cuentos ecuatorianos cortos

Cuentos Ecuatorianos Cortos

Cuentos Ecuatorianos Cortos. La cultura que identifica a cada pueblo, construida con el transcurso de los años, llega a ser transmitida principalmente por cuentos, leyendas, relatos, fábulas y las invenciones de naturaleza diversa. Los distintos recursos didácticos aquí mencionados tienen vigencia en la actualidad, y específicamente los cuentos cortos mantienen un marcado atractivo como figura literaria dentro de la sociedad, principalmente para los niños y niñas. Si tienes alguna inquietud recuerda contactarnos a través de nuestras redes sociales, o regístrate y déjanos un comentario en esta página. También puedes participar en el WhatsApp. Si usas Telegram  ingresa al siguiente enlace.

Es así que, los cuentos o relatos cortos se erigen como textos caracterizados por ser amenos, y para nada aburridos. En este sentido, se puede destacar que el lenguaje utilizado en los cuentos cortos es comprensible, además de que el contenido contemplado en su estructuración llega a ser asimilado por la mayoría de los oyentes y lectores, principalmente menores de edad, y específicamente en lo relacionado a los procesos de aprendizaje, donde representan una herramienta para establecer moralejas y enseñanzas que contribuyan a la fijación de valores y de la cultura a modo general.

Cuentos ecuatorianos cortos para niños:

A continuación, algunos cuentos cortos que gozan de popularidad en el Ecuador.

Cuento 1 – El abejero de las barbas de oro

Hace mucho tiempo atrás, en una de las comarcas de la serranía ecuatoriana, cuando las Familias estaban integradas por muchos hijos y más parientes cercanos y se dedicaban a la agricultura y al cuidado de pocos animales domésticos. Cuando las casas estaban asentadas a varios kilómetros, y cuando tenían que comunicarse en casos de emergencia, se subían a los cerros para gritar o tocar el cacho. Las parcelas eran lo suficientemente amplias y la producción muy bien avanzaba para la supervivencia de todos y de todas.

Los soberados eran verdaderas bodegas, en donde guardaban los granos para el sustento de todo el año. Los caminos de acceso a los pueblos eran de tierra y en invierno eran llenos de camellones debido a la humedad y al constante deambular de los caballos que servían para el transporte de las personas y de la carga. Había muchos chaparros a la orilla de los caminos vecinales y en las cercas de las parcelas; también selva virgen de donde sacaba leña para la combustión y madera para la construcción de las casas. El ambiente estuvo aromatizado por la presencia de infinidad de flores en épocas de verano. Los pájaros eran abundantes y el trinar era una verdadera sinfonía durante las tardes y las madrugadas.

La población masculina de este vecindario a mas de dedicarse a la agricultura, practicaba ciertos oficios: había un carpintero que se ocupaba de la construcción de las casas especialmente en los veranos, un herrero dedicado a la producción de herrajes para los caballos y mulos, un peluquero que además hacía de sombrerero, un sastre, un remendón de zapatos y un tejedor de ponchos, chalinas y cobijas con hilos de lana de borrego, este personaje era de tez muy blanca, pelo castaño y las barbas muy abundantes y de color oro.

Entre las mujeres había una partera, una curandera que practicaba la medicina natural. También había una mujer que limpiaba el mal aire y el espanto. Pero también había una que hacía la brujería y se lo identificaba por la vestimenta negra que lo utilizaba y el fuerte olor a ruda, pues en su casa tenía muchas plantas de este vegetal tan aromático.

Cuento 2 – La Pastora y el Cóndor

Ésta es la leyenda de más amplia difusión entre nuestros pueblos andinos, en los países unidos por la cordillera de los Andes se la ha representado de diferentes formas, siempre tomando al cóndor ave emblemática de nuestros pueblos precolombinos como personaje importante, tal vez su comportamiento como pareja (monógamo) y su importancia cultural han hecho que esta leyenda perdure hasta la actualidad.

Cuento 3 – El sacha runa

En una mañana espléndida de verano, Sebas, viajaba muy contento e ilusionado de vacaciones de final de año con rumbo a la Amazonia ecuatoriana en compañía de sus padres. Iban admirando el paisaje andino, sus nevados que despejados permitían ver hacia el infinito del horizonte. Disfrutaban del silbido del viento que se perdía entre el pajonal y de su movimiento que daba la impresión de ser unos verdaderos rebaños al mover con cadencia a la paja del páramo. Por ventura tuvieron la oportunidad de mirar el vuelo majestuoso de un cóndor muy cerca de un cerro de roca negra que se levanta junto a la orilla de la carretera. No faltaron los comentarios a favor de la naturaleza y del paisaje serraniego, no dejaron de haber expresiones emotivas al ver el cruce veloz de un venado que se perdía entre la espesa vegetación.

