La lucha solitaria por la supervivencia del tarsero

La deforestación de la jungla, la caza y también los gatos callejeros amenazan la supervivencia del tarsero, un pequeño primate de ojos saltones natural del sureste asiático. Oculta entre la maleza que cubre la isla filipina de Bohol, la Philippine Tarsier Foundation es la única institución del mundo dedicada al estudio de la especie y a la repoblación de la jungla.

El Santuario Tarsero, un terreno de 134 hectáreas de jungla junto a la ciudad de Corella, protege a unos doscientos tarseros de la deforestación y los cazadores furtivos que los capturan para venderlos como mascotas.

El fundador de la reserva, Carlito Pizarras, recibe a los visitantes con una sonrisa y un firme apretón de manos. Conocido como el hombre tarsero, Pizarras ha dedicado su vida a proteger al animal y es la única persona que ha conseguido la reproducción de ejemplares en cautividad.

La Lista Roja de Especies Amenazadas de la Organización Internacional por la Conservación de la Naturaleza clasifica al tarsier filipino como especie “casi amenazada”

“Los estudio desde que tenía 13 años”, cuenta. Como otros habitantes de la isla de Bohol, de niño Pizarras se dedicaba a cazar tarseros para venderlos como mascotas. Él y su hermano se internaban en la jungla y encontraban a los diminutos primates guiándose por el olor de su orín, especialmente intenso por las mañanas.

Con los años, Pizarras también quiso tener una mascota tarsero, pero se dio cuenta de que ni siquiera sabía qué comían. Descubrió que buena parte de la información disponible sobre ellos era errónea: “Los libros decían que los tarseros comían tierra. Pero en realidad se comen los insectos que encuentran dentro de la tierra”, explica ahora.

Sus tarseros “murieron todos, uno tras otro”, recuerda. Pese a alimentarlos con grillos, saltamontes y otros insectos, las mascotas de Pizarras terminaban suicidándose. Tras un tiempo en cautividad, se infligían heridas o morían golpeándose la cabeza contra los barrotes de la jaula.

Fue entonces cuando el joven filipino decidió cambiar de oficio y dedicarse a proteger la especie. Su dedicación a la conservación del animal es tal que los biólogos han bautizado al tarsero filipino con el nombre científico de Carlito Syrichta.

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Un tarsier filipino amenazado encaramado a un arbol. / M. L. M.

La Lista Roja de Especies Amenazadas de la Organización Internacional por la Conservación de la Naturaleza clasifica al tarsero filipino como especie “casi amenazada”, pero alerta que esta clasificación no es definitiva porque no existen suficientes datos sobre su estado de conservación.

Los tarseros son animales nocturnos y pasan el día acurrucados bajo las raíces de los árboles o en lo alto de las ramas. Son el primate más pequeño. Su cuerpo mide entre 10 y 15 centímetros, entre la cabeza y el cuerpo, y está rematado por una cola de unos veinte centímetros. Sus patas tienen falanges y uñas, y recuerdan a las manos humanas.

Pero los ojos grandes y redondos son su rasgo más llamativo. Incluso hay quien especula que George Lucas se inspiró en los tarseros para el carismático Maestro Yoda de La Guerra de las Galaxias.

Los ojos del tarsero miden 1,6 centímetros de diámetro y uno solo es tan grande como su cerebro. A pesar del tamaño, no pueden mover las pupilas, por lo que su cabeza es capaz de rotar casi 360 grados en cualquier dirección.

Los ojos del tarsier miden 16 centímetros de diámetro y uno solo es tan grande como su cerebro. A pesar del tamaño, no pueden mover las pupilas, por lo que su cabeza es capaz de rotar casi 360 grados en cualquier dirección

Pizarras deja a los turistas a cargo de una de las estudiantes que trabaja como voluntarias en el centro de conservación. La chica conduce a los turistas al interior de un cercado, señala hacia arriba y susurra: “Allí”. Los ojos inexpertos de los visitantes tardan un rato en identificar una bolita de pelo castaño casi oculta entre las ramas y las hojas de la jungla.

El ruido de las pisadas o los clics de las cámaras lo despiertan. Abre los ojos redondos y gira la cabeza hacia los turistas mientras la estudiante hace gestos para alejarlos de allí y conducirlos hacia el árbol donde duerme el siguiente tarsero. Más tarde, Pizarras aclara que los tarseros son animales muy territoriales y cada uno necesita una hectárea para vivir. En el cercado que la Philippine Tarsier Foundation abre a los turistas conviven ocho tarseros. “Creemos que es porque saben que aquí están seguros, pero si alguien les molesta se marchan y ya no vuelven”, explica Pizarras.

A pesar de los esfuerzos de la fundación, los turistas siguen acudiendo a ver a los tarseros enjaulados que los comerciantes exhiben en un mercadillo a las orillas del río Loboc, junto a la ciudad del mismo nombre. Allí, un sinnúmero de barcos restaurante remontan el río para ofrecer a los turistas las vistas que convencieron a Francis Ford Coppola para rodar Apocalypse Now en Filipinas. Los altavoces de las barcazas emiten sin descanso canciones de los Beatles mientras sus clientes degustan platos filipinos. El barullo de los visitantes sobrepasa el de la propia jungla y resulta mortal para el oído extremadamente sensible del tarsero. Pizarras sacude la cabeza al hablar de estas escenas. “Comenzamos la Tarsier Foundation hace casi veinte años, pero por desgracia todavía es necesaria”, lamenta.

La megaerupción del volcán que parió a Frankenstein puede repetirse

El verano de 1816 no existió. La escritora londinense Mary Shelley y su compatriota poeta Lord Byron se refugiaron de la lluvia y los cielos tenebrosos en una mansión a la orilla del lago Lemán, al norte de los Alpes. Y ante el fuego de la chimenea, en aquel verano que nunca fue, a Shelley se le ocurrió el personaje de Frankenstein y Lord Byron escribió el poema Oscuridad, que arrancaba: “Tuve un sueño, que no era del todo un sueño. El brillante sol se apagaba…”.

