Parte de la eficacia infectiva del VIH es que ataca, precisamente, al sistema inmunitario, y este se convierte en el cazador cazado. Pero esta situación puede empezar a revertirse con ensayos como el que ayer publicó Nature. En este pequeño trabajo —apenas 29 voluntarios, 17 con VIH, aparte de los estudios previos en ratones y macacos— se consiguió, por primera vez, una reducción sostenida (al menos 28 semanas) del número de virus circulante tras aplicar un tratamiento, un anticuerpo monoclonal, que refuerza la respuesta inmunitaria de la persona infectada.
Los anticuerpos monoclonales se estudian, sobre todo, para el tratamiento del cáncer. Básicamente son moléculas que se unen a las células, bacterias o virus que hay que eliminar y las hacen más visibles al sistema inmune. Es como si se pegaran unos adhesivos fosforescentes a un comando invasor para que las defensas lo neutralicen más fácilmente.
Este abordaje ya se había intentado anteriormente, pero los productos diseñados no conseguían una respuesta suficientemente fuerte (las pegatinas no se veían bien) o duradera (se caían). Y eso cuando no causaban efectos adversos. El equipo que dirige Michel Nussenzweig, de la Universidad Rockefeller, ha identificado un producto, el 3BNC117, que tiene una gran afinidad por la parte de la superficie del VIH que se une a los receptores CD4 de los linfocitos. Estas últimas moléculas son el puerto al que se ancla el virus antes de empezar su infección, por lo que actuar sobre esa ligazón es un abordaje muy específico.
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Los propios autores del trabajo reconocen que el estudio es muy pequeño, pero permite obtener algunas conclusiones. La primera, que el anticuerpo era “generalmente bien tolerado a todas las dosis que se ensayaron, tanto en las personas con VIH como en las del grupo de control”. En verdad, este es el hito que un ensayo en fase I, la primera de las pruebas que se hacen con fármacos en humanos, busca: demostrar la seguridad del tratamiento. En este caso, se miden los efectos adversos. Estos se clasifican, por su gravedad, de 1 a 5. Durante el ensayo, que siguió a los voluntarios durante 56 días, no hubo de grado 3 o superior.
Pero los primeros datos permiten ir más allá. Lo que importa de un tratamiento contra el VIH, como los antirretrovirales que se emplean actualmente, es que reduzcan la cantidad de virus circulante (lo que se denomina carga viral). En el ensayo se vio que esto sucedía de manera proporcional a la dosis de anticuerpo utilizado, con reducciones de hasta 100 veces en la carga viral en 28 días. Pero también se observó que había un paciente que no experimentaba ninguna mejoría porque su virus ya era resistente al nuevo anticuerpo.
Ahora habrá que seguir con el ensayo a mayor escala y centrándose en ajustar la dosis más efectiva para conseguir la mayor reducción de la carga viral. En ninguno de los casos del ensayo se eliminó el virus circulante, lo que indica, afirma Nussenzweig, que probablemente este anticuerpo monoclonal no se vaya a usar en la práctica clínica solo, sino en combinación con otros o con los antivirales existentes. Esto es importante porque mientras no se consiga erradicar el virus, los afectados tienen que medicarse durante toda su vida. Y este proceso, a medio plazo, supone que aparezcan virus resistentes a los fármacos, por lo que siempre hay que tener nuevas familias de tratamientos.
Se trata de una prueba muy pequeña, con solo 17 afectados
José Alcamí, de la Unidad de Inmunopatología del Sida del Instituto de Salud Carlos III, destaca varios aspectos del trabajo. «El artículo tiene un interés grande como prueba de concepto ya que utiliza un anticuerpo neutralizante de amplio espectro de gran potencia, a diferencia de los utilizados previamente y además de la seguridad y la búsqueda de dosis parte con la idea de demostrar no solo una neutralización del virus circulante sino un impacto a medio plazo», dice por correo electrónico.
Alcamí opina que la pregunta clave es si «los anticuerpos podrían contribuir al control a medio-largo plazo de la enfermedad». Esto no es así, de momento, por los siguientes motivos: primero, «la producción de elevadas dosis de anticuerpos es compleja y muy cara»; segundo, su «vida media es muy corta» y, «de hecho es la mitad en los seropositivos (9 días) que en los seronegativos (17 días)»; tercero, el efecto de estos anticuerpos puede anularse por la «generación de auto-anticuerpos».
Además, el investigador destaca que este trabajo parte de otro en monos, pero que «el humano es un escenario más duro ya que la infección no es clonal como en el macaco sino por un diversidad de variantes [del virus]». «En mi opinión el futuro de esta estrategia pasa por expresar los anticuerpos en vectores de terapia génica mediante inyección intramuscular y verificar su impacto a medio plazo». Con ello no se inyectarían por vía intravenosa los anticuerpos en sí mismos, sino los genes que los crean, lo que permitiría una producción sostenida de estos. Pero el proceso tiene complejidades añadidas. Este mecanismo debería compensarse con «la inclusión de mecanismos moleculares» que frenaran la producción de anticuerpos, dice Alcamí, para evitar que el propio organismo genere anti-anticuerpos.
Andrew Freedman, de la Universidad de Cardiff, es más conciso, informa Manuel Ansede: “Este es un estudio pequeño pero muy bien llevado en 17 pacientes con VIH. No se observó ninguna respuesta en los seis pacientes que recibieron las menores dosis de anticuerpos, pero 10 de los 11 que recibieron una dosis mayor tuvieron variables pero significativas reducciones de la replicación viral. Esto sugiere que hay un efecto real del tratamiento con anticuerpos, pero está claro que harán falta ensayos mayores antes de que este tratamiento pueda utilizarse en la práctica clínica”.