Al final resultaba que todo era verdad. Saltó al campo para jugar por fin aquel partido que tanta ilusión y jolgorio le generaba al abuelo, ese mismo que le convenció (o más bien al padre de nuestro protagonista) para que fuera a hacer un año antes una prueba al Cerro del Espino. Desde ese día y hasta los 16, Álvaro Borja Morata abrazó el rojiblanco contra su voluntad y la de su progenitor. La pelota resultaba más importante que unos simples colores que se pueden meter en una lavadora con lejía y conseguir así un blanco impoluto. Jugó ese encuentro como delantero, porque ya desde los 12 lo era y no lo dejará de ser en toda su vida, hasta que un día muy lejano, tendrá que pasar más de una década para que llegue, cuelgue las botas y deje de hacer lo que mejor se le da.
Un tiempo antes de eso, Álvaro salió del colegio y llegó a casa cabizbajo, decepcionado consigo mismo, aunque siempre más con esos profesores que le obligaban a repetir curso. Ya se sabe, cuando uno supera un examen ‘ha aprobado’ por méritos propios, de lo contrario significa que ‘le han suspendido’ los malévolos maestros que sólo desean el mal del alumno. Le entregó las notas a Alfonso, su padre, y éste tomó una decisión trascendental como escarmiento que a fin de cuentas resultó inútil: su hijo no iba a fichar por el Atlético de Madrid. Pero cómo sería de buena la impresión que causó Álvaro en aquella fabulosa prueba que el Atleti fue paciente, acató la decisión del padre y esperó. Volvió a llamar un año después y se encontró con un rotundo sí.
Morata (i), vistiendo de blanco.
Pasó el tiempo y Álvaro seguía sumando partidos con la camiseta colchonera. El sentimiento hacia ese equipo por su parte no era el mayor que se le puede tener a un club. Sí translucía cariño hacia unos colores que era los que defendía cada fin de semana y por los que trataba de marcar el mayor número de goles posible. Pero al revés de lo que le pasara a Raúl, Morata siempre fue madridista, no se reconvirtió al lado merengue de la fuerza. El niño al que le apasionaba vestirse como lo hacía el propio Raúl, o Figo, o Roberto Carlos, tenía que jugar con la de ese conjunto que estaba luchando por salir cuanto antes del pozo de la Segunda División y que tenía a un tal Fernando Torres como esperanza de la cantera. Morata soñaba en blanco y vivía en rojiblanco.
Un buen día, nunca mejor dicho por lo que significaría para él, para su progenitor y en definitiva para su vida deportiva, a su puerta llamó el Real Madrid. Antes de eso, el Atlético dejó de ver en él al delantero en el que confiar el futuro, y ello unido a la disposición de los Moratas de buscar algo mejor, había marchado de Majadahonda hacia Getafe para poder ser titular, o al menos importante. El azul seguía sin ser el blanco soñado, pero el viaje a la tintorería no tardó en producirse. Además, no salir de Madrid tenía sólo ventajas: mantener a las amistades, a la familia y al Real cerca, lo más cerca posible. En cualquier momento, alguien del Madrid lo vería y diría: ‘pues este chaval nos sirve’.
Por muy bien que al final quedara el traje tras pintarlo de blanco, o tras eliminar todos los demás colores, o por juntarlos todos, según se vea, la pelota seguía siendo más importante para Morata que los colores. Volvió a ponerse rayas, a manchar el blanco con el negro para garantizarse un futuro mejor.
Era complicado, casi imposible si vemos las aspiraciones de unos y otros al inicio del curso, que nada más irse del Bernabéu, Álvaro tuviera que regresar a él con unos colores que no fuera el que siempre le gustó. Pero era más importante que la pelota acabara siempre en gol, dando igual que enfrente esté un portero con el escudo del Madrid o no. No se fue a la ciudad de la Molle Antonelliana para ganar la Copa de Europa. Era impensable que volviese a aspirar a ella después de ganarla en Lisboa. En realidad, si nos ponemos estrictos, tampoco tenía por qué haber jugador esa final contra el Atleti, contra su pasado, en la que jugó en el lado que siempre quiso. Jugó porque a Ancelotti no le quedaba otra. Iba palmando y necesitaba alternativas. Morata era la única solución ofensiva restante en el banco, porque Jesé estaba en la grada junto a Xabi Alonso. Muchos se preguntaron qué narices había hecho el italiano sacando a un niño en el lugar de Benzema, que no era el idóneo para remontar un resultado adverso. Y sin embargo, Morata jugó, y jugó bien, y ganó.