Ellos no lo sabían, pero el origen de la oscuridad y el frío que los encerraron en casa aquel segundo invierno se encontraba a miles de kilómetros de allí. El volcán Tambora, en la actual Indonesia, había empezado a vomitar sus entrañas más de un año antes, llegando a su culmen entre el 10 y el 11 de abril de 1815. Su megaerupción, la más devastadora de los últimos 750 años, se llevó por delante la vida de más de 60.000 personas, en su mayoría víctimas de la hambruna.

Los gases con azufre que expulsó Tambora eclipsaron la luz del Sol, sepultando el siguiente verano en buena parte del hemisferio Norte y arruinando las cosechas. Miles de personas tuvieron que lanzarse a comer gatos y ratas, según recuerda el vulcanólogo Stephen Self, de la Universidad de California en Berkeley (EE UU).

El mal tiempo provocado por la erupción del Tambora inspiró a Mary Shelley para escribir Frankenstein

Dos siglos después de la tragedia del Tambora, Self es uno de los expertos que alertan de que la humanidad no está preparada para la siguiente megaerupción. Incluso un país como Japón desconoce al menos el 40% de las grandes erupciones de sus volcanes en el pasado.

“Ha llegado la hora de explorar sistemáticamente todos los registros disponibles de erupciones […] para que tengamos más oportunidades de comprender los futuros peligros potenciales”, clama hoy Self, junto a su colega Ralf Gertisser, de la Universidad de Keele (Reino Unido), en la revista científica Nature Geoscience.

Los autores creen que el 200 aniversario de la erupción que parió a Frankenstein debería servir como un recordatorio de la amenaza volcánica. En enero, un informe técnico, elaborado por la red de vulcanólogos Global Volcano Model y por la Asociación Internacional de Vulcanología y de Química del Interior de la Tierra, advertía de que hay un 33% de probabilidades de que se produzca una erupción como la de Tambora a lo largo del siglo XXI.

El informe concentra el 90% del riesgo en cinco países: Indonesia, Filipinas, Japón, México y Etiopía. Para Self, “Indonesia es la mayor preocupación, debido a la densidad de la población y al número de volcanes. La próxima erupción puede ser incluso de un volcán sin erupciones conocidas”, advierte. En 1883, la erupción del volcán Krakatau, en la parte occidental del archipiélago indonesio, provocó la muerte de 34.000 personas.

La mayor erupción conocida fue hace 74.000 años en la isla de Sumatra y dejó un agujero de 100 kilómetros

No muy lejos, en la isla de Sumatra, se produjo la mayor erupción conocida por el ser humano. Fue hace 74.000 años. La explosión del volcán Toba creó un agujero de 100 kilómetros de largo por 60 de ancho, hoy ocupado por un lago. “Fuera de Indonesia me preocupa el volcán Taal, en Filipinas, cercano a una región densamente poblada, la de Manila [más de 25 millones de personas], y con un historial difícil de precisar”, añade Self.

El vulcanólogo, que también trabaja para el organismo que regula las centrales nucleares en EEUU, cree que disponer de un registro detallado de las megaerupciones de los últimos miles de años ayudaría a predecir futuras catástrofes. “Tendríamos una idea mucho más aproximada de la frecuencia, aunque obviamente todavía existirían patrones que no entenderíamos, ya que los volcanes están muy extendidos por el planeta y reaccionan a diferentes fuerzas. Algunos acontecimientos son debidos al azar, e incluso algunos vulcanólogos sostienen que las erupciones son esencialmente impredecibles”, explica a Materia.

Erupción del volcán filipino Pinatubo en 1991. / USGS

Self y su colega recuerdan que la nube de cenizas expulsada en la erupción del volcán islandés Eyjafjallajökull en 2010 obligó a cancelar miles de vuelos en Europa, pese a tratarse de un evento ridículo comparado con la explosión del Tambora hace 200 años. El volcán indonesio escupió unos 40 kilómetros cúbicos de material. Una de las erupciones más violentas del siglo XX, la del filipino Pinatubo en 1991, apenas expulsó cinco kilómetros cúbicos.

Las erupciones volcánicas son imposibles de predecir», opina el vulcanólogo Juan Carlos Carracedo

Para Self, “hay muchas cosas que podemos hacer” para blindarnos ante una futurible megaerupción, como “tomar precauciones para proteger los aviones, modificar los planes de vuelo y planear diferentes cultivos” en algunas regiones. “Pero no las haremos a menos que la probabilidad de una futura gran erupción sea alta o, dicho de otra forma, que la amenaza sea real”, sentencia.

El veterano vulcanólogo español Juan Carlos Carracedo es más escéptico. Este experto, profesor emérito en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, cree que, por ejemplo, no tiene sentido recordar la megaerupción que hubo hace 640.000 años en la zona del Parque Nacional Yellowstone (EE UU) como si fuera algo que va a repetirse próximamente. “Hacer estas especulaciones solo sirve para intranquilizar a la gente”, opina. Aquella gigantesca explosión cubrió de ceniza gran parte de Norteamérica.

“Hay muy pocas erupciones como para poder hacer un análisis estadístico. En Canarias hemos tenido 16 en los últimos 500 años, unas separadas por 20 años y otras, por 237 años. Las erupciones volcánicas son imposibles de predecir, solo podemos conseguir una detección temprana cuando ya han empezado. Si hay una supererupción, nos enteraremos todos los del planeta cuando ocurra”, zanja.

Documento:

‘Tying down eruption risk’