La batalla que se dirimió a primeros de los 90 por el joven reino de las 3D tuvo dos principales contendientes, Sega y Namco. Ambos a la vanguardia de la tecnología arcade, su ambición fue a la vez un motor mutuo que las impulsó a superarse y nos regaló maravillas recreativas atemporales. Y en 1992, con el rugido de ese motor de fondo, los diseñadores de Namco con Fumihiro Tanaka al frente se esforzaban por exprimir su ultimísima placa para el manejo de entornos poligonales texturados, la System 22, en una carrera tan ajustada como la del juego que acabarían concibiendo para la misma por lanzar su título antes de que su principal rival hiciera lo propio con Daytona USA.
Ridge Racer no nació como demo técnica con la que probar las bondades del hardware sobre el que corría (como ocurriera por ejemplo con VR), pero fue la consecuencia lógica de dicha tecnológica teniendo en cuenta que los juegos de conducción resultan ideales para lucir las cualidades de los nuevos sistemas (y por eso casi siempre han ido asociados a su lanzamiento).