Cómo era la vida en 1822
Cómo era la vida en 1822. A principios del siglo XIX, la vida en Quito era dura. Este es un breve recuento sobre cómo era la vida hace 200 años. Si tienes alguna inquietud recuerda contactarnos a través de nuestras redes sociales, o regístrate y déjanos un comentario en esta página. También puedes participar en el WhatsApp. Si usas Telegram ingresa al siguiente enlace.
Cien años de declive
A principios del siglo XIX, la vida en Quito era dura. Una severa crisis económica golpeaba a la ciudad. Sus clases dirigentes intentaron resolverla, paulatinamente, a través del proyecto independentista. Mientras tanto, en Europa, el francés Napoleón Bonaparte no encontraba rival en los ejércitos monárquicos del continente y consolidaba su dominio.
Según el historiador Carlos Landázuri, si Quito se hubiera independizado 100 años antes, durante las Guerras de Sucesión Borbónicas de España, el panorama habría sido otro. En ese momento, la Real Audiencia de Quito era “rica” y “potente”.
El esplendor de Quito del siglo XVII estuvo ligado, en gran medida, a la que entonces era la mina de plata más grande del mundo: Potosí. Pero, luego de siglos de explotación, las reservas argentíferas empezaron a escasear. La Villa Imperial de Potosí, que llegó a estar más poblada que Madrid, arrastró a la Real Audiencia de Quito en su decadencia.
A esto se suma que, cuando la Guerra de Sucesión terminó en España, una nueva dinastía asumió el poder: La Casa de los Borbón. Los Borbones le restaron autonomía política a la Real Audiencia de Quito y la subordinaron al Virreinato de Nueva Granada. La ciudad arrancaba el siglo de su independencia con una economía desbaratada y una autonomía política debilitada.
Quito era un convento
A Simón Bolívar se le atribuye haber dicho que Caracas era un cuartel, Bogotá una universidad y Quito un convento. Según el historiador Alfonso Ortiz, la frase de Bolívar refleja ciertos rasgos del Quito decimonónico.
El paisaje de la ciudad estaba dominado por las cúpulas y los campanarios de nueve grandes conventos. La Catedral, el Sagrario, las capillas y las iglesias menores confirmaban la religiosidad de la población. Según Ortiz, se calcula que cinco de cada cien quiteños eran parte del estado eclesiastico.
El fervor místico contrastaba, o compensaba, según se quiera ver, la desagradable realidad de la ciudad. Los quiteños sufrían una constante escasez de agua y un desaseo generalizado. Según Ortiz “La ciudad apestaba”, los animales muertos se podían quedar durante semanas en la vía pública y por las calles corrían zanjas llenas de aguas servidas. La mitad de los niños morían antes de los cinco años y la esperanza de vida para alguien acomodado era de apenas unos 50 años.
La mayoría de casas eran de dos pisos y tenían un patio central. Las principales parroquias eran San Roque, San Marcos, Santa Bárbara, el Sagrario, San Blas y San Sebastián.
La quebrada de Jerusalén estaba abierta y separaba la parte consolidada de Quito con los arrabales al pie del Panecillo. En esa ciudad, según Ortiz, vivían unas 30 mil personas.
A pesar de los conventos, las iglesias, los numerosos clérigos que vivían en Quito y la frase de Bolívar, hay testimonios que contradicen la visión del libertador. Jorge Juan y Antonio de Ulloa, dos científicos españoles que fueron parte de la Misión Geodésica, se sorprendieron por el “amancebamiento” en el que vivían los habitantes de la ciudad.
Los cronistas españoles describen una especial conmoción frente al Fandango, una danza popular que solo se ejecutaba pasada la medianoche. Las celebraciones les parecían “invenciones del mismo maligno espíritu; luego que empieza el baile viene el desorden en la bebida del aguardiente y mistelas”.
El despertar republicano
Mientras Quito vivía entre los extremos del placer carnal, el misticismo religioso y el declive económico, en el resto del mundo los cambios políticos se aceleraban a base de sangre y fuego. La Revolución Americana (1783) y Haitiana (1804) demostró que era posible derrotar al poder colonial y, en 1793, la Revolución Francesa envió a su monarca a la guillotina.
La historiadora Viviana Velasco dice que nadie se duerme monárquico y se despierta republicano. Estas ideas maduran con el tiempo y a veces existen antes de ser nombradas. A pesar de las trabas, la comunicación entre América y Europa en el siglo XIX era constante.
Según Velasco, entre los siglos XVIII y XIX, la idea de que existe una “palabra consensuada” que representa la “voz del pueblo” sienta las bases de la Opinión Pública.
Conforme avanza la Independencia, acciones como el rumor y el chisme adquieren valor político. La palabra escrita también importa. Aunque la mayoría en América era analfabeta, la lectura en voz alta se vuelve un motivo de encuentro en plazas y otros espacios públicos.
Según Velasco, el siglo XIX está marcado por la incertidumbre pero esta incertidumbre no solo tiene un significado negativo. Para la gente de la época también era la posibilidad de un cambio positivo en sus vidas. Por ejemplo, muchas mujeres empezaron a anteponer la palabra “ciudadana” a su firma.
Y es que la Independencia de la nación tocó a todos los habitantes de la región. Las élites, los artesanos, el clero, los intelectuales, los esclavos, las poblaciones indígenas y hasta el poblado más recóndito del cerro más aislado vivieron, tarde o temprano, las consecuencias de este episodio histórico.