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Este papa sí nos gusta: pide cambiar los combustibles fósiles por energías renovables

El papa Francisco urgió hoy a sustituir el uso de combustibles fósiles y desarrollar en su lugar las fuentes de energía renovable con el fin de reducir las emisiones de gases contaminantes.

El pontífice consideró que se ha vuelto «urgente e imperioso» desarrollar políticas para que en los próximos años se reduzcan drásticamente la emisión de anhídrido carbónico y otros gases altamente contaminantes. «En el mundo hay un nivel exiguo de acceso a energías limpias y renovables. Todavía es necesario desarrollar tecnologías adecuadas de acumulación» añadió Bergoglio en su encíclica sobre protección del medioambiente Laudato si, publicada hoy.

El papa identificó que «muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico y político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático». «Pero muchos síntomas indican que esos efectos podrán ser cada vez peores si continuamos con los actuales modelos de producción y de consumo», continuó Bergoglio en el documento.

«La humanidad debe cambiar su estilo de vida»

De ahí la urgencia de la sustitución progresiva del empleo de los combustibles fósiles, según el papa. «Sabemos que la tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes -sobre todo el carbón, pero aun el petróleo y, en menor medida, el gas- necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora», explicó el papa.

‘La tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora’

Y en la encíclica consideró en relación con el calentamiento de la Tierra que «la humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo» para combatirlo o «al menos (luchar contra) las causas humanas que lo producen o acentúan».

El pontífice señaló que «la mayor parte del calentamiento global de las últimas décadas se debe a la gran concentración de gases de efecto invernadero (anhídrido carbónico, metano, óxidos de nitrógeno y otros) emitidos sobre todo a causa de la actividad humana». Y que «al concentrarse en la atmósfera, impiden que el calor de los rayos solares reflejados por la tierra se disperse en el espacio. Esto se ve potenciado especialmente por el patrón de desarrollo basado en el uso intensivo de combustibles fósiles».

La nave rusa Progress pierde el control y cae a la Tierra "de forma descontrolada"

La nave espacial de carga rusa Progress M-27M, lanzada este martes rumbo a la Estación Espacial Internacional (EEI), ha comenzado a descender a la Tierra de manera descontrolada, dijo hoy una fuente de la industria aeroespacial de Rusia.

«Como no se han podido encender los propulsores ni realizar una maniobra de corrección, el carguero está descendiendo gradualmente de su órbita», añadió la fuente a la agencia oficial rusa RIA Nóvosti. La velocidad del descenso dependerá del estado de la atmósfera y del viento solar, pero ha recalcado que «en las últimas 24 horas la nave de carga ya ha perdido decenas de metros de altitud».

El carguero seguirá «en vuelo descontrolado al menos durante una semana, tras lo cual entrará en la atmósfera y se quemará», ha añadido. En este caso, «los restos que no se quemen a su paso por la atmósfera caerán en cualquier punto entre el paralelo 52 norte y el paralelo 52 sur», ha subrayado a su vez el interlocutor de Interfax.

El carguero seguirá en vuelo descontrolado al menos durante una semana, tras lo cual entrará en la atmósfera y se quemará

Gira sobre su propio eje

Tras varios intentos fallidos de recuperar el control de la Progress, los técnicos rusos observaron que el carguero está girando a gran velocidad sobre su propio eje, lo que imposibilita cualquier intento de maniobrar para acercarse y acoplarse a la EEI. «Es imposible saber cuándo caerá exactamente sobre la Tierra, depende de muchos factores», aseguró.

La Progress M-27M contaba con una masa en lanzamiento de 7.290 kilos y transporta cerca de 2,5 toneladas de suministros para la EEI. Estas naves de carga sin tripulación están basadas en la Soyuz, y se utilizan desde finales de los 70. En este caso, debía acoplarse a la plataforma orbital seis horas después de su despegue. En su bodega lleva combustible, oxígeno, alimentos, equipos científicos y regalos para los tripulantes de la EEI.

Tras su pérdida, cuyo coste se estima en hasta 90 millones de dólares, el próximo carguero podría lanzarse a la estación espacial antes del 8 de agosto previsto inicialmente en el gráfico de vuelos de la agencia espacial rusa.

La EEI, bien aprovisionada

En cualquier caso, la tripulación de la EEI cuenta a bordo con suministros suficientes, incluidos agua y oxígeno, para continuar con normalidad su vida en el espacio. La actual tripulación de la plataforma orbital la integran los rusos Antón Shkaplerov, Guennadi Padalka y Mijaíl Kornienko, la italiana Samantha Cristoforetti y los estadounidenses Terry Virts y Scott Kelly.

Cada año, tres o cuatro cargueros Progress salen hacia la ISS para llevar material. Tras su misión caen y se queman en la atmósfera, por encima del océano Pacífico.

En 2011, un cohete portador Soyuz que llevaba un carguero similar se estrelló poco después del despegue en la región de Altái, en Asia Central.

EE UU prepara otra misión de su avión espacial secreto X-37B

El X-37B, avión espacial secreto de la Fuerza Aérea estadounidense, vuelve el próximo 20 de mayo al espacio para iniciar una nueva misión orbital experimental. Será el cuarto vuelo de este programa y no se ha especificado cuál de las dos unidades disponibles del minitransbordador será la que despegue en un cohete Atlas V desde la base de Cabo Cañaveral (Florida). “Los objetivos fundamentales del X-37B son dos: [desarrollar] tecnologías de aviones espaciales reutilizables para el futuro de América en el espacio y operar experimentos que puedan regresar a la Tierra y ser examinados”, señala la Fuerza Aérea estadounidense, pero no da muchos más detalles de este proyecto clasificado, ni su coste.

El avión espacial no tripulado es similar, a escala reducida, a los transbordadores de la NASA que fueron retirados definitivamente en 2011, pero es mucho más pequeño: cinco toneladas, 8,9 metros de longitud y 4,5 de envergadura del X-37B, frente a las más de cien toneladas, 37,2 metros de longitud y 23,79 de envergadura de los transbordadores. Además, la pequeña nave no lleva tripulantes (el aterrizaje en pista es automático), despliega un panel solar en órbita para su alimentación eléctrica y permanece en el espacio mucho más tiempo de las dos semanas de vuelo que eran lo habitual con las antiguas naves de la NASA.

