Las divisiones persisten después del Muro de Berlín

El símbolo de la Guerra Fría, el Muro de Berlín, fue el telón de acero que dividía Europa entre el mundo occidental y la esfera soviética que separaba a las dos Alemanias.

Aunque la barrera cayó, 30 años después persisten las diferencias económicas, sociales, políticas y culturales entre el este y el oeste.

En contexto, a partir del 13 de agosto 1961 y a lo largo de 155 kilómetros de extensión, la comunista República Democrática Alemana (RDA) montó una barrera infranqueable para impedir que sus ciudadanos se pasaran a la capitalista República Federal de Alemania (RFA).

Vallas de alambrada, torres de vigilancia, campos minados y soldados estaban en la frontera con instrucciones de disparar a los fugitivos del sistema comunista.

Sin embargo, el 4 de noviembre de 1989, un grupo de creativos e intelectuales exigió una reforma democrática. Esta enorme manifestación obligó a que el Gobierno de Alemania Oriental, RDA, cediera a las demandas.

La medida permitió a los ciudadanos salir libremente del país. Así, la caída del Muro de Berlín se dio finalmente el 9 de noviembre.

Aunque tres décadas después las diferencias visuales entre uno y otro lado parecen subsanarse, la realidad es distinta. Los indicadores sobre el precio de la renta, el desempleo y población alimentan en la antigua Alemania oriental el ascenso de la ultraderecha.

El filósofo Michael Bittner, columnista de principalDiario sajón, el Sächsische Zeitung, asegura que muchos alemanes del este “se sienten aún ciudadanos de segunda clase” porque consideran que Berlín los desatiende.

El informe sobre el Estado de la Unión Alemana pone cifras a ese sentimiento: 57% de los habitantes de los nuevos estados federados se considera “alemán de segunda” y solo el 38% cree que la reunificación fue exitosa.

Reiner Klingholz, director del Instituto de Berlínpara la Población y el Desarrollo, matiza que la “frustración” que sienten muchos ciudadanos del este no proviene de compararse con cómo estaban hace tres décadas. Sino con cómo viven o creen que viven sus conciudadanos del oeste.

“Ese es el espejo en el que se miran. Y no les gusta lo que ven”.

El consultor argentino, Franco Delle Donne, prosigue que el partido eurocéptico -Alternativa para Alemania (AfD, en alemán)– logra articular en su discurso lo que significa “ser del este”.

Además crea un “factor identitario”, de una forma similar a como lo confeccionan otros partidos de la nueva ultraderecha en Europa para atraer a los votantes.

Y esa identidad surge en gran medida de los sentimientos de decepción y frustración que la reunificación dejó en muchas personas.

“El este, al ser anexado, perdió todo su tejido productivo estatal, el empleo de mucha gente, la matriz de su dignidad. Y eso no se recupera rápidamente. AfD apela ahí, con éxito, a las emociones”, recalca Delle Done.

La ultraderecha alemana además teje un discurso diferenciado para la Alemania del este. Es el único partido que mantiene que la región tiene “problemas diferenciados”, apunta el argentino.

En este sentido, AfD podría convertirse en un partido “regional” si se cronifica su gran fortaleza en el este y su falta de arraigo en el resto de estados federados.

Las demás fuerzas, incluso los postcomunistas Die Linke (La Izquierda, en español), tienden a hacer un diagnóstico común del país, sin distingos. Esa miopía estaría ligada a que la mayoría de sus dirigentes provienen del oeste.

Un ejemplo, de los 16 miembros del Consejo de Ministros solo dos, la canciller Angela Merkel y la ministra de Familia, Franziska Giffey, proceden de la RDA.

En la mayoría de instituciones públicas y privadas pasa algo similar. Esta falta de inclusión genera ángulos muertos en la política, algo que provoca desafección en urnas.

Según el último “Politbarometer” de septiembre, el 52% de los habitantes del este de Alemania creen que las diferencias con sus vecinos del oeste superan a las semejanzas. Al otro lado del antiguo muro solo el 39% piensa que las diferencias dominan. (I)