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Dave Goldberg, el emprendedor que rehuía la Bolsa

Cuando Facebook comenzó a cotizar en el Nasdaq, en la documentación para los inversores potenciales incluía una advertencia. La empresa podría peligrar si faltaban Mark Zuckerberg, consejero delegado y fundador, o su número dos, Sheryl Sandberg, que acaba de enviudar. El pasado viernes Silicon Valley se conmocionó por la abrupta muerte a los 47 años de Dave Goldberg (Minneapolis, 1967), uno de los emprendedores más carismáticos y esposo de una de las mujeres más poderosas del mundo tecnológico.

El lunes se conocieron los datos concretos de su muerte, ocurrida en la cinta de correr de un complejo de vacaciones en Punta Mita (México). Cayó y recibió un golpe en la cabeza que le ocasionó una pérdida masiva de sangre. Su deslumbrante carrera comenzó a finales del siglo XX, en la primera era puntocom, antes del estallido de la burbuja, con la creación de Launch en 1999, una revista que vendió a Yahoo! por 12 millones de dólares. En 2007 fichó por el fondo de inversión de capital riesgo Benchmark. Ahí comenzó su exitosa trayectoria rastreando startups. Entre sus obsesiones estaba mantenerse financieramente dentro del ecosistema tecnológico, sin necesidad de salir a Bolsa. A sus ojos era innecesario. En varias ocasiones defendió que se trataba más de una cuestión de ego de los fundadores que de una fórmula adecuada. De ahí dio el salto a SurveyMonkey, una web dedicada a la creación de encuestas y formularios muy popular en Internet, cuya valoración supera los 2.000 millones de dólares.

Entre las empresas que más y mejor asesoró se encuentran las redes sociales Nextdoor y Ancestry. La primera es para que los vecinos se conozcan. La segunda, para conectar familiares.

El funeral se celebró el martes en la universidad de Stanford. La entrada fue bajo estricta invitación e incluía una petición: “Nada de corbatas, en honor a su memoria, pues él las odiaba”. El humor, precisamente, era uno de sus rasgos más marcados. También su feminismo. Se pronunció varias veces a favor de la igualdad en las oportunidades de progreso laboral y remuneración.

Un vínculo para ganarse a los vecinos

El 6 de noviembre de 2013 Federico Bastiani festejó su cumpleaños en el bar de la esquina de su casa con 50 desconocidos. Dos meses antes, este italiano graduado en Economía que vive en Bolonia había creado un grupo cerrado de Facebook a través del cual convocaba a sus vecinos: quería conocerlos, conversar con ellos, descubrir qué tenían en común, cómo se podían ayudar si fuera necesario. “Vivía desde hacía tres años en una calle histórica de Bolonia, via Fondazza, donde residió el pintor Giorgio Morandi, y no conocía a nadie”, cuenta Federico, 37 años, casado con una sudafricana y padre de Matteo, de tres. “Crecí en un pueblo pequeño de la provincia de Lucca y en mi manzana conocía a todo el mundo. Si faltaba la sal no era un problema bajar las escaleras y tocarle el timbre al vecino. Hace 10 años, me mudé a Bolonia y me di cuenta de que el mecanismo de relaciones humanas era diferente. Había mucha desconfianza, a veces hasta indiferencia”.

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La primera semana de septiembre de 2013 Federico creó el grupo cerrado Residentes de via Fondazza, estampó carteles y los pegó en su manzana. En dos semanas los inscritos eran ya 93. Nació así lo que Bastiani bautizó como Social Street (calle social), un modo simple y económico de reconstruir el sentido de comunidad en la ciudad, socializando con los propios vecinos. Aperitivos, intercambio de consejos y favores, salidas deportivas, encuentros culturales en la biblioteca, conciertos en la iglesia de la esquina y veladas con los vecinos más antiguos de la calle para que cuenten cómo era el barrio hace años. “El objetivo de la Social Street es instaurar relaciones de vecindad, recrear un sentido de comunidad en una calle, trabajar sobre los vínculos, crear confianza entre las personas, sentirse parte del lugar donde se vive”, enumera Bastiani. “La fuerza de la Social Street está justamente en la informalidad de este movimiento donde no circula dinero y donde los mecanismos de funcionamiento se basan en la economía del donar. La potencia está en volver a saludarse, a hablarse, a mirarse a los ojos. Así es como se crea el capital social”.