La primera misión del X-37B fue lanzada al espacio en abril de 2010 y aterrizó en la base de Vandenberg (California) en diciembre de aquel mismo año, tras siete meses en órbita, recuerda NasaSpaceflight.com. La segunda, con la otra unidad operativa del minitransbordador secreto, duró 15 meses (desde marzo de 2011 hasta junio de 2012). Para el tercer vuelo, se reutilizó la primera unidad del avión, que se lanzó en diciembre de 2012 y regresó en octubre de 2014, tras 675 días en el espacio. Los detalles de estas misiones son secretos, “sin embargo, se supone que fueron exitosas y ambos vehículos fueron recuperados intactos”, recordó NasaSpaceflight.com.

En la misión que comenzará en mayo, la cuarta, parece ser que se incluirán cargas útiles experimentales. “Las cargas del X-37B y sus actividades específicas están clasificadas, así que no está claro qué hace exactamente este avión espacial mientras da vueltas a la Tierra”, señala Space.com. Pero responsables de la Fuerza Aérea han dado algunas pistas: “El Laboratorio de Investigación de la Fuerza Aérea (AFRL), el centro de Espacio y Sistemas de Misiles (SMC) y la Oficina de la Fuerza Aérea de Respuesta Rápida (AFRCO) investigan un sistema experimental de propulsión en la cuarta misión del X-37B”, señaló el capitán Chris Hoyler, un portavoz de la Fuerza Aérea a dicha web especializada en temas espaciales. “La AFRCO también llevará unos materiales avanzados a bordo del X-37B de la NASA para estudiar la duración de varios materiales en el entorno espacial”.

En la misión que comenzará en mayo, la cuarta, se incluirán cargas útiles experimentales

Desde el inicio del programa X-37B en la Agencia de Proyectos de Investigación de Defensa Avanzados (DARPA) las especulaciones sobre sus objetivos han llenado el hueco que dejan los secretos. Se ha sugerido que estas naves pudieran servir para misiones de vigilancia de zonas estratégicas en la superficie terrestre, para poner en órbita satélites militares (en su bodega cabrían dos de pequeño tamaño), para destruir satélites enemigos o incluso como algún tipo de arma espacial, pese a que la Fuerza Aérea estadounidense lo ha negado sistemáticamente. El minitransbordador, fabricado por Boeing, vuela en órbitas bajas (técnicamente se definen las comprendidas entre los 200 y los 2.000 kilómetros sobre la superficie de la Tierra). A la hora de regresar, el minitransbordador recibe las órdenes pertinentes para, automáticamente, reentrar en la atmósfera, descender y aterrizar en una pista, que en las tres misiones anteriores ha sido en la base de Vandenberg, pero con la de Edwards, también en California, como reserva. Los transbordadores de la NASA siempre fueron pilotados por astronautas.

“Las tecnologías ensayadas en el programa incluyen sistemas avanzados de guiado, navegación y control, sistemas de protección térmica, aviónica, estructuras de alta temperatura y sellados, aislantes reutilizables, sistemas de vuelo electromecánicos ligeros y sistemas avanzados de propulsión, vuelo orbital autónomo y aterrizaje”, señalaba la Fuerza Aérea estadounidense en su web, en 2010, cuando comenzaron las misiones de este vehículo.

El X-37B nació en la NASA a finales de los años noventa como un programa tecnológico orientado a futuros vehículos espaciales reutilizables que sustituyeran a los entonces ya veteranos transbordadores. La agencia espacial iba a construir dos vehículos: uno para probar los sistemas de aproximación y aterrizaje en pista, y otro orbital. Se hicieron algunos ensayos con una unidad de vuelo a pequeña escala, pero finalmente la NASA canceló el programa y pasó a la DARPA, que asumió los diseños previos como punto de partida para el X-37B que ha acabado volando.

Un ‘atlas’ de los emoticonos más usados crea y destruye tópicos

Se han escudriñado más de 1.000 millones de mensajes de móviles en 16 idiomas, a la caza de más de 800 emoticonos. Los resultados no convencerán a los antropólogos sesudos, pero arrojan conclusiones perfectas para aderezar las charlas de cualquier adicto a los datos triviales y los estereotipos.

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Principales ‘líderes’ en el uso de cada familia de emoticionos. / EL PAÍS

La responsable del estudio es la empresa londinense SwiftKey, que desarrolla una aplicación de texto para predecir las palabras que más emplea cada usuario en Gmail, Facebook, Twitter y Evernote, y facilitar así la escritura de mensajes. Se analizaron los emitidos desde octubre de 2014 hasta el pasado mes de enero. En el caso del español, la compañía ha distinguido los mensajes escritos en el español de España, el de los países hispanoamericanos y el de Estados Unidos.

Con los gestos felices se llevan la palma quienes hablan turco, ruso y vietnamita. Los que menos los usan hablan francés

Los datos se presentan desagregados emoticono a emoticono y también agrupados en 61 familias que, según la compañía, expresan un tipo de emoción similar o se refieren a un tema común.

Así, si se trata del uso de los iconos vinculados con los gestos felices, se llevan la palma quienes hablan turco, ruso y vietnamita. Los que menos los usan hablan francés, y curiosamente tampoco parecen dados a incluir gestos tristes (los forofos del lloriqueo y la tristeza se encuentran entre los hispanos de EE UU, los vietnamitas y los hispanoamericanos). Y no es que los francohablantes no se muestren expresivos, sino que parecen reservarse para mostrar puro amor: en el uso de los corazones ganan con creces al resto de países.

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DESCARGABLE Resultados del estudio, emoticono a emoticono
DESCARGABLE Resultados del estudio por familias temáticas

En el grupo de emoticonos que expresan ideas asociadas al romanticismo, sin embargo, triunfan los rusos y los alemanes —seguidos de los españoles—, frente a los vietnamitas, los menos efusivos, y que ostentan otro peculiar récord: parecen detestar los rostros de monos, apenas los emplean. Quienes más recurren a ellos, en cambio, viven desde Alaska a Tierra de Fuego y son latinos.

