Covid pone en riesgo la transición hacia la movilidad eléctrica. Aunque la ciudadanía busca un vehículo privado para esquivar el transporte público, visto como una amenaza de contagio, el bajo precio del petróleo y los autos de segunda mano restan competitividad a los autos eléctricos. Si tienes alguna inquietud recuerda contactarnos a través de nuestras redes sociales, o regístrate y déjanos un comentario en esta página. También puedes participar en el WhatsApp. Si usas Telegram ingresa al siguiente enlace.
La Nueva Crisis en la Crisis Permanente
La Covid-19 llega a agregar peso a un mundo ya desorientado. “Desde hace varias décadas nos hemos visto obligados a reconocer que vivimos en una sociedad que se experimenta a sí misma en constante crisis, lo cual se expresa en múltiples dimensiones: en lo económico, en la legitimidad de la política, en los sistemas educativos, en lo que consideramos verdad y falsedad, en las formas de construcción de sentido y muchos etcéteras” —señala el Dr. Francisco Morales, sociólogo experto en Teoría de Sistemas, y catedrático de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE).
“Todos los países del mundo experimentan estas crisis, de forma particular dependiendo del contexto”, añade.
Pero para el académico, incluso en un país agitado como Ecuador, la actual coyuntura de la pandemia se revela como una catástrofe, que viene a agravar los problemas existentes, pues tiene como cualidad distintiva “el trastocamiento de los presupuestos de presencia y movilidad física a los que estábamos acostumbrados, lo cual ha llevado a una paralización de toda actividad que depende de esos presupuestos.”
De ahí que, en medio de la emergencia sanitaria, personas que podrían producir, consumir o crear empleo, se abstienen.
Transición hacia la movilidad eléctrica
Estrategias gubernamentales “creativas” (estímulos, exenciones, donaciones, endeudamiento externo) resultan inútiles para brindar una salida definitiva a este escenario, que surgirá sólo cuando el sistema de salud esté en condiciones de doblegar al virus.
Ello implica ejecutar una campaña de vacunación masiva en Ecuador, algo que no se avizora en el mediano plazo.
En cambio, los hogares experimentan la reducción o pérdida de ingresos. Es el caso de los cesantes; de quienes pagaban y cobraban alquileres, y súbitamente no pueden hacerlo; de quienes yacen desamparados ante un potencial quiebre de salud.
Ante ello, la respuesta social ha sido variada. Las familias extendidas se reconcentran bajo un mismo techo; hay migraciones de retorno a los pueblos de origen; residencias se convierten en artesanatos y fábricas. Los más afortunados continúan sus actividades por vía telemática, como pasa con los niños y jóvenes estudiantes, en una modalidad que no se ha probado eficaz, y que los priva de la convivencia con sus pares.
Para Morales, “todas estas transformaciones inciden en dinámicas internas de los hogares, lo cual puede tener ciertos efectos positivos de una mejor integración, pero también puede ser fuente de estrés y de conflicto. Además, se relacionan directamente con el tema del transporte, porque marcan una fusión entre el hogar y el lugar de trabajo.”
La tecnología frente al dilema del espacio y tiempo
El internet, las redes sociales, las APPs, han sido resaltadas como alternativa en la pandemia. Empero, estas herramientas se diseñaron para resolver el problema de la distancia y no el de la cercanía, que es el dilema en el que nos coloca el coronavirus.
Por ello, Morales, a quien preocupa la desaparición de la diferencia entre espacio-tiempo del trabajo y espacio-tiempo del hogar, observa que más que una solución, son la nueva forma predominante de la comunicación, con ventajas, pero también con riesgos,
“Ofrecen una potencialidad históricamente inusitada para comunicar más allá de las fronteras espaciales y temporales, sin lo cual no hubiera sido posible readaptar algunas actividades económicas, educativas, políticas, familiares, amistosas, etc.”
No obstante, el catedrático aclara que estas herramientas acarrean problemas intrínsecos, “como los relacionados con la brecha tecnológica, que es de tipo económico, geográfico, pero también etario.
Asimismo, actualmente se llama mucho la atención sobre los problemas tanto físicos como psicológicos que puede causar el realizar todas las actividades, tanto de trabajo como de ocio, frente a una pantalla” —acota.
