En el Giro mandan los herederos de McGee, el primer ídolo del ciclismo australiano
El inicio de una gran vuelta no suele deparar grandes emociones. Una prólogo o una contrarreloj corta sin demasiadas dificultades y una serie más o menos larga de etapas llanas destinadas al divertimento de los velocistas, que no del espectador. Pero este tipo de etapas también forman parte de las grandes vueltas y hay que pasarlas hasta que llegue la belleza más natural de este ciclismo, que es la alta montaña. Si no existieran, sería difícil que viviésemos espectaculares sprints como el de este domingo en Génova. Fue descomunal cómo Elia Viviani fue superando rivales hasta que superó en última instancia a Moreno Hofland para darle a Italia la primera victoria en su Giro.
El triunfo de Viviani no es uno más. Fue la primera vez que este chico de 26 años se apuntó su primera etapa en una gran vuelta y lo hizo después de reponerse a una tremenda caída en Scheldeprijs, de la que se marchó directamente al hospital. Poco más de un mes después, ahí estaba en lo alto del podio de Génova. La capital de la Liguria no es una ciudad que haya acogido el Giro demasiadas veces. De hecho, hacía quince años que la ronda no rodaba por las calles genovesas.
En aquel lejano 2004, un tal Bradley McGee se apuntó la etapa inicial, una breve prólogo en la propia ciudad de 6’9 kilómetros. Ese triunfo en el inicio del Giro de Italia le permitió ser el primer australiano de la historia en vestirse de rosa. Lo normal es que después de una prólogo, el líder pierda tal condición por un rival que esté a poca distancia. Y así pasó en la llegada a Alba, en la que Olaf Pollack le quitó el rosa. Pero volvió de nuevo a ponerse la maglia al día siguiente, al ser segundo en Pontremoli, llegando a meta inmediatamente por detrás de Damiano Cunego.
Michael Matthews vestido de rosa (Reuters).
No sería nada novedoso que un corredor lejos de los favoritos se vista durante un rato de líder en una prólogo. Pero lo meritorio de McGee es que lo hizo durante tres años seguidos en cada una de las grandes. Ningún australiano había soñado jamás con algo así hasta ese 2005 en que empezó mandando con el jersey oro de la Vuelta a España. Pero él lo hizo y las aguantó en un total de diez etapas entre las tres carreras. Y si McGee podía, ¿por qué no iban a poder también otros australianos que venían por detrás pisando muy fuerte? El tiempo ha hecho que sus herederos empiecen a recoger lo que él sembró.
Este lunes, en Rapallo, un australiano iniciará la marcha vestido de rosa. Michael Matthews se lo ganó al entrar antes que Simon Gerrans en la línea de meta de Génova. De esta forma, le arrebató la maglia al ganador de la primera etapa, también australiano. Y justo por detrás de ellos, está otro compañero wallaby del Orica, Simon Clarke. Tres australianos en los tres primeros puestos del Giro. Y Michael Rogers es séptimo. Es un hito histórico de un país más acostumbrado a deportes como el rugby, su propio fútbol, el cricket… Pero McGee abrió un camino que son muchos los que han seguido.
Cadel Evans ganó el Tour de Francia en 2011 (Reuters).
Por supuesto, el mejor ciclista australiano de todos los tiempos no es Bradley McGee. Incluso el propio Michael Rogers pueda estar por delante en esa clasificación honorífica. Ese puesto lo ocupa sin duda alguna Cadel Evans. Fue él el primer australiano en llegar vestido con el maillot jaune a los Campos Elíseos de París en 2011, superando por fin a su antecesor McGee y a otros clásicos australianos como Stuart O’Grady o Phil Anderson.
Y aunque tuvo un buen número de victorias tanto en pista como en carretera, si por algo habría que recordar a McGee es por su lucha contra el dopaje incluso en su etapa como profesional. Siempre rechazó cualquier acercamiento a los medicamentos potencialmente dopantes y también cuando formaba parte del Saxo-Bank como miembro del cuerpo técnico. En su momento, cuando Lance Armstrong confirmó que se había dopado sistemáticamente durante toda su carrera, escribió en el Sydney Morning Herald un profundo texto en el que hablaba de que el dopaje de sus adversarios le había «robado los mejores años de mi carrera».
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