Leo destroza la obra de Guardiola

Messi no suda, no grita ni tampoco llora, nunca se vio una lágrima suya, a diferencia de las de Casaus, que eran azulgrana, ni tampoco hay constancia de una gota de su sangre, insensible en los partidos más estresantes como el de ayer en el Camp Nou. El 10 apareció como una divinidad en un momento en que el encuentro era del Bayern, cuando en la hinchada se convencía de las bondades de un 0-0, Rakitic aguantaba al Barça y calentaba Xavi. No rompía el encuentro por ningún sitio y entonces Messi descerrajó el portal del gigante Neuer con dos tiros opuestos, uno seco y otro suave, terminales para el equipo de Guardiola.

Aunque ni siquiera fue nombrado, Guardiola salió como un señor del Camp Nou. Jugó el Bayern con la grandeza de los mejores, sin reparar en las ausencias de Robben y Ribery, excelente en el juego colectivo, capaz de competir con el Barça. Los azulgrana estuvieron activos y ambiciosos, enérgicos y competitivos en una noche sin concesiones, lamentos, romanticismos ni ñoñerías, entregados los dos equipos a una afrenta muy seria para suerte del Camp Nou. Nadie había descifrado tan bien hasta ahora al Barça como Pep. No hay antídoto posible, sin embargo, contra Messi.

El secreto no estaba en las alineaciones, hasta cierto punto cantadas, sino en cómo los jugadores se repartían el campo, especialmente los del Bayern de Guardiola, que prefirió a un todocampista de la talla de Schweinsteiger a un media punta indefinido y famoso como Götze. El encuentro parecía girar al fin y al cabo alrededor de Messi. Y Guardiola basculó a su equipo hacia la banda del 10 mientras abría la cancha por la derecha para Thiago y llenaba la divisoria con un medio más a cambio de defender con tres, una temeridad si se tiene en cuenta la nómina de delanteros azulgrana: Messi, Luis Suárez y Neymar.

más información

Así te hemos contado el partido
FOTOGALERÍA Las mejores imágenes del partido
Todo sobre la Champions League

El plan de Guardiola propició un cuarto de hora de vértigo, imposible de digerir para los volantes, superados por el ir y venir de defensas y delanteros, una locura para los porteros, expuestos a situaciones de mano a mano como la que afrontó Neuer con Luis Suárez. El meta le ganó la partida al ariete y se acabó el riesgo y la diversión, menguó la tensión, se pasó de la locura a la cordura y se calmó el Camp Nou. A partir de la recomposición de líneas alemana, ya con un esquema más convencional (4-4-2), se impuso el orden, se achicaron los espacios y se acabaron los mano a mano que había propiciado el 3-5-2 inicial del Bayern.

Nada pudieron opinar los alemanes, convertidos en carne de cañón por Leo, como temía Pep

Incluso con la contienda atemperada nadie reparó en la figura de Guardiola, ignorado cuando se cantaron las formaciones, sin mención alguna, como si fuera un técnico rival cualquiera, concentrada como estaba la hinchada en un partido agotador, dominado por la grandeza de Neuer. El meta, imponente con los pies, marcó las diferencias ante Alves (m. 38) y Suárez (m. 11), exuberante el lateral e inteligente el delantero, sobresalientes en el despliegue del Barça. Aunque el marcador ni pestañeó, los dos equipos agradecieron el descanso después de batirse de manera soberbia, como demanda la Champions.

El desgaste físico fue tan brutal como el psicológico, digno de un thriller por su interés y emoción, muy absorbente para el espectador, igual de concentrado que los jugadores, incluido Messi. Aunque al 10 le costó salir de la defensa de ayudas que montó el Bayern, nunca le dio la espalda al encuentro sino que se ofreció como extremo o volante, de acuerdo a las necesidades del Barça, que siempre tuvo más peso en el partido que el Bayern. Los jugadores sabían, también Messi, que cualquier descuido penalizaba, que un error podía ser definitivo en un choque de máximos, intenso, digno de la Copa de Europa.

Ni siquiera su progenitor futbolístico, quien más le ha entendido, sabe cuál es su secreto

La cita exigía futbolistas mayúsculos, y más por parte del Barcelona, que pasó un mal rato en la reanudación, gobernada por la serenidad y despliegue del Bayern. Rakitic sostuvo entonces al Barcelona mientras calentaba Xavi. Aparentemente necesitaba paciencia el Barça. Al Bayern le perdió entonces la confianza, la superioridad con que jugaba, el punto de soberbia en la salida del balón, perdido por el lateral ante el arrebato de Alves. El brasileño anticipó, robó, aceleró y la puso para Messi, que no perdonó a Neuer. Messi entró en acción y ya no paró hasta meter un segundo gol excelso por el recorte a Boateng.

