Ya estamos todos

Los 90 fueron la década del chándal de táctel y de la entrada de Freddy Rincón al campo para arreglar una eliminatoria en Turín. Baste decir que hoy Rincón está en búsqueda y captura probablemente con ese chándal puesto. Aquel partido impuso una estética y una forma de ver el mundo que tenía que ver con los Alpes, la melena de Padovano y nuestro padre llorando en la cocina diciendo que era por los azulejos, que no los había elegido él. Se producía un equilibrio imperfecto por la ausencia de Copas de Europa en 30 años que incluyó un anuncio de televisión y todo. El Madrid ocupaba el tablero de la centralidad. Hasta que Rincón entró en el campo con 2-0 abajo y un jugador dijo: «Ya estamos todos». Nadie salió indemne de aquello, que terminó marcando una época. Poco después explotaron Ella Baila Sola y Coldplay, el Madrid ganó la Copa de Europa, precisamente ante la Juve, y en una serie Emilio Aragón se pilló a la hermana de su esposa muerta entre aplausos de la familia tradicional. En Turín, muchos años después, Figo falló un penalti y sentenció a Del Bosque: fue como matar a Bambi.

El partido lo empezó la Juve y lo acabó la Juve con una contra traicionera

El partido lo empezó la Juve y lo acabó la Juve con una contra traicionera, producto de un disparo de Marcelo que dejó a Tévez, velocísimo, frente a Carvajal. El penalti les devolvió el aire ganado al principio, con una maniobra que retrató el desconcierto del Madrid. Consistió en el desmarque de un hombre solo hacia el área. Una especie de jaque pastor que terminó en gol de Morata, algo por lo que directamente no se pagaba en Casa Amelia. Ni por eso ni porque Chiellini terminase con la cabeza trepanada, envuelta en paños blancos. El Madrid pasó una pájara. Con las pájaras del Madrid en grandes momentos europeos existe un libro inédito de Ángel del Riego que abarca ya 2.300 páginas y que amenaza con no terminar nunca. Me dice como experto que la sufrida en Turín es de manual, con una lógica muy mecánica que ni siquiera hubo que entrenar, por tanto, aún más grave

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Si la Juve tuvo una debilidad fue la de no aprovecharse del Madrid, que era el chiquito borracho del portal. Le robó la cartera y llamó a la policía. Apareció James. El colombiano hizo una revolución en el ataque perezoso del Madrid, que parecía mover la pelota por el qué dirán. La tocó y se fue: el acontecimiento fue seguido por la Juve con espanto, que cuando se dio cuenta ya tenía al 10 en el área. El gol es medio Berlín; el otro está separado por un muro. Se fijó el Madrid, se colocó en medio de su época, la perdida y la del porvenir, y produjo un jugadón que cosió el área italiana. Esperó Marcelo a Isco, que le cruzó la espalda como una avioneta, y el malagueño le colocó el balón a James: ahí tenía que estar el muro, pero sólo hubo un palo.

El Bernabéu de las remontadas provisionales decidirá los chándales y los fugitivos de los próximos años. Normalmente los jugadores llegan a estos partidos tan cansados de remontar que cuando salen al campo ya no pueden con el alma: parecía todo remontado el lunes. Los últimos que se dispusieron a quemar árboles terminaron alrededor de una hoguera de boy scouts. Molto longa es la vida y el amor, o sea el recuerdo de Zidane y la clase de Andrea Pirlo.

La descolocación de Ramos en el centro del campo como síntoma

Los partidos en el estadio del Juventus constituyen el revulsivo periódico de la ciudad de Turín. Peregrinos de lo sacro y de lo profano se mezclan en las inmediaciones de la Plaza del Castillo desde la mañana y son cientos los que acuden en romería a contemplar el Santo Sudario, expuesto de forma extraordinaria hasta julio en una urna en el Domo. Durante la jornada del martes los feligreses hicieron colas para ver los siete metros de manto abierto al público por primera vez. Muchos venían de Cerdeña, Malta, Bari, Palermo, y, por supuesto, España. Cumplida la visita, acudieron al partido Juventus-Madrid, objeto primordial del viaje. Ayer por la mañana el Domo presentaba un aspecto menos multitudinario. Solo algunos rezagados celebraban, o lamentaban, el 2-1 del duelo de semifinales de la Champions, según su parcialidad. La mayoría de los madridistas señalaban lo evidente: la banalidad de Bale y el penoso partido de Ramos. Lo que pocos compartían era la idea imperante en Valdebebas, donde, de vuelta en Madrid, los jugadores, los técnicos, y los empleados que acompañan al primer equipo coincidían en lo mismo: la Juventus pasa la factura de las licencias de la directiva en la construcción de la plantilla en la que prácticamente no quedan mediocampistas puros.

