Cuando encendemos el fuego para preparar el café del desayuno o calentamos el agua para ducharnos estamos consumiendo un volumen de gas que los contadores registran. El problema es que su calidad no es siempre igual aunque paguemos como si lo fuera. Para conseguir una factura más justa, investigadores del Centro de Estudios e Investigaciones Técnicas de Gipuzkoa (CEIT) han desarrollado mediante nanotecnología un sistema que promete mejorar la eficiencia y el ahorro energético de nuestros hogares.
“El cliente va a pagar menos, o al menos va a pagar por lo que consume”, asegura a Teknautas el investigador de CEIT responsable del proyecto, Enrique Castaño. Su tecnología, desarrollada en colaboración con Naturgas, utiliza una serie de micro y nanosensores para evaluar la calidad del gas natural que llega a los hogares, comercios e industrias.
El sistema puede instalarse en cada domicilio o sólo uno a la entrada del edificio, ya que no hay diferencias de calidad entre los vecinos
El objetivo es implementar una tarifación inteligente para que los clientes paguen no sólo en función del volumen de gas consumido sino también de su calidad, entendida como el poder calorífico. “A ti no te afecta porque el huevo se va a freír igual, pero como usuario quieres pagar por la calidad”, aclara Castaño. El origen de estas variaciones se debe a que las empresas extraen esta sustancia de yacimientos en distintos países, desde Argelia a Rusia.
El prototipo ya se está probando en unas instalaciones experimentales en Vitoria, de cara a implementarlo en las casas. Castaño explica que podría instalarse bien delante del contador de gas de cada domicilio, o sólo uno a la entrada del edificio, ya que no hay diferencias en la calidad del suministro entre vecinos de la misma finca. Sin embargo admite que la tecnología todavía está “en fase de desarrollo”, por lo que no se aventura a dar fechas ni porcentajes de ahorro, algo que, en última instancia, dependerá de las empresas suministradoras.
Sensor de CEIT
Castaño explica que su sistema mide la conductividad térmica, muy relacionada con el número de metano y que sería “análogo del octanaje de la gasolina y por lo tanto de su calidad”. Por este mismo motivo, y aunque las empresas están obligadas a operar en unos márgenes de calidad, el sistema actual sería equiparable a pagar lo mismo por una sin plomo 95 que por una de 98.
De esta forma una delgada película mide cualquier cambio en la conductividad y lo relaciona con la calidad del suministro. A esta plataforma de evaluación cualitativa desarrollada por CEIT, se le suma un sistema de análisis de la seguridad ambiental. Estos sensores miden los posibles riesgos y, ante una posible fuga de metano o la presencia de monóxido de carbono, sonaría una alarma.
Nanotecnología por 100 euros
Poder medir la calidad del gas no es ninguna novedad: cualquier empresa suministradora tiene equipos capaces de hacerlo. El problema, según el investigador, es que estos cromatógrafos son extremadamente caros: pueden costar decenas de miles de euros y requieren personal especializado. La clave, por ello, está en desarrollar un sensor sencillo y de bajo coste, a ser posible que pueda ser fabricado de forma masiva para no superar los 100 euros.
A las empresas suministradoras de gas les interesa implementar esta tecnología para diferenciarse del resto
La tarifación inteligente supondría una aplicación doméstica en forma de ahorro, pero no sería la única. Gracias a esta tecnología, las empresas podrían controlar sus procesos industriales: “Estos dependen de que los hornos alcancen una temperatura muy determinada, que a su vez está determinada por la calidad del gas natural”, aclara el físico. Y cualquier variación puede fastidiar la reacción y suponer pérdidas económicas.
La liberalización del mercado del gas es la principal baza para que las empresas suministradoras adopten esta tecnología. Cada compañía debe ser capaz de diferenciarse del resto, y cobrar en función de la calidad es una baza a favor. “Es cierto que si fuera únicamente por el dinero no les interesaría implementarlo, pero gracias a la competencia se trata de una cuestión de marketing”, comenta el investigador. Por este mismo motivo el dispositivo no supondría un sobrecoste para el usuario, al tratarse de un servicio implementado por las propias empresas. El resultado, para los consumidores, permitiría que ducharse fuera un poco más barato y justo.