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Hasta ahora, la película que cuenta los orígenes de la humanidad tenía un primer protagonista clarísimo. Antes de que hubiese humanos sobre la faz de la tierra, existieron los australopitecos, monos con cerebro de chimpancé que andaban erguidos y apenas superaban el metro de estatura. Entre todos ellos destaca Lucy, la australopiteca que vivió hace entre tres y cuatro millones de años en Etiopía y que es el supuesto ancestro de todos los miembros del género humano, incluidos los Homo sapiens.
Este protagonismo de Lucy (y el tronco del árbol genealógico de la humanidad) acaban de tambalearse debido a la nueva datación de los fósiles de Little Foot. Se trata de otra especie de mono erguido que vivió en Sudáfrica y que, según sus descubridores, tiene unos 3,6 millones de años, es decir, fue coetánea de Lucy y candidata a ser el primer ancestro conocido de todos los humanos.
Little Foot era una australopiteca, como Lucy, pero de una especie más grande y alta (medía algo menos de metro y medio). Tenía los hombros muy fuertes, los brazos largos y, aunque bípeda, sus pies aún estaban diseñados para colgarse de los árboles. Su nombre científico es Australopithecus prometheus.
Un mal día, Little Foot cayó en una sima y murió en lo que hoy es Sterkfontein, a 40 kilómetros de Johannesburgo. Sus restos no se localizaron hasta 1997, en la oscuridad de una cueva a más de 20 metros de profundidad y sepultados en roca. Ron Clarke, uno de sus descubridores, explica que su equipo tardó 13 años en separar los huesos del mineral y poder subirlos a la superficie, aún sepultados en un ataúd de sedimentos. Desde entonces han pasado tres años limpiando los fósiles y reconstruyéndolos, aunque todo ha merecido la pena: ha resultado ser el esqueleto más completo de un australopiteco. Está casi entero y, además de un brazo y una mano en articulación y los pequeños huesos del pie de los que recibe su apodo (pie pequeño en inglés), destaca su espectacular cráneo.
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Reconstrucción del ‘A. prometheus’
La gran pega para aceptar a Little Foot como protagonista de los primeros compases de la evolución humana es su controvertida antigüedad. El terreno de la cueva se ha removido y cambiado mucho, tanto por fenómenos geológicos como por la dinamita de los mineros que sacaron de la roca esquirlas de hueso que ayudaron, un siglo después, a que Clarke encontrara el esqueleto. Su equipo y el de otros especialistas han hecho diferentes dataciones. Las más favorables apuntan a que podría tener hasta cuatro millones de años. Otros grupos le dan poco más de dos millones de años, es decir, posterior a la aparición de los primeros humanos.
En 2014 se publicó una nueva datación de sedimentos supuestamente de la fecha de su muerte que indicaba una edad de al menos tres millones de años. Ahora, el equipo de Clarke recurre a la última técnica de datación que quedaba disponible: la cosmogénica. Se basa en el tipo de átomos de aluminio y berilio contenidos en el cuarzo que encapsula el fósil. Esos elementos cambian por el bombardeo de los rayos cósmicos llegados del espacio y los convierte en una especie de reloj dentro de la piedra. Los resultados, publicados hoy en Nature, concretan una antigüedad de 3,67 millones de años con un margen de error de 160.000 años, todo un embrollo científico, según Clarke.
“Hasta ahora la gente consideraba que los australopitecos más antiguos que se conocen [como Lucy] eran los ancestros directos de todo lo que vino después”, explica a Materia el paleoantropólogo de la Universidad del Witwatersrand (Suráfrica). “Ahora podemos demostrar que no eran las únicas especies que vivían hace 3,5 millones de años y la verdad es que no podemos saber cuál de ellas es nuestro ancestro directo”, recalca.
Los rasgos físicos tampoco parecen ayudar demasiado. “Lucy es mucho más pequeña que Little Foot y menos parecida a un gorila, pero ninguno de los dos tiene rasgos humanos en su cara, es imposible decir cuál de ellas está más cerca de nosotros”, añade.
“Es posible que nuestro verdadero ancestro no sea ninguno de los australopitecos que conocemos”
Así las cosas, el origen de los humanos antes de ser humanos se bifurca. Pudo empezar con Lucy en Etiopía hace entre tres y cuatro millones de años y luego desembocar en los primeros miembros del género Homo, una opción reforzada por el reciente hallazgo allí del humano más antiguo, hace 2,8 millones de años. Por otro lado, la nueva datación en Sudáfrica “mete a Little Foot de nuevo en la carrera” y podría ser este australopiteco que vivió en una zona reconocida por la Unesco como la Cuna de la Humanidad el que diese lugar a “Homo habilis, nuestro ancestro”, explica Laurent Bruxelles, coautor del presente estudio.