El movimiento arrancó en Bolonia, donde el grupo sumó en 15 días a 93 personas

La Social Street de via Fondazza se multiplicó en toda Italia y es un modelo que ha germinado, por ahora, también en Francia, Portugal, Nueva Zelanda, Croacia y Brasil. “Para pasar del virtual de Facebook al real de la calle bastó poco, apenas bajar las escaleras”, dice Bastiani. “Tuve la simple idea de usar una red social para reconstruir un sentido de comunidad, y se convirtió en viral”. Hoy hay unas 365 Social Street en todo el mundo que involucran a unas 20.000 personas que apuestan por la sociabilidad con sus vecinos sin nada a cambio. “Lo que me conmueve es el entusiasmo de las personas en el intento por mejorar el ambiente donde viven partiendo de pequeños proyectos que tienen como fin último reconstruir el capital social de una ciudad”, sostiene.

Mientras los sociólogos debatían sobre si estábamos ante un nuevo movimiento social o era solo un fenómeno emergente y pasajero, Bastiani elaboró un manifiesto al que ya se han adherido voces prestigiosas como el sociólogo Anthony Giddens, el antropólogo Marc Augé y Rob Hopkins, el fundador de la Transition Town, entre otros intelectuales. “No sé qué futuro tendrá Social Street. Hay quienes piensan que todo terminará. Pero aun en este caso muchas personas podrán decir que han conocido a sus vecinos, que han vivido una bella aventura y que les han quedado lindos recuerdos. O bien Social Street podrá continuar y tener vida propia, aunque sea solo a nivel virtual”.

Comentarios que salen caros

El futuro del que hablaba Andy Warhol cuando dijo: “En el futuro todo el mundo tendrá sus quince minutos de fama”, ya ha llegado. Lleva instalado en este tiempo desde hace unos años. Cada vez es más fácil acceder y compartir información de cualquier tipo, no siempre veraz, ni fiable, ni siquiera de interés general. Cuando Warhol habló de fama no especificó si era buena o mala, y así ha sido. Lo que empezó con programas televisivos que sacaban y sacan a la palestra a personas anónimas, que pueden ser encumbradas o denostadas, lo han multiplicado las redes sociales. La cantidad de datos e imágenes que pueden compartir los 890 millones de usuarios diarios de Facebook o los 284 millones de Twitter y los 300 millones de Instagram puede hacer que un tuit, un comentario o una foto caiga en el vacío o se reproduzca miles de veces y recorra el mundo en cuestión de segundos, esto es lo que le pasó a Justine Sacco.

Sacco iba a pasar sus vacaciones en diciembre de 2013 a Sudáfrica. Antes de coger el avión en Nueva York y durante su escala en Londres escribió algunos tuits relacionados con el país que iba a visitar. Uno de ellos: “Voy a África. Espero no coger el SIDA. Es broma. Soy blanca”, hizo que la chispa estallara. Ella lo lanzó para sus 170 seguidores, cuando llegó a su destino y encendió el móvil se había convertido en trending topic mundial, incluso se publicó una imagen suya llegando al aeropuerto. Era una desconocida que dio la vuelta al mundo de manera física y virtual. Este error le costó, incluso, su puesto de trabajo.

Tuit en el que aparece la imagen de Justine Sacco llegando a Suráfrica.

Anita Sarkeesian recibió insultos en su cuenta de Twitter, pero por motivos muy distintos a los de Sacco. Sarkeesian lanzó una campaña de crowdfunding en la plataforma Kickstarted para financiar una serie que trataba del papel de la mujer en el mundo de los videojuegos. A partir de ese momento la han acosado en distintas redes sociales. Ella ha recopilado en su Tumblr las amenazas recibidas en Twitter durante una semana. Este desagradable episodio la ha hecho más conocida, por tanto más fuerte y con la idea de seguir luchando por la igualdad y contra el acoso en Internet.

