Por qué es absurdo hacer deporte para intentar «salvarte» de un control de alcoholemia
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Avenida Menéndez y Pelayo, Sevilla. Domingo por la noche. Varios agentes de la policía municipal de la capital andaluza dan el alto a un vehículo y piden al conductor que se someta a un test de alcoholemia. Da positivo. Acto seguido, mientras esperan a hacerle la siguiente prueba (la evidencial, la que confirmará el primer resultado y determinará la cantidad exacta de alcohol en aire espirado) el conductor se aleja un poco de los agentes y se pone a hacer capoeira.
La DGT realiza en España 6,5 millones de tests de alcoholemia cada año. Y pese a todo, en 2019, uno de cada cuatro accidentes mortales en carretera fue por el alcohol y uno de cada tres conductores fallecidos en siniestros viales había consumido alcohol u otras drogas. Tanto es así que, aunque la concienciación ha aumentado mucho en los últimos 40 años, los mitos y bulos relacionados con los tests son el pan nuestro de cada día. Un buen ejemplo de esto es el del capoeirista sevillano; quién, por si teníais dudas, dio positivo en el segundo test. Ahora veremos por qué.
¿Por qué hay alcohol en el aire espirado? Aunque lo ideal, si queremos determinar la cantidad de alcohol en sangre, es realizar un análisis de la sangre, lo cierto es que las técnicas necesarias son un infierno logístico para hacerlo en controles de carretera. Por suerte, para la administración de tráfico, los niveles de alcohol en el aire exhalado son un dato que nos permite extrapolar el alcohol en sangre con una grandísima fiabilidad.
Es importante tener en cuenta que la lógica subyacente de la prueba no tiene nada que ver con la boca (por eso no tiene sentido usar caramelos, enjuagues bucales o cosas de ese tipo). Casi todo el alcohol que hay en el aire exhalado proviene de los bronquios: en los alveolos se da el toma-y-daca entre el aire y la sangre; es donde pasa el alcohol de la sangre al aliento que espiramos.
Por qué es absurdo hacer deporte para intentar
¿Cómo funciona un alcoholímetro? Esa y no otra es la lógica que está detrás del alcoholímetro. Al principio, estos instrumentos utilizaban un sensor de infrarrojos porque el etanol vaporizado absorbe una longitud de onda muy concreta (la de 9’5 micrómetros) y eso hacía muy sencillo identificar su presencia. Sencillo, sí; pero ineficiente. Por eso, ahora la mayoría de sistemas utiliza una célula electroquímica que utiliza la oxidación natural del etanol para generar una corriente eléctrica directamente proporcional a la cantidad de alcohol en la muestra.
La DGT hace dos pruebas porque eso permite que mejorar la fiabilidad y validez de los tests. El primer test es «de aproximación o indiciario». Su función es detectar la presencia de alcohol (y está pensando para seleccionar a todas las personas ‘positivas’, aunque no lo sean). El segundo test es «evidencial» y está pensando con la lógica inversa: para eliminar a todos los ‘falsos positivos’. Este último, además, es el que ofrece una mejor lectura de la cantidad de alcohol. En ambos casos, las máquinas están certificadas por el Instituto Nacional de Metrología.
¿Se puede «burlar» el alcoholímetro haciendo ejercicio? Estando así las cosas, ya hemos descartado un montón de mitos: cosas como «masticar chicle, caramelos o granos de café, usar sprays bucales, beber agua o aceite, tomar clara de huevo, fumar o consumir cocaína» son, como acabamos de ver, estrategias inútiles. Todas tienen algo en común: algo que tiene que ver con un mal entendimiento de qué hace realmente el alcoholímetro.
Ministerio de Sanidad
¿Y haciendo ejercicio? Lo cierto es que no hay ninguna forma mágica para acelerar el proceso de metabolización del alcohol. El cuerpo lo elimina de tres maneras posibles: evaporación, excreción y, sobre todo, a través del metabolismo. En este sentido, hacer ejercicio puede aumentar la evaporación de la misma forma que beber mucha agua (e ir al baño) puede ayudar a su excreción.
La mala noticia está en el «sobre todo» del párrafo anterior. En torno al 90% del alcohol acaba teniendo que ser metabolizado por el hígado. Un hígado que tan sólo es capaz de metabolizar 0,12 g/l de alcohol en sangre cada hora; eso hace que el proceso pueda llegar a tardar hasta 19 horas (dependiendo de la cantidad de alcohol que hayamos consumido).
El ejercicio y el resto de trucos podrían, a nivel teórico, incidir solo sobre el 10% restante. Y, de hecho, lo hacen: pese a todo, no actúan lo suficientemente rápido como para que su efecto sea significativo a la hora de enfrentarnos a un test de alcoholemia. El resultado más habitual si nos ponemos a hacer ejercicio para burlar los alcoholímetros es, sencillamente, dar el espectáculo.