Expertos independientes reconocen la importancia del trabajo, pero recalcan que lo mejor está aún por llegar. “Este estudio casi cierra definitivamente la polémica de la datación”, opina Carlos Lorenzo, arqueólogo de Atapuerca e investigador del IPHES. El verdadero plato fuerte llegará, dice, cuando el equipo de Clarke desvele el estudio completo de todo el esqueleto de Little Foot, en especial de su cráneo y sus dientes que contienen rasgos claves para saber cómo de parecido era a los humanos que surgirían después y si se le puede considerar nuestro ancestro.
Clarke espera publicar las primeras descripciones de este excepcional espécimen el próximo año, aunque se la coge con papel de fumar desde ya: “Es posible que nuestro verdadero ancestro no sea ninguno de los australopitecos que conocemos”.
Puede haber agua líquida en Marte y es posible que el robot de exploración Curiosity ya la haya tocado con sus ruedas durante su exploración del planeta rojo. Eso es lo que piensan los responsables de la estación meteorológica a bordo del vehículo y cuyas mediciones sugieren que el agua líquida se forma durante la noche y se evapora durante el día, cuando sale el Sol. El líquido estaría en forma de salmueras, una sustancia con alta concentración salina y muy corrosiva.
“Es la primera vez que se encuentran condiciones para la formación de salmueras en Marte”, explica a Materia Javier Martín-Torres, primer autor del estudio en Nature Geoscience que describe hoy los nuevos hallazgos.
El Curiosity lleva más de dos años explorando el cráter Gale, un boquete de 154 kilómetros de diámetro formado por el impacto de un meteorito hace unos 3.500 millones de años. El instrumento REMS a bordo del vehículo ha analizado la humedad y temperatura en el cráter, cerca del ecuador marciano. Los resultados acumulados durante un año por este y otros instrumentos muestran que las condiciones en este lugar son aptas para la formación de agua líquida durante la noche en la capa más superficial del suelo marciano. Esto es en parte posible porque unas sales conocidas como percloratos y ubicuos en el planeta rojo disminuyen la temperatura de congelación del agua y permiten que esté en estado líquido a pesar de las bajas temperaturas.
«Lo que se forma son gotas de agua en las capas más superficiales de terreno, así que si pudiéramos estar allí para verlo sería parecido al barro», explica María-Paz Zorzano, investigadora del Centro de Astrobiología, en Madrid, y coautora del estudio. «Los percloratos permiten que el agua siga líquida a temperaturas de entre 50 y 70 grados bajo cero», detalla. Con la llegada del día, el suelo y el aire se calientan y el agua se evapora, explica el estudio.
Las temperaturas son incompatibles con la vida, dice el estudio
“Pensamos que el Curiosity ha pasado por encima de zonas donde había salmueras”, detalla Martín-Torres. “Sin embargo”, advierte, “la posibilidad de fotografiarlas es complicada ya que cuando las salmueras se producen, de noche, el Curiosity está «durmiendo», explica el físico del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra (CSIC-UGR). El REMS es uno de los pocos instrumentos del rover que pueden operar de noche, lo que ha permitido demostrar al menos que la formación de agua líquida es posible. Esto supone que en Marte hay un ciclo del agua diario entre el suelo y la atmósfera y también estacional, algo que hasta ahora se pensaba imposible, explica Jesús Martínez-Frías, investigador del Instituto de Geociencias IGEO (CSIC-UCM) y firmante del estudio. «Estas observaciones nos muestran que, al contrario de lo que se pensaba, el planeta no está muerto», resalta. Un equipo de 25 investigadores de nueve países firma el estudio publicado hoy.
Durante décadas se ha pensado que encontrar agua líquida en el planeta rojo era un paso previo para saber si puede albergar vida o si lo hizo en tiempos pasados. El estudio publicado hoy apunta a que, a pesar del agua líquida, las temperaturas y la baja humedad relativa que se han registrado en el ecuador son simplemente incompatibles con la vida tal y como la conocemos. “Las temperaturas están por debajo del umbral en el que el metabolismo y la reproducción celular son posibles”, detalla Martín-Torres.
Hasta ahora, las imágenes tomadas por satélites sugerían que en Marte hay corrientes de agua que se deslizan por las pendientes en las épocas del año más cálidas. En este sentido, el ecuador marciano sería el sitio menos probable para que se formen estos cursos de agua debido a que las temperaturas altas y la extrema sequedad del ambiente no lo favorecen. La presencia de percloratos en muchas otras zonas del planeta haría posible la formación de esas corrientes en otras latitudes.