E igual que no tenía por qué jugar esa final, tampoco tenía por qué hacerlo este año. No porque la Juventus sea una sorpresa mayúscula en el último partido del año, que también, claro, sino porque Morata no estaba llamado a ser el delantero centro titular. O sí, pero no inmediatamente. Menos aún después de empezar con una lesión de dos meses. Y digo empezar porque le ocurrió en uno de sus primeros entrenamientos con la Juve. Pero Morata es de esos pesados que insisten una y otra vez en esa chica guapa de la que están prendados y al final, por tanto perseverar, acaban consiguiendo una cita en la que enamora a la signora. La dama era en este caso un poco vecchia, pero aún conserva el atractivo inmortal de la que ha sido muy hermosa y que con dar un solo paso más sería la más bella entre las bellas. Y en ese instante, Morata estará a su lado, cogiéndole la mano en perfecta unión, sin importar que un futuro blanco pueda desunirles.
Mucho se hablaba de que había un partido que podía ser el más polémico de la última jornada de la Liga de Primera División. Ese Eibar-Córdoba tenía todas las papeletas para que el equipo que no se jugara nada se embolsase algo de dinero por ganar. Pero en realidad, si hubo un encuentro que Javier Tebas y sus secuaces deberían pararse a analizar fue el del Nuevo Los Cármenes. El Granada y el Atleti tenían claro que iban a empatar desde el primer momento, confiando en que lo que pasase en otros sitios les iba a venir bien, y así fue. Un 0-0 aburrido, sin historia, emoción, ni gracia alguna. Un tristísimo cierre de Liga como espectáculo, aunque la alegría poseyera a ambos, porque el Granada se salvó y el Atleti fue tercero.
En ciertos momentos del partido daba la sensación de que se trataba más de un partido amistoso que del más determinante que iban a tener que jugar ambos equipos. Ese es el problema de depender de otros partidos. Problema para el espectador, por supuesto, porque el encuentro no tenía ritmo de juego, movían el balón de un lado para otro, con miedo de perderlo y sin ganas de rifarlo ni de hacer daño. Es que saber que lo que está pasando en otros estadios viene de maravilla a los dos que están jugando en Los Cármenes, les hizo darse la mano de forma metafórica durante todo el partido.
Y digo metafóricamente porque habría estado feo que los veintidós jugadores detuviesen el partido durante un instante y se diesen la mano, un abrazo y un beso. Fue lo único que faltó, porque la amistad entre ambos conjuntos fue para enamorarse entre sí. De hecho, la ocasión que protagonizó el partido ocurrió al principio de la segunda parte. Sí, la ocasión, en singular, porque no hubo absolutamente nada más. Fue un disparo de Koke desde fuera del área a un balón rechazado por la defensa nazarí. Roberto detuvo sin mayor problema.
No pasó absolutamente nada más. Sólo que durante unos minutos, pocos en realidad, del primer tiempo, el Granada estuvo en Segunda. Hubo un silencio en la grada que hacía comprender el nerviosismo momentáneo que generó ese descenso temporal. Lo extraño es que esa inquietud no se trasladó al césped, donde los jugadores que esta vez vistieron de rojiblancos parecían no haberse enterado de lo que pasaba. El ritmo siguió siendo cansino, lento hasta el hartazgo. Y más lo fue cuando los goles del Valencia condenaban al Almería.
El runrún no volvió cuando el Deportivo empató en el Camp Nou un partido que tenía más que perdido. Nadie se daba cuenta de que otro gol coruñés, una victoria blanquiazul, mandaba a Segunda al Granada. No había terminado el partido en Barcelona y la afición nazarí invadió el césped, eufórica, inconsciente. La felicidad no piensa. No hubo sustos de última hora. El Granada seguirá viviendo su sueño de Primera y el Atleti, pues el Atleti cumple su objetivo sin ganar los últimos cuatro partidos. Fue rácano, escaso, pero al final, no estará en la fase previa.
0 – Granada: Roberto; Nyom, Babin, Mainz, Juan Carlos; Iturra, Rubén Pérez; Robert (Candeias, m.78), Piti (Fran Rico, m.36), Rochina; y El Arabi.
0 – Atlético de Madrid: Oblack; Juanfran, Miranda, Godín, Siqueira; Tiago, Gabi, Saúl (Raúl Jiménez, m.83); Raúl García, Koke y Griezmann.
Árbitro: González González (Comité castellanoleonés). Sin amonestaciones.
Incidencias: Partido correspondiente a la trigésima octava y última jornada de la Liga BBVA disputado en el Estadio Nuevo Los Cármenes ante 22.500 espectadores. Lleno.
