El último ebanista de Cotopaxi mantiene vigente una tradición
Desde niño le gustó la música. Cada vez que tenía oportunidad buscaba estar cerca de aquellos que tocaban guitarras y llenaban su alma de sentimientos. Por ello, Manuel Moreno Molina entró a un conservatorio de música, pero en el camino aprendió a crear con sus propias manos su instrumento preferido: la guitarra. Actualmente es el último ebanista de Cotopaxi.
Tenía 14 años cuando el latacungueño oriundo de la parroquia Once de Noviembre llegó a Pujilí al conservatorio con algo de los conocimientos musicales que le enseñó su padre.
A los 16 años la vida lo llevó a Ibarra, donde trabajó en la carpintería de los Ruiz y Zambrano. De ellos absorbió los conocimientos para dar vida a las guitarras con sus más variadas formas.
En 1978 regresó a Latacunga, instaló un pequeño taller en el barrio San Felipe, ubicado al occidente de la ciudad, donde se mantiene hasta hoy arreglando y construyendo “el instrumento de sus amores”.
Concibe una guitarra como un delicado lienzo inventado por la divinidad para materializar los sueños a través de sus cuerdas. Desde su óptica no se puede trasmitir la historia o la cultura de un pueblo si no es a través de la música.
Le encantan los pasillos, los albazos, el pasacalle, todo aquello que cuente la identidad de un pueblo andino.
Es un enamorado de los detalles de este instrumento, de ahí que tarde dos semanas en realizar cada acabado para que sea perfecto. Considera que el punto más importante de la cultura es precisamente la música, por ello eligió el camino de la ebanistería.
Pese a que esta profesión no es rentable, lo llena de satisfacciones. “Amor, amor, lo que uno necesita es poner amor a lo que hace. No importa que no se gane mucho dinero, se gana satisfacción y eso es esencial”, asegura convencido.
Cada guitarra tiene un valor de hasta $ 170.
Aliso, cedro, nogal y capulí son las maderas que utiliza como materia prima. Antiguamente se utilizaba el pumamaqui (planta andina) pero debido a la deforestación este desapareció.
Su taller se caracteriza por ser modesto. Una pequeña radio colocada en el extremo izquierdo de la pequeña pieza alumbra con sus melodías el cepillo, la sierra y el compresor, materiales con los que construye sus guitarras.
En la pared las hay colgadas de todos los tamaños y colores; con sus largos dedos las muestra con orgullo.
Son como sus hijas, dice, y nacieron de lo más íntimo de su alma. Las mira con cariño; pareciera hablarles con la mirada. Dentro de su taller hay armarios, camas, sillas y mesas, pero a todas les falta o les sobra algo. Manuel se encarga de poner las cosas en su puesto, o de quitarlas, de tallarlas o reconstruirlas para que vuelvan a funcionar. Es como el médico de la madera, todo lo cura.
En el barrio lo conocen por su carácter amable, por su permanente sonrisa, que es como su compañera fiel.
Moreno tiene 64 años y seis hijos, pero ninguno de ellos aprendió su oficio.
“Don Manuel es un icono del barrio; siempre le pone buen humor, ve la vida con alegría”, comenta Elizabeth Balseca, vecina del lugar.
Sin embargo, a Moreno sí lo entristece una situación. La producción en masa de instrumentos musicales hizo que se abarataran, así se convirtió en una competencia casi desleal para los artesanos que no pueden rivalizar con las grandes industrias. Actualmente son muy pocas las guitarras que vende, ya que antes fabricaba seis cada quince días y hoy lo hace únicamente bajo pedido. Su labor consiste también en reconstruir las guitarras industrializadas debido a que estas –en ocasiones– tienen una mala repartición de la escala.
Pertenece a un trío “de los antigüitos”, como dice a modo de broma. Este trío, donde es marcante y segunda voz, se llama “Amanecer”. Tienen contratos esporádicos. Son buscados generalmente por personas de la tercera edad que gustan de las melodías que interpretan los músicos. En su juventud la vida bohemia en la que se embarcó lo separó de su primera esposa, aunque a veces se arrepiente y prefiere no recordar. Por ello funde sus recuerdos con la madera de las guitarras para que sus sentimientos se entonen en cada nota que tocan sus nuevos dueños. Sueña con ver a nuevos ebanistas, pero al mismo tiempo es realista con su profesión porque no da dinero. Su oficio está condenado a morir en el olvido. (I)