Tan cruda resultó la Juve que con menos que el Madrid logró destemplar al conjunto español, al que se le vieron más costurones de los esperados. Salvo en el tramo final del primer acto, el equipo de Ancelotti fue a remolque de un rival abnegado, de pierna fuerte e ideas muy claras y, en algunas fases, cordial con la pelota. Con su victoria, los juventinos pusieron cerco a un Madrid con tembleques en la zaga, con Ramos sin cadena en el medio campo y con Bale menos que de puntillas, por subrayar sus mayores desarreglos. Mal de entrada y desbocado al final, entremedias el empate de Cristiano fue un espejismo. No tuvo continuación y Tévez tocó la corneta para dejar al campeón con la angustia de una vuelta que no se presume con paseíllo.
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Tiene menos cartel que el Madrid, pero no hay cascoteros en esta Juve, que reniega del costumbrista manual de algunos equipos italianos que bendicen el pelotazo porque no desordena. Con el imperecedero Pirlo como mascarón, el campeón del calcio arrancó con brío, con fútbol geométrico, con el balón al pie. Según dictara la jugada, a las órdenes de Pirlo, por supuesto, al que le falta depósito, pero mantiene de forma fugaz su distinguido visor, los jugadores de Allegri enchufaban en corto a Vidal o Tévez, o bien citaban con las luces largas a Morata, un coloso hasta que reventó. Las dos vías generaban quebraderos al Madrid, con Ramos y Kroos demasiado alineados para atacar y defender. A sus espaldas, los dos suramericanos del Juventus provocaban agudas interferencias entre el medio campo y la zaga española. Morata enredaba por su cuenta a Pepe y Varane. Su físico le procura el forro adecuado para el cuerpo a cuerpo.
Por momentos, la Juve lograba afeitar al Madrid y a la cuarta llegada antes de los diez minutos logró su propósito. Tévez encontró un pasillo con gran facilidad y su disparo cruzado lo acarició Casillas a su derecha, junto al poste. Morata, que es rastreador de áreas, estaba junto a la presa. No fue un tanto casual, ni mucho menos. Quizá desde el Milan de Sacchi no se conozca una escuadra italiana que haya dado 27 pases previos a una diana. Eso certificaron los estadísticos, tan valiosos con sus laboratorios. El gol, su génesis, retrató a un Madrid atribulado, tiritón con la pelota, blando en las disputas. En el espinazo del equipo, Sergio Ramos bastante tenía con encajar como postizo centrocampista. No encontraba con quién chocar y el partido demandaba gobierno. Sin un intermediario en el medio, Bale, como ariete, y Cristiano, proyectado desde la izquierda, quedaban aislados, fuera de plano.
Lejos de mantener la ruta, la Juve poco a poco cambió la escala musical. Prefirió refugiarse más en las cuerdas de Buffon y perdió metros hacia Casillas. Mala decisión, no conviene abrir el paisaje a Kroos, pese a su aparente pecho frío. El alemán anestesió a los suyos. Es lo que tiene colonizar el balón. A su compás respiró el Madrid, que comenzó a dar avisos en campo ajeno. Ya asomaba James, capital para la ofensiva madridista, clave para agitar a cualquier adversario. En la crecida visitante, fue el propio James quien provocó una indecisión de Evra, que fue al combate como un monaguillo. La acción descolocó a Chiellini, que fue al rescate sin éxito. El colombiano templó el baló al segundo palo y a Cristiano, sobre la raya de gol, le bastó con poner el flequillo que no tiene. Su puntualidad con el gol es mucho más que asombrosa, es una corazonada permanente.
La Juve notó la sacudida del innumerable tanto del portugués. Ya no era el equipo fluido del arranque. Las teclas eran de Kroos, de James, de Cristiano… Y, por un momento de Marcelo, que alivió su dislocada actuación al frente de una estupenda jugada colectiva. Tras una danza de Isco por el costado izquierdo, el lateral brasileño citó a James con el gol. El cafetero, a un palmo de la portería, se lanzó en plancha y su cabezazo fundió el larguero. Increíble. Solo cabía esperar gol o gol.
