Mónaco 73: cuando James Hunt empezó a vomitar de miedo antes de las carreras
Estaba tan tenso y nervioso que comenzó a ‘echar la pota’, habitual desahogo de la tensión durante toda su posterior trayectoria en la Fórmula 1. Pero la ‘production’ estaba más que justificada porque su debut tenía lugar, nada menos, que en el coso del Gran Premio de Mónaco. El novillero empezaba directamente en la plaza de Las Ventas.
Sólo una panda de cachondos mentales y un piloto a un nivel equivalente se atrevían a empezar en Mónaco. Era el escenario perfecto para que Lord Alexander Fermor-Hesketh, de 22 años, consiguiera empatar al personal, uno de sus objetivos personales. Y nada mejor que el microclima más exclusivo y selecto de la Fórmula 1 para lograrlo. Hunt y el veinteañero y excéntrico multimillonario arrancaban así una de las aventuras más rocambolescas y delirantes en la historia de este deporte.
“El conductor del camión era el segundo más rico de todo el equipo”
“La actitud de Alexander era de que ya que lo estábamos haciendo tan mal en la Fórmula 2 que, por un poco más de dinero, podríamos hacerlo igual de mal en la Fórmula 1”, recordaba después el propio Hunt: “Pensaba que sería mucho más divertido y dio la casualidad de que Mónaco era la primera carrera en la que estábamos listos. Pero es que al ‘Lord’ le iba fenomenal porque podía llegar allí llamando la atención”.
El equipo de Lord Hesketh tuvo su génesis a la altura de su trayectoria posterior. En una boda, el joven aristócrata y heredero de una gran fortuna conoció a Anthony ‘Bubbles’ (burbujas) Horsley, un piloto de tercera división cuyo apelativo ya indicaba su futuro en el automovilismo. En aquella noche de juerga veinteañera el millonario vendió a Horsley el Mercedes con el que había acudido a la boda. A la mañana siguiente, la aristócrata madre de Hesketh le llamó para, por favor, deshacer el trato.
Se hicieron amigos. El lord montó un equipo para que corriera Horsley que pronto comprendió que su talento daba más para gestionarlo que para manejar su monoplaza. “El conductor del camión era el segundo más rico de todo el equipo”, reconocía jocosamente el propio ‘Bubbles’ en buena prueba del nivel de la peña. El primero, por supuesto, era Alexander Hesketh que pagaba la fiesta. Pronto se unió a ella un joven muy rápido, juerguista y recién despedido de March. Era la guinda para tan heterodoxo grupo: se llamaba James Hunt, obvia y justamente conocido por su currículo como ‘Hunt the Shunt’ o ‘Hunt, el castañas’.
Un ejército de yate, helicópteros, cochazos de lujo y mucho champán
A Lord Hesketh le gustaba saborear y presumir de su capacidad para pasearse por su elitista mundo aristocrático y también vivir la vida de la plebe. Eso sí, ‘in style’. Mónaco era para el aristócrata lo que un hotel lleno de ‘misses’ y azafatas para su melenudo y depredador piloto. En aquella carrera de 1973 ambos unieron sus respectivos ‘targets’.
Imagínese al ‘establishment’ de la Fórmula 1 de por entonces: los Jackie Stewart, Ken Tyrrell, Bernie Ecclestone, Colin Chapman y compañía del cuando llegaba un orondo joven, vestido de blanco, permanente copa de champán en la mano y su banda de carreristas por detrás. Eso sí, en un gigantesco yate atracado en la bahía, con un helicóptero Bell Jet Ranger para traer y llevar a sus invitados a Niza, un Rolls Royce Corniche y un Porsche Carrera aparcados en tierra además de una potente Suzuki para el chico de los recados.
Ese piloto alto, extrovertido, de melena rubia y pinta de ‘play boy’ no pasó inadvertido fuera de la pista. Antes siquiera de rodar, el propio Hesketh ya le había bautizado como ‘Superstar’ “porque pensaba que era importante dejar muy claro cuál era el producto para que no hubiera lugar a confesiones”, explicaría quien firmaba los talones.
El monoplaza de Hunt era blanco inmaculado: un March 731 comprado a Max Mosley, y sin los grandes patrocinadores de McLaren, Tyrrell o Lotus. Como responsable técnico, Lord Hesketh fichó a un respetado ingeniero de la época: Harvey Postlewhite sacado de la propia March Engineering. Cuando le preguntaron cómo era posible que se uniera a semejante tropa, lo justificó lógicamente acudiendo al tema financiero: “Me emborracharon”.
Un gran ‘pajarón’ en la carrera
Y allí estaba ‘Superstar’, asustado, en la decimoctava posición de parilla, sudando a chorros. El miura estaba a punto de salir por la puerta de toriles. “Estaba nervioso, muy nervioso. Siempre antes de cada carrera lo estaba, particularmente si era importante para mí”, recordaría después: “Y esa carrera lo era. Antes de subirme al coche devolvía por todas partes, era un derribo que no paraba de temblar”. Debutar en la Fórmula 1 en Mónaco supondría el mayor gozo para un piloto, pero para el británico era una tortura. “La pista es tan estrecha, tienes que cambiar constantemente de marchas y no hay sitio para el error. 500 CV son demasiados para domar en un espacio tan reducido”.
Allá que fue ‘Hunt de Shunt’, candidato ideal para honrar su sobrenombre de faena en semejante escenario con 78 vueltas por delante: “Iba bien en el primer tercio de la carrera, pero de repente, la pista me golpeó”. En términos coloquiales, le cayó encima un enorme ‘pajarón’: “No pude mantener el ritmo, simplemente me la iba a pegar. El calor y el esfuerzo físico del pilotaje me dejó destrozado”. De alguna manera se repuso, pero el motor cedió a cinco vueltas del final. Bajó totalmente exhausto del March.
La singular naturaleza de Hunt le permitió recuperarse plenamente en cuanto olía la juerga. Y aquella misma tarde/noche a bordo del ‘The Southern Breeze’ continuó otra carrera con otro tipo de curvas y abundante representación del género femenino. Y un ejército de camareros, ‘of course’. La marca de la casa a partir de entonces y hasta 1975, cuando Lord Hesketh comprendió que todo tenía un límite hasta para alguien tan excéntrico y de tan gran agujero en la mano para el dinero.
Aquel mismo año, ‘Superstar’ Hunt quedó segundo en el Gran Premio de Estados Unidos. En 1976 fue campeón del mundo. Seis años después de aquel terrorífico debut y muchas ‘potas’ mediante, en el mismo circuito de Mónaco, tras acabar la carrera, se hartó y al bajarse de su monoplaza decidió retirarse de la Fórmula 1 para siempre. Se decía que a ‘Hunt the Shunt’, en realidad, no le gustaba ser piloto.
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