La Gran Muralla tiene un camino interminable

Las nubes parecen cercanas y el cielo luce celeste intenso en Juyongguan, la parte de la Gran Muralla China más cercana al centro de Pekín (a 50 km de distancia).

El silencio y las construcciones con techos puntiagudos dan un ambiente místico a este sitio, que fue declarado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad en 1987.

Esa sensación se acrecienta con el paso de monjes budistas que, ataviados con túnicas naranjas, dan pisadas insonoras y no emiten palabras. A las 15:00 de un miércoles soleado la presencia de visitantes no es muy numerosa. Según los comerciantes del lugar, es un día atípico pues se estima que esta construcción recibe hasta 70.000 turistas cada día.

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Los vendedores cuentan que han visto a extranjeros llorar cuando se paran frente al muro, el cual se asemeja a una serpiente de piedra que se pierde entre montañas verdes y el horizonte.

Juyongguan se edificó 1.000 años después de la primera generación de este ícono arquitectónico chino, que tiene una historia de más de 2.500 años.

El ascenso presenta su complejidad a medida que se sigue la dirección de la pared. Song Yu, guía profesional, advierte a los foráneos que vayan previamente al baño, pues una vez empezada la escalada tomará mucho tiempo retornar a la parte baja.

La primera parte de la subida es fácil. Hay pocas escalinatas, carril amplio y espacio para efectuar paradas. En una de ellas está un grupo de mujeres que, con camisetas celestes, decidieron grabar una coreografía en la explanada. En este país, justamente, hay una afición por los bailes masivos en espacios públicos.

El sol quema la piel en las tardes soleadas de Pekín y los rayos que caen perpendicularmente en la Gran Muralla forman un reflejo que dificulta alzar la mirada, por ello las personas suben con paraguas, gafas, protectores solares, chaquetas livianas y gorras. Sin embargo, la adrenalina de estar allí hace que los turistas, nacionales y en menor cantidad occidentales, se olviden del clima.

Una de las primeras sorpresas que se llevan los visitantes es que las paredes de ladrillo y piedra no son tan elevadas. Tienen 10 metros de alto y 6,5 de ancho. Song explica que su función era frenar a los caballos de los invasores mongoles. “Los jinetes eran fuertes”, relata.

Los muros tienen aberturas cuadradas y existen almenas a los costados para que los arqueros dispararan desde allí a los enemigos que atacaban a la actual capital.

Templos, atalayas y el deseo de querer ver la ciudad desde lo más alto aumentan la ganas de seguir trepando. Aunque al llegar a cada “fortaleza” uno se da cuenta de que la caminata sigue.

Aquello tiene un costo físico a los 15 minutos de ascenso. Hombres de entre 40 y más años empiezan a echarse rendidos en los escalones y dejan al descubierto sus barrigas por el calor. El corazón late más rápido y los jadeos son permanentes. Precisamente, en letreros reza la advertencia en inglés: “Si tiene enfermedades del corazón o cerebrales suba hasta donde su capacidad se lo permita”.

Los viajeros se amontonan en las escaleras para admirar ese paisaje. Luego ingresan a la primera construcción rústica (fortaleza) para resguardarse del sol. Por sus ventanas curvilíneas se aprecia la próxima estación como si fuera la última. Empero, la pared gris se sigue abriendo camino por las montañas.

De acuerdo con los historiadores, esta joya fue concebida originalmente por el Emperador Qin Shi Huang en el tercer siglo antes de Cristo.

Juyongguan luce como un lugar “nuevo” pues se restauró en 1983. “Pero se conservó su diseño original”, aclara Song. Los historiadores señalan que la Muralla tenía una longitud de 6.500 a 10.000 km. Actualmente de esa cifra quedan 2.300 km, pero la barrera no es continua. La parte mejor conservada, con 100 km, está en el área intermongólica.

Como es montañosa, se dificulta su acceso. A pesar de que las autoridades piden a los visitantes que cuiden el sitio en el trayecto se observan muros rayados.

Leyendas en inglés, ruso, chino y más idiomas expresan ideas: como “Sofía ama a AM”, “Ojal y Diana”, “Jenny estuvo aquí…”. Asimismo cuesta arriba existe una malla metálica que evita que las personas caigan por la quebrada. Allí los visitantes dejaron atadas tiras multicolores, bolsas, máscaras de tela y candados como “símbolo” de promesa. A la mitad del camino, cuando las fuerzas se han agotado, existe una tienda de bebidas para hidratarse. Al final de este recorrido, tras dos horas de ascenso, dolor de piernas y sed, lo inesperado: una puerta metálica cerrada con candado. Es la fortaleza número 12, donde el camino se corta. Los pocos turistas que llegan a esta cima se retratan con un fondo de montañas. Para alivio de algunos ya no se puede avanzar más. Solo queda retomar el aliento para descender con las piernas que tiemblan. Una de las partes de la Muralla China llega hasta el océano. Este sitio es conocido como Laolongtou o la Vieja Cabeza de Dragón. El ingreso tiene forma de castillo donde la mayoría se toma fotos.

Al pasar el arco de la entrada hay un jardín de flores violetas, rosadas y también se observa la Chenghai Tower, que significa océano claro.

Según la guía Wu Dong, “es una de las partes más bellas de la muralla y de obligada visita alguna vez en la vida”. Las miles de personas que llegan hasta ese punto no solo admiran el paisaje sino también la arena y se bañan en el agua. Allí se termina el día con el ocaso. Además, se puede recorrer las tiendas de techo de paja para comprar artesanías. (I)