Las reacciones a los tuits se multiplican cuando el que los publica es un personaje conocido sea del ámbito que sea. Así, el verano pasado el actor Juan Echanove cometió un error, según él mismo ha reconocido. Tradujo un enfado real con una camarera a un tuit en el que la criticó y donde colgó una foto de la misma. Las respuestas en contra fueron inmediatas, tantas que pidió disculpas y cerró su cuenta. Ahora tiene otro perfil vinculado a su blog gastronómico.

Como el caso de Echanove, en el que algo que se podía haber quedado en petit comité tomó una dimensión inesperada, le ocurrió a Alicia Ann Lynch. Esta estadounidense se disfrazó en Halloween de 2013 de herida en el atentado de la maratón de Boston. Subió una foto a Twitter para compartirla entre sus seguidores. Esto tocó la sensibilidad de multitud de tuiteros que reaccionaron insultándola gravemente. Una broma de gusto cuestionable, que no hubiera tenido consecuencias si esa foto no se hubiera hecho pública, acabó obligándola a cancelar su perfil y pidiendo que no siguieran acosando a sus padres, que también sufrieron las consecuencias.

Tuits de Alicia Ann Lynch pidiendo que pare el acoso.

No solo se pagan los tuits controvertidos. La estadounidense Lindsey Stone tuvo la mala idea de subir una foto a su muro de Facebook en la que aparecía haciendo una peineta junto a un cartel que pedía silencio y respeto en el cementerio Nacional de Arlington, un símbolo nacional. Las reacciones fueron de tal calibre –se creó un grupo en la red social con el nombre «Despidan a Lindsey»– que su jefe la echó alegando que no era buena imagen para la empresa, trabajaba en una ONG.

Ser Neil Armstrong y pisar la Luna

Hay un salón y un sofá y una pantalla. Sobre ella, John Fitzgerald Kennedy, el legendario trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, dice estas palabras: “¿Pero, por qué, algunos se preguntan, la Luna? ¿Por qué elegir esto como nuestra meta? Podríamos preguntar igual, ¿por qué escalar la montaña más alta? ¿Por qué, hace 35 años, sobrevolamos el Atlántico? Elegimos ir a la Luna”. Justo en esa frase, la pantalla, el gran salón y el sofá se funden a negro. Y quien observa se encuentra flotando en el espacio, justo enfrente de la Luna.

Son los primeros compases de La experiencia Apolo 11, primicia de un proyecto educativo de realidad virtual concebido para Oculus Rift —el dispositivo comprado por Facebook de los muchos que guerrearán por este nuevo mercado— que pretende cambiar cómo se transmite el conocimiento en las aulas para siempre. Esta semana logró fundarse por crowdfunding en Kickstarter. Un total de 36.623 euros para esta pequeña empresa que dirige David Whelan, tecnólogo empeñado en revolucionar la educación y fundador de la web virtualrealityreviewer.com que le toma el pulso a esta nueva hornada de realidad virtual que promete conquistar el siglo XXI: “Queremos dejar una huella indeleble en los alumnos. No es lo mismo leer en un libro de texto sobre la misión del Apolo 11 que vivirlo desde la cabina y experimentar el alunizaje”. De momento, el prototipo elaborado para el crowdfunding deja experimentar solo hasta el despegue, aunque Whelan aclara que la versión final tendrá, por supuesto, el momento cumbre. Pisar la luna tal y como Armstrong lo hizo el 21 de julio de 1969 a las 3.56 de la madrugada hora española.

La atención al detalle en la versión demo [el borrador que constituye la base para el producto final] de la experiencia es total. Tras el prólogo, el usuario viaja en el espacio-tiempo hasta las coordenadas del 16 de Julio de 1969 en Cabo Kennedy. Puede maravillarse con la altura del cohete viéndolo a ras de tierra, un titán tecnológico que pesaba casi tres mil toneladas y superaba los 100 metros de altura (101,5). Luego toma un ascensor y sube a la cabina. La cuenta atrás llega a cero, los motores se inflaman y comienza la misión, durante la que se puede oír el audio grabado por la NASA de sus tripulantes, entre los que se encontraba Neil Armstrong, el primer ser humano en pisar la Luna. Y durante toda la experiencia, sus protagonistas intervienen en clips de audio para comentar sus recuerdos de la misión.