Transición hacia la movilidad eléctrica
En la otra orilla, la historia de las pandemias expone cómo los mecanismos para hacerles frente no han venido siempre de herramientas avanzadas, sino de la tecnología simple.
Como muestra están las medidas esenciales provenientes de la arquitectura y el urbanismo modernos, que han incorporado elementos como el alcantarillado, la ventilación, o la luz natural.
Justamente, para Morales el contacto virtual es insuficiente, por lo que la movilización y el encuentro presencial prevalecerán, aunque bajo códigos distintos.
“Lo que tenemos más bien es una división entre el espacio privado, del hogar y los lazos cercanos, donde prima el principio de la confianza; y, por otro lado, está el espacio público donde tiende a primar la desconfianza. Esta división ya existía, pero la novedad es que hoy está marcada por el riesgo del contagio.
En este sentido, el espacio público está ahora gobernado por la ritualidad del distanciamiento y la asepsia.”
El transporte como plaza pública: confianza y desconfianza
Morales traza la diferencia entre el transporte público, del que depende la mayoría de la población, y el privado, al que acceden personas de nivel socio-económico medio y alto.
Un bus, incluso con una cuota menor de pasajeros, constituye un sitio de mayor riesgo biológico, mientras un carro particular —afirma el académico— puede considerarse como “una extensión del espacio del hogar, y, por lo tanto, se le atribuye carácter de confianza dentro de sus propias fronteras”.
En consecuencia, “el automóvil tiende a constituirse como esta especie de espacio privado en medio del espacio público; piénsese, por ejemplo, en el negocio de los autocines que se ha difundido con éxito durante la pandemia.”
La visión del automóvil como salvaguarda ante el virus, es consistente con las cifras de la Asociación de Empresas Automotrices Del Ecuador (AEADE). Según estas, pese a que, al inicio de la pandemia el negocio automotriz en Ecuador cayó drásticamente, se recuperó más rápido que otros sectores, e incluso marcó un repunte en el segmento motos.
Además, aparentemente el mercado de segunda mano se ha mantenido estable, y esta parece ser una tendencia mundial.
Transición hacia la movilidad eléctrica
En EEUU la oferta pública inicial de la aplicación de autos usados, Vroom, fue un éxito inesperado; mientras OLX ha redefinido su plataforma, promocionando el “recibe tu pago en un día”, a través de un mecanismo de compras y reventas directas.
Si la dinámica de evasión del transporte popular se impone, es probable que la contracción de ingresos económicos derive en la baja del nicho de autos caros, pero no en la reducción del número de vehículos circulantes.
Al contrario, en Quito la extensión municipal del “Pico y Placa” a “Hoy no Circula”, podría inducir, eventualmente, a que los conductores privados adquieran un segundo vehículo con número de placa distinto, redundando en mayor congestión.
El transporte eléctrico podría sufrir un traspié
La suma de toda esta casuística, hace que el Dr. Morales se muestre pesimista sobre el aprovechar la plaga de la COVID, para ampliar la discusión sobre ambiente y transporte sustentable, pese a ser esta una enfermedad primordialmente respiratoria.
“Si se ha visto una mejora de la calidad del aire en muchas ciudades, ha sido por la reducción inicial del tráfico, pero esa situación tiende a volver a la normalidad con la relajación de las medidas de restricción que adoptan los gobiernos.”
Paralelamente, los bajos precios del petróleo, y el desequilibrio económico generalizado que afecta por igual a los usuarios particulares y al transporte profesional, han restado competitividad de hecho a los vehículos eléctricos. El mercado de segunda mano, que al parecer se impondrá, no beneficiará la reducción de emisiones, pues se trata de modelos antiguos, algunos sin catalizadores, y donde los enchufables no cuentan con una presencia substancial.
“Claro está, lo más deseable es dar el paso hacia formas de transporte sostenible, pero estas tienen que ocurrir tanto en el ámbito del transporte público como en el privado.” —concluye Morales.
Queda implícito que el riesgo de que por efecto de las carencias ligadas a la crisis de la COVID (es decir por el vaivén de las fuerzas del mercado), la polémica del transporte, combustible vs. eléctrico, se tome por una discusión “de galgos o podencos”, que relegue la también apremiante emergencia medio ambiental. En este contexto, la regulación estatal, para encarar los costos no indexados de la pandemia en materia de transporte, es prioritaria.