De vez en cuando, el joven viajero emitía gritos emotivos al experimentar los virajes del coche en las curvas agudas de la vía. Todo evento era causa de comentarios, de risas y de carcajadas de los alegres excursionistas.

Luego de iniciar el descenso por la cordillera oriental, enclavada en el nacimiento de una elevación propia del inicio de la región selvática, encontraron una pequeña población de colonos y en ella un comedor que ofrecía los servicios de desayuno con caldo de gallina criolla y café con tortillas de maíz. Como era ya la hora, luego de discernir sobre el asunto, decidieron hacer la primera parada para disfrutar del olor agradable sobre todo del café fresco, tostado en tiesto de barro y molido en molino de mano.

Cuento 4 – El año viejo

Hace muchísimos años, cuando no había el servicio de alumbrado publico y peor el domiciliario, en una noche de luna resplandeciente, casi redonda y muy grande, víspera de la luna llena, que coincidió con el último día del año; como de costumbre, una de las familias más importantes de la comarca andina se reunió para amenizar la noche: contar cuentos, los chismes más sobresalientes de los vecinos y de familiares. En esa noche, no hizo falta encender el candil ya que la luz de la luna era suficiente.

Por supuesto que el ambiente estuvo helado y los miembros de la familia se sentaron en el corredor muy pegaditos y abrigados con ponchos los hombres y chalinas las mujeres. Hubo de todo: cuentos miedosos que provocaron tensiones especialmente en los niños, risas y carcajadas en los adultos debido a uno que otro chiste contado al azar; murmuraciones a las vecinas solteras que les vieron salir a escondidas a verse con los enamorados; descrédito a la Mariquita que había enviudado prematuramente y que ha cambiado antes de cumplir el año su vestido negro por un rojo de burato con vuelos blancos y las coqueterías sobre todo con los mercaderes que de vez en cuando deambulaban ofreciendo algunos objetos para uso casero.

En ese contexto nada serio, de pronto Juan Francisco, el tío solterón de la familia irrumpió para murmurar a cerca de la finalización del año: Ya se acaba el año, un año menos de vida, cada vez nos ponemos más viejos, las solteras se quedan en la percha, como pasa el tiempo y ahora parece que es más de prisa… Estos comentarios conmovieron enormemente a los presentes, especialmente a los adultos que, iban entrando en una situación de seria reflexión que contagió a los más pequeñines que quedaron confusos y sin respuestas halagadoras.

Cuento 5 – La llama encantadora

José Manuel, desde cuando tenía cuatro años de edad, todos los días acompañaba a su hermana mayor al páramo para pastar a la manada de borregos; para ellos no había sábados, Domingos ni días festivos. Se levantaban muy temprano, antes que el sol asomara brillando entre las montañas lejanas de su Comunidad. En las madrugadas, su madre les preparaba la acostumbrada tonga integrada de tostado, máchica y unos trozos de panela que, depositados en las shigras de lana de borrego, las llevaban colgadas en el hombro bajo el poncho o la bayeta para mantenerlas abrigadas hasta el momento de saciar el hambre en el frío intenso del páramo. Luego de desayunar, presurosamente se dirigían al corral para hacerles despertar, en unos casos o hacerles levantar a algunos borregos perezosos.

Nunca dejaron de acompañar a los pastores los dos perros blancos, que, aunque lánguidos y flacos no dejaron de ser fieles y de disfrutar de las largas caminatas ayudando a arrear ordenadamente a la manada que de vez en cuando algunos se salían del grupo para tomar unos bocados de hierba tierna a la orilla del chaquiñán.

Cuento 6 – Taita carnaval

En una pequeña y acogedora población de los andes ecuatorianos, enclavada entre cerros y quebradas, muy cercana a la ciudad de Guaranda, nació y creció un apuesto joven, bajo la tutela de una familia distinguida, muy conservadora, pero responsable en su trabajo diario de hortelanos. Por ventura había cursado el segundo año de la primaria en la Escuela del lugar; en aquella época era más que suficiente como para cumplir cualquier actividad enmarcada en los derechos ciudadanos. Cuando cumplió los veinte, por voluntad propia fue al cuartel militar a cumplir con su obligación, vivencia que le sirvió para templar su carácter, aprender un oficio y abrir horizontes para su existencia. De regreso del cuartel, fue muy cotizado por las solteras de su terruño.