Los malasios, en contraste, no gustan del corazón, pero quedan en un primer lugar en el uso de los gestos de las manos, rezagando a brasileños y españoles. Los italianos, a pesar de los estereotipos, prefieren dejar estos gestos para la conversación cara a cara: en esta categoría, su país figura en un discreto décimo lugar.

¿Quiénes teclean más los iconos relacionados con una fiesta? Los españoles, un 72% por encima de la media

En cambio, algunos tópicos se cumplen a rajatabla. ¿Quiénes teclean más los emoticonos relacionados con una fiesta? Los españoles, un 72% por encima de la media, y los italianos. ¿Quiénes hablan menos de alcohol? Los árabes y los turcos. ¿Quiénes conversan más sobre el mal tiempo? Los rusos y los canadienses. ¿Y del bueno? Los árabes y los australianos.

Siempre según el estudio, dan mayores muestras de religiosidad los brasileños, los hispanos y los latinoamericanos (que son también, junto a los malasios, quienes expresan tener más sueño). En el extremo iconoclasta nos encontramos a franceses, alemanes y árabes.

Entre los usuarios que más emplean símbolos relacionados con la violencia, destacan Canadá y EE UU. Si se invierte su orden, son también los dos países que insertan más iconos relacionados con las drogas —excepto el alcohol, que parece cosa de australianos— y con los gais y lesbianas.

De Fermi a Drake: en diez años podríamos conocer a nuestros vecinos de galaxia

Todo comenzó una mañana de 1950, durante la hora de la comida. Enrico Fermi, físico del SETI conocido por haber inventado el primer reactor nuclear, debatía con sus compañeros las posibilidades que existían de que un buen número de civilizaciones avanzadas poblaran la galaxia pero, en algún momento durante esa charla informal, a Fermi se le encendió una bombilla. Con un mínimo adelanto tecnológico en cuestión de construcción de cohetes y naves espaciales y cierto interés en expandir sus fronteras, esas civilizaciones deberían haberse extendido fuera de sus planetas de origen. De ser así, y ya que el consenso durante esa charla era que no estábamos solos en el Universo, ¿por qué no habíamos recibido señal alguna de vida inteligente en la galaxia?

La paradoja de Fermi se puede resumir de una manera todavía más sencilla. Si el universo tiene unos 10.000 millones de años y se calcula que una civilización sólo necesita unos diez millones en colonizar un sistema solar, ¿dónde está el resto de la gente? La pregunta cobra todavía mayor importancia si tenemos en cuenta los últimos anuncios de la NASA sobre las sospechas, fundadas, de que en distintos satélites del Sistema Solar se puedan dar las condiciones necesarias para albergar vida, aunque sea a nivel celular.

Son nueve los diferentes cuerpos celestes que según la NASA podrían albergar alguna forma de vida gracias a la presencia de agua: Ceres, Europa, Ganímedes, Callisto, Encélado, Titán, Mimas, Tritón y Plutón. La presencia del líquido elemento no es baladí ya que, tal y como sucediera con la Tierra, es esencial para proporcionar un caldo de cultivo que permita una temperatura regular que proteja a las primitivas formas de vida de las agresivas condiciones que imperan en el espacio exterior.

Si en el pasado los brotes de rayos gamma impidieron el desarrollo de la vida, podríamos ser los primeros

“Existen una serie de condiciones para la vida que se cree que son absolutamente necesarias, y quizás la primera es la existencia de agua líquida. El agua, en su estado líquido, es una molécula con unas propiedades únicas completamente imprescindibles para que se lleven a cabo las reacciones químicas que se dan dentro de cualquier célula: sin ella ni las más simples de las bacterias podrían desarrollarse”, explica Javier Gómez Elvira, director del Centro de Astrobiología.

Han pasado pocos años desde el descubrimiento del primer exoplaneta, en 1992, pero la ausencia de pruebas palpables no detuvo las teorías sobre las posibilidades que existían de que la galaxia albergara un buen número de cuerpos celestes, teorías que se han probado válidas, y que permitieran otras formas de vida extraterrestre inteligente, la gran pregunta que todavía está por desvelar.

Hasta la fecha, son 1915 los exoplanetas descubiertos sin contar las llamadas enanas marrones, gigantes de gas que no orbitan alrededor de ninguna estrella, y de estos casi dos millares sólo ocho entran dentro de la categoría de planetas similares a la Tierra, aquellos que orbitan en la llamada zona habitable, donde la temperatura permite la presencia de agua en la superficie, y cuya masa es similar a la de nuestro planeta.

Ocho cuerpos similares a la Tierra es una cifra muy baja pero la propia NASA se encargó de elevar esa cifra hasta los 8.800 millones de planetas en la Vía Láctea, en un estudio que se hizo público en noviembre de 2013. La cifra no se detiene ahí, ya que otro estudio, este de 2010, cuantificaba en un 25% el total de estrellas de nuestra galaxia que contarían con planetas similares al nuestro.

‘El numero de galaxias, estrellas y planetas es tan sobrecogedor que pensar que no se ha podido repetir lo que ha pasado en la Tierra es quizás demasiado presuntuoso’

Frente a la frialdad de los números, la falta de evidencias hasta la fecha sigue alimentando la paradoja de Fermi. Aunque el número de planetas potencialmente parecidos a la Tierra sea muy elevado, Elvira recuerda que deben darse unas condiciones muy concretas para la aparición de vida, por lo menos tal y como la conocemos: “Junto con el agua son necesarios una serie de elementos que forman las moléculas responsables de todos los mecanismos de la vida: carbono, hidrógeno, oxigeno, nitrógeno, azufre y fosforo».

“Además se necesita una fuente de energía, que en el caso de las plantas es la luz del sol, pero que también puede ser simplemente la disponibilidad de minerales que puedan ser oxidados para beneficiarse de ese proceso en el que se libera energía».

“También es importante que las condiciones ambientales sean propicias. Por ejemplo, en Marte el nivel de radiación ultravioleta que llega a la superficie es suficientemente letal como para hacer inviable ninguna forma de vida de las que conocemos en la Tierra».

