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Escritores, editores, mediadores de lectura y expertos en literatura responden preguntas acerca de un tema clave para la formación y la felicidad de los más chicos
La lectura puede ser algo más o menos cercano en la vida de cualquiera, pero en la infancia es una cuestión que incluso es tema de conversación o de análisis e investigación académica. En muchos relatos textuales y en los formatos audiovisuales, también, se suelen presentar escenas lectoras entre niños, niñas y algún adulto, que, sin saberlo, oficia de mediador.
Ángeles Durini nació en Uruguay, de papás argentinos, por eso siempre vivió en Argentina. Y su primera mediadora fue su abuela, quien tenía un modo tan particular de contarle los cuentos que plantó en quien años más tarde sería una prolífica escritora la semilla del amor por la literatura. Eso y un manzano en el fondo de su jardín –tal vez por ser el árbol cuya fruta más aparece en los cuentos de hadas– terminaron de trazar su camino profesional: y así que se decidió por el profesora de Lengua y Literatura, pero en un instituto en el que la especialidad era la literatura para niños y jóvenes.
Cómo se construye un lector
Y en ese transitar, comenzó a escribir, y le fue tan bien que cosechó premios y reconocimientos, como en 2004, con el cuento “Levemente hacia atrás”, que ganó el Concurso Imaginaria Educared 2004. O en 2017 el premio Hormiguita Viajera por su libro Abuela de trapo, de la colección los Nuevos Chiribitil, editado por Eudeba.
Su primera novela publicada, ¿Quién le tiene miedo a Demetrio Latov?, en 2002, fue traducida al portugués. En 2009, publicó ¿Qué esconde Demetrio Latov?, y la saga se completó con ¿Quién visita a Demetrio Latov?, obras que obtuvieron numerosos lectores y varias reimpresiones. Demetrio, un niño vampiro, se ganó el corazón de los lectores, a base de humor y ternura.
Varios de sus cerca de veinticinco libros –sin contar las antologías en las que ha participado– han sido traducidos al inglés y al portugués, y se ha desarrollado en varios géneros, como la poesía, el cuento y la novela. Sus historias se destacan por el humor y la ternura, aun en los cuentos de terror y de misterio. Parte de su bibliografía ha sido escogida para ser parte de los catálogos de los planes de lectura, como por ejemplo el proyecto Leer para crecer, del Gobierno de la Ciudad.
Y hoy, como lectora desde muy chica, nos cuenta cómo cree que se construye un lector.
—¿Cómo se construye una entidad lectora?
—Supongo que hay muchos caminos que despiertan el deseo por leer. Creo que el mío empezó con la voz de mi abuela contándome cuentos y anécdotas. También recuerdo haber cantado nanas y canciones, guiada por una voz adulta. Y escuchar cómo mis hermanos y primos mayores armaban una lista para ir pasándose revistas de historietas, me urgió a aprender a leer lo más rápido posible y así, entrar yo también en esa lista. Hubo muchos juegos y rondas que incluían el cuerpo combinado con rimas en mi infancia, como Martín Pescador o Arroz con leche. También había libros en mi casa. Con y sin ilustraciones. Pero todos sabemos que hay chicos que crecen en lugares sin libros, ni nanas, ni rondas. La escuela tiene que asegurarse de que los encuentre. Allí un chico puede descubrir libros y acompañamiento de una voz adulta que le cante y que le cuente. Cuantos más libros haya en una escuela, más posibilidades de elegir. Es un placer muy grande decidir, en una gran biblioteca, qué libro escoger, después de haber sentido por un rato la desazón de no saber por cuál empezar o seguir. Tan placentero como zambullirse. Una manera también de despertar, respetar y valorar la propia decisión y el intercambio de libros que se hace entre pares.
No sé bien cómo se construye un camino lector ni con cuántos caminos contamos. Supongo que, además de una biblioteca en lo posible infinita y que los chicos y los adultos que los acompañan puedan andar entre los libros, creo que involucrar la voz junto con todo el cuerpo puede dejar una huella en el deseo de lectura en cada persona. En la escuela se puede replicar el clima íntimo de una casa: leer en silencio en algún rincón, leer en voz alta, jugar con rimas y palabras, cantar, escuchar la voz que narra y también narrar; y al mismo tiempo, se puede aprovechar lo grupal para que brote el juego teatral. No porque crea necesario que haya que hacer mil cosas alrededor de la lectura, como dibujar o disfrazarse, entre otras, pero sí creo que el teatro puede aportar lo suyo. Por lo pronto, implica un intercambio entre personas, artes y disciplinas, donde la voz, el cuerpo y la palabra están presentes. Y, por lo tanto, despierta muchos deseos. Hacer teatro, olvidándose de los micrófonos si no más bien, enseñando a los chicos a proyectar la voz, a meterse con textos de otros, improvisar, tener conciencia del cuerpo y de la propia voz, moviliza desde un lugar más parecido al lugar donde vive la creación. Vecina pegada a la lectura.
