Cero puntos para el paladar

Los estadios donde se juega la Copa del Mundo, no son un mercado para los hinchas. Debido a las regulaciones impuestas por los patrocinadores, la variedad de aquello que los aficionados pueden adquirir antes o durante el partido está reducido a mínimas opciones.

Para empezar, en los aledaños a los estadios no se vende nada. Al menos en aquellas zonas donde hay profunda vigilancia policial. Tal vez la excepción sean los revendedores que, aunque clandestinos, se dan modos para ofrecer sus boletos en forma discreta, pues su actividad se encuentra penada y perseguida.

¿Banderas? ¿Bufandas? ¿Camisetas? ¿Comida? Nada. A lo sumo, voluntarios FIFA que pintan los rostros gratuitamente. Los derechos comerciales en estos eventos son la principal fuente de ingreso y se cuidan celosamente. No vaya a ser que alguien, por ejemplo, se le ocurra vender una marca de cola competidora de la que tiene un vínculo contractual con la casa madre del fútbol.

Ya dentro del estadio, el panorama tiende a cambiar. Están dispuestos quioscos oficiales que venden, obviamente, a precios mundiales, la mercancía oficial del torneo y de los equipos. Solamente para establecer referencia, una camiseta oficial con el logotipo del torneo cuesta 2 mil rublos ($ 31 al cambio). La camiseta de juego de cualquiera de los equipos que vaya a protagonizar el partido sale por 6 mil rublos ($ 93). Y así hay peluches de la mascota Zavivaka, balones y toda suerte de mercancía oficial. Se paga, obvio, en efectivo, pero se acepta solamente una tarjeta de crédito, la que patrocina a FIFA.

Ya dentro de los estadios, el menú para comer es pobre y muy insípido. No hay ni papas rellenas, ni chebureks (una suerte de empanadas) que son tradicionales en los estadios rusos. FIFA llegó a imponer la cerveza y la gaseosa oficial del Mundial, a 300 y 200 rublos ($ 4,75 y 3,15, respectivamente) el vaso, que una vez utilizado viene a ser una suerte de souvenir. Si se quiere comer, hay hot-dogs, en combo con la gaseosa, a 450 rublos ($ 7,10).

Nadie sale contento salvo, claro, quienes se dedican a la cerveza que se vende sin restricciones. En el Suecia-Corea, en Nizhni, pude ver a un grupo de 20 asiáticos que daba tumbos fuera del estadio, producto de la ingesta del derivado de la cebada. Más feo estuvo en Luzhniki, cuando un grupo de portugueses que metía los vasos de cuatro en cuatro se dedicó a hostilizar a los marroquíes.

En la sala de prensa el panorama es igual, salvo que ahí no se vende cerveza «normal», solo sin alcohol, a 100 rublos ($1,60) el medio litro. Hay un menú diario que no destaca ni por su abundancia ni por su sabor y que se vende al peso.

Así que, tras los partidos, no queda otra que ir a buscar dónde saciar el hambre. El paladar y el bolsillo se lo agradecerán. Y los souvenirs, a buscarlos en los mercados fuera del territorio FIFA.