Enrico Fermi

“Y, por supuesto, tiempo.Los primeros restos de bacterias en la Tierra datan de hace 3.800 millones de años. La Tierra se formó hace 4.500 millones de años, por lo tanto se necesitan del orden de 780 millones de años para que aparezcan los primeros microorganismos en un planeta”.

El responsable del Centro de Astrobiología es optimista respecto a la posibilidad de que la vida haya aparecido en otros lugares de la galaxia: “Existen cucarachas capaces de sobrevivir a niveles de radiación más de diez veces superiores a lo que resisten los humanos. También hay unos pequeños seres, llamados tardígrados, capaces de sobrevivir al vacío espacial o a diez años de sequedad absoluta. Las bacterias son aún capaces de sobrevivir en condiciones extremas de temperaturas por encima de los 100 grados o altas presiones o condiciones de contaminación química letales para los humanos”.

Expuestas sus teorías, cree que Fermi será, tarde o temprano, derrotado: “Fuera de nuestro sistema solar el numero de galaxias, estrellas y planetas es tan sobrecogedor que pensar que no se ha podido repetir lo que ha pasado en la Tierra es quizás demasiado presuntuoso por parte de los seres humanos”.

Una ecuación para encontrarlos a todos

Antes de que los exoplanetas fueran una realidad demostrable fue Frank Drake, presidente del Instituto SETI, el encargado de tratar de poner negro sobre blanco las posibilidades que existían de toparse con una civilización extraterrestre. Su teoría, la llamada Ecuación de Drake, asegura que ese número se basa en los siguientes parámetros: el número de estrellas que nacen en un año,  la fracción de esas estrellas que tienen planetas en órbita, el número de planetas dentro de esas estrellas que orbitan en la zona habitable, la fracción de esos planetas en los que la vida se ha desarrollado, la fracción de esos planetas en los que ha aparecido vida inteligente, la fracción de planetas en los que la vida inteligente ha desarrollado una tecnología para comunicarse y el tiempo que una civilización inteligente puede existir.

Drake cifró en una decena las civilizaciones inteligentes que se podrían detectar aunque diferentes reinterpretaciones de su ecuación han dado distintos resultados, desde cifras infinitesimales hasta otras más optimistas que ascienden a 282 las civilizaciones emitiendo señales de comunicación al espacio.

Pero, una vez más, frente a las hipótesis sólo hemos obtenido una respuesta: el silencio. La emisión del Mensaje de Arecibo, en 1974, o el lanzamiento de las sondas Pioneer o Voyager a los confines del Sistema Solar, han cosechado el mismo resultado: el silencio. La Señal Wow, detectada por una de las antenas del proyecto SETI en agosto del 77, es la única anomalía detectada hasta la fecha. Sus 72 segundos de duración y su magnitud, 30 veces superior al ruido de fondo habitual, encendieron las alarmas pero el hecho de que no hubiera réplicas en losdiferentes intentos por encontrar más señales en la misma dirección, la constelación de Sagitario, han llevado al descubridor de la señal, Jerry Ehman, a afirmar que la señal puede tener origen terrestre e incluso militar.

Juan Antonio Fernández Rubio, profesor de la Universidad Politécnica de Catalunya, cree que la ausencia de señales extraterrestres se debe a un problema meramente tecnológico: “Puede considerarse que la máxima sensibilidad de nuestros receptores es la del sistema GPS. Los satélites están a una distancia de unos 20.000 Kms. y transmiten con una potencia de unos 30 vatios.

No hay evidencia de que haya vida en nuestro sistema solar, fuera de la Tierra, así que hemos de acudir a estrellas de fuera. La estrella más cercana es Alfa Centauri, que está a unos 4,2 años luz, que traducido a kilómetros son unos 40 billones de kilómetros. Esto significa que para detectar una señal proveniente de algún planeta de esta estrella, sería necesario que transmitiese con una potencia de unos 55 millones de kilovatios. Es dudoso que, por muy elevada que sea su tecnología, puedan transmitir con esa potencia. Otra cosa sería que hubiesen podido viajar por el espacio y estuviesen muy cerca de nosotros. Se han lanzado algunas naves para explorar nuestro sistema solar que ya están en la frontera del mismo y de las que ya no podemos recibir ninguna señal suya”.

De Fermi a Drake: en diez años podríamos conocer a nuestros vecinos de galaxia

Explicaciones para todos los paladares

Son varias las explicaciones que han surgido después de la elaboración de la paradoja de Fermi para explicar por qué no hemos recibido ninguna señal o por qué no hemos encontrado ningún indicio de una civilización extraterrestre. Las hay cercanas al terreno de la ciencia ficción, como las que aseguran que vivimos en una simulación similar a Matrix o que la Tierra es un zoo, lo suficientemente alejado de cualquier rastro de civilización para que crezca y evolucione sin ningún tipo de injerencia externa. También es posible que el ser humano no haya desarrollado las herramientas para leer las señales que están enviando esas civilizaciones.

Una de las teorías más extendidas es la de la Tierra Especial, que argumenta que la vida inteligente ha aparecido en la Tierra gracias a las características tan particulares que posee nuestro planeta. Unas características —como la presencia de un satélite que regule las mareas— que dieron lugar a fenómenos poco comunes, como la evolución de las formas de vida unicelulares a las pluricelulares o que posibilitaron el nacimiento de una sociedad industrial gracias a la existencia de combustibles fósiles que permitieron el avance de la tecnología.

Aunque el número de planetas parecidos a la Tierra sea muy elevado, es muy difícil que se den las condiciones necesarias para la vida

Quizá más interesante es la respuesta que se da a la paradoja de Fermi desde la teorías del astrofísico ruso Nikolai Kardashov. Este científico distingue entre tres estadios diferentes de la evolución en civilizaciones avanzadas. El Tipo I se encuentra relativamente cerca, si entendemos el tiempo en escala galáctica, de lo que el ser humano ya ha conseguido y pasa por optimizar todos los recursos naturales del planeta de origen hasta el punto de ser capaz de controlar fenómenos naturales como el tiempo o los terremotos.