—¿Un simple libro podría generar el interés?
—Un simple libro puede generar muchas cosas. Pienso en mi experiencia y en el entusiasmo que vi en varias personas frente a un libro. Hay libros que despiertan un gran interés en muchos lectores y hay libros que se cruzan con pocos lectores y llegan hondo. En general, cuando un libro impacta, nos acordamos del momento, el lugar, la sensación de cuando lo leímos. Un poema, un verso puede generar muchas cosas. Hay libros que despiertan las ganas de leer otros libros, de ponerse a escribir, de no parar de imaginar. Si existe la posibilidad de continuar leyendo, entre otras, tener libros a mano, por ejemplo, no sería raro que ese lector siga leyendo y buscando.
—¿Qué es ser un mediador de lectura? ¿Está ligado a la educación?
—Un mediador de lectura es alguien que acerca libros a otros y puede estar o no ligado a la educación. Los maestros y las bibliotecarias son grandes mediadores de lectura. En general guían a los chicos en sus lecturas, mostrando, proponiendo, leyendo con ellos, recomendando. Los docentes que leen se intercambian libros, se recomiendan y recomiendan a otros, buscan, preguntan, siempre están al acecho de libros nuevos o libros que salieron hace mucho pero que les despiertan curiosidad. Hay unos cuántos que tienen su canal de YouTube o su sitio en Instagram y desde allí hacen entrevistas a escritores, ilustradores, editores, leen cuentos, invitan a narrar a narradores orales, recomiendan, muestran libros. Hacen todo lo que está a su alcance para despertar la curiosidad sobre los libros. Creo que es importante que no los dejemos solos.
Y por supuesto que hay mediadores de lectura que a veces ni siquiera saben que lo son. Los pares, por ejemplo. El recomendarse e intercambiar libros con los amigos. Hay muchos libros que pasaron así a mis manos, como Anne de los Tejados Verdes, Rosa en flor, Miguel Strogoff, por nombrar algunos. En ocasiones son familiares: abuelas, padres, hermanos mayores, primas –gracias prima por Papelucho–, o libreros, o gente que le gusta leer, hablar de libros y entusiasmar a otros. Un lindo paseo es entrar a una librería a mirar libros, se pueda o no comprar. Siempre se puede hojear. O entrar a los negocios de comics. O a la biblioteca popular. Pero sabemos que estas posibilidades están lejos de algunos. Por eso insisto sobre la importancia de que haya muchos libros en la escuela y que la biblioteca se ubique en la frontera indómita, como llama Graciela Montes al lugar donde la ficción y la realidad se dan la mano.
—De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores, ¿creés que puede surgir un lector?
—Sí, creo que un lector puede surgir siempre de cualquier lado. Hay personas que me han contado que cuando eran chicos no había libros en su casa, pero en la actualidad eran profesores de literatura y habían elegido serlo porque les gustaba muchísimo leer. O habían fundado una editorial porque les gustaba muchísimo leer y hacer libros. Hay académicos de Letras a los que los escuché contar que cuando eran chicos no les interesaba leer. Una vez una persona me contó que hasta los treinta y cinco años no había leído ningún libro y que de golpe empezó a leer y leía un montón. Lamentaba el tiempo que había perdido sin leer. En todos había aparecido algún libro en un momento de su vida, encontrado en una biblioteca popular, de club o escolar, o de la mano de alguien, que había despertado el deseo.
—¿Te acordás de tu primer encuentro con libros?
—Tengo varios recuerdos de mi infancia con libros. Cuento dos: mudanza, llegar a la casa nueva, caminar con mi prima y mi hermana menor por la casa, doblar por un pasillo y encontrarnos con una biblioteca con los libros acomodados. Revisar el descubrimiento. Encontrar el ejemplar de Cuentos del Norte, de Editorial Juventud y emocionarnos porque traía cuentos de hadas que no conocíamos. Tirarnos en la alfombra y empezar a leer en voz alta, mi hermana menor todavía era muy chica y no sabía leer. Comprobar a qué cuento correspondía cada ilustración. Repetir esta escena de lectura las tres durante muchos días.
Otra: estar jugando a las escondidas. Subir al piso de arriba para buscar un lugar difícil donde esconderme. Encontrar sobre el sillón el libro de Peter Pan que alguien le había regalado a mi hermano por su cumpleaños. Sentarme y abrirlo. No soltarlo hasta terminar. Pasos en la escalera, suben prima, amiga, hermanos. “¿Dónde te habías escondido? Te buscamos toda la tarde”.