Messi regateó al central del Bayern, descuartizado en la cancha, para después picar la pelota sobre la salida del inmenso Neuer. La jugada sacó del encuentro a los alemanes, entregados a un final de partido suicida, rematado en el tiempo añadido por un tercer gol, tras una asistencia de Messi, materializada por Neymar, excelente en la definición ante Neuer. Los azulgrana entraron en combustión y alrededor del 10 se convirtieron en la máquina de matar, en el equipo que rebosaba salud desde Anoeta, el estadio que marca el punto de inflexión del Barça. Nada pudo opinar el Bayern, convertido en carne de cañón por Messi como temía Guardiola.

Nadie hubiera dicho que el Bayern estaba mutilado, atacado por una depresión y un rosario de calamidades, hasta que apareció Messi y marcó el camino hacia la final de Berlín. Ni siquiera su progenitor futbolístico, quien más ha entendido al 10, como es Guardiola, sabe cuál es el secreto de Messi. Ni suda, ni llora, ni sangra, simplemente marca goles de fábula como el segundo, suficiente para marcar diferencias, digno de ser tatuado en su brazo izquierdo después de que en el derecho ya luzca una de las vidrieras de la Sagrada Familia, una obra tan admirada como inacabada como el fútbol del propio Leo Messi. Tenía razón Guardiola: no hay remedio contra Messi.

La silenciosa venganza de Luis Enrique firmó su mejor capítulo delante de Guardiola

Hace cinco meses, el vestuario del Barcelona estalló por los aires. Messi se quedó de inicio en el frío y húmedo banquillo de Anoeta, el equipo azulgrana cayó derrotado y una guerra interna que estaba germinando desde hacía tiempo vio la luz: Luis Enrique vs Messi. En aquellos complicados momentos, la figura del entrenador asturiano quedó muy dañada, con el argentino como ganador de la batalla a ojos de la opinión pública y del club. La institución azulgrana le dejó claro al técnico lo que había, que Leo era intocable. Poco a poco, y a golpe de resultados, el entrenador azulgrana fue cogiendo aire hasta llegar a este punto, con un Barcelona cada vez más cerca de soñar con el triplete. La silenciosa venganza de Luis Enrique firmó ante el Bayern, hasta el momento, su mejor capítulo.

La afición del Camp Nou, con Pep Guardiola en el banquillo rival, elevó la voz como hasta ahora no lo había hecho para ensalzar la figura de su entrenador. El nombre de Luis Enrique fue coreado con fuerza desde la grada del estadio barcelonista, para dejar claro que ahora mismo es su líder, el que está guiando al equipo hacia lo puede ser una temporada redonda cuando nadie lo esperaba en el mes de enero. El técnico ha tragado mucho a lo largo de este ejercicio que se torció en un momento y que se enderezó cuando la convivencia con Messi se normalizó. Sin ser amigos, entendieron que el bien común mandaba.

Con una complicada relación con los medios de comunicación, muchas ruedas de prensa han estado cargadas de tensión. Se le ha preguntado una y mil veces por su futuro, sobre si continuará entrenando al equipo la temporada que viene, y él siempre viene a decir lo mismo: “Lo que me interesa es el futuro más inmediato del equipo”. Así ha sido siempre. Con elecciones a la presidencia a la vista, nadie puede asegurar que el asturiano siga en su puesto el próximo ejercicio. Luis Enrique respira hondo y no se mete en esta materia porque su único objetivo, dice, “es sumar títulos”. Y está cerca de cruzar hasta tres líneas de meta…

“Hoy mi relación es buena, no tengo ningún problema con el míster”, dijo el pasado martes Messi, un día antes de que Barcelona y Bayern se vieran las caras en el Camp Nou. Técnico y futbolista han sabido encontrar un punto de encuentro en el que el gran beneficiado está siendo un Barcelona embalado. “Mi relación es normal, buena, como la del resto de compañeros”, añadió el genial atacante con tranquilidad. Con la mirada relajada, Leo quiso despejar las dudas que pudiera haber ahora que el equipo está en la recta final de la temporada. Por ahora reman juntos y con fuerza. En el futuro ya se verá si sus caminos se separan…

Luis Enrique da instrucciones durante el Barcelona-Bayern (EFE)

Máximo goleador de la Champions

Sus relaciones con la dirigencia no ayudaron a que la temporada se desarrollara como esperaba cuando aterrizó en Barcelona. Cuando su duelo con Messi quedó a la vista de todo el mundo, Josep María Bartomeu le dejó claro que en este Barcelona jugaban Leo y diez más, como ya informó en su momento este periódico. Desde entonces, así ha sido, como también que el argentino ha cumplido unos meses fantásticos, coronados -a falta de partidos más importantes- ante el Bayern de Múnich con un genial doblete. “No contemplamos la temporada que viene sin Luis Enrique”, dijo hace poco el presidente, que más de una vez ha recibido un puyazo por parte del técnico.

Messi es único e irrepetible”, exclamaba Iniesta, mientras Bartomeu decía convencido que “es el mejor de todos los tiempos”. Y Luis Enrique, su gran enemigo en su momento, afirmaba que “Messi te sorprende cada día, pero me quedo con todo el equipo”, para poner cierta distancia con el aluvión de adjetivos que llenaron redes y medios para calificar a la estrella de Rosario. Pero obviamente, tuvo que añadir alguna frase más porque la ocasión lo merecía, añadiendo que “la vida es más fácil con Messi. Es un placer verlo cada día, es un futbolista de otra dimensión”.