El siguiente paso en esta escala, la civilización Tipo II según Kardashov, podría llegar a un estado de evolución que haga posible ese silencio al que estamos acostumbrados. En una búsqueda constante de energía para satisfacer sus necesidades, una civilización avanzada podría llegar a construir una llamada Esfera de Dyson, una estructura con la que tapar la estrella sobre la que orbita para ser capaz de extraer toda la energía posible. A ese nivel de evolución, en el que una civilización tendrá universos tan potentes capaces de simular universos dentro de universos, el aislamiento exterior es una opción barajada entre los teóricos. Una explicación rocambolesca a esta teoría basada en las ideas de Kardashov es el Vacío de Boötes, una zona del espacio relativamente poco poblada y que respondería al siguiente estado evolutivo de Kardashov, el Tipo III, donde una civilización ha cubierto todas las estrellas de una galaxia para absorber su energía.

Pero es la última de las explicaciones formuladas a la paradoja de Fermi la que explique, quizá la ausencia de respuestas hasta la fecha. ¿Qué pasaría si el ser humano fuera el primero en haber llegado a este estado evolutivo? El astrofísico James Annisapuntó al descenso en el número de brotes de rayos gamma en el universo, grandes explosiones nocivas para la vida tal y como la entendemos, como factor que podría haber permitido el nacimiento de nuestra especie y de otras similares a la nuestra. Si en el pasado el tiempo entre explosiones era tan corto que no permitía la formación de una civilización inteligente, este cambio en la frecuencia de las explosiones explicaría por qué no nos hemos topado con civilizaciones anteriores a la nuestra.

“Muy cerca” de encontrar vida, según la NASA

La agencia espacial de Estados Unidos tiene claro que estamos muy cerca de encontrar señales de vida. “Creo que encontraremos indicios muy claros en los próximos diez años y que daremos con pruebas palpables dentro de diez o veinte años. Sabemos dónde tenemos que buscar, cómo tenemos que buscar y tenemos la tecnología necesaria para hacerlo”, ha asegurado Ellen Stofan, la responsable de la investigación científica de la NASA, en una conferencia reciente. La puesta en órbita del telescopio James Webb en 2018, el mismo que suplirá al Hubble, debería ayudar en la búsqueda de más señales y de más exoplanetas.

Mientras esperamos la llegada de señales procedentes de otros planetas —puedes colaborar desde casa a procesar los datos del Proyecto SETI en este enlace, a los científicos terrestres no les queda otra que buscar en casa. “En nuestro sistema solar Marte es el candidato número uno, en él se han dado o quizás se den en subsuelo, todas las condiciones necesarias para la vida. Europa sería el segundo, cuenta con una corteza de hielo, un océano interior y un núcleo caliente como fuente de energía interna. Ese océano interior puede reunir las condiciones de habitabilidad mencionadas”, argumenta Javier Gómez Elvira.

"La misma semana que me escoge la NASA, el Gobierno me niega la financiación"

Cuando un asteroide amenaza con impactar contra la Tierra, las películas de ciencia ficción suelen optar por destruirlo con una bomba. La solución real, sin embargo, sería mucho más elegante: desviar su órbita mediante un impacto bien calculado, como si fuera una carambola de billar o un niño jugando a las canicas. La misión espacial AIDA, coordinada por la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA), busca averiguar si esto es posible y llevará a cabo una prueba en 2022.

AIDA contará con un nombre español entre sus filas. Se trata de Adriano Campo, investigador de la Universidad de Alicante seleccionado para la misión. El físico compara la probabilidad de que un meteorito de gran tamaño impactara contra nuestro planeta con un accidente de avión: “Es un evento de muy baja probabilidad pero con enormes consecuencias”, explica a Teknautas. Eso sí, deja claro que en estos momentos no se conoce ningún objeto que suponga un riesgo.

Los meteoritos más pequeños no suponen un riesgo porque la atmósfera hace gran parte del trabajo a la hora de deshacerlos. Es lo que sucedió en Cheliábinsk (Rusia) en 2013 y que, tal y como asegura Campo, “causó daño pero no es excesivamente catastrófico”. Los más grandes, a partir de 600 metros, están controlados: se conocen más del 90% y ninguno es peligroso.

Se conocen menos del 15% de los meteoritos de entre 100 y 500 metros

El proyecto AIDA se centra en los asteroides más problemáticos, aquellos de entre 100 y 500 metros. El investigador asegura que de estos “puede haber decenas de miles y sólo se conoce entre un 10% y un 15%”. Por ese motivo, y aunque entre ese porcentaje controlado no existan riesgos, “igual mañana se descubre uno que pueda colisionar en un par de décadas”.

Didymos es uno de estos asteroides, y se pretende interceptarlo cuando se aproxime al máximo a la Tierra, en 2022. Este cuerpo no impactará contra nuestro planeta en ningún caso, pero se pretende desviarlo para demostrar que este plan de acción sería factible en caso de riesgo real.

La misma semana que me escoge la NASA, el Gobierno me niega la financiación

Se trata de un asteroide binario, compuesto por un cuerpo principal de unos 800 metros y un satélite de 150 metros, que tiene el tamaño deseado por los investigadores. Así que en 2020 una sonda europea alcanzará a Didymos para estudiar su órbita y su estructura. Tras ella, la sonda estadounidense colisionaría en 2022 para desviar el satélite.

Campo asegura que una vez se haya producido el impacto, la sonda europea regresará para calcular la nueva órbita: “Así sabremos el impulso que le hemos dado al satélite”. Unos datos “clave” para entender cómo reaccionan a las colisiones estos objetos, y poder aprovecharlo en nuestro beneficio si fuera necesario.

Didymos junto a su satélite

Más vale prevenir que curar

Calcular la probabilidad de que un asteroide impacte la Tierra no es sencillo. “Es complicado hacer una previsión, aunque se estima que hay un evento cada 1.000 o 10.000 años”, explica Campo. Sin embargo el investigador advierte que “esto no es como cuando pasa el metro clavado cada 5 minutos,  sino más bien como el paso del autobús en una ciudad con tráfico, en el que a veces llega 10 minutos tarde y otras pasan dos casi seguidos”.