Con sus amigos que tenían la misma edad organizaban y salían a dar serenatas en altas horas de la madrugada. No importaban las distancias que tenían que recorrer, ni el frio o la lluvia que soportar; lo importante era cumplir con el objetivo: pasar bien. Muchas de las veces les fueron muy mal: los taitas de las chiquillas no les abrían las puertas, como era la costumbre en la comarca; algunas veces fueron echados con perros bravos; otras, bañados con orinas que las madres recogían en bacinillas a propósito. Cuando estaban con mucha suerte, amanecían bailando con las muchachas de la casa y bebiendo con el padre de ellas algunas botellas de mistela o aguardiente de contrabando, cuyo licor era muy apreciado porque no provocaba estragos en el chuchaqui.

Cuento 7 – La araña y doña Rosa

Doña Rosa era anciana de cabellera blanca como la nieve, de rostro muy arrugado, que caminaba temblorosa y muy encorvada por el peso de sus años. Vivía sola en una casa muy vieja, de paredes de tapial, techo con tejas de barro cocido. Cuando llovía había muchas goteras que mojaba el interior. Se dedicaba al comercio de harinas que las vendía diariamente a los vecinos del barrio. De bodega, tienda y dormitorio tenía un cuartucho con piso de tierra. En la trastienda estaba la cocina con un fogón, en donde cocinaba con leña para ella y su gato flaco que se encargaba de cazar o ahuyentar a los ratones golosos que no faltaban a consecuencia del olor agradable que emanaban las harinas calientes que eran traídas del molino de agua de Don Lucho.

Su cama servía también para esconder el dinero fruto de la venta de sus productos. Debajo era el escondite de una manda de cuyes criollos y ariscos a quienes no les faltaba la hierba fresca para la alimentación.

El mal olor de los excrementos de los cuyes era un atractivo muy fuerte para moscas y mosquitos que invadían la habitación y que molestaban con sus zumbidos a los compradores.

La puerta de calle estaba tan vieja y llena de rendijas, al igual que la que daba a la cocina. Del marco superior prendía una enorme tela de araña que crecía día a día y que servía para atrapar a los moscos que llegaban desde el exterior. Su dueña era una enorme araña negra que tejía sin descanso durante las noches para asegurar abundante comida para ella y sus tiernos hijos.

Todas las mañanas Doña Rosa se levantaba muy temprano para hacer su oficio de ama de casa, luego de su aseo personal: arreglar su cama, barrer la habitación, hacer el desayuno que se servía con su gato cariñoso, proporcionar la yerba a sus cuyes, con quienes conversaba amigablemente.

Cuento 8 – La ranita y la serpiente

En una noche de pleno invierno, en un ambiente selvático alumbrada por una enorme y redonda luna llena, una hermosa ranita vestida toda de verde claro, croaba y croaba sin cesar y en su cantar iba pronunciando unos versos acompañados por la dulce melodía brindada por tiernos grillos y enamoradas cigarras:

Escondida de curiosa luna,
bajo el ramaje te espero
y en el cristalino estero
del amor nos saciaremos.
Saltando junto a cada ola,
la gran noche disfrutaremos,
despertando hermosos sueños y
a plenitud muy juntos cantaremos.

De pronto un agudo silbido irrumpe el ambiente romántico de la fresca noche; era una intrépida serpiente que sigilosa se acercaba a la orilla del arroyo en busca de alguna descuidada presa. Alzaba su cabeza para mirar a todos lados y con la fina lengua iba olfateando. Aquella noche estrenaba su vestido nuevo y lucía mas brillante que de ordinario.

La ranita, al percatarse que la peligrosa rastrera se acercaba al sitio en donde estaba esperando a su amado, se quedó muy quieta para evitar que la descubriera. Miraba con disimulo buscando un escondite; pero, muy lejos estaba el hoyo apropiado para refugiarse. Aceptando la imposibilidad para llegar al escondite buscó otra alternativa para su seguridad y arrastrándose silenciosamente se acercó a una rama seca, que había caído de un árbol de guayabo, la tomó por el medio entre sus mandíbulas, de manera que la rama cruzada se volvía en un fuerte impedimento para que la hambrienta enemiga la tragara.

