Cuando un asteroide amenaza con impactar contra la Tierra, las películas de ciencia ficción suelen optar por destruirlo con una bomba. La solución real, sin embargo, sería mucho más elegante: desviar su órbita mediante un impacto bien calculado, como si fuera una carambola de billar o un niño jugando a las canicas. La misión espacial AIDA, coordinada por la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA), busca averiguar si esto es posible y llevará a cabo una prueba en 2022.
AIDA contará con un nombre español entre sus filas. Se trata de Adriano Campo, investigador de la Universidad de Alicante seleccionado para la misión. El físico compara la probabilidad de que un meteorito de gran tamaño impactara contra nuestro planeta con un accidente de avión: “Es un evento de muy baja probabilidad pero con enormes consecuencias”, explica a Teknautas. Eso sí, deja claro que en estos momentos no se conoce ningún objeto que suponga un riesgo.
Los meteoritos más pequeños no suponen un riesgo porque la atmósfera hace gran parte del trabajo a la hora de deshacerlos. Es lo que sucedió en Cheliábinsk (Rusia) en 2013 y que, tal y como asegura Campo, “causó daño pero no es excesivamente catastrófico”. Los más grandes, a partir de 600 metros, están controlados: se conocen más del 90% y ninguno es peligroso.
Se conocen menos del 15% de los meteoritos de entre 100 y 500 metros
El proyecto AIDA se centra en los asteroides más problemáticos, aquellos de entre 100 y 500 metros. El investigador asegura que de estos “puede haber decenas de miles y sólo se conoce entre un 10% y un 15%”. Por ese motivo, y aunque entre ese porcentaje controlado no existan riesgos, “igual mañana se descubre uno que pueda colisionar en un par de décadas”.
Didymos es uno de estos asteroides, y se pretende interceptarlo cuando se aproxime al máximo a la Tierra, en 2022. Este cuerpo no impactará contra nuestro planeta en ningún caso, pero se pretende desviarlo para demostrar que este plan de acción sería factible en caso de riesgo real.
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Se trata de un asteroide binario, compuesto por un cuerpo principal de unos 800 metros y un satélite de 150 metros, que tiene el tamaño deseado por los investigadores. Así que en 2020 una sonda europea alcanzará a Didymos para estudiar su órbita y su estructura. Tras ella, la sonda estadounidense colisionaría en 2022 para desviar el satélite.
Campo asegura que una vez se haya producido el impacto, la sonda europea regresará para calcular la nueva órbita: “Así sabremos el impulso que le hemos dado al satélite”. Unos datos “clave” para entender cómo reaccionan a las colisiones estos objetos, y poder aprovecharlo en nuestro beneficio si fuera necesario.
Didymos junto a su satélite
Más vale prevenir que curar
Calcular la probabilidad de que un asteroide impacte la Tierra no es sencillo. “Es complicado hacer una previsión, aunque se estima que hay un evento cada 1.000 o 10.000 años”, explica Campo. Sin embargo el investigador advierte que “esto no es como cuando pasa el metro clavado cada 5 minutos, sino más bien como el paso del autobús en una ciudad con tráfico, en el que a veces llega 10 minutos tarde y otras pasan dos casi seguidos”.
Tampoco sabemos cuándo cayó el último de estos cuerpos. “Hay un cráter en Arizona de 1km de tamaño que probablemente fue provocado por un objeto metálico de menos de 100 metros”, explica el físico. Esto sucedió hace 50.000 años, pero puede que otros hayan caído en el mar o simplemente nadie se haya enterado.
La misión AIDA desviará un asteroide de su trayectoria en el año 2022
Por este motivo, el investigador asegura que estos evendos van a volver a suceder, aunque no se sepa cuándo. También señala que, gracias al avance de la tecnología, cada vez habrá más alertas de pequeños objetos que se acercan, puesto que cada semana un meteorito de 50 metros pasa a una distancia similar a la que hay entre la Tierra y la Luna. Por este motivo insiste en que no hay que causar el pánico con casos de muy baja probabilidad, para que no ocurra “como en Pedro y el lobo”.
En cuanto a los daños que un hipotético impacto podría provocar, Campo asegura que un objeto de 200 metros provocaría daños a un nivel regional. “Depende de dónde cayera, en el Mediterráneo podría causar un tsunami devastador, y en una selva tropical un incendio de enormes proporciones”.
Un proyecto pendiente de un hilo
La misión de Campo es la de coordinar el equipo de trabajo de AIDA que se ocupa de analizar las características físicas del asteroide y su satélite, para así conocerlo a fondo antes de la colisión. Y es que el investigador se dedica con su grupo a estudiar la estructura interna de este tipo de cuerpos desde hace tiempo, por lo que su aportación será fundamental para comprender a Didymos y su satélite.