Tampoco sabemos cuándo cayó el último de estos cuerpos. “Hay un cráter en Arizona de 1km de tamaño que probablemente fue provocado por un objeto metálico de menos de 100 metros”, explica el físico. Esto sucedió hace 50.000 años, pero puede que otros hayan caído en el mar o simplemente nadie se haya enterado.

La misión AIDA desviará un asteroide de su trayectoria en el año 2022

Por este motivo, el investigador asegura que estos evendos van a volver a suceder, aunque no se sepa cuándo. También señala que, gracias al avance de la tecnología, cada vez habrá más alertas de pequeños objetos que se acercan, puesto que cada semana un meteorito de 50 metros pasa a una distancia similar a la que hay entre la Tierra y la Luna. Por este motivo insiste en que no hay que causar el pánico con casos de muy baja probabilidad, para que no ocurra “como en Pedro y el lobo”.

En cuanto a los daños que un hipotético impacto podría provocar, Campo asegura que un objeto de 200 metros provocaría daños a un nivel regional. “Depende de dónde cayera, en el Mediterráneo podría causar un tsunami devastador, y en una selva tropical un incendio de enormes proporciones”.

Un proyecto pendiente de un hilo

La misión de Campo es la de coordinar el equipo de trabajo de AIDA que se ocupa de analizar las características físicas del asteroide y su satélite, para así conocerlo a fondo antes de la colisión. Y es que el investigador se dedica con su grupo a estudiar la estructura interna de este tipo de cuerpos desde hace tiempo, por lo que su aportación será fundamental para comprender a Didymos y su satélite.

Sin embargo, su participación en el proyecto de la NASA y la ESA podría pender de un hilo, ya que hasta 2016 el dinero necesario para la investigación corre a cuenta de los órganos locales. “Es curioso porque la misma semana en la que se hizo oficial la elección por parte de la NASA hemos recibido la noticia de que la convocatoria del ministerio que habíamos solicitado para seguir con el estudio nos ha sido denegada, aunque la resolución es preliminar. Nos dan una tarea que no sabemos cómo vamos a llevar a cabo porque sin financiación va a ser un problema”, se lamenta el investigador. De momento confía en poder continuar su investigación, porque el Armageddon no espera.

Hallado el número de supercivilizaciones: cero

¿Dónde está todo el mundo?, se preguntó el físico Enrico Fermi tras hacer un rápido cálculo mental sobre la enormidad del cosmos y la velocidad del avance tecnológico. Su cálculo le decía que las civilizaciones avanzadas debían estar ya aquí. Y no solo no han llegado a la Tierra, sino que hemos sido incapaces de encontrar sus signos en el cielo. El enigma se hace más profundo ahora con la primera exploración sistemática de 100.000 galaxias en busca de las huellas que cabría esperar de una supercivilización extraterrestre. Resultado: cero. La paradoja de Fermi sigue sin respuesta.

Los resultados negativos son la pesadilla de cualquier científico –por lo general ni siquiera se publican—, pero lo cierto es que son vitales en el desarrollo de muchas investigaciones: si los experimentos están bien hechos, indican que tu hipótesis está errando el tiro o que tu método de detección es inadecuado. Si en el nuevo estudio no aparece ninguna supercivilización, lo primero que hay que preguntarse es: ¿qué entienden los investigadores por una supercivilización?

“La idea”, explica el director del experimento, el astrofísico Jason Wright, de la universidad estatal de Pensilvania (Penn State), “es que, si una galaxia entera hubiera sido colonizada por una civilización avanzada, la energía producida por sus tecnologías sería detectable en el espectro infrarrojo medio”. Esa es la frecuencia que delata la inevitable disipación de calor que produce toda tecnología.

Wright y su equipo de la NASA y el Centro para Exopanetas y Mundos Habitables de la Penn State se han aprovechado de que un satélite de la NASA ya en uso para otros fines detecta justo esas frecuencias infrarrojas. Su nombre es Wise, por Wide-field infrared survey explorer (explorador de sondeo infrarrojo de campo ancho). Y, por una vez, publican los resultados negativos; lo hacen en el Astrophysical Journal del 15 de abril.

Imponer a una supercivilización el tipo de radiación que debe emitir su tecnología parece pretencioso en grado sumo, pero la hipótesis se basa en argumentos físicos respetables. Según una clasificación inventada hace medio siglo por el astrónomo ruso Nikolái Kardashev, y no impopular entre sus colegas, las civilizaciones deberían evolucionar en una escala de uno a tres: Las de tipo 1 usan la energía de su planeta; las de tipo 2 utilizan la de su estrella; y las de tipo 3 aprovechan la de todas las estrellas de su galaxia. En el fondo, el grado de evolución de una especie inteligente, como el de una comunidad de vecinos, se mide por su aprovechamiento de la energía solar.

Los humanos, por cierto, no llegamos ni al nivel 1 en la escala de Kardashev. El físico teórico Michio Kaku nos da un grado 0,7 como máximo: seguimos basando nuestra civilización en los combustibles fósiles, y apenas aprovechamos no ya la energía que emite nuestro sol, sino ni siquiera la ínfima parte de ella que incide sobre nuestro planeta. Somos el último mono en la escala de Kardashev. Qué vergüenza de especie.

“Si una civilización avanzada utiliza la vasta cantidad de energía de las estrellas de su galaxia”, sostiene Wright, “ya sea para alimentar sus ordenadores, sus naves espaciales, sus comunicaciones u otra cosa que no podamos ni imaginar, la termodinámica fundamental nos dice que esa energía debe irradiarse en forma de calor en las frecuencias infrarrojas; es la misma física fundamental que hace irradiar calor a tu ordenador”. El gran físico Freeman Dyson propuso la idea hace décadas, pero solo ahora ha sido técnicamente factible.

Entre las 100.000 galaxias examinadas por el telescopio espacial Wise, los investigadores han encontrado unas 50 que, en efecto, emiten más radiación infrarroja de lo habitual (véase foto). Pero no la suficiente: todas ellas pueden interpretarse en términos de procesos astrofísicos naturales, como la formación de estrellas. Nada realmente prometedor. O en palabras de Wright: “Ninguna de esas 100.000 galaxias está ampliamente poblada por una civilización extraterrestre que use la mayor parte de la energía estelar de su galaxia”.

