‘Hat-trick’ de la Gioconda

El Madrid juega dos partidos: uno en el campo y otro en la cara de Cristiano Ronaldo. La cara de Cristiano es la de la Gioconda: la gente se para delante de ella y espera a ver qué pasa. Del fútbol moderno lo peor no es el relato, esa narración en la que hay que apoyar los títulos porque si sólo se ganan no pasas a la historia (a la historia del rival, quieren decir), sino la repentina curiosidad por las caras. Antes las repeticiones de la cámara slow motion se fijaban en el modo de ejecución de un regate; ahora, cuando James marca un gol, podemos ver cómo le da un tic nervioso a Cristiano y de qué forma redirige las pupilas buscando entre el público a Franco. No hay que saber lo que hace Cristiano sino lo que piensa, pero hasta en los momentos de más tensión, con el equipo al borde del KO, los compañeros crispados y él negando con la cabeza mientras vuelve a su campo, CR probablemente esté lamentando los diamantes que regaló a Irina.

En los partidos del Madrid pronto se dividirá la pantalla en dos; en una podrá seguirse el partido en el campo y en otra podrá seguirse en la cara de Cristiano. La gloria del pipero (gracias, Hughes, gracias por tanto) se producirá el día en que el Madrid gane 5-0 y lo sepamos sólo por los gestos de contrariedad del luso, tres de ellos por culpa de un inoportuno hat trick suyo. Consciente de eso, ayer Cristiano pensó que si se iba a deprimir porque sus compañeros marcasen un gol mejor los marcaba él todos: hay dinero para psiquiatras. Empezó el partido con un par de disparos arrabaleros y lo terminó rematando con el laurel de la cabeza, el último un golazo tras centro de otro de esos fracasos del Madrid que a final de temporada te tiran encima del plato la tarjeta de Tiger Woods.

Cuando de verdad se contempla la dimensión del Madrid no es cuando pierde, con esas portadas de 11-S, sino cuando gana, con esas portadas de 11-S. Siempre hay un motivo por el cual disolver al Real Madrid. Cuando alguien no interpreta enfados de Cristiano es que Chicharito hace que sobre Benzema, o Isco arruina a Bale, o el 4-4-2 con el que se ganó sepulta el 4-3-3. Hay una derrota íntima para cada victoria. Un día Mourinho puso a Marcelo de lateral, Marcelo marcó un gol y un locutor de radio, al borde del colapso, lo cantó así: «¡Toma, Mourinho, toma!». Yo vi la segunda parte en un bar abrazado a un señor bajito de gafas monedero al que prometí nombrar en mi artículo si ganábamos (gracias, Tomás, gracias por tanto). Me dijo muy serio, después del tercer gol que celebramos besándonos como Breznev y Honecker, que esos goles de CR los quería ver «cuando el Madrid se esté jugando un título». Hay pocas cosas más felices y divertidas que ser madridista. Yo no las conozco.

Una "nueva receta" sobre la formación de la Tierra y su campo magnético

Un cuerpo similar al planeta Mercurio pudo ser uno de los ingredientes clave para que el núcleo de la Tierra incorporase en sus orígenes la fuente de energía responsable de la creación de su campo magnético, según ha revelado hoy la revista Nature.

Ese es el escenario descrito por los científicos de la universidad británica de Oxford Anke Wohlers y Bernard Wood en un estudio que presenta una «nueva receta» sobre la formación de nuestro planeta.

Este nuevo contexto también podría servir para explicar, según aseguran sus autores en el texto, porqué «la abundante presencia de ciertos elementos raros» hallados en el manto de la Tierra no encaja con las teorías vigentes hasta ahora sobre la formación del planeta.

En 2012, un equipo de científicos del Centro Nacional francés de Investigaciones Científicas (CNRS) informó de que había descubierto que la formación de la Tierra, contrariamente a lo pensado hasta entonces, no se produjo por la colisión de un solo tipo de meteoritos.

Meteoritos no metálicos podrían haber formado un núcleo terrestre rico en azufre capaz de albergar suficiente uranio y torio con los que alimentar la geodinamo

Tres años después, Wohlers y Woods sostienen que la corteza y el manto terrestre presentan una «ratio de metales raros» como el samario y el neodimio (Sm/Nd) más alta que el de la mayoría de meteoritos, a partir de los cuales se supone que «había crecido la Tierra».

En experimentos en los que han replicado las condiciones de la formación de la Tierra, los dos expertos observaron que la adición de meteoritos no metálicos (rocosos) y ricos en azufre, como los presentes en Mercurio, podrían haber provocado esa anomalía.

Estos meteoritos no metálicos, conocidos también como condritas de enstatita, podrían haber contribuido a la formación de un núcleo terrestre rico en azufre capaz de albergar suficiente uranio y torio con los que alimentar a la «geodinamo», la responsable de la existencia del campo magnético terrestre.

La dinamo desconocida

Estudios anteriores han tratado de explicar la alta ratio de Sm/Nd considerando la posibilidad de que exista un «depósito oculto» con una «ratio complementaria baja» en Sm/Nd en el manto terrestre o que ese material fuera despojado de la Tierra por colisiones.

Asimismo, recuerdan los autores, otros modelos basados en una Tierra «menos oxidada» y «baja en azufre» presentaron escenarios en los que elementos generadores de calor fueron incapaces de disolver un núcleo terrestre rico en hierro.

Los hallazgos de Wohlers y Woods parece que resuelven el «problema de la desconocida fuente de energía de la dinamo», según destaca en otro artículo publicado hoy en Nature por el científico Richard Carlson.

En su texto, titulado Una nueva receta sobre la formación de la Tierra, Carlson indica que sus experimentos exploran las consecuencias derivadas de la teoría que sugiere que «bloques de construcción» que crearon la Tierra cambiaron «sistemáticamente» su composición durante el proceso de formación.

«Sus resultados -dice- nos llevan a la intrigante conclusión de que si la formación de la Tierra comenzó con bloques de construcción muy reducidos químicamente, el núcleo metálico del planeta podría contener suficiente uranio para alimentar la convección que crea, y ha mantenido, el campo magnético de la Tierra durante más de 3.000 millones de años».