Un día, Messi se quedó en el banquillo y el Barça parecía que tiraba la Liga. Desde entonces, Messi ha hecho lo que ha querido y esto era ganar. Estaba harto de no ser el que era y de que se lo dijeran muy de vez en cuando. Entonces quiso cambiar la balanza, y como si de un emperador romano se tratase, hizo al fútbol postrarse ante él. Este domingo, el argentino disputaba el primer match-ball de los tres que tiene. Pues fue cuando mejor jugó, ganando él y diez más al Atlético y dándole a Luis Enrique, ese entrenador con el que no se habla, su primera Liga, la quinta en siete años para el Barça. La vigesimotercera en total.
Este tipo de partidos tienen una característica común por norma general, si bien las excepciones que se producen cada cierto tiempo los hacen lo especiales que son. No tuvieron esa fortuna los presentes en la Ribera del Manzanares. Fue uno de tantos partidos que parecen que son una final y, en cierta manera, lo era. Cada uno luchaba por su título: uno de verdad, el Barça; otro honorífico, el Atleti. Por ello, que los dos, o uno u otro pudiese celebrar algo al final del partido lo convertía en lo más similar a un partido final de una competición copera. Son encuentros que carecen de continuidad, de ritmo, de ocasiones y que tienen mucho miedo de ambos a no conseguir sus objetivos.
De no cumplir cada uno con su cometido, dependían de que otros equipos, en otros campos, hicieran o no hicieran lo suyo. Y eso le restaba la emoción propia de las finales. ¿Le restaba? ¿O más bien se la daba? Porque si hay algo que motiva a Messi es que Cristiano marque. Si hay algo que a este Barça le gusta es que el Madrid le presione, le agobie, le encime. El pasotismo azulgrana (pasotismo dominador, eso sí) se transformó en un monstruo llamado Messi en el mismo instante que desde el banquillo comunicaron el gol de Ronaldo. Entonces cogió la pelota y decidió marcar.
Así, suena simple, demasiado, pero es que es literalmente así. Hace lo que le da la gana con el fútbol. Es como si fuese un gran maestre que hubiese llegado a este deporte para decirle a todos cómo se tuviese que jugar. Ahora, después de haber superado todos los registros goleadores que se conocen, Messi ha madurado en su juego. La lesión de hace dos temporadas y el bajón físico de la pasada le han hecho aprender a dosificarse. No intenta marcar más que nadie, lo que hace es aparecer cuando lo considera oportuno, que no es lo mismo que cuando él quiere. Hace lo que tiene que hacer cuando hay que hacerlo y vuelve a descansar. Mientras, andando por el campo organiza a su equipo desde la derecha, como un ministro dirigiendo su ministerio desde el despacho. Messi es el fútbol.
Otro ejemplo de su magnificencia: diez minutos de partido y el Atlético estaba lozano, fresco y vigoroso. En esa decena de minutos no permitió que la posesión fuera azulgrana, algo que es suyo por naturaleza de no encontrarse con el Rayo de Jémez, claro. Tuvo saques de esquina, dominio y presencia en campo contrario. De repente, Messi cogió la pelota, hizo un caño y encontró a Neymar. Entre ellos generaron la primera ocasión de gol. Y a partir de entonces, el partido fue del Barça. Crearon tal pavor en el estadio y en los jugadores contrarios que nada fue lo mismo desde entonces. El partido pasó a ser una espera hasta que marcase el Barça. Pasó en el segundo tiempo.
Y eso que durante mucho tiempo el Atleti cerró todos los espacios. Uno de los problemas de los rojiblancos contra los dos grandes ha sido agruparse mucho pero demasiado atrás, pegado a su propio área, lo cual le permitía no recibir ocasiones pero también le impedía generarlas. Esta vez, con Torres y Griezmann arriba, el Cholo decidió no apelotonarse delante de Oblak. La jugada le salió bien durante un rato, salvo cuando Siqueira pasaba a ser un coladero por el que Messi, Alves, Pedro y el que apareciese por allí se hacía dueño de la zona izquierda de la defensa Atlética.
Pero encerrado o no, el Atleti no tiene muy claro eso de atacar, pero hoy no ha sido tanto por demérito, sino porque el Barça no les ha dejado. Luis Enrique se ha llevado palos a porrón, uno tras otro, como si estuviera ante una fila de gente con bates que se divertía dándole en la cara como si fuera una piñata. Es innegable que algunas se las mereció, pero todo lo que hizo finalmente está teniendo sus premios. La estructura defensiva del Barça es soberbia gracias a la colocación en el campo. Las líneas están arriba, la presión no es siempre constante pero la posición no se pierde nunca. El Atleti no sabía atacar, y el Barça defendía comodísimo. En realidad, la única verdadera ocasión del Atleti fue un disparo de Siqueira.