El cálculo mental de Fermi fue más o menos así: si la Vía Láctea tiene unos de 200.000 millones de estrellas, muchas de ellas con planetas en órbita; y si algunos planetas caen en la zona habitable; y si en la Tierra surgió la vida, y después la inteligencia, lo mismo ha debido ocurrir en varios otros millones de planetas, y no ahora, sino hace miles de millones de años; para una civilización avanzada, colonizar la galaxia llevaría apenas unos millones de años. Luego los extraterrestres ya deberían estar aquí. ¿Dónde está todo el mundo?

Los datos más avanzados hasta el momento que han obtenido Wright, su equipo y el telescopio espacial Wise nos vuelven a dejar solos en la inmensidad del cosmos. Si las dimensiones del universo producen vértigo, nuestra soledad en ese espacio vasto solo puede conducir a la melancolía. No vuelvas a mirar al cielo nocturno si no estás preparado para soportarlo.

Una "nueva receta" sobre la formación de la Tierra y su campo magnético

Un cuerpo similar al planeta Mercurio pudo ser uno de los ingredientes clave para que el núcleo de la Tierra incorporase en sus orígenes la fuente de energía responsable de la creación de su campo magnético, según ha revelado hoy la revista Nature.

Ese es el escenario descrito por los científicos de la universidad británica de Oxford Anke Wohlers y Bernard Wood en un estudio que presenta una «nueva receta» sobre la formación de nuestro planeta.

Este nuevo contexto también podría servir para explicar, según aseguran sus autores en el texto, porqué «la abundante presencia de ciertos elementos raros» hallados en el manto de la Tierra no encaja con las teorías vigentes hasta ahora sobre la formación del planeta.

En 2012, un equipo de científicos del Centro Nacional francés de Investigaciones Científicas (CNRS) informó de que había descubierto que la formación de la Tierra, contrariamente a lo pensado hasta entonces, no se produjo por la colisión de un solo tipo de meteoritos.

Meteoritos no metálicos podrían haber formado un núcleo terrestre rico en azufre capaz de albergar suficiente uranio y torio con los que alimentar la geodinamo

Tres años después, Wohlers y Woods sostienen que la corteza y el manto terrestre presentan una «ratio de metales raros» como el samario y el neodimio (Sm/Nd) más alta que el de la mayoría de meteoritos, a partir de los cuales se supone que «había crecido la Tierra».

En experimentos en los que han replicado las condiciones de la formación de la Tierra, los dos expertos observaron que la adición de meteoritos no metálicos (rocosos) y ricos en azufre, como los presentes en Mercurio, podrían haber provocado esa anomalía.

Estos meteoritos no metálicos, conocidos también como condritas de enstatita, podrían haber contribuido a la formación de un núcleo terrestre rico en azufre capaz de albergar suficiente uranio y torio con los que alimentar a la «geodinamo», la responsable de la existencia del campo magnético terrestre.

La dinamo desconocida

Estudios anteriores han tratado de explicar la alta ratio de Sm/Nd considerando la posibilidad de que exista un «depósito oculto» con una «ratio complementaria baja» en Sm/Nd en el manto terrestre o que ese material fuera despojado de la Tierra por colisiones.

Asimismo, recuerdan los autores, otros modelos basados en una Tierra «menos oxidada» y «baja en azufre» presentaron escenarios en los que elementos generadores de calor fueron incapaces de disolver un núcleo terrestre rico en hierro.

Los hallazgos de Wohlers y Woods parece que resuelven el «problema de la desconocida fuente de energía de la dinamo», según destaca en otro artículo publicado hoy en Nature por el científico Richard Carlson.

En su texto, titulado Una nueva receta sobre la formación de la Tierra, Carlson indica que sus experimentos exploran las consecuencias derivadas de la teoría que sugiere que «bloques de construcción» que crearon la Tierra cambiaron «sistemáticamente» su composición durante el proceso de formación.

«Sus resultados -dice- nos llevan a la intrigante conclusión de que si la formación de la Tierra comenzó con bloques de construcción muy reducidos químicamente, el núcleo metálico del planeta podría contener suficiente uranio para alimentar la convección que crea, y ha mantenido, el campo magnético de la Tierra durante más de 3.000 millones de años».

El océano ácido provocó la mayor extinción en la historia del planeta

Más del 90% de los organismos marinos y más de dos tercios de los animales terrestres desaparecieron hace unos 252 millones de años. Unos 20 millones de años después surgieron los primeros dinosaurios. Las causas de aquel cataclismo, a partir del cual evolucionaron los ecosistemas modernos, han sido debatidas por los científicos durante años y ahora un equipo de geofísicos europeos ha dado con una respuesta basada en evidencias directas: una intenso actividad volcánica en Siberia, con ingentes cantidades de CO2 inyectadas en la atmósfera, seguramente provocó la acidificación de los océanos, desencadenando la extinción de tantos organismos que no pudieron adaptarse al cambio radical de las condiciones químicas de su entorno.

El hallazgo parece descartar otras hipótesis basadas en diferentes procesos de origen puramente terrestre o incluso extraterrestre, como el impacto de un gran asteroide. Y no solo ilumina un episodio importante del pasado de la Tierra, sino que también debe ayudar a entender su futuro, ya que las ingentes cantidades de CO2 que se están inyectando en la atmósfera por el uso intensivo de los combustibles fósiles están haciendo el océano mundial más ácido, y a un ritmo mayor que el de hace 250 millones de años, advierten los investigadores. “Los científicos hace tiempo que sospechaban que hubo una acidificación del océano durante la mayor extinción de todos los tiempos, pero se habían escapado hasta ahora las pruebas directas”, señala Matthew Clarkson, investigador de la Universidad de Edimburgo y coordinador del equipo autor del trabajo. “Y es un descubrimiento preocupante”, continúa, “dado que estamos observando ya hoy en día un incremento de la acidez de las aguas como resultado de las emisiones humanas”.