Cuento 9 – Los tres hermanos

Todas las mañanas en la temporada de invierno sobre un inmenso y copioso bosque de eucaliptos, que cubría una vasta extensión de suelo laderoso, propio del paisaje serraniego, en donde dos quebradas amoldan a un río de mediana dimensión, que cruzando la metrópoli se desliza todo él turbio y muy hediondo, volaban con placentera libertad tres hermanos gallinazos vestidos todos de negro, con sus picos de color amarillo que contrastan con los ojos redondos y muy brillantes.
Todas las tardes de lluvia, los gallinazos se guarecían en una cueva rocosa de donde admiraban con melancolía los fuertes aguaceros que provocaban crecientes destructores de las laderas. Con verdadera alegría miraban que luego de la creciente, el río quedaba sin malos olores y cristalino.

En sus momentos pacíficos y de inspiración uno de los hermanos hacía un canto a la madre naturaleza:

Hermoso cielo que nos cobijas,
de azul muy claro hoy te vestiste,
de verde los campos se alegran,
mil plantas florecen radiantes,
perfumando el sempiterno horizonte.

Luego de que la lluvia amainaba, los tres compañeros inseparables, en el árbol más alto se posaban y abriendo sus alas tomaban el calor del sol que se despejaba en aquella tarde de invierno helado. Desde lo más alto del árbol preferido miraban con atención como se iban formando las nubes que nacían desde el agua del río cristalino para regarse en el infinito firmamento, ayudadas por las corrientes del viento que soplaba por la cañada.

Cuento 10 – El granjero y el maíz

Era una granja muy hermosa, rodeada de árboles de jigua, chicharrón, motilón y miles de chaparros que en el mes de mayo florecían brindando un aroma que en otros lares del universo jamás se percibían.

Durante los veranos, en las madrugadas frías, los mirlos y los gorriones entonaban muy alegres sus cánticos anunciando la llegada de las cosechas.
En los matorrales, las tórtolas y las torcazas anidaban con abundancia ofreciendo a los niños campesinos el deleite de la recolección de huevos frescos y de delicados pichones para satisfacer tan exigentes paladares.

De ves cuando se veía cruzar muy veloz al chucuri vivaz, que iba tras la presa favorita o que se escondía del cazador.

Cuando eran las tres de la tarde, al escuchar el bullicio de las bandadas de loros que hacían retumbar el silencio de la granja tranquila y apacible, el granjero gritaba: carajo…ya vienen los loros…guambras, corran a espantarlos… Que estos bandidos van a acabar con la sementera de choclos.

Los bulliciosos loros, vestidos con trajes elegantes, de verde, rojo, azul y plomo, visitaban las sementeras de maíz, para ver que los choclos estén de cosecha para servirse el plato favorito en medio de la algarabía.

En aquella granja, tan generosa por la fertilidad del suelo, el granjero y su esposa sembraban y cosechaban de todo;

pero lo que mas cultivaban era el maíz blanco con cuatro y seis mazorcas muy grandes en cada caña.

Es que, el maíz lo utilizaban para todo: hierba para la alimentación de los animales domésticos, los toctos y las cañas para los chanchos; los choclos tiernos y frescos para saborear y completar la ración alimenticia diaria para la familia y para los trabajadores que tenían el rango de peones. Cuando maduro y seco, al maíz lo guardaban para todo el año y lo utilizaban preparando el mote que nunca faltó en la mesa o el maíz tostado en tiesto de barro para acompañarlo con un vaso de leche fresca de vaca. Pero también servía para hacer harina y amasar las deliciosas tortillas con abundante queso coloreado con achiote o también para elaborar la deliciosa colada de harina de maíz bien sazonada con sal o con raspadura.

Cuento 11 – La historia de la laguna de El Cajas

Cuentan que una calurosa tarde de verano una pareja de ancianos pasó por delante de la casa del ricachón. La viejecita caminaba con la ayuda de un bastón de madera y él llevaba un cántaro vacío en su mano derecha.

– ¡Querida, mira qué mansión! Vamos a llamar a la puerta a ver si pueden ayudarnos. Ya estamos demasiado mayores para hacer todo el camino de un tirón ¡Debemos reponer fuerzas o nunca llegaremos a la ciudad!
La familia estaba merendando cuando escuchó el sonido del picaporte. Casi nunca pasaba nadie por allí, así que padres e hijos se levantaron de la mesa y fueron a ver quién tocaba a la puerta.
Cuando la abrieron se encontraron con un hombre y una mujer muy mayores y de aspecto humilde. El anciano se adelantó un paso, se quitó el sombrero por cortesía, y se dirigió con dulzura al padre de familia.
– ¡Buenas tardes! Mi esposa y yo venimos caminando desde muy lejos atravesando las montañas. Estamos sedientos y agotados ¿Serían tan amables de acogernos en su hogar para poder descansar y rellenar nuestro cántaro de agua?