Sin embargo, su participación en el proyecto de la NASA y la ESA podría pender de un hilo, ya que hasta 2016 el dinero necesario para la investigación corre a cuenta de los órganos locales. “Es curioso porque la misma semana en la que se hizo oficial la elección por parte de la NASA hemos recibido la noticia de que la convocatoria del ministerio que habíamos solicitado para seguir con el estudio nos ha sido denegada, aunque la resolución es preliminar. Nos dan una tarea que no sabemos cómo vamos a llevar a cabo porque sin financiación va a ser un problema”, se lamenta el investigador. De momento confía en poder continuar su investigación, porque el Armageddon no espera.
Películas como Armageddon y Deep Impact muestran el miedo existente a que un meteorito de gran tamaño pueda chocar contra la Tierra. Exageraciones cinematográficas aparte, no es un temor irracional: en 2013 la ciudad rusa de Chelyabinsk sufrió uno de estos impactos, con 1.500 heridos y más de 7.000 edificios dañados. Ahora, un grupo de investigadores de la NASA planea desplegar una constelación de pequeños satélites de bajo coste que sirvan para detectar las posibles amenazas.
Todo comenzó en 2005, cuando el Congreso de los EEUU ordenó a la NASA que detectara y catalogara el 90% de aquellos objetos próximos a la Tierra (NEO, por sus siglas en inglés) que superaran los 140 metros. La meta era tener controlados a aquellos cometas y asteroides que pudieran penetrar en la atmósfera terrestre, y debía alcanzarse en una fecha tan lejana entonces como 2020.
Pero en 2010 la Comisión Reguladora Nuclear de Estados Unidos (NRC por sus siglas en inglés) puso ese objetivo en entredicho. Sería necesaria una gran cantidad de fondos, de trabajo y de tiempo para lograrlo. Los expertos calcularon que harían falta 500 millones de dólares y 10 años de colaboración entre diversas instalaciones, tanto espaciales como terrestres, para cumplir la meta… en 2030.
Interior de un CubeSat
Dicho esto, la solución propuesta por el equipo de la NASA parece casi milagrosa: “Nuestros análisis muestran que llevará menos de 3 años encontrar todos los NEO con este sistema”, asegura a Teknautas el investigador de la NASA y autor del estudio publicado en arXiv, Slava Turyshev. No sólo eso, sino que el coste estimado apenas un 10% de los 500 millones de dólares augurados por la NRC. La hazaña será posible gracias a dos tecnologías emergentes: una técnica conocida como seguimiento sintético y los CubeSats, ambas de apenas 10 cm.
Tecnologías de 10 centímetros
Los CubeSats son unos pequeños satélites cúbicos de 10 cm de arista, con un peso de 1,33 kg y un coste inferior a 2 millones de dólares. Su manejo sencillo y bajo coste los hacen idóneos en diversos campos, desde investigación a telecomunicaciones.
Para la solución propuesta por Turyshev serán necesarios cinco de estos satélites, no de 10 x 10 x 10 cm (1U) sino de 90 x 10 x 10 cm (9U). “Colocándolos en una órbita similar a la de Venus podrán ver 360⁰ en un mes y medio”, explica el investigador. Gracias a esto es posible situar los CubeSats en esa posición, y esperar a que los NEO se acerquen para ir cazándolos.
El proyecto costará un 10% de los 500 millones de dólares previstos inicialmente, y se llevará a cabo en tres años
En cuanto a las ventajas del seguimiento sintético, el físico ruso explica que esta técnica hace fotos muy rápidas y con poco ruido. “Se pueden tomar imágenes de décimas de milisegundos de duración, para así encontrar objetos que se moverían durante una exposición normal de 30 segundos”, asegura el investigador. De esta forma también es posible llevar a cabo un seguimiento y establecer su órbita de forma “muy precisa”. Además, la tecnología necesaria para tomar estas fotografías mediría tan sólo 10 cm.
Este rastreo no sólo es necesario por motivos de seguridad, sino también para facilitar la investigación científica y posibilitar la exploración espacial. Pero es el miedo ante un evento como el provocó la extinción de los dinosaurios hace 65 millones de años o el de Tunguska el que ha obligado a la NASA a tomar cartas en el asunto.
“¡Por supuesto!”, exclama Turyshev, optimista, cuando se le pregunta si los CubeSats permitirán alcanzar la fecha límite de 2020. Las probabilidades de que un gran NEO impacte la Tierra son realmente bajas, pero gracias a esta constelación de vigilantes cualquier posible amenaza estará controlada.