Clarkson y sus colegas explican esta semana en la revista Science que han encontrado las claves de aquel cambio oceánico en rocas localizadas hoy en los Emiratos Árabes Unidos pero que, hace 250 millones de años, formaban parte del fondo marino en una zona de aguas someras y conservan información sobre los procesos químicos que se produjeron. Los análisis minuciosos que ha hecho este equipo aportan incluso pormenores de la secuencia de aquel proceso. La gran extinción duró unos 60.000 años.

Los investigadores (de varias instituciones del Reino Unido y de Alemania) explican que hubo dos fases de acidificación por la inyección masiva de CO2 (billones de toneladas) en la atmósfera. La primera fase fue más lenta (unos 50.000 años), pero afectó a unos ecosistemas que ya estaban debilitados por el incremento de la temperatura del planeta y la disminución del oxígeno. Tras un breve intervalo con una cierta recuperación de los ecosistemas, llegó la segunda fase, más rápida (10.000 años), que fue el golpe de gracia para tantas especies. Las criaturas con estructuras calcificadas eran especialmente débiles ante el cambio del pH del agua al aumentar el CO2 disuelto en el agua. Los famosos trilobites, que habían poblado el planeta anteriormente, se acabaron.

La acidificación del océano fue más lenta hace 252 millones de años que ahora, explica Eric Hand en la revista Science. Clarkson y sus colegas estiman que se inyectaron 24.000 gigatoneladas de carbono en la atmósfera en 10.000 años -2,4 gigatoneladas por año- y la mayor parte acabó en los océanos, mientras que se estima en unas 10 gigatoneladas por año (sumando todas las fuentes) la entrada actual de carbono en la atmósfera. Pero, las reservas actuales de combustibles fósiles viables contienen solo unas 3.000 gigatoneladas de carbono, muy por debajo de la cantidad total que debieron emitir aquellos volcanes del pasado. “Estamos inyectando carbono más rápido pero es improbable que tengamos tanto [como el que provocó la gran extinción]”, señala Tim Lenton, científico de la Universidad de Exeter (Reino Unido) y miembro del equipo que coordina Clarkson. “La biología es muy inteligente, puede afrontar una cierta cantidad de acidificación, pero sospecho que hay límites a la adaptación y en algún punto [las especies] colapsan”, resume.

Marte tiene las condiciones para formar agua líquida

Puede haber agua líquida en Marte y es posible que el robot de exploración Curiosity ya la haya tocado con sus ruedas durante su exploración del planeta rojo. Eso es lo que piensan los responsables de la estación meteorológica a bordo del vehículo y cuyas mediciones sugieren que el agua líquida se forma durante la noche y se evapora durante el día, cuando sale el Sol. El líquido estaría en forma de salmueras, una sustancia con alta concentración salina y muy corrosiva.

“Es la primera vez que se encuentran condiciones para la formación de salmueras en Marte”, explica a Materia Javier Martín-Torres, primer autor del estudio en Nature Geoscience que describe hoy los nuevos hallazgos.

El Curiosity lleva más de dos años explorando el cráter Gale, un boquete de 154 kilómetros de diámetro formado por el impacto de un meteorito hace unos 3.500 millones de años. El instrumento REMS a bordo del vehículo ha analizado la humedad y temperatura en el cráter, cerca del ecuador marciano. Los resultados acumulados durante un año por este y otros instrumentos muestran que las condiciones en este lugar son aptas para la formación de agua líquida durante la noche en la capa más superficial del suelo marciano. Esto es en parte posible porque unas sales conocidas como percloratos y ubicuos en el planeta rojo disminuyen la temperatura de congelación del agua y permiten que esté en estado líquido a pesar de las bajas temperaturas.

«Marte no está muerto»

«Lo que se forma son gotas de agua en las capas más superficiales de terreno, así que si pudiéramos estar allí para verlo sería parecido al barro», explica María-Paz Zorzano, investigadora del Centro de Astrobiología, en Madrid, y coautora del estudio. «Los percloratos permiten que el agua siga líquida a temperaturas de entre 50 y 70 grados bajo cero», detalla. Con la llegada del día, el suelo y el aire se calientan y el agua se evapora, explica el estudio.

Las temperaturas son incompatibles con la vida, dice el estudio

“Pensamos que el Curiosity ha pasado por encima de zonas donde había salmueras”, detalla Martín-Torres. “Sin embargo”, advierte, “la posibilidad de fotografiarlas es complicada ya que cuando las salmueras se producen, de noche, el Curiosity está «durmiendo», explica el físico del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra (CSIC-UGR). El REMS es uno de los pocos instrumentos del rover que pueden operar de noche, lo que ha permitido demostrar al menos que la formación de agua líquida es posible. Esto supone que en Marte hay un ciclo del agua diario entre el suelo y la atmósfera y también estacional, algo que hasta ahora se pensaba imposible, explica Jesús Martínez-Frías, investigador del Instituto de Geociencias IGEO (CSIC-UCM) y firmante del estudio. «Estas observaciones nos muestran que, al contrario de lo que se pensaba, el planeta no está muerto», resalta. Un equipo de 25 investigadores de nueve países firma el estudio publicado hoy.

Durante décadas se ha pensado que encontrar agua líquida en el planeta rojo era un paso previo para saber si puede albergar vida o si lo hizo en tiempos pasados. El estudio publicado hoy apunta a que, a pesar del agua líquida, las temperaturas y la baja humedad relativa que se han registrado en el ecuador son simplemente incompatibles con la vida tal y como la conocemos. “Las temperaturas están por debajo del umbral en el que el metabolismo y la reproducción celular son posibles”, detalla Martín-Torres.

Hasta ahora, las imágenes tomadas por satélites sugerían que en Marte hay corrientes de agua que se deslizan por las pendientes en las épocas del año más cálidas. En este sentido, el ecuador marciano sería el sitio menos probable para que se formen estos cursos de agua debido a que las temperaturas altas y la extrema sequedad del ambiente no lo favorecen. La presencia de percloratos en muchas otras zonas del planeta haría posible la formación de esas corrientes en otras latitudes.