No es lo mismo leer en un libro de texto sobre la misión del Apolo 11 que vivirlo desde la cabina»

Por espectacular que resulte, La experiencia Apolo 11 solo es la punta del iceberg. El plan de Whelan tiene nombre y apellidos: Inmerse Virtual Reality Education. Una plataforma desde la que desarrollará durante los próximos años experiencias educativas virtuales en todos los ámbitos: historia, matemáticas, antropología, biología… “Un buen ejemplo son los volcanes. Con nosotros podrías ver todo el proceso de cómo se forman desde dentro del volcán. Y para experiencias así se combinarían varios enfoques: explicamos un volcán al mismo tiempo que recreamos la erupción del Vesubio que arrasó Pompeya”. Otro ejemplo que destaca Whelan es el del tiranosaurio, “el mayor carnívoro de la Tierra que podremos poner justo frente a los estudiantes”. Aunque se atreverán con lo más abstracto, pues su compañía ya piensa en cómo representar virtualmente la división del átomo durante una reacción nuclear.

Whelan confiesa que el plan es de una ambición enorme. Y, de momento, se encuentran solo cuatro personas trabajando en su equipo. Pero cree que este pequeño paso para él es un paso gigante para la educación. Y que pronto se cumplirá su verdadero sueño: “Cuando dentro de unas décadas vuelvan los primeros astronautas que pisen Marte y les pregunten: ‘¿Por qué te hiciste astronauta?’ mi mayor deseo es que contesten: ‘Porque viví la misión del Apolo 11 en clase’”.

Facebook invierte en la favela

En el corazón de la favela más poblada de São Paulo, donde cerca de 200.000 habitantes no son dueños ni de sus propias casas, Mark Zuckerberg acaba de plantar una semilla que puede rendirle millonarios beneficios. Facebook ha inaugurado en una callejuela de Heliópolis, a ocho kilómetros del centro de la ciudad, un laboratorio con 15 ordenadores donde instruirá a los vecinos a usar con responsabilidad la Red, pero, sobre todo, enseñará a los 5.000 pequeños emprendedores de la comunidad a crear páginas para sus negocios, alimentarlas con contenido y promocionarlas con la publicidad del propio Facebook, anuncios que desde un real (30 céntimos de euro) prometen alcanzar los muros de miles de potenciales clientes.

Por primera vez en sus 11 años de vida, Facebook invierte en una favela, un gigantesco y creciente mercado ignorado por muchos, pero en el que ya han entrado marcas como Coca-Cola y Ambev, la mayor cervecera de Brasil.

Heliópolis, donde el tráfico de drogas continúa siendo un poder paralelo en la comunidad, es para la compañía un “excelente terreno de pruebas”. El país, que ha asimilado la red social como parte de su cultura, se presenta además como un impresionante laboratorio: el tiempo que pasan los brasileños navegando en Facebook supera el tiempo que argentinos y mexicanos juntos pasan conectados a Internet, según un estudio de la medidora de audiencias ComScore. En Heliópolis, aunque el 90% de los vecinos tiene un perfil, según cálculos de Facebook, solo el 14% de los pequeños emprendedores posee una página para su negocio —la mayoría promociona sus productos en sus páginas personales—.

Eder Camargo, de 32 años, es uno de los clientes ideales para el experimento de Facebook. Este peluquero, desterrado a los 16 años por su familia evangélica por ser gay, llegó a la favela después de años viviendo las penurias de la calle y cumplió aquí su sueño de montar su propio negocio. “Facebook es una máquina que me ayudó mucho a promocionar el salón, tengo clientes de otros barrios que vienen aquí gracias al perfil, pero yo no sé utilizar una página profesional”.

A cuatro calles de la peluquería, Fernanda Bianca, de 24 años, enseña la página que creó para promocionar el trabajo de su madre, Marlene: limpiadora por horas y ayudante de barbacoas. A la señora, que aún se niega a unirse a la red social, le llueven las ofertas y sus jefas escriben comentarios para alabar su trabajo.

