporada, por momentos, solo rotos por los golpes de ambición del Villarreal. La calidad le impulsaba tanto o más que el ánimo. Trigueros y Pina tienen la brújula siempre orientada. El primero lo intentó con un zurdazo precioso, el segundo con dos cabezazos no menos preciosos a los que respondió Rulli con la agilidad habitual. Por delante, Jaume Costa era un tormento para la defensa realista, apareciendo por todos los lados, siempre veloz, tragando kilómetros con la ansiedad de un maratoniano. Para alegría de la Real, el pequeño centrocampista cerró los ojos cuando cabeceó un centro a placer. No se puede tener todo.
El principal problema de la Real es que no tenía nada. Apenas le rescataba del sopor la profundidad de Carlos Vela. El resto estaba maniatado por el Villarreal en todas las líneas del campo. Ningún blanquiazul superaba a ningún amarillo, y aún así al equipo de Marcelino le faltaba punch. Campbell atolondrado y Gerard desactivado proponían poca garra a la fortaleza del Villarreal. Pero Marcelino, acosado por las bajas, no tenía recambios, con cuatro futbolistas del filial en el banquillo. Para colmo, mediada la segunda mitad se lesionó Dorado, continuando una plaga que ha diezmado al equipo castellonense.
El descanso movilizó a la Real, como si un rayo hubiera caído en mitad del vestuario A la obligación de ganar se añade la necesidad de agradar al entrenador que bien pudiera estar urdiendo una renovación amplia de la plantilla para la próxima temporada. Fue otra Real, le había subido la tensión y la elevó al máximo Canales, con su verticalidad.
Pero era noche de porteros. El protagonismo de Rulli lo heredó en la segunda mitad Asenjo, con dos ejercicios soberbios ante un cabezazo de Íñigo Martínez y un zurdazo de Chory Castro. Fueron acciones de reflejos sublimes, como las del argentino Rulli.
Pero la gloria la pudo conseguir un chaval que debutaba, Fran Sol, al poco de ingresar en el partido y en la Primera División. Fue un centro precioso de Moi Gómez al que bastaba con ponerle la uña para empujarlo. Pero el muchacho abrió demasiado el compás e incomprensiblemente lo envió fuera. Parecía la última oportunidad de inclinar el partido hacia uno de los lados: el del Villarreal jerárquico de la primera mitad o el de la Real rabiosilla de la segunda. Pero aún hubo un gol anulado a Victor Ruiz (por el pelo del flequillo) y un cabezazo en el minuto 93 de Víctor Ruiz que repelió el poste. ¿Justo o injusto? El fútbol no entiende de eso.