La cascada ancestral de San Lorenzo atrapa a los turistas

Filadelfia Mero se relaja mientras un chorro fino de agua que brota de las montañas de Pacoche acaricia sus pies.

Es domingo y aprovechó la visita de su sobrina Verónica Mero, de nacionalidad venezolana, para pasear y mostrarle los encantos que tiene su tierra, la parroquia San Lorenzo.

Entre las explicaciones que da a su familiar relata que la cascada de esta jurisdicción es uno de los atractivos naturales que forman parte del Refugio de Vida Silvestre y Marino Costera Pacoche, ubicado en la costa central de la provincia de Manabí, al sur de Manta, en la parroquia rural de San Lorenzo.

El líquido fluye por lo general en invierno, pero hay ocasiones que emana en verano cuando aparece el inviernillo, como lo llaman los pobladores a la garúa.

Eustequio Montalván, esposo de Filadelfia, frecuenta la cascada hace más de 60 años. Él recuerda que de pequeño acompañaba a su madre al sitio.

Jugaba con sus amigos en los manantiales fríos mientras su progenitora lavaba ropa en la lavandería comunitaria, instalada al final de la ribera que actualmente no existe.

Eutequio, de 72 años, relata que en esos tiempos el acceso a San Lorenzo era con marea baja a través de la playa. Llegar a Manta resultaba una odisea.

“Había que pasar por las playas de Ligüiqui, luego Santa Marianita, San Mateo, hasta llegar al poblado”.

El transporte más común de ese entonces (los años 50, 60, 70) era por medio de los burros. Ahí, en canutos, se almacenaba agua que se recogía en la cascada y que era transportada hasta cada una de las casas de la comuna.

“Ahora ya disponemos de agua potable, el sitio de la cascada ha quedado como destino turístico, pero ahora en un mes entramos a verano y si la garúa es buena se mantendrá el chorro del líquido, hasta el próximo invierno”.

Esa agua que llega a la cascada de San Lorenzo desde la parte alta del bosque húmedo de Pacoche también en un tiempo llegaba a Manta a través de cañerías.

El burro aún es utilizado para transitar por caminos vecinales y también para llevar bultos con frutas, atados de paja toquilla, leña o monte para alimentar a los animales.

Cecilia Pinoargote, investigadora y gestora cultural, manifiesta que siempre existió la cascada y que en invierno fecundos era muy abundante el flujo vital, rodeado de una belleza natural.

Cuando esta mantense visitaba a su abuela materna, Amalia Montalván, que era oriunda de la localidad, siempre se bañaba en el lugar.

Entre sus recuerdos está presente que un problema que tenía San Lorenzo era la falta de agua y que la población se abastecía en esta vertiente. “Las mujeres se volcaban a lavar la ropa siempre al sector”.

El encanto de este salto enamora a los amantes del paisajismo como sucedió con María Laura Mieles, modelo de profesión, quien escogió la cascada para que le realicen una sesión fotográfica.

Era la primera vez que llegaba al lugar, que lo tenía de referencia por unas imágenes que vio en el Foto Club Manta, colectivo que se especializa en hacer gráficas de caminatas por la zona.

A la mujer, en el momento que transitaba por el sendero -donde había rastro de que pasaba un riachuelo-, le dio temor de no encontrar una vertiente. Al avanzar unos 300 metros observó un hilo de agua sobre el piso que se comenzaba a formar en un estanque.

Se emocionó, vio que el líquido caía desde unos siete metros. “La cascada estaba ahí, fue algo inexplicable sentir cómo caía el agua en mi cuerpo, recorriendo mi rostro como mimos suaves. Fue divertido, emocionante, sobre todo porque me gusta la aventura”.

Paisaje

Los turistas que llegan a visitar el lugar quedan sorprendidos por la belleza del paisaje. Esto se compara con los saltos de agua que hay en el norte del país, con la particularidad de que este se halla a pocos metros del mar.

Manuel Rojas, oriundo de la zona de Cayambe, califica el sitio como un lugar “mítico y como todos saben el agua es el origen y fuente de vida”.

“Caminar por las calles de este enclave marino, a más de servir para ejercitar el cuerpo, ayuda en la recarga de energías. Esto es mítico”, comenta José Torres, un quiteño que está de paso por San Lorenzo.

Lo que deben buscar es que este sector sea cuidado por la población, además que las autoridades ayuden con obras para hacer del lugar uno de los sitios a desarrollar el turismo ecológico y ancestral.

En invierno el caudal de agua se incrementa y, por ende, amplía el salto de agua. Se pueden obtener tomas fotográficas espectaculares cuando cae el sol. (I)