Y es que un día más el apellido Messi se convirtió en cuestión de minutos en trendic topic. Con sus dos goles marcados al Bayern, Leo pasa a convertirse en el máximo goleador histórico de la Champions League con un total de 77, superando en un gol a Cristiano Ronaldo y en seis a Raúl. En la presente edición, el atacante barcelonista es el máximo goleador del torneo con 10 goles, quedando por detrás con 9 Cristiano Ronaldo y Luiz Adriano. En la presente temporada, Messi suma un total de 53 goles entre todas las competiciones, añadiendo a su hoja de servicios 25 asistencias de gol.

El ‘cacique’ Messi

Asegura la leyenda que un día, todavía en tiempos de Pep Guardiola, entonces entrenador del Barcelona, le preguntaron a Leo Messi, “¿Cómo véis al equipo?”. Y el jugador, abrumado por la precaria situación del equipo, respondió: “Pídanselo al técnico, que tiene la solución, o así se lo oí decir. Al parecer se levanta muy pronto por la mañana y acude a un cuarto oscuro y allí encuentra la respuesta a cualquier problema”.

Messi nunca habló mal de Guardiola y el técnico siempre dispuso al equipo para que triunfara el 10 del Barça, como quedó constatado en la vigilia del clásico del 2-6 cuando el entrenador convenció al futbolista para que jugara de falso 9. La relación de ambos quedó tocada en 2012 después de la derrota en la Liga con el Madrid y la eliminación en la Champions con el Chelsea.

El delantero ya no solo ejerce de goleador, sino que funciona como futbolista total

No encontró respuesta Guardiola, que se impuso un año sabático, y Messi se entregó a Tito Vilanova. La muerte del técnico y una seria lesión provocaron la dimisión del futbolista, especialmente manifiesta con Tata Martino, hasta que despertó su alma competitiva en la entrega del tercer Balón de Oro para Cristiano Ronaldo. El portugués afirmó su propósito de igualar a cuatro con Messi. Aquel día el argentino se juró que competiría por ganar el quinto, circunstancia que pasaba porque el Barcelona montara un equipo capaz de recuperar el trono de la Liga y competir por recuperar el título de la Champions.

Y el Barça dejó de ser un equipo de autor, entregado a Guardiola, y se convirtió en el equipo de Messi sin desmerecer la figura del entrenador, Luis Enrique. El técnico asturiano, una figura intervencionista, topó con la figura del equipo, que cree merecer un trato aparte, cosa que pasa por disputar todos los partidos, no ser sustituido y mucho menos cambiado, incluso en periodos vacacionales como el de Navidad.

Luis Enrique no alineó a Messi en Anoeta y se armó la marimorena en el Camp Nou. El futbolista declaró la guerra y el entrenador tuvo que tragar quina, sobre todo cuando trascendió que en un entrenamiento ambos se tiraron los trastos a la cabeza. Al parecer el mister ejercía de árbitro, cosa nunca vista en un entrenador, que acostumbra a delegar en su segundo en los partidillos de los jugadores, siempre proclives a reyertas, y la figura del equipo le desafió por una falta no cobrada, conflicto que provocó el enfrentamiento abierto entre Luis Enrique y Messi. La mediación de Xavi evitó que la cosa fuera a mayores y el técnico desistió de expedientar al 10 por su desafío posterior a la visita a Anoeta.

El protagonismo del 10 ha aumentado con la permisividad y complicidad del técnico

El conflicto no pasó a mayores sino que cada uno asumió su responsabilidad, coincidentes en la necesidad de que el equipo recupere la ambición de ganar cuantos títulos estuvieran en litigio. No se discute hoy la importancia del entrenador ni de Messi. La prueba más evidente de la implicación del argentino es su actuación contra el Valencia. Messi ejerció de futbolista total por su implicación en el juego y en el resultado: 2-0. Marcó el segundo gol, el número 400 de su cuenta, remató previamente a la cruceta en un libre directo, asistió a Luis Suárez en el 1-0, y se convirtió en el futbolista referencial del Barcelona. El rosarino ejerció de cacique de acuerdo a la liturgia argentina, la misma que señala a los futbolistas que marcan las pautas del encuentro, normalmente desde el puesto de 5. Messi auxilió a la defensa para sacar la pelota ante la presión del Valencia, ayudó a combinar a los medios en situaciones de inferioridad numérica y fue determinante como delantero, asociado a Suárez y Messi o como punto final, aspecto que quedó claro en el 2-0.

El 10 fue un jugador universal en un partido difícil para el Barça. Asumió la responsabilidad que le tocaba desde su litigio con Luis Enrique. Jugó como nunca, compitió como no se le había visto, se desplegó por los sectores del campo, ejerció como el líder con la complicidad del técnico. Los dos se necesitan sin ser cómplices, sabedores de que el fin justifica los medios: hay que ganar y después ya discutirán sobre el botín.