Con todas esas premisas y con el mejor Messi de siempre, el triunfo del Barça estaba garantizado. A partir de su gol, nada hubo que hiciera creer al Atleti en la remontada ni al Barça en el empate. Lo que sí creyeron y no consiguieron fue sentenciar, pero tampoco hizo verdadera falta. Cuando se estaba acabando, y el Atleti sabía que el Valencia estaba achuchando al Celta, Messi volvió a aparecer para templar los ánimos, adueñarse del balón, parar el tiempo. Messi no jugó en Anoeta, el Barça perdió. Ese día, Messi se propuso ganarlo todo. Y si lo ha decidido, nada parece que lo pueda evitar.
Ficha técnica:
0 – Atlético de Madrid: Oblak; Juanfran, Giménez, Godín, Siqueira; Arda (Mandzukic, m. 72), Gabi, Mario (Raúl García, m. 67), Koke; Griezmann y Torres (Saúl Ñíguez, m. 80).
1 – Barcelona: Bravo; Alves, Piqué, Mascherano, Alba (Mathieu, m. 79); Rakitic (Rafinha, m. 86), Sergio Busquets, Iniesta (Xavi, m. 81); Messi, Neymar y Pedro.
Gol: 0-1, m. 65: Messi bate a Oblak tras una pared con Pedro.
Árbitro: Undiano Mallenco (C. Navarro). Amonestó a los locales Koke (m. 52) y Gabi (m. 75) y a los visitantes Pedro (m. 29), Alves (m. 31), Neymar (m. 90) y Messi (m. 90).
Incidencias: partido correspondiente a la trigésima séptima jornada de la Liga BBVA, disputado en el estadio Vicente Calderón ante unos 54.000 espectadores. Lleno.
El Atlético de Madrid se ha convertido en el embajador de Madrid a través de un vídeo de promoción de la ciudad. Bajo el título Enjoy Madrid (Disfruta Madrid) se muestra «el Madrid del Atleti», en palabras del técnico rojiblanco Diego Simeone, que protagoniza el spot.
El equipo rojiblanco siempre ha hecho grandes vídeos de promoción desde aquel «Papá por qué somos del Atleti», a «Un añito en el infierno» o ese en el que el Mono Burgos abría una alcantarilla en la calle Alcalá.
El presidente del Atlético de Madrid, Enrique Cerezo, y la consejera madrileña de Empleo, Turismo y Cultura, Ana Isabel Mariño, presentaron este miércoles este último trabajo en el que se promociona no el equipo, sino la ciudad. Fue en un acto en la Ciudad Deportiva del Atlético en Majadahonda, al que acudieron, además de Simeone, los jugadores Fernando Torres, Raúl Jiménez, Jorge Resurrección Koke, Antoine Griezmann y Arda Turan. En el vídeo, titulado Enjoy Madrid ¿Cuándo vuelves?, participan estos cinco jugadores del Atlético, que recorren varios puntos de la capital (monumentos, bares, restaurantes) y de la región (Aranjuez o La Pedriza, entre otros) en un autobús, así como el entrenador, que realiza la narración que acompaña al audiovisual.
«Bienvenidos al Madrid del Atleti», dice Simeone, que durante el spot llama a descubrir «el Madrid de los madrileños, el Madrid auténtico y alternativo», y termina dando la bienvenida a los visitantes «al otro Madrid, al Madrid del Atleti».
En la presentación, el presidente Enrique Cerezo destacó el papel del Atlético como «representante de Madrid en el exterior» en las competiciones europeas, así como por el papel de sus jugadores como «embajadores» de la región. «Hemos intentado reflejar el Madrid de los atléticos, un Madrid alternativo. Simeone muestra una ciudad atractiva, un Madrid que nadie querrá perderse», añadió, Por su parte, la consejera de Empleo, Turismo y Cultura, Anabel Mariño, destacó el impacto económico y turístico del fútbol, además de la «atracción» que provoca el Atlético de Madrid y sus futbolistas.
«Dicen los atléticos que la sensibilidad de este equipo refleja un sentimiento especial que cuesta mucho expresar con palabras. Esa es la imagen sugerente, castiza, moderna y alternativa que hemos intentado mostrar de Madrid y lo que representa el Atlético a través de este vídeo, que vamos a expandir en líneas aéreas y canales turísticos», dijo Mariño.