Salvo en el último tramo del primer tiempo, el cuadro de Ancelotti fue a remolque
En alza el Madrid, el retorno al segundo acto no tuvo la misma derivada. La Juve, de entrada, se pareció más al del inicio del duelo. Otra vez con más decisión, enérgica. Llegó el momento de Tévez, que es una avispa a campo abierto, canchero como pocos, pícaro e “incordión”. El Apache reflotó a los blanquinegros. Con Ramos con cara de náufrago y Bale no se sabe dónde, el grupo de Ancelotti no daba con la tecla, desajustado en todas las líneas. La Juve, como buen italiano, hurgó en la herida. Un córner a favor concluyó en un desastre para el Madrid, que se lo ganó a pulso. Cerraban, con dice el libreto de toda la vida, los dos laterales, los dos bajitos, Carvajal y Marcelo. Al brasileño le llegó un rebote y se animó a buscar un disparo. Una imprudencia cuando se está de centinela. El rechace en la alambrada local llegó a Tévez, que pegó varios muletazos a Carvajal hasta que este, con un punto de ingenuidad, le atropelló. Bien pudo contener, sin más. El argentino no falló desde el penalti.
El gol retrató a los visitantes, tiritones con la pelota, blandos en las disputas
Reaccionó Ancelotti, que puso en vuelo a Chicharito en detrimento de Isco. Bale, en tierra de nadie, se mantuvo. Un minuto tardó Allegri en dar réplica. Barzagli por el sorprendente Sturaro, titular pese a llevar solo desde febrero en Turín y haber jugado un encuentro de Champions y ocho de Liga. Frente al 4-3-3 español, el 5-3-2 italiano. Exhausto Tévez, la Juve se encomendó al blindaje a ultranza y una aventura de Llorente, relevo del más que meritorio Morata. El Madrid contra un muro, la Juve en el descampado, a cielo abierto. El partido obligaba a contener la respiración. No sobraba fútbol, pero había fogatas ante las dos porterías. La tuvo CR nada más irrumpir Chicharito, que en un rato dejó mal al inoperante Bale, por fin relevado a poco del final por Jesé.
El Madrid, sin mucho tino, aceptó descamisarse, ir a por el empate, poner remedio antes de la vuelta a Chamartín. Llorente a punto estuvo de hacérselo pagar caro. No hubo para más y la gente de la Juve tiró serpentinas, confetis y lo que tenía a mano para festejar un resultado que deja a su equipo con un destino posible a Berlín. Al Madrid le toca remar. En Turín tuvo muchas grietas. Esta vez, los remiendos, a estas alturas de la Copa de Europa, no fueron suficientes. Plano y sin ideas solo le quedó colgar balones sin techo. No es lo que se espera del campeón. Tiempo tiene para la reflexión. Para cuadrarse de otra manera el próximo miércoles. Falta le hará, y recursos tiene.
Cuando había clase de canto en el colegio, a Massimiliano Allegri la maestra le colocaba en la última fila para que no se le escuchara. «Era un desafinado», dice. No ha desafinado en la Juve. Y eso que la tarea de sustituir a Antonio Conte era complicada. Conte fue quien rescató al equipo de las tinieblas, el que lo hizo volver a ganar después de pasarse cinco años en blanco, los que siguieron al ascenso a Primera después de la sanción por calciopoli (la Juve fue castigada a la Serie B por la compra de árbitros). Conte había devuelto el ADN ganador y luchador al equipo bianconero. En el imaginario colectivo parecía que sin él, el equipo volvería a derrumbarse.
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La Juve gana otro ‘scudetto’ sin oposición
Borrar su sombra, además de seguir ganando, era la misión de Allegri. Beppe Marotta, el administrador delegado, le llamó después de la final del Mundial. Llevaba seis meses en el paro, el Milan le había destituido en enero y él se había pasado el invierno y la primavera esquiando. Esperó paciente una llamada y cuando llegó hizo las maletas y se marchó a Turín. Tuttosport, el periódico deportivo de la ciudad, le recibió con una encuesta demoledora. De los 20.000 aficionados que votaron, el 91,5% contestó que la elección de Allegri no había sido la correcta. Por si eso no era suficiente, el técnico perdió el primer amistoso de verano contra los suplentes de un equipo de Cuarta División. Los hinchas congregados en las redes sociales dictaron sentencia: «No llegará a Navidad, por blando».
