Mao atrae a multitudes hasta su mausoleo

Miles de personas, como en una procesión, hacen columna para llegar hasta la Plaza de Tiananmen, en Pekín.

Entre los asistentes hay ciudadanos de China, principalmente, pero también europeos, latinos y africanos.

El interés principal es acudir al Mausoleo de Mao Tse-Tung, donde se encuentra el cuerpo embalsamado del presidente del Buró Político del Partido Comunista (a partir de 1943) y líder de dicha agrupación desde 1945 hasta su fallecimiento en 1976.

Según adultos mayores consultados en ese país, todos los ciudadanos deben en algún momento de su vida visitar la tumba del legendario líder.

Y así se cumple. La policía tiene todo un dispositivo de seguridad para controlar al flujo de turistas que llegan hasta ese sitio ubicado en el corazón de la capital del gigante asiático.

Las guías de viajes recomiendan llegar a las 08:00 o antes para estar primero en las largas columnas que se forman desde temprano, ya que solamente se puede ingresar hasta el mediodía.

El camino hacia el mausuleo, desde los exteriores, está marcado por una cerca de metal, que todo el tiempo está custodiada.

Previamente se pasa por un punto de control (garita) donde está un detector de metales y uniformados que revisan todo lo que llevan en los bolsillos los viajeros.

“No pueden ingresar cámaras adentro”, se escucha que expresa en inglés uno de los celadores. La medida es tajante. Por ello es común observar a personas que tienen que retirarse sin poder ver al líder chino, a pesar de que esperaron mucho tiempo para lograrlo.

La única solución, en esos casos, es dejar el equipo gráfico a un acompañante para que espere afuera o solo retornar otro día sin el citado artilugio.

Luego de esa parada empieza la caminata lenta. En el camino hay puestos donde expenden flores que las personas adquieren y las dejan en el mausoleo como muestra de afecto.

Por ejemplo, un padre de familia compra un ramo y se lo da a su niño de cinco años, que porta una bandera de su nación en la otra mano.

En el interior los controles se mantienen. No se puede sacar el celular para retratar ni colocarse gafas para el sol.

En la edificación a la que se ingresa la luz es tenue y el clima templado.

Los turistas caminan coordinadamente en par y no tienen opción a detener la marcha para observar minuciosamente los detalles del político embalsamado.

Desde cerca los custodios piden a la multitud que avance, pues miles de personas más vienen caminando en la parte posterior.

A medida que se acerca el contacto con Mao los caminantes empiezan a moverse lento y los que vienen de atrás empujan.

Los que van adelante estiran el cuello hacia la derecha y murmullan.

En el centro, en una caja transparente, está el histórico líder, acostado e iluminado por un haz de cenital amarillo, que proviene de los focos del salón.

Los turistas, que solo lo pueden ver de lejos, ya que están apartados por una barrera, miran su rostro, cuya piel lisa brilla como una seda.

La piel se eriza y se escucha la respiración en medio de la sala silente.

La salida es rápida. La luz del sol golpea fuerte sobre las frentes al pasar el umbral del patio.

Allí, en cambio, ya se pueden sacar los teléfonos. Aunque algunos guardias se molestan.

En el sitio hay puestos formales de negocios donde se expenden los recuerdos y objetos que se convierten en prueba de que se pasó a visitar a Mao.

En un local se comercian camisas, platos y cuadros del icónico personaje. En otro hay cadenas, pulseras, carteras, flores y afiches.

A la salida del complejo, al otro lado del cerco metálico, se agolpan los fotógrafos que hacen instantáneas en las esculturas blancas que se hayan en la parte inferior.

Con álbumes en las manos ofertan por $ 15 el servicio de retratos a todo color.

Al mediodía, con un clima húmedo, las personas siguen llegando.

Adultos mayores, personas con discapacidad y niños se apresuran al mediodía para alcanzar a entrar. Pero los guardias, puntualmente, colocan un cordón. Eso significa que ya nadie más puede ingresar. Algunos intentan dialogar y convencerlos, pero no hay marcha atrás.

La gente se retira resignada, pero algunos aprovechan para sentarse en las veredas y reponer fuerzas tras la visita. (I)