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Si el experimento funciona y pequeños empresarios como Camargo o Marlene comienzan a usar y pagar por los servicios de la red social para promocionar sus negocios, la empresa de Silicon Valley pretende llevarlo a otras comunidades pobres en otras economías emergentes. “Es el proyecto más importante de este año en América Latina”, mantiene Patrick Hruby, líder de los programas para pequeñas empresas en la región. “Es un piloto de algo que puede convertirse en viral, una posibilidad que hasta ahora no estaba en nuestro radar y que puede crear riqueza en la comunidad”, completa Hruby.

La idea de conquistar este nicho de mercado no surgió de prestigiosos publicitarios, sino de un comerciante de la favela más poblada de Brasil, la Rocinha, en Río de Janeiro. André Martins, dueño de un bar de bocadillos, atiende los pedidos a domicilio de sus clientes por el chat de Facebook y afirma que la red social catapultó su negocio. La historia de Martins inspiró a la compañía. Hoy Facebook invierte en las favelas.

El juego de gatitos que ha recaudado seis millones

Querían 10.000 dólares (unos 9.000 euros), una cantidad razonable para lanzar al mercado un juego de mesa. El 9 de febrero abrieron una campaña de financiación colectiva en Kickstarter. En 24 horas superaron un millón. Tres semanas después rozan los seis millones (5,3 millones de euros) y han roto el récord de apoyos en la plataforma. Todo para una baraja de cartas, un sencillo juego de mesa, con ilustraciones de gatos explotando.

El reloj Pebble superó los 10 millones. La consola OUYA, más de ocho, pero nadie llega a los 150.000 inversores cuya aportación va desde 20 dólares, cuyos inversores recibirán una baraja como recompensa, a 500, que incluye una carta hecha a mano. El lugar donde nacieron las gafas de realidad aumentada Oculus Rift, comprada por Facebook, demuestra que el cauce habitual de creación de un producto no siempre conoce los gustos del público.

Shane Small (Durbon, 1971) es, en parte, culpable del éxito. De su mente salieron los gatitos explotando de Exploding Kittens, su nombre oficial. Él mismo se sorprende al pensar la cifra alcanzada: “Cuando llegó a 600.000 no nos los creíamos. Ahora casi hemos multiplicado por 10 esa cantidad”.

Como el juego íbamos a hacerlo igualmente para nosotros, pensamos que quizá alguien más querría tenerlo…”

Gran parte del éxito proviene de The Oatmeal, un medio de humor gráfico popular entre la comunidad geek, entusiastas de la tecnología y cultura pop, creada por el dibujante Matthew Inman. Las redes sociales han sido también culpables de este fenómeno: tiene más de 100.000 seguidores tanto en Facebook como en Twitter.

Small, que trabajó en Microsoft hasta 2013 desarrollando contenidos, reconoce que la idea surgió a partir de un momento de aburrimiento: “Estaba trabajando con un compañero, cerraron nuestra división y pensamos que la misma mecánica podría emplearse en un juego de cartas”. El objetivo no tiene demasiado misterio. Intentar evitar la explosión de un gato curioso que quiere acabar con su vida de las maneras más inverosímiles. Desde el gato pirotécnico al de la cola de fuego. Los jugadores van tomando cartas de la baraja, las hay ofensivas y otras con poderes especiales o curativas.

Entre las intenciones de Small, que hoy es un diseñador independiente especializado en nuevas narrativas, está crear una aplicación para móviles. “No es la única opción”, explica, “también estamos hablando con compañías de juguetes para hacer figuras. Incluso nos planteamos una serie de televisión”. Esta nueva línea recuerda a otro fenómeno cercano, los Angry Birds. Insiste en que hacer dinero con este tipo de objetos y vías de negocio no es la prioridad: “Aunque parezca que todo es una broma, tenemos una hoja de ruta trazada. Lo primero es sacar al mercado el juego, que es nuestro compromiso con los inversores”.

Algunas cartas del juego.

La elección de Kickstarter no es casual: “Vimos que era el lugar donde más proyectos salen adelante. Como el juego íbamos a hacerlo igualmente para nosotros, pensamos que quizá alguien más querría tenerlo…”

En el horizonte solo se atisba una nube, la del plagio. “Asumimos que va a pasar, que alguien nos va a copiar, pero es temprano para tomar medidas. La prioridad es hacer realidad este juego”.

Entre los países con más interés se encuentran EE UU, Sudáfrica, así como Reino Unido y Australia.