La directiva del Madrid sostiene que ha reunido a la mejor nómina de futbolistas en la historia del club. Pero los empleados más próximos al equipo reflexionan, como Ancelotti, que algo debió fallar en la política de altas y bajas. De lo contrario, la sola ausencia de Modric no habría forzado al técnico a poner a Ramos, su mejor central, en una posición que no es la suya.

«Tenemos demasiados parches», decía un jugador antes del partido

“Tenemos demasiados parches”, decía un jugador el martes, antes del partido. Desde que la Real les metió 4-2 en el comienzo de la Liga, siempre que vuelven a perder, hay un puñado de veteranos que evoca con desazón la venta de Xabi Alonso y Di María.

Ancelotti asegura que no le quedó más alternativa que apostar por Ramos. La apatía de Khedira, a quien el club envió señales desde agosto de que no renovará el contrato; el apocamiento de Illarra, que se comporta como si no le interesara exponerse; y la bisoñez de Lucas Silva, el refuerzo de enero, le dejaron sin pivotes defensivos. El entrenador insiste en que Kroos, que ha ocupado ese puesto con mucha clase pero sin demostrar el oficio requerido, sigue sin adquirir los automatismos defensivos. De modo que recurrió a Ramos como solución de emergencia. Y Ramos funcionó en condiciones ajustadísimas contra el Atlético y el Sevilla. El Madrid ganó los dos partidos pero solo se mostró superior cuando sus rivales se quedaron con diez, el Atlético por la expulsión de Arda y el Sevilla por la fractura del tabique nasal de Krychowiak.

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Ramos se mostró más desorientado que nunca durante el partido de Turín. «Yo estoy para ayudar al equipo en la posición que el míster me ponga», dijo el jugador, triste después de la derrota. «Ha sido un mal partido en general y tampoco yo he estado bien. Pero esto no me asusta. Confío plenamente en mí y en el míster. Y si tengo que volver a hacerlo me sacrificaré otra vez. En el mediocampo se corre mucho más que en el puesto de central».

El primer gol de Turín descubrió los problemas del Madrid, tácticos y, sobre todo, estratégicos. El 1-0 de Morata fue la culminación de una jugada que los futbolistas del Juventus remataron después de dar 27 pases. En el fútbol moderno son raros los goles que se construyen con más de 10 pases. Pirlo, Vidal, Marchisio y Tévez consiguieron dar 27 no solo porque son muy buenos sino porque su rival no fue capaz de robarles la pelota. La presencia de Ramos, el único especialista defensivo en su mediocampo, no fue suficiente para frenar una marea que ya seinsinuó en el Sánchez Pizjuán, antes de la lesión de Krychowiak.

«En el centro del campo se corre mucho más», advirtió Ramos. «Pero volvería a sacrificarme»

Ancelotti suele señalar que Kroos, Isco y James tienen físico de mediapuntas, más aptos para esfuerzos cortos que prolongados. Lo mismo, aunque en menor medida, le ocurre a Ramos, acostumbrado a los movimientos rápidos y breves de un central. La medición de la FIFA lo corrobora: en el balance general, los jugadores del Juventus corrieron siete kilómetros más que los madridistas. Vidal, Marchisio y Sturaro pertenecen a una especie que el Madrid no tiene: la de los centrocampistas puros. Hasta Pirlo, con 35 años, corrió un kilómetro más que Kroos con 26.

La recuperación de Benzema propiciará el regreso al sistema de 4-3-3 con tres delanteros y seguramente Ancelotti devuelva a Ramos al eje de la defensa. Pero entonces el equipo se expondrá a un peligro que tanto el entrenador como la directiva han acabado reconociendo: con un centrocampista menos el equipo es menos competitivo. El peligro, en cualquier caso, es aparentemente inevitable.