11 meses después, Allegri ha ganado el scudetto (con cuatro jornadas de antelación, récord histórico para el club), jugará la final de Copa y ha llevado al equipo a semifinales de Champions. Algo que Conte nunca consiguió (el primer año no pasó de la fase de grupo y el segundo cayó en cuartos). Es más, el ahora seleccionador italiano abandonó la Juve, peleado con la dirección deportiva, porque consideraba que no le habían armado un equipo competitivo para luchar en Europa. «Uno no se puede sentar con diez euros a una mesa de un restaurante de cien», fue su famosa frase. Con el mismo equipo (y la incorporación de Morata), Allegri ha superado su predecesor. Los pesos pesados del vestuario celebraron su llegada. Estaban exhaustos de los métodos de Conte: les había exprimido durante tres años. Sin pausa, sin posibilidad de respirar. Los dueños del club también se habían cansado del técnico crecido como jugador en la Juve.
«Su idea es que uno tiene que estar cómodo para jugar en ataque», dice Tévez
«Conte es un ganador. No puedes relajarte un segundo con él, ni en los entrenamientos ni en los partidos. Es ganar o ganar, para él no existe otra cosa. Allegri es más relajado, es de disfrutar un poco más, sobre todo cuando se gana. Conte llegaba después de una victoria y ya pensaba en mañana», confesó Tévez en una entrevista en El País. El delantero argentino, con la libertad táctica que la ha concedido Allegri, ha firmado su mejor temporada. «A Conte le gustaba mucho jugar con los dos puntas muy pegados, no quería que se separaran tanto. Allegri te pide que tengas una posición fija pero sólo cuando defiendes. Su idea es que cuando ataque, uno tiene que estar cómodo para jugar como más le gusta», explica el Apache.
«El míster heredó un buen grupo, con grandes valores morales y gran calidad, pero nos ha dado mucho. Cualquiera que hubiese venido a la Juve después de Conte habría encontrado un camino complicado… Para nosotros fue un estimulo, queríamos demostrar que los jugadores también tenemos nuestro valor», explica el capitán, Gigi Buffon. «Parecía que con la marcha de Conte iban a ser todas dificultades. Queríamos demostrar que somos un gran grupo», asegura Pirlo. «Nos daban por muertos con el cambio de técnico y hemos demostrado que este equipo vale y mucho», dice Chiellini.
Allegri, que vive en el centro de Turín y ha hecho migas con los pesos pesados del vestuario (incluido Pirlo, al que jubiló en el Milán en 2011 forzándole a marcharse) ha salido indemne del pos-Conte. Durante el temporal de verano -llegaron a lanzarle huevos-, con los hinchas revueltos, siempre encontró el paraguas del club, de los Agnelli y de la dirección deportiva. Marotta apostó por él -ya le había buscado cuando estaba en el Cagliari- no solo por su capacidad de adaptación sino también por su docilidad. Allegri es el clásico «entrenador de club». Después del huracán Conte, en la Juve buscaban un técnico que armase el equipo con las piezas que había en el vestuario sin aparecer a diario con nuevas peticiones, sin tensar la cuerda todo el rato. A Allegri, que firmó un contrato de 2 años, los más veteranos le comparan con Fabio Capello. Serio y duro en los entrenamientos pero sin estar encima de los jugadores una vez terminado el trabajo; con una gran capacidad para leer los partidos y hacer los cambios sobre la marcha.
En Turín ha tenido paciencia. Nunca le ha gustado el esquema de Conte (3-5-2) pero sabía que no podía cambiarlo todo de golpe; menos sabiendo que había traído tantos buenos resultados. Ha esperado los momentos oportunos para dar su sello al equipo con un 4-3-1-2. Ha hecho crecer a Morata (con el que ha tenido muchos entrenamientos individuales) y ha dado más libertades tácticas a sus jugadores. Sin pasearse como una sombra por los hoteles de concentración controlando cual sargento que no comieran un dulce demás. No es un sargento pero tiene carácter. Así también lo ve el presidente Agnelli. «Allegri los tiene cuadrados. Es la segunda liga que gana en su primer año», le piropeó el sábado.