El entrenador del Barcelona, Luis Enrique Martínez, destacó que a su equipo le quedan «cinco finales», seis si supera al Bayern de Múnich en las semifinales de la Liga de Campeones, y que sus hombres están mentalizados para afrontarlas como tales. «Quedan cinco partidos, y ojalá sean seis, si somos mejores que el Bayern. Serán seis finales. Plantearlo de otro modo sería un error», manifestó. La primera de ellas la tiene ante la Real Sociedad, «uno de los pocos equipos que nos ha ganado esta temporada», advirtió el técnico del conjunto azulgrana.
En Anoeta, el equipo cayó (1-0) en la primera vuelta en uno de los peores partidos de esta temporada, que provocó la destitución de Andoni Zubizarreta como director deportivo y precipitó la convocatoria de elecciones a la presidencia del club. Sin embargo, Luis Enrique aseguró que entonces no percibió aquel momento como especialmente crítico: «Más allá de lo que significan las derrotas en un club grande, que siempre dejan su poso, no lo recuerdo como una situación dificilísima o imposible de superar para el equipo. Lo veo más como algo normal dentro del proceso de una temporada».
Ese tropiezo ante la Real Sociedad sirvió de punto de inflexión al equipo, que desde entonces ha sumado 29 victorias, un empate y una sola derrota. «La verdad es que no estaba prevista. Lo que estaba planificado era ganar los 38 partidos de Liga, pero eso es imposible», ironizó Luis Enrique. En cualquier caso, el técnico del conjunto asturiano ha reconocido que, después de «un partido de la máxima intensidad» como el disputado el miércoles ante el Bayern de Múnich, siempre puede existir un pequeño bajón que puede pasar factura en el encuentro siguiente.
«Por eso, hace que este partido tenga una importancia máxima para nosotros. Tenemos la suerte de depender de nosotros mismos para zanjar la Liga, queremos que siga siendo así y mañana, de nuevo, tendremos a nuestro público al cien por cien», indicó el preparador del conjunto azulgrana. Luis Enrique, que cumple 45 años y fue aplaudido por sus jugadores cuando llegó al campo de entrenamiento, aseguró que en las felicitaciones que recibió nadie le ha deseado que gane el triplete. «Mis amigos me felicitan para desearme que cumpla muchos más y que ellos lo vean. Nada más», apuntó, el técnico, quien bromeó sobre su falta de carisma ante la pregunta de un periodista.
Tras la exhibición ante el Bayern, la euforia ha vuelto a desatarse en el entorno barcelonista, pero Luis Enrique sabe que es imposible frenarla: «Es un guerra perdida. Esto funciona con extremos: o estás caliente, hirviendo o en el polo norte». Luis Enrique confía en que la huelga convocada por la Real Federación Española de Fútbol y la Asociación de Futbolistas profesionales para las dos últimas jornadas de Liga finalmente no se lleve a cabo. «Lo que se necesita es diálogo de todas las partes para resolver el conflicto. Y yo espero que el campeonato se acabe cuando estaba previsto», afirmó.
Cuando un futbolista lleva 16 años en el mismo club, desde juveniles, pasando por el Baskonia (filial en 3ª división), Bilbao Athletic (filial en 2ªB) y Athletic (12 años) y se ha jugado en todas las zonas del campo: extremo, interior, medio centro, mediapunta y, sobre todo, lateral, los momentos pasan de singulares a plurales. Andoni Iraola, que hoy ha anunciado que en junio abandona el Athletic, ha elegido sus momentos en el club de sus amores: «El debut ante el Barcelona, el 30 de agosto de 2003 (0-1 en San Mamés) y espero que el último partido ante el Barcelona en la final de Copa, aunque confío en que sea con otro resultado», dijo en la multitudinaria conferencia de prensa en Lezama. Alfa y omega de una trayectoria a lo Le Tissier, otro one club man. Sin embargo, puestos a elegir hay dos momentos que colorearon la fotografía de Iraola en el Athletic. Una fue en Anoeta, llorando en el banquillo tras una derrita del Athletic frente a la Real. Él, guipuzcoano de Usurbil, sufriendo una derrota como quizás ningún aficionado la sufrió. Otra, el 18 de marzo de 2012, cuando frente al Valencia en San Mamés (0-3) fue expulsado por doble amonestación. Fue la primera y la última expulsión de Andoni Iraola en el fútbol profesional. Mister Iraola, ni en la plenitud ni en la decadencia, apeló a lo que no sabía hacer: frenar por la fuerza al rival, domesticarlo con el látigo, abrasarlo con la violencia. Fue por eso que Ronaldinho, tras un partido en el Camp Nou, dijo que de él que era el futbolista que mejor lo había marcado «porque no se conformaba con quitarme el balón, sino que lo convertía en una acción de peligro».
Ronaldinho no sabía que cuando Iraola jugaba en el Antiguoko juvenil (un club de referencia en Gipuzkoa) el entrenador solía hacer un juego que consistía en colocar al futbolista en el entorno del banderín de córner y retar a dos, tres o cuatro jugadores a que le quitaran el balón. «Nunca lo conseguían. Su dominio de la pelota era espectacular». Por eso se inició como delantero, o como interior, por su aire de jugón y su eficiencia en el control de la pelota. Sin embargo, fue con Ernesto Valverde, en su primera época cuando Iraola se asentó como lateral: «Él siempre me decía que le gustaba ver el campo de frente y no de espaldas», señaló entonces el actual técnico rojiblanco. Y desde atrás, desde lejos, dicen que se ve más claro, que diría Joan Manuel Serrat. Porque desde atrás también se mira la portería contraria. Con Susaeta, cuando ambos han estado en plenitud, ha formado la banda derecha más sutil y más próspera de las últimas décadas, en un equipo que siempre tenía tendencia a la izquierda por la impronta de tipos como Gorostiza, Gainza, Rojo o Argote.
Fuera del campo, Iraola ha sido un capitán silencioso, un líder discreto al que el propio vestuario intentó convencer de que siguiera al menos un año más. Pero Andoni Iraola, con 507 partidos oficiales en Primera y 37 goles (más lo que reste hasta la final de Copa del 30 de mayo) mantuvo intacta su determinación: no se sentía con el poderío suficiente para responder lo que todo el mundo esperaba cada año de él. A punto de cumplir 33 años, Iraola prefiere despedirse en loor de multitudes que en el olor rancio de los reproches. Es lo que tienen los gentlemen, que no les gustan los lamparones.