Tratado de paz con EE.UU., el objetivo de Corea del Norte
Los jefes de Estado de Corea del Sur y del Norte se reunieron por tercera vez este año. Moon Jae-in y Kim Jong-un lograron así el objetivo común de impulsar nuevamente las negociaciones entre EE.UU. y Corea del Norte.
El presidente estadounidense, Donald Trump, por su parte, mostró buena voluntad al respecto. El secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, desea reunirse con su colega norcoreano, Ri Yong Ho, en Nueva York.
La reacción positiva de EE.UU. es comprensible: el joven Kim ha hecho varias ofertas interesantes a Trump. En particular, el cierre de la central nuclear Yongbyon debería ser de interés para los estadounidenses.
Allí están ubicados un reactor nuclear y una planta para la producción de plutonio. El desmantelamiento de la base de misiles de Sohae, en comparación, tiene un carácter meramente simbólico.
Trueque de intereses
El verdadero dilema de las negociaciones, sin embargo, persiste: EE.UU. quiere intercambiar “armas nucleares por sanciones”, pero Corea del Norte prefiere trocar “armas nucleares por seguridad”.
Para Kim, Estados Unidos debería renunciar a derrocar su régimen. Es decir, Kim quiere lograr lo que se conoce como un tratado de paz. La fase previa abarcaría las negociaciones para poner fin al estado de guerra. Supuestamente, en su reunión en Singapur, Trump le habría prometido a Kim firmar pronto el acuerdo.
Para los inexpertos en el tema, un tratado de paz suena a algo bueno, como a final formal de la guerra de Corea, pero las consecuencias son diversas y complejas.
Entonces, habría que redefinir el estatus de las tropas estadounidenses en Corea del Sur. Un tratado de paz también significaría la retirada de los observadores de las Naciones Unidas del paralelo 38.
La división de las dos Coreas se convertiría en un asunto importante para los coreanos. Un ataque de los Estados Unidos contra Corea del Norte violaría entonces el derecho internacional.
Por lo tanto, un tratado de paz podría verse fácilmente como una victoria tardía de Corea del Norte en la guerra de Corea y sería explotado convenientemente como propaganda política.
Sin embargo, sin medidas para incentivar la confianza por parte de Estados Unidos, el régimen de Kim no se despedirá de sus intereses nucleares. El abandono temporal de maniobras en Corea del Sur no es suficiente.
Estados Unidos debería aceptar el miedo existencial de Kim, poner fin al estado de guerra con Corea del Norte y comenzar las negociaciones regionales para lograr un tratado de paz formal.
Muy arriesgado para Kim
Aunque la desconfianza esté más que justificada, no se debe pasar por alto que el joven gobernante de Pyongyang arriesga mucho apostando por la desescalada. Hasta ahora, según la propaganda de Corea del Norte, Estados Unidos es la fuente de todo mal. Con un presunto e inminente ataque estadounidense se justifican siempre las penurias de los ciudadanos. Por supuesto, la propaganda política del país celebraría el final formal de la guerra como una victoria.
Pero el régimen de Kim también se vería obligado a justificar su existencia de manera diferente, por ejemplo, como el salvador de la nación coreana. Sin embargo, este cambio no será fácil y podría terminar siendo negativo para Kim. Podría producirse un golpe de Estado impulsado por oficiales y generales conservadores o un levantamiento sangriento de ciudadanos insatisfechos.
La estrategia de negociación de Kim parece seguir viejos patrones: promete mucho y solo hace lo que le cuesta poco. Por ejemplo, siempre tuvo intención de sacrificar la instalación nuclear de Yongbyon, mientras que otras instalaciones se ocultaron para que aún funcionen en secreto.
Corea del Norte no ha puesto sobre la mesa el nombre de todas las instalaciones y sustancias nucleares, ni ha permitido su inspección. Ahora Washington y Donald Trump tienen que responder. (I)