Los Guamán, más de 100 años rezando por las almas

“Un padrenuestro y un avemaría”; “por las benditas almas del purgatorio”. “Por el amor a Dios”. Esta frase es muy conocida por los ancianos y población en general del cantón Patate.

Es una especie de oración que precede a uno de los rituales populares más antiguos, folclóricos e interesantes de esta pequeña localidad tungurahuense.

El emisor de dicho enunciado viste un albornoz blanco, una especie de túnica muy parecida a la que usan los sacerdotes jesuitas, al igual que sus tres misteriosos y silenciosos compañeros.

Son las 23:00 del 25 de octubre del presente año y el cuarteto aguarda sigiloso en una de las tantas esquinas del casco urbano.

El primer ritual de la noche en el panteón es rogar a los antepasados por fortaleza y luz para cumplir con su tarea.

Previamente al rezo, el particular y repetitivo repique de una resplandeciente campana despierta a varios vecinos.

Algunas ventanas se iluminan y en silencio, tras las cortinas, se empieza a divisar siluetas de personas que curiosas observan la escena.

Luego de permanecer casi inmóviles y con sus miradas al cielo, el frío y silencioso ambiente que cubre a los cuatro hombres es interrumpido por un nuevo y sincronizado pronunciamiento.

Se trata del padrenuestro. Luego del rezo, este grupo de extraños de vestimentas impolutas se marcha con un bastón, una campana y un rosario en sus manos.

Historia

La escena antes descrita corresponde al habitual recorrido que realiza cada año el animero de Patate, personaje folclórico que en las vísperas de la conmemoración de los Fieles Difuntos camina por las calles de su ciudad natal.

Lo hace con un propósito muy gratificante para él y su familia, pero extraño y hasta tenebroso para otros.

“Orar por las almas de personas que han desaparecido o que han fallecido de forma trágica. Esta costumbre tiene más de un siglo de historia, la inició mi bisabuelo, don Jacobo Guamán, que en paz descanse”, señala Pascual Guamán, animero del cantón hace ocho años.

Según cuenta, su antepasado recibió instrucción directa de sacerdotes jesuitas, quienes llegaron a la ciudad hace más de un siglo, sobre los rituales que debe cumplir un animero.

“Etimológicamente, esta palabra viene del vocablo latino ánima, que quiere decir alma. En tal virtud un animero es una persona que hace favores a las almas de los difuntos, como interceder por su eterno descanso y guiarles (literalmente) hacia el panteón para que no asusten a los vecinos y puedan reposar”, explica Carlos Montesdeoca, catedrático y antropólogo ambateño.

De acuerdo con Pascual, quien tiene 41 años, su bisabuelo fue animero durante 25 años, luego de lo cual heredó esta tarea especial a su hijo, Ángel Guamán.

“Mi abuelito Ángel también cumplió esta tarea por un lapso de un cuarto de siglo. Después de su fallecimiento tomó la posta mi papá, Luis, quien estuvo en funciones 42 años y ahora me ha legado esta tradición familiar”, relata Pascual.

¿En qué consiste?

Quien ejerce de animero lo hace por convicción, fe y de forma voluntaria, es decir no percibe sueldo ni ninguna otra clase de remuneración.

Si bien el ritual también existe en otros pueblos del país, en el caso de Patate el animero realiza caminatas por todo el cantón desde el 15 de octubre hasta la madrugada del 2 de noviembre.

“Otro de los objetivos de los recorridos y rezos es concienciar a los vecinos que un día nos iremos de este mundo y que debemos actuar bien para no penar tras la muerte”, menciona Luis Guamán, quien fue animero durante cuatro décadas y hoy tiene 79 años.

Una comitiva de tres y hasta cuatro personas más puede acompañar al “pastor de almas”, como también se conoce popularmente al folclórico personaje. En su mayoría son vecinos e hijos o nietos de acompañantes de anteriores animeros.

“Iniciamos la caminata a las 21:00 en el cementerio cantonal, donde todos rezamos para pedir a las almas de nuestros ancestros nos den fuerzas y luz para resistir la caminata. Seguido se visita y hace paradas por cada esquina del casco urbano”, dice Érick Díaz, quien la noche del pasado 25 de octubre acompañó a Pascual.

Él fue el encargado de llevar la campana, instrumento que debe ser portado solo por quien sabe entonarlo. “Otro de los requisitos para los aspirantes es que aprendan a tocar la campana, una tarea que parece sencilla pero requiere de cadencia, ritmo y armonía”, agrega Díaz.

Tras las campanadas el cuarteto inicia las plegarias descritas al inicio del presente relato. Hasta el 30 de noviembre, todos los barrios urbanos del cantón han sido recorridos por el personaje y las reacciones de los vecinos son diversas aunque en su mayoría aceptables.

“Solo en ciertas ocasiones nos encontramos con jóvenes ebrios, quienes pretenden burlarse de nuestra tarea pero son redargüidos por chicos patateños que conocen la importancia de nuestra función”, dice Pascual.

La noche del 1 de noviembre el animero y su comitiva avanzan hasta caseríos alejados del centro con el fin de rezar por todas las almas de su ciudad, tarea que finaliza con un rezo a las 04:00 del día siguiente en el parque central de Patate. (I)