Eugenio Espejo fue el pedagogo del periodismo

Nació en Quito, el 21 de febrero de 1747. Luis Chusig le llamaron sus padres. El significado de su apellido en quichua es “lechuza”. Más tarde tomó el nombre de Eugenio de Santa Cruz y Espejo.

Su padre, Luis Santa Cruz y Espejo, fue originario de Cajamarca, Perú, quien llegó a Quito a los 15 años como ayudante del sacerdote y médico fray José del Rosario, según reseña de Philip Louis Astuto, en su obra Eugenio Espejo 1747-1795: reformador ecuatoriano de la ilustración.

Su madre fue Catalina Aldaz, quiteña e hija de liberto. “Eugenio Espejo fue prototipo de la fusión de tres corrientes: la indígena por su padre, la blanca y la negra por su madre”.

Se dice que de su padre aprendió las primeras letras, aunque se considera que ingresó en la “Escuela de primeras letras”, de los padres dominicos, en Santo Domingo. Luego estudió con los jesuitas, antes de su expulsión por parte de Carlos III. Existe en el Libro de Oro de la Universidad de San Gregorio el acta de graduación del joven Eugenio Espejo como maestro, el 8 de junio de 1762.

Experimentación y raciocinio

La filosofía al principio le inquietó, especialmente los clásicos griegos, romanos y franceses. Pronto llegaron a sus manos los libros de astronomía de Copérnico, Newton y Tycho Brahe, en boga en aquellos tiempos. Con la lectura aprendió varios idiomas, entre ellos el francés, el latín y el griego y su querencia máxima: la literatura.

La experimentación y el raciocinio fueron dos pilares de su pensamiento. Entonces predominaba la Ilustración, movimiento que surgió en Francia, a comienzos del siglo XVIII. Después de tantas lecturas y lecciones se graduó de maestro en filosofía con cinco ases. Las sabatinas fueron los espacios para la discusión y el desahogo. Por ahí surgieron algunos problemas.

Dedicó 12 horas al estudio y a una lectura insaciable, a veces desordenada, que lo llevó más tarde a organizar un archivo. Allí tuvo la idea de formar una biblioteca en 1792. Fue director de la primera biblioteca pública de Quito, a raíz de la expulsión de los jesuitas de España y de Ultramar en 1767, que constaba de 40.000 volúmenes.

Rodeado de libros, en 1792 aparecieron dos obras científicas: Memoria sobre el corte de quinas, sobre la conservación del árbol cinchona y Voto de un ministro togado de la Audiencia de Quito, en el que analizó la situación económica del país. Según Menéndez y Pelayo, las fuentes de las ideas estéticas de Espejo fueron las lecturas de Muratori, del P. Bouhours y Barbadinho.

Médico e investigador

En 1765 ingresó a la Facultad de Medicina de San Fernando y en 1767 se graduó de médico. Le interesó la investigación e hizo estudios sobre las viruelas. Y comenzó a escribir periódicos –muchos de ellos a mano-. Uno de ellos fue El Nuevo Luciano, un diálogo imaginario entre dos personajes. Posteriormente, apareció impreso el periódico Primicias de la Cultura de Quito, el 5 de enero de 1792, con siete ediciones. Escribió también sermones para su hermano, el clérigo Juan Pablo, y tradujo del griego el

Tratado de lo Maravilloso y Sublime, del escritor latino Dionisio Casio Longino.

Ideas pedagógicas de Espejo

“Estamos destituidos de educación. Sería adulación, vil lisonja, llamar a los quiteños ilustrados, sabios, ricos y felices. No lo sois: hablemos con el idioma de la escritura santa; vivimos en la más grosera ignorancia y la miseria más deplorable”. (Eugenio de Santa Cruz y Espejo/Primicias de la Cultura de Quito, p. 136).

Espejo, dotado “de un estilo áspero, de sintaxis difícil, de giros elípticos, de complicada manera de conducir los temas en dos y tres planos’, según Leopoldo Benites Vinueza, utilizó los diálogos para construir su discurso penetrante e incisivo, publicados en más de una ocasión solo con pseudónimos, actitud lógica ante las acechanzas del poder.

Su fe estuvo en los jóvenes

Espejo fue un pedagogo del periodismo. Persuasivo a veces, vehemente otras, agresivo casi siempre, en todo momento la pluma es para Espejo una manera de doctrinar, una forma pedagógica de procurar un camino progresivo de ideas y costumbres.

Le fluye a veces una extraña y frecuente ternura cuando habla de la juventud. Tiene en ella fe. La única de un escéptico. En medio de los prejuicios que le circundaron y al centro de la violenta acometida de los mastines del odio que lo persiguieron siempre, su única fe estuvo en los jóvenes a quienes deseaba hacer llegar las luces del nuevo pensamiento.

En esto, como en otros aspectos, fue Espejo un hombre del Iluminismo. Un creyente de la Edad de las Luces. Un hombre centrado en la corriente que de modo clandestino llegaba hasta la remota América colonial. El periodismo de Espejo, como más tarde fue el de Montalvo, fue expresión pedagógica, una manera de hacer de la palabra escrita un medio de enseñar, de suscitar inquietudes, de despertar rebeldías’, según Benites Vinueza.

Tres obras maestras

El Nuevo Luciano de Quito, Marco Porcio Catón y La ciencia blancardina persiguieron el mejoramiento intelectual de los quiteños.

En la primera intenta, en nueve conversaciones eruditas, estimular el estudio de la literatura, versión manuscrita, con el pseudónimo de Don Javier de Cía. Apéstegue y Perochena, que circuló en 1779. La segunda, escrita un año después, con el nombre de Moisés Blancardo, es una apología del clero. Allí criticaba y ridiculizada al Nuevo Luciano, en veinte capítulos, y cuestionó la enseñanza de ciertos jesuitas, entre ellos Sancho Escobar.

Finalmente, La ciencia blancardina –la segunda parte del Nuevo Luciano de Quito, según Espejo- es la respuesta a los insultos del censor de Quito, Juan de Aráuz y Mesía, quien lo calificó de hereje, impío y ateo.

Para entenderlo hay que ubicarlo en su tiempo. En más de una ocasión subrayó que “era un buen católico y que su crítica de la gente o de las instituciones jamás llegaba a lo más sagrado: la Iglesia y su dogma”, dice Espejo es la obra de Philip Louis Astuto.

Conmoción en Quito

Efrén Avilés Pino, en Enciclopedia del Ecuador describe sus últimos días: “En la mañana del 21 de octubre de 1794 se produjo una gran conmoción en la ciudad de Quito, cuando algunas cruces de piedra -de esas tan hermosas que caracterizan el frontispicio de las antiguas iglesias quiteñas-, aparecieron adornadas con unas banderitas de tafetán encarnado, con una inscripción en latín que decía: Salve Cruce Liber Esto. Felicitatem et Gloria Consecunto’”. (“Al Amparo de la Cruz sed Libres, Conseguid la Gloria y la Felicidad”).

“Las autoridades españolas iniciaron una investigación para descubrir a los autores de dicho acto al que calificaron de subversivo y finalmente las sospechas recayeron sobre Espejo, por lo que el 30 de enero de 1795, el presidente de la Real Audiencia de Quito, Luis Antonio Muñoz de Guzmán, se presentó en la biblioteca de la cual era encargado y ordenó su detención, procediendo de inmediato a confiscar papeles, libros, folletos, pensamientos borroneados y todo lo